Sócrates, Sherlock Holmes y Don Juan: tres personajes que merece la pena conocer de verdad para descubrir cuán superficiales y pobres de realismo somos frente a las cosas de la vida. Pues vivimos dentro de una cultura positivista que rechaza o que es incapaz de ir más allá de la apariencia, donde la superficie de las cosas es lo único que tiene valor y la realidad se reduce a las huellas que las propias sensaciones dejan en el sujeto.
En efecto, ¿no es verdad que muchas veces nos conformamos con estar satisfechos por haber realizado cuatro deseos de minúscula talla, o que nos rendimos en seguida cuando no comprendemos cómo marcha el mundo («de esto se preocupan los que mandan»), o que miramos con escéptica suficiencia a aquéllos que («ingenuos») todavía buscan la Verdad («las verdades son muchas, todo es relativo»)?
Sócrates: conócete a ti mismo... , ¿qué es el hombre?... , ¿cuáles son las exigencias de su corazón? ¡Asuntos de filósofo! Sin embargo, cuando la vida se te hace un lío, o cuando, tal vez, descubres que tu hijo o que un amigo se droga, pagarías millones para poder decirle quién es él, para poder acompañarle a volver a encontrar su dignidad humana. Y cuando esta respuesta no la tienes al alcance de la mano, como el mando a distancia de la televisión, lo más humano es pedir que alguien venga en tu ayuda. Esperar que sea el Misterio el que venga al encuentro del hombre y que le acompañe a él en el mar de la vida haciéndole realizar el viaje «con más seguridad y menor peligro», como Sócrates y sus discípulos escribían en el Fedón, es algo totalmente deseable y razonable.
Pero merece la pena seguir adelante y, con Sherlock Holmes, proveernos también nosotros de una lupa de investigador y de aquella justa dosis de curiosidad que, unidas a un poco de suerte, nos hagan superar la opacidad que las cosas presentan en su superficie. Pocas veces tenemos la paciencia de pasar de indicio en indicio para escuchar con calma lo que las cosas y las circunstancias nos quieren decir. Es más fácil reaccionar instintivamente, sin hacernos demasiadas preguntas y, sobre todo, sin dejarnos inquietar demasiado. Sin embargo, el mundo ha avanzado precisamente porque ha habido alguien (como el científico, por ejemplo) que se ha dejado inquietar, en cada caso, por un aspecto particular que se comportaba de una forma distinta a la normal. Sherlock Holmes descubre siempre a los asesinos de este modo, procediendo de paso en paso sin miedo a descubrir fenómenos desconocidos; no se detiene ante el mínimo indicio que la realidad revela, a la búsqueda de una hipótesis cada vez más apegada a la realidad, es decir, cada vez más comprensiva de cada detalle y circunstancia.
Pero sin el deseo inagotable de Don Juan -el seductor incapaz de permanecer fiel a ningún amor finito, al sentir que, más allá de la belleza que lo fascina en el momento, lo que su corazón desea en último término son una belleza y un amor infinitos- el miedo prevalecería frente a la evidencia paradójica según la cual la realidad, cuanto más se posee, más parece alejarse. En esta sociedad que quiere «protegernos» de los deseos excesivos y que nos ofrece una cantidad suficiente de cosas que desear, con tal de que sean limitadas, accesibles, adquiribles y, sobre todo, publicitarias, hay que gritar que el deseo del hombre es infinito. Entonces bienvenido sea Don Juan para quitarnos de la opresiva seguridad de un Golf GTI perseguido y conquistado y para contarnos su historia de amante insatisfecho, que pasa de una mujer a otra en la búsqueda de aquella infinita belleza e infinito amor que ninguna criatura puede darle. A menos que sea precisamente una mujer, distinta a las demás, signo del Gran Amor, la que le ofrezca el coraje sencillo de amarle hasta el fondo y de perdonarle: como ocurre en el Miguel Mañara de Milosz. Sólo un encuentro así puede hacer que se acepte el Misterio como horizonte de la propia relación con la realidad.
Sócrates, Sherlock Holmes y Don Juan acompañarán a la aventura del Meeting de este año; tres amigos a los que tendríamos ganas de decirles sencillamente: «Aquello que buscas existe, tan real y tan razonable que se puede encontrar. En el Meeting mismo, por ejemplo. Porque hoy, como hace 2000 años, la Verdad, la Belleza y el Bien habitan entre los hombres, entre encuentros, muestras, fiestas y espectáculos». ¡Una auténtica y real paradoja!
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