Queridísimo Fidel:
Han pasado ya un par de meses desde nuestro último encuentro; el tiempo pasa con una rapidez increíble.
Como te dije la última vez que nos vimos, ahora soy el responsable del Hospital de Matany (1). Es el único que funciona en toda la provincia de Karimoyón, pero la zona que atiende es mucho mayor. En la provincia vecina de Teso, todo se encuentra paralizado por la guerrilla y los enfermos no saben a dónde dirigirse. Entonces emprenden un largo viaje con la esperanza de llegar a Matany: con frecuencia no lo logran y mueren en el camino, a veces consiguen llegar hasta nuestras verjas pero luego parece que sus fuerzas les abandonan y mueren apenas son admitidos, sobre todo los niños. A menudo me pregunto si alguna vez cambiará esta situación. Recuerdo que era la misma pregunta que nos hacíamos en Kitgum. La respuesta la tenemos delante de nuestros ojos, trágica y al mismo tiempo llena de esperanza por una salvación que todavía la gente sabe admirar quizá mucho mejor que nosotros. Tengo que decir que en los momentos en los que, ayudado por la liturgia, por mis compañeros de la fraternidad (2) o por los amigos del movimiento, consigo salir de la confusión en la que a menudo me encuentro, debido al cansancio y a la distracción, logro entrever los evidentes signos de la Salvación que aquí actúa. Nuestra presencia misionera -lo digo con humildad, convencido de mi pequeñez y por ello convencido de la grandeza de la vocación que Cristo ha escogido para mí- y la de la Iglesia local ayuda a la gente en momentos críticos. Después, cuando viene la tranquilidad, este pueblo parece olvidarse de Dios, salvo el pequeño resto que continúa viviendo haciendo de Cristo el centro de la vida personal y comunitaria. También el Hospital, como institución de la Iglesia, se ha convertido de algún modo en signo de la presencia de Cristo, en el sentido de hacer posible una reconciliación, un comienzo de reconciliación que aún espera dilatarse y llegar a toda la sociedad. Escribiéndote esto recuerdo todas las veces que habiendo heridos de las tribus en lucha, la de Teso y la de Karimoyón, los hemos encontrado unos al lado de otros, junto a nuestras camas, reconciliados en condición de necesidad común (la enfermedad). Además, la mayoría de nuestras enfermeras son de Teso y, como tú sabes, durante estos años los de Teso sufren todo tipo de vejaciones por parte de los de Karimoyón, pero nunca ha ocurrido que alguna enfermera dejase de hacer todo lo necesario para asistir y cuidar a quien podía ser el asesino de sus padres o familiares. Recuerdo más de un caso de este tipo. En resumen, si se tienen ojos para ver, el Hospital se ha convertido en un signo de reconciliación y de perdón posibles. Tú me conoces y sabes cuánto deseo que todo lo que hago tenga como punto de referencia el centro, Cristo. Sé que cosiendo intestinos y extrayendo balas poco cambiará la situación de los Karamoya, pero también sé con certeza que si uno sólo de los enfermos que recibimos aquí logra encontrar a Cristo, la situación de los Karamoya comenzará a cambiar. Me viene a la memoria el caso de un guerrero que llegó con la mitad de las tripas fuera del abdomen: había recibido una lanzada dada de modo que no causase su muerte inmediata, sino que le hiciese morir poco a poco, en medio de un sufrimiento grande. De hecho, había sido herido hacía dos días y cuando llegó aún vivía, a pesar de sus condiciones, se encontraba al límite de las posibilidades. Estaba muy agitado y se comportaba mal con todos. Se quitaba continuamente la aguja de la vena y la sonda nasogástrica de la nariz. Operarlo fue una lucha desesperada contra él y contra la muerte. Hubo que seccionar cuatro metros de intestino necrótico. Siguió luchando con nosotros durante al menos una semana, mientras que su estado milagrosamente mejoraba. Era algo increíble para todos. Fue entonces cuando decidí hablarle, duramente, irritado por la violencia y la malicia que tuvo con todos: debía de ser uno de esos guerreros que arrasaban los territorios vecinos. Recordé las palabras del padre Tiboni (3): «Si en nuestros hospitales los asesinos no se convierten, entonces nuestra lucha contra el mal es inútil porque curando asesinos no disminuimos el mal en el mundo». Teniéndolo delante comencé a decirle que si era consciente de que el Señor le había salvado la vida, porque estaba claro que no era mi ciencia lo que hacía que él estuviese aún vivo, ya que yo lo había dado por irrecuperable. Al principio, no quiso escucharme, diciendo que había sido el Señor quien le había causado el incidente, pero después poco a poco se fue aplacando y comenzó a contar su desesperación: quien le había herido había sido su hermano más querido, aquél a quien tantas veces había ayudado. Yo me sentí humillado por mi dureza del principio y al mismo tiempo no pude sino comenzar a hablarle del perdón de Cristo. No sé si él le habrá perdonado: lo que sí sé es que desde ese día fue otro. Y esto lo pueden testimoniar los enfermeros que hasta hacía poco tiempo eran insultados continuamente. Te cuento todo esto no por vanagloria sino porque una vez más me convenzo de que si en todo aquello que hacemos, incluso la cosa más buena, el nexo con Cristo permanece escondido, lo que hacemos no sirve al Reino de Dios, sino al ídolo que hacemos de nosotros mismos. Vivo una tensión continua junto a la petición para que esta transparencia acontezca en mi vida: aquello que tenemos por más querido en el cristianismo es Cristo mismo y todo aquello que viene de Él; o mi vida sirve para testimoniar esto o se convierte en inútil el cansancio y el dolor de cada día.
A propósito del cansancio, te diré que existe, y mucho. Como sabes, el Hospital es grande y por una serie de circunstancias, de seis médicos que éramos, nos hemos quedado en tres. El trabajo es el mismo, incluso mayor porque ahora llevo también la administración. Cuando he terminado con los pacientes debo comenzar con las cuentas: el balance debe cuadrar porque de otra forma el Hospital se paralizaría. Nadie me dio clase de administración y no me resulta fácil desenvolverme en los meandros de las finanzas, pero estoy aprendiendo. Es realmente verdad que siempre existe tiempo para aprender algo nuevo.
Estamos muy contentos de contar entre el personal con alguna que otra enfermera que comienza a compartir con Fr. Carlo y conmigo la experiencia de CCL (4). Cuando los encuentro en los diferentes pabellones del Hospital recuerdo la tarea principal que el Señor nos indica que debemos realizar en el Hospital: hacer que Cristo sea una presencia encontrable físicamente por todos. Es una tarea grande, pero con mis amigos y compañeros de fraternidad no me asusta.
Te saludo de corazón y te agradezco el material que me has enviado. Es siempre una gran ayuda, como cada encuentro contigo (pero ahora no te lo creas mucho). Espero que el próximo año te traiga entre nosotros.
En comunión
¡Feliz Navidad!
1. La provincia del Karamoyón en la que se encuentra el Hospital es aproximadamente como la autonomía de Castilla-León.
2. Se refiere a la fraternidad de Comunión y Liberación, erigida canónicamente por el Pontificio Consilium pro laicis el 11 de febrero de 1982.
3. El padre Tiboni es el inspirador y la autoridad moral de la primera comunidad del movimiento en Uganda.
4. CCL corresponde a las abreviaturas del inglés Crist Communion and Life, Cristo es Comunión y Vida, que es el nombre del movimiento en Uganda.
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