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Huellas N.16, Abril 1989

CARTAS

«Si el nexo con Cristo permanece es­condido...»

Queridísimo Fidel:
Han pasado ya un par de meses desde nuestro último encuen­tro; el tiempo pasa con una rapi­dez increíble.
Como te dije la última vez que nos vimos, ahora soy el responsa­ble del Hospital de Matany (1). Es el único que funciona en toda la pro­vincia de Karimoyón, pero la zona que atiende es mucho mayor. En la provincia vecina de Teso, todo se encuentra paralizado por la guerrilla y los enfermos no saben a dónde dirigirse. Entonces em­prenden un largo viaje con la es­peranza de llegar a Matany: con frecuencia no lo logran y mueren en el camino, a veces consiguen llegar hasta nuestras verjas pero luego parece que sus fuerzas les abandonan y mueren apenas son admitidos, sobre todo los niños. A menudo me pregunto si alguna vez cambiará esta situación. Re­cuerdo que era la misma pregunta que nos hacíamos en Kitgum. La respuesta la tenemos delante de nuestros ojos, trágica y al mismo tiempo llena de esperanza por una salvación que todavía la gente sabe admirar quizá mucho mejor que nosotros. Tengo que decir que en los momentos en los que, ayudado por la liturgia, por mis compañe­ros de la fraternidad (2) o por los amigos del movimiento, consigo salir de la confusión en la que a menudo me encuentro, debido al cansancio y a la distracción, logro entrever los evidentes signos de la Salvación que aquí actúa. Nuestra presencia misionera -lo digo con humildad, convencido de mi pe­queñez y por ello convencido de la grandeza de la vocación que Cris­to ha escogido para mí- y la de la Iglesia local ayuda a la gente en momentos críticos. Después, cuando viene la tranquilidad, este pueblo parece olvidarse de Dios, salvo el pequeño resto que conti­núa viviendo haciendo de Cristo el centro de la vida personal y comu­nitaria. También el Hospital, como institución de la Iglesia, se ha convertido de algún modo en signo de la presencia de Cristo, en el sentido de hacer posible una re­conciliación, un comienzo de re­conciliación que aún espera dila­tarse y llegar a toda la sociedad. Escribiéndote esto recuerdo todas las veces que habiendo heridos de las tribus en lucha, la de Teso y la de Karimoyón, los hemos encon­trado unos al lado de otros, junto a nuestras camas, reconciliados en condición de necesidad común (la enfermedad). Además, la mayoría de nuestras enfermeras son de Teso y, como tú sabes, durante es­tos años los de Teso sufren todo tipo de vejaciones por parte de los de Karimoyón, pero nunca ha ocurrido que alguna enfermera de­jase de hacer todo lo necesario para asistir y cuidar a quien podía ser el asesino de sus padres o fa­miliares. Recuerdo más de un caso de este tipo. En resumen, si se tie­nen ojos para ver, el Hospital se ha convertido en un signo de re­conciliación y de perdón posibles. Tú me conoces y sabes cuánto de­seo que todo lo que hago tenga como punto de referencia el cen­tro, Cristo. Sé que cosiendo intes­tinos y extrayendo balas poco cambiará la situación de los Kara­moya, pero también sé con certe­za que si uno sólo de los enfermos que recibimos aquí logra encon­trar a Cristo, la situación de los Karamoya comenzará a cambiar. Me viene a la memoria el caso de un guerrero que llegó con la mitad de las tripas fuera del abdo­men: había recibido una lanzada dada de modo que no causase su muerte inmediata, sino que le hi­ciese morir poco a poco, en medio de un sufrimiento grande. De he­cho, había sido herido hacía dos días y cuando llegó aún vivía, a pe­sar de sus condiciones, se encon­traba al límite de las posibilidades. Estaba muy agitado y se compor­taba mal con todos. Se quitaba continuamente la aguja de la vena y la sonda nasogástrica de la na­riz. Operarlo fue una lucha desesperada contra él y contra la muer­te. Hubo que seccionar cuatro me­tros de intestino necrótico. Siguió luchando con nosotros durante al menos una semana, mientras que su estado milagrosamente mejora­ba. Era algo increíble para todos. Fue entonces cuando decidí ha­blarle, duramente, irritado por la violencia y la malicia que tuvo con todos: debía de ser uno de esos guerreros que arrasaban los terri­torios vecinos. Recordé las pala­bras del padre Tiboni (3): «Si en nuestros hospitales los asesinos no se convierten, entonces nuestra lucha contra el mal es inútil por­que curando asesinos no disminui­mos el mal en el mundo». Tenién­dolo delante comencé a decirle que si era consciente de que el Señor le había salvado la vida, porque es­taba claro que no era mi ciencia lo que hacía que él estuviese aún vivo, ya que yo lo había dado por irrecuperable. Al principio, no quiso escucharme, diciendo que había sido el Señor quien le había causado el incidente, pero después poco a poco se fue aplacando y co­menzó a contar su desesperación: quien le había herido había sido su hermano más querido, aquél a quien tantas veces había ayudado. Yo me sentí humillado por mi du­reza del principio y al mismo tiempo no pude sino comenzar a hablarle del perdón de Cristo. No sé si él le habrá perdonado: lo que sí sé es que desde ese día fue otro. Y esto lo pueden testimoniar los enfermeros que hasta hacía poco tiempo eran insultados continua­mente. Te cuento todo esto no por vanagloria sino porque una vez más me convenzo de que si en todo aquello que hacemos, incluso la cosa más buena, el nexo con Cristo permanece escondido, lo que hacemos no sirve al Reino de Dios, sino al ídolo que hacemos de nosotros mismos. Vivo una ten­sión continua junto a la petición para que esta transparencia acon­tezca en mi vida: aquello que te­nemos por más querido en el cris­tianismo es Cristo mismo y todo aquello que viene de Él; o mi vida sirve para testimoniar esto o se convierte en inútil el cansancio y el dolor de cada día.
A propósito del cansancio, te diré que existe, y mucho. Como sa­bes, el Hospital es grande y por una serie de circunstancias, de seis médicos que éramos, nos hemos quedado en tres. El trabajo es el mismo, incluso mayor porque ahora llevo también la administra­ción. Cuando he terminado con los pacientes debo comenzar con las cuentas: el balance debe cuadrar porque de otra forma el Hospital se paralizaría. Nadie me dio clase de administración y no me resulta fácil desenvolverme en los mean­dros de las finanzas, pero estoy aprendiendo. Es realmente verdad que siempre existe tiempo para aprender algo nuevo.
Estamos muy contentos de contar entre el personal con algu­na que otra enfermera que co­mienza a compartir con Fr. Carlo y conmigo la experiencia de CCL (4). Cuando los encuentro en los dife­rentes pabellones del Hospital re­cuerdo la tarea principal que el Se­ñor nos indica que debemos realizar en el Hospital: hacer que Cris­to sea una presencia encontrable físicamente por todos. Es una ta­rea grande, pero con mis amigos y compañeros de fraternidad no me asusta.
Te saludo de corazón y te agra­dezco el material que me has en­viado. Es siempre una gran ayuda, como cada encuentro contigo (pero ahora no te lo creas mucho). Espero que el próximo año te trai­ga entre nosotros.
En comunión
¡Feliz Navidad!

1. La provincia del Karamoyón en la que se encuentra el Hospital es aproxima­damente como la autonomía de Cas­tilla-León.
2. Se refiere a la fraternidad de Comunión y Liberación, erigida canónicamente por el Pontificio Consilium pro laicis el 11 de febrero de 1982.
3. El padre Tiboni es el inspirador y la au­toridad moral de la primera comunidad del movimiento en Uganda.
4. CCL corresponde a las abreviaturas del inglés Crist Communion and Life, Cris­to es Comunión y Vida, que es el nom­bre del movimiento en Uganda.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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