Madrid, 23 de abril de 1899
Queridos compañeros:
Lo que digo en esta carta es algo que brota de mi corazón y espero que lo acojáis como tal.
Hemos convivido durante cinco largos años y al finalizar el quinto año descubro que no hemos construido nada valioso entre nosotros. Esta conclusión ha sido confirmada y puesta de relieve en el reciente debate surgido a raíz de la colocación de los exámenes.
Con independencia de esto y mirando fríamente la realidad observo cómo la gente se mueve guiada por la competitividad, parece que lo más importante en la vida es sacar un punto más que el otro en las notas o conseguir el mejor puesto de trabajo cuando termine la carrera, porque para eso me he estado «fastidiando» durante cinco años; superponiendo todo esto a una amistad desinteresada. No podemos ser ingenuos.
La competitividad hace que las personas olviden el valioso significado que tiene la palabra «gratuidad», y si no se sabe vivir con gratuidad, olvidando los propios intereses y acogiendo al otro, es imposible crear una verdadera amistad.
Yo durante estos años he tratado de vivir esto y por eso he puesto siempre a vuestra disposición mis apuntes, me he interesado por cada uno de vosotros, en cuanto personas, cuando habéis venido a pedirme algo. Por lo visto, la gente no ha captado todo esto.
Sin embargo, y a pesar de que me duele la cruda realidad, yo he sido capaz de vivir de otra manera o por lo menos lo intento cada día. ¿Por qué? Porque mi vida tiene un sentido, y este sentido me viene dado del reconocer que Cristo presente aquí y ahora cambia nuestras vidas. La vida tiene sentido si tenemos como centro un hecho histórico acontecido hace dos mil años y por el que se nos enseñó la posibilidad de vivir de forma más humana. Nos puede parecer inimaginable en esta sociedad consumista, competidora y acelerada en la que el criterio que determina nuestras actuaciones es la apetencia y no el descubrimiento de nuestro destino. Sin embargo, el hombre sólo encuentra el sentido de su vida si se pone en relación con aquello que le constituye. ¿Nunca os habéis preguntado: cuál es el significado último de la vida?, ¿Por qué existe el dolor, la muerte?, ¿Por qué vale la pena vivir realmente...? Seria frustrante que existiendo estas preguntas no hubiera respuesta para ellas.
Yo, gracias a una amistad real y concreta con un determinado grupo de personas, que algunos de vosotros conocéis, y que se llama Comunión y Liberación, he comenzado a descubrir la respuesta.
Tengo muy claro que quiero crecer en humanidad, porque es lo que realmente me hace feliz. Y por ello después de acontecimientos como los del otro día el único sentimiento que me produce es el de tristeza: me da pena que después de haber estado cinco años juntos, a excepción de determinadas amistades aisladas y concretas, no haya surgido un interés por el otro en cuanto persona con sus necesidades reales.
De todas maneras, a pesar de todo, yo soy feliz, os ofrezco mi amistad y pido por vosotros para que descubráis que la vida tiene otro sentido.
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