La intervención de Francesco Ricci fue la última de la I Jornada del CESAL (Centro de Estudios y Solidaridad con América Latina), celebrada en Madrid el 4 de febrero, y su intervención no clausuró sino que, por el contrario, relanzó el reto que Juan Pablo II ya había lanzado hacía años en Puebla: reconstruir la unidad del sujeto, porque sólo de este sujeto podrá surgir una sociedad nueva que combata la galopante «homologación cultural» que acosa al mundo entero. Pero, ¿dónde está el sujeto capaz de asumir esta tarea como proyecto y como experiencia de vida?
Pronunciar esta conferencia, más que amabilidad por mi parte, es para mí un atrevimiento, por tratarse de un italiano que pretende hablar en una Jornada en que los españoles se interpelan sobre su propia historia.
Yo no conozco España. O mejor, sí, la conozco sin conocerla. La conocí en América Latina, con los ojos, caminando por las calles de Quito, mirando sus iglesias y su arce, leyendo a sus autores: Vargas Llosa, Ocravio Paz, ... ¿Cómo diría yo? Conociendo a la madre al conocer a la hija. Y, a propósito de esca relación madre-hija, permítanme contarles una anécdota que no olvidaré en la vida.
Me encontraba una noche en Cochabamba, en el Arzobispado, reunido con un grupo de jóvenes convocados por el Arzobispo. Todos los que participaban en el encuentro eran catequistas universitarios. La conversación desembocó en un debate interminable sobre el V Centenario. Pues bien, estos catequistas de parroquia, conocidos personalmente por el Obispo, repetían de una forma barata, como de slogan, todos los esquemas de la leyenda negra, gritando contra el «genocidio» hecho por los españoles, sintiéndose víctimas.
Y, sin embargo, codo en ellos desmentía lo que estaban diciendo: sus rostros -que eran de indio la mayoría-, sus cuerpos, su modo de hablar el castellano, su manera de expresar los pensamientos ... ; codo en ellos dejaba claro que no hubo genocidio. Para ver un indio norteamericano, hay que visitar a los profesionales de las reservas, como un espectáculo.
En Latinoamérica los indios y mestizos se encuentran en codos lados. Incluso se siente en la lengua: en Paraguay, el guaraní es la segunda lengua nacional. El quechua, el quichúa son dialectos que todavía hoy se hablan ... Y éstos estaban gritando como locos contra la Iglesia, los misioneros, contra todo, ...
Y yo me preguntaba: pero, ¿es que no aceptan su pasado y lo rechazan? U no, personalmente, si no acepta su pasado no puede tener futuro. Y esto que vale para la vida personal, se aplica de igual modo a la vida de un pueblo: un pueblo que no acepta su pasado no puede tener futuro. Es un suicidio. Y aquí es eso lo que pasó: la madre indujo un complejo de culpa a la hija. Es como ciertos hijos que rechazan a su madre por ser una mala mujer. El juicio sobre esta madre no es objetivo, porque ame todo es su madre, sea buena o mala; lo primero es que es su madre, luego se verá lo demás. Lo que ocurría en Cochabamba era que el hecho de reconocer en la madre una culpa moral no les permiría conocerla como madre. Esto es terrible. Yo pensaba: «Esto no puede ser cosa de la hija, no está en la hija, tiene que venir de la madre». Y me preguntaba: «Madre, c·dónde estás?; España, c·en qué estás? c·Por qué permites a tu hija que se pierda neuróticamente comunicándole tu neurosis?».
Por eso, venir a España y escuchar todo lo que hoy dijeron era para mí un momento necesario. Yo no podía continuar viviendo en América Latina, asumir responsabilidades históricas allá, sin tener una respuesta a este problema: la madre, ¿sigue trasmitiendo su neurosis a la hija? Hablo de neurosis porque, de hecho, la madre no reconoce a la hija; no se siente madre de su hija. Así pues, el problema latinoamericano no es un problema latinoam_ericano como conciencia, sino que es un problema español.
La pregunta que ustedes se propusieron hoy es una pregunta tremenda: «c·En qué se decide el futuro?» Y no sólo el futuro de Latinoamérica, sino también el de España y en cieno sentido el del mundo entero. Y mientras permanezca esa relación neurótica entre los dos continentes, emre los dos polos del gran eje atlántico, no hay solución ni alternativa.
Nosotros hoy necesitamos una solución. España, ¿cómo se explica a sí misma este error de interpretación de su propia historia? Hoy he recibido aquí bastantes respuestas, aún no conclusivas, elementos de interpretación, pero no una interpretación total.
Es largo el camino porque no se trata sólo de dar una interpretación filosófica o hermenéutica a los acomencimiemos del pasado, sino que se trata de sanar una enfermedad. Y esto que me pasó en Cochabamba, me ocurrió igual en Manaus, en la Facultad de Teología de Lima, en la de Económicas en Santiago de Chile, ...
¿Cuál es mi manera de ver el problema? El problema está en algo que debía ser recuperado más hondamente en la autocomprensión histórica de España.
De lo que mi curiosidad me llevó a ver en los textos originales de la Conquista, los textos de los misioneros, de los primeros evangelizadores, ... he sacado una conclusión: para poder explicar la Conquista, hay que mirarla a la luz de la Reconquista; esto es una clave de lectura de la historia española que no se puede pasar por alto nunca. El tipo humano que es protagonista de la Conquista, la estructura antropológica del hombre español que pudo hacer lo que hicieron aquellos veinte mil españoles que conquistaron desde Méjico a la tierra araucana; este puñado de hombres, digo, no pudo existir ni actuar como actuó sin venir de una extraordinaria experiencia que fue la de la Reconquista. Esto es tan evidente que toda la estruc
tura social que lograron imponer en los territorios conquistados asume la forma típica de la estructura social, económica y política de la España de la Reconquista. Hasta las encomiendas; todo fue pensado desde lo que se había vivido aquí, en la Península.
Yo tengo una gran admiración por aquellos hidalgos españoles que se trasladaban hacia un mundo desconocido. Pero esto, ¿cómo y por qué lo hicieron? ¿Por qué y para qué lo hicieron? En los rela- - tos de la historia de Chile se dice que los conquistadores bajaron de Lima a Chile a pie, cuando hoy para nosotros es cansado hacerlo en avión (cuatro horas). Lucharon,
sólo murió uno -que lo mató Aguirre al considerarlo un traidor-, y volvieron a Chile pasan
do por el desierto del norte, que es un desierto terrible. ¿Cómo se puede hacer esto? Se puede pen
sar, escribir una novela, pero, ¡¿hacerlo?! ¿En qué consiste el se
creto, la razón1 Porque hay que darse una razón; no basta con tOmar nota de los daros. Por ello hay que recurrir a una interpretación.
No creo que se pueda hacer una división por categorías como la que se suele hacer de laicos-conquistadores y religiosos-evangelizadores. Según esta división los primeros colonizan y son «malos»; los segundos evangelizan y son «buenos». Est0 no corresponde a la figura del aventurero español -está claro que aventureros eran-. ¿Se podía separar en la Reconquista la fe del deseo de una liberación? No, están tan e.otremezclados que decir que el religioso era el que evangelizaba y el hidalgo el que hacía la política es erróneo. Lo mismo ocurre en la Conquista. Tampoco aquí se puede pensar en est0s términos. Quizás sea ésta la causa de la neurosis: que no se quiere aceptar el haber engendrado una hija en estas condiciones. No se acepta a la hija, y ésta, al no sentirse aceptada, cae en la misma neurosis que la madre.
Pues bien, ¿qué hace Juan Pablo II en América Latina tres meses después de su elección1 Allí inaugura frente a la hist0ria su pontifiLado. Por primera vez la inauguración histórica no se hace en Roma; allí se hace la liturgia. Se inauguró en Puebla de los Angeles. Est0 da que pensar. Y aún más hace pensar la intervención del Papa allí, cuando la Iglesia latinoamericana está haciendo su esfuerzo más grande por llegar a una autocomprensión que le permita ser una presencia en el futuro y en el presente. Y precisamente el discurso de Juan Pablo II en Puebla propone a la conciencia de los obispos y del Pueblo de Dios en América Latina las condiciones básicas que permitan reconstruir la unidad del sujeto, liberándolo de su neurosis. Porque la Iglesia no puede estar presente como presencia real y aportadora en la historia si acepta una interpretación esquizofrénica de la propia historia; así que, con el famoso trípode reflexivo de Puebla: la verdad sobre el hombre, sobre Cristo y sobre la Iglesia, el Papa pone los fundamentos antropológicos, cristológicos y eclesiológicos de una unidad. Porque la Iglesia es un acontecimiento en el que no se puede dar esta división, esta separación. No se puede tener una concepción según la cual hay una hist0ria profana y una historia sacra, porque Crista mató definitivamente esta separación. Y entonces la contradicción entre profano y sacro no puede ser admitida. La Iglesia no puede permitir que la reduzcan al templo. Al contrario, ella se presenta como sujeta de salvación que hace posible la historia, porque, ¿qué es una hist0ria sin salvación? Pero también, ¿qué es una salvación sin historia?
Y el Papa pone de nuevo las bases para una reconstrucción de la unidad del sujeto eclesial: que no se piense más como dividido en sí mismo, porque separar historia y fe quiere decir separar en el hombre el aspectO religioso y el aspecto político, social, histórico, ... la vida. Y si el cristiano está dividido entre «hombre de fe» y «hombre político, económico, cultural...» tampoco existirá una unidad como pueblo. En el clima del trípode de Puebla se hace posible, pues, la reflexión sobre la historia de la Iglesia de América Latina, lo que representa la contribución más original respecto a Medellín. Surge de modo espontáneo la necesidad de concebir la Iglesia como sujeto real de la historia latinoameriéana; no sólo de la historia «eclesial», sino de la historia global del Continente. Por primera vez aparece en la historia un sujeto -la Igle3ia- capaz de ponerse como «el sujeto»de la historia de un continente, de un conjunto de pueblos, y con una visión que abarca todo, el bien y el mal, los aciertos y los errores, ... Este sujeto incluye en su misma subjetividad reconstruida a los encomenderos, a los pecadores, a los capitanes, a los frailes que defendían a los indios, etc.
Esto fue Puebla; lo demás es importante pero no tan esencial como el descubrimiento de la Iglesia como sujeto de la historia que vive en sí una unidad que incluye toda la realidad: el bien y el mal.
Pero el Papa no se limitó a Puebla. Durante estos once años visitó toda América Latina, y lo que había sido un mensaje dirigido a los obispos se convirtió en un mensaje dirigido a los pueblos (hubo lugares donde participó prácticamente todo el pueblo en los encuentros con el Papa). En ningún país faltó que el Papa les diera las categorías hermenéuticas para interpretar su propia historia. No separó nunca el discurso sobre la fe del discurso sobre la historia; él personalmente como educador de la fe, mostró en sí esta unidad de la Igesia como sujeto de la historia, como Iglesia de liberación.
Me permito sólo una pequeña polémica con una cierta teología de la liberación. No son las opciones las que hacen la historia. No la opción por esto o por lo otro, lo que hace histórico a un sujeto, sino una síntesis en la que uno se presenta como sujeto capaz de integrar en sí mismo toda la realidad, lo bueno y lo malo. Porque si la historia se hace gracias a una opción, ésta se transforma en un partido, como ha sucedido en el sur del Brasil con la opción preferencial por los pobres.
Después de Puebla se vio claro el problema: ¿cómo se hace presente hoy este sujeto portador de la unidad y que es, además, el sujeto real de la historia latinoamericana? ¿Cómo se manifiesta? ¿Quién es? En todos los países en los que el Papa iba a comunicar su mensaje, al marchar quedaba el gran interrogante: ¿quién asume en este país el mensaje no como contenido, sino como vida?
Recuerdo el último viaje del Papa, a Asunción; el encuentro con «los constructores de la sociedad», un encuentro casi prohibido por Stroessner, del cual ya se gestaba su caída. A mí, de este impresionante encuentro me quedó sólo la pregunta: ¿cuántos años necesitará este Pontificado para que surta sus efectos en la historia? Me vino una respuesta a la cabeza: al menos veinticinco años. Y me vino a pesar de estar viendo a toda la oposición de derechas, de centro y de izquierdas en torno al Papa. Era la impresión de la falta de un sujeto real que asumiera el mensaje y lo tradujera en hechos concretos: en una Presencia. Y éste es para mí el gran problema de América Latina. El problema central no son las dictaduras, la deuda externa, la inflación, ni el terrible empobrecimiento macroscópico e impensable, la miseria generalizada,... éstos son grandes problemas humanos, terribles, pero no es el problema central. El problema central es éste: ¿va a aparecer el sujeto que asuma esta unidad como proyecto y experiencia de vida?
Para terminar quiero apuntar una cuestión nueva. Puebla veía el gran desafío a la Iglesia en la secularización; hoy ya no es éste el problema; hay otro: la homologación cultural de todo Occidente, incluyendo a América Latina, en una cultura poscristiana. Y así, el cristianismo sólo puede sobrevivir como un terrón de azúcar que se disuelve en el agua y que ya no existe como unidad, como cuerpo. La forma en que se disuelve es en que los valores cristianos se hacen comunes, compartidos, y que no tienen su razón en Cristo, sino en ser universales. Ya no hacen falta ni Cristo ni su Iglesia. Éste es el proyecto sobre Latinoamérica. La secularización no es más que un medio para llegar a esto.
O se resuelve el problema de un sujeto histórico real o el proceso de homologación cultural se impondrá a la cultura de religiosidad popular sobre la que la Iglesia ha tratado de sobrevivir hasta hoy. No hay otra posibilidad de supervivencia para la Iglesia que la religiosidad popular.
Por ello la nueva Evangelización de Juan Pablo II -primero por Europa, y luego por América Latina y Africa-es una hipótesis de trabajo estupenda. Nosotros estamos llamados a reevangelizarnos y a reevangelizar. Así pues, la madre debe volver a su maternidad, rechazada durante siglos. La nueva Evangelización la tiene que llevar a cabo un nuevo sujeto eclesial que viva en sí la unidad en la historia y sepa construir un mundo a partir de su propia unidad.
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