En el décimo primer piso de un edificio popular, en el corazón del distrito veinte, en un barrio habitado casi íntegramente por árabes, viven Norberto y Delia, con un hijo de quince años. A los casi cincuenta años, él (ella no lo sé, seguramente es más joven), tratan de rehacer su vida. Por segunda vez. La primera fue a mediados de los años '70, cuando huyeron de Argentina, abandonando la lucha armada con los montoneros, y llegaron a París en busca de una existencia humana, de Dios y de un trabajo. La segunda vez es la historia presente iniciada cuando sintieron su vida explicada en toda su profundidad en el encuentro con El sentido religioso, de Luigi Giussani: una luz imprevista a la que quieren dejar esclarecer a toda costa los pasos de su humanidad.
Norberto y Delia se quieren desde hace años, con aquella ternura esencial y fuerte que pueden experimentar sólo los verdaderos compañeros de camino, sobre el camino del destino.
Su love-story, historia de amor y más historia todavía la del amor de Dios por ellos, comienza en las peores circunstancias. Así contada, parece una película de aventuras. Pero la realidad, como siempre, es más prosaica. Enrolados en las filas de los montoneros, se encontraban en una cueva secreta de los guerrilleros. Se conocieron allí. No con sus verdaderos nombres, sino con los de batalla, es decir, los de la clandestinidad en cuyo juego de fuerza habían entrado. Él es Cacho, intraducible. Ella Chela, abreviado de Graziella, ambos atrapados como liebres por perros.
Él deberá esconderse después de una acción revolucionaria armada, un alocado asalto a las cárceles para liberar a cuatro compañeros detenidos. Operación que tendrá éxito a excepción de un compañero que había perdido la vida acribillado por la ametralladora de la guardia. Este compañero era el marido de Delia. Ella, todavía jovencísima, había huido precipitadamente de la rica casa burguesa de su rebelde adolescencia. Sus compañeros los recogieron apresuradamente, según un plan de emergencia puesto en acción inmediatamente después de la acción armada contra la cárcel.
Delia no tiene más que una hora para comprender que Bruno, su marido, ha muerto, recoger algunos vestidos, localizar por teléfono y citar en un bar a su padre, ignorante hasta entonces, para soltarle de golpe aquello que había sucedido: que era militante de la lucha clandestina y que debía marcharse apresuradamente y entrar en la clandestinidad.
Procediendo de historias, familias y experiencias muy diversas, Cacho y Chela se encuentran entonces sobre el mismo camino inaccesible de la lucha por la vida y por la revolución. Muy unidos más que por la pasión política o por un ideal de justicia por el sentimiento de la dramaticidad de la existencia.
Empiezan a compartir la vida, en la medida que la absurda vida del guerrillero revolucionario lo permite, cada uno con un par de uniones fallidas a la espalda, incluso con hijos.
Norberto es hijo de una familia hebrea de origen alemán. En aquella casa los hijos son circuncidados como era costumbre. Pero por lo demás no había ninguna huella de religiosidad: «La trascendencia siempre permanece fuera de aquella puerta. Jamás una referencia a Dios, jamás se permite el derecho a acceder a las preguntas últimas de la vida. Ni siquiera para negarlas, ni siquiera para blasfemar. Peor que el ateísmo». Con esta repulsión por el judaísmo fingido de su casa, Cacho conoce algo de la Iglesia católica, y entra en relación con ella del modo siguiente. En primer lugar, la escuela elemental, donde el pequeño Norberto, no se sabe por qué, tiene la misión permanente de llevar el estandarte en las procesiones de las fiestas solemnes. Banal, pero estimado recuerdo.
Después, la adolescencia y el descubrimiento del Evangelio. En aquella lectura le fascina la humanidad de muchos personajes, sobre todo la de Pedro. Así, impresionado por aquellas páginas -no encuadradas por el rigor interpretativo, sino cercanas de un modo sincero y vivo- escribe sobre las poesías: «Tengo necesidad de Dios. Tengo necesidad como del aire y del pan, siempre, incluso aunque no sepa reconocerlo y darle un nombre.»
La aventura política comienza, casi por azar, en el '58. Norberto acaba de empezar los estudios de jurisprudencia; le interesan sobre todo los derechos de los trabajadores. Es elegido delegado sindical de la CGT (Confederación General de los Trabajadores), potente central sindical inspirada en el «justicialismo» y que entonces, derrotado Perón en el '55 y derrotadas también las sucesivas dictaduras militares, es regida por el gobierno central del radical Frondizi. Llega la licenciatura. Por fin puede defender, código en mano, la causa de los trabajadores y de los prisioneros políticos.
«Pero todo esto no basta», dicen muchos en el sindicato. «No basta para cambiar realmente las cosas.» Había estallado la revolución cubana, en el '59, y su fuerza de reclamo era inmensa. Después aparecerá en el firmamento de los héroes revolucionarios la mítica figura de Che Guevara... El sueño de la nueva sociedad, del paraíso en la tierra recorre las nuevas generaciones latinoamericanas de los años '60.
El abogado Norberto entra a formar parte de las organizaciones peronistas de extrema izquierda (el movimiento «justicialista», de fuerte base popular, es durante aquellos años una galaxia de posiciones), como muchos de sus compañeros, como muchos de los obreros de los suburbios rojos de Buenos Aires, Avellaneda en cabeza. Comienzan los atentados con bombas, los atentados en apoyo a los parados. «Pero no se quería la violencia por la violencia, al menos contra la persona.» La primera operación de la que Cacho y los suyos serían los encargados consistía en colocar un artefacto en las vías para poner fuera de uso el ferrocarril. «Colocada la bomba -cuenta- nos estábamos alejando, cuando divisamos un convoy imprevisto... Entonces corrimos desesperadamente a desmontar el mecanismo, arriesgando la piel, para evitar el desastre. La actitud de respeto a la vida humana que teníamos al principio era muy distinta de aquélla que prevalecerá en seguida en las formaciones guerrilleras, a través de una progresiva exasperación.»
(«He sido un mal marido y un mal padre», Delia no lo duda. «Sí», dice él.) La política se convierte bien pronto en un hecho totalizante. El grupo de los desesperados de Avellaneda comparte la lucha pero también la vida. Entre ellos hay un espíritu fraterno, la ideología no es lo más importante, al contrario, resulta un poco abstracta. La política es una práctica, la única posibilidad de vivir algo para los pobres, para los opuestos a las injusticias y la única política posible en tiempo de dictadura parecía la de la lucha armada. La vida se desdobla entre una existencia civil «normal» por un lado y la participación, por otro, en la lucha revolucionaria «sin hacerlo saber a nadie». Excepto si se es descubierto y se debe pasar a la clandestinidad. En la psicología cotidiana está la consabida aceptación del riesgo de la vida, por honestidad con las propias convicciones, y el desprecio por los intelectuales, que predican la revolución sin correr ningún peligro. Por lo demás, no había desaparecidos entre ellos todavía; el primero sería un abogado, como Cacho.
Ser abogado y combatiente era la cosa más difícil, se estaba demasiado expuesto. En cierto sentido el guerrillero a tiempo pleno estaba más seguro en la total clandestinidad. Cacho lo hace a la fuerza, a partir del desafortunado asalto a la cárcel del Buen Pastor de Buenos Aires, en el '71.
El plan era simple y temerario.
El abogado tiene derecho a entrar en la cárcel, para dialogar con sus clientes. Cuando el carcelero entra, el apacible defensor de oficio le apunta bajo su nariz con una pistola y hace pasar a los compañeros. Sabe que la acción puede costarle la vida, en cualquier caso está seguro de que éste es el último acto de su existencia civil. Ser descubierto así le obligaba a entrar para siempre en la clandestinidad.
El paso a la clandestinidad es celebrado con un acto de heroísmo naif: Cacho toma papel y pluma, anuncia su decisión a los cuatro vientos mandando una carta a los periódicos. Victoria o muerte de la revolución, es la conclusión. Firmado con nombre, apellidos y profesión. Aparece en todos los periódicos. En todos los diarios de aquellos días aparece también la foto de Delia: la mujer del guerrillero muerto en aquella acción.
Delia, por aquella época, ya hacía tiempo que se había marchado de casa. Siempre había tenido una relación muy conflictiva con su familia. Nunca había habido un momento en el que su padre no estuviera ocupadísimo en sus negocios. La madre neurasténica, mal de la cabeza y fuera de la realidad. Su padre, que apreciaba a la oveja negra de la familia, se verá obligado en último extremo a hacerse una pregunta, a la que tal vez nunca haya sabido responder. Fue en aquel bar donde Delia le había citado. «Papá, Bruno ha muerto en un atentado. Era un guerrillero, y también yo lo soy. Debo huir». El se quedó pálido y desfallecido. Su contestación fue: «¿Qué hemos hecho nosotros, los padres, nosotros adultos? ¿Por qué nuestros jóvenes han sido obligados a tanto?»
Y dijo al montonero que debía conducirla fuera: «Cuida de ella».
No había tiempo para explicaciones. Delia le envió noticias algún tiempo después, a través de un sacerdote amigo, el padre Carlos Mujeta, alto-burgués por casualidad y cristiano por el socialismo que morirá asesinado, no se sabe si por la derecha o por la misma izquierda de la que era partidario. Se sabe que las amenazas venían de ambas partes y que él se daba perfecta cuenta de la degeneración totalitaria que operaba entre los montoneros.
Delia era la mayor de los cinco hijos nacidos en aquella familia, muy católica en los ritos externos, muy burguesa en el alma y en la escala social, totalmente incapaz de relaciones positivas en su interior. Es una chica muy sensible, da mucha importancia a los sentimientos verdaderos. Un poco por esto, un poco por su espíritu de contradicción en la confrontación con el insoportable formalismo vacío de la familia, se adhiere al Evangelio, mejor aún, a lo esencial del Evangelio. Toma en serio, casi literalmente, aquel mensaje que le parece dirigido sobre todo a los pobres. Ella, tan rica, es rebelde y anárquica. La Iglesia le parece demasiado alejada del ideal evangélico. No soporta a los curas ni a los obispos.
«La mala relación con la institución eclesiástica ha señalado toda mi vida». Abandona la Iglesia por el trauma que le provocó un sacerdote al que, a los diecisiete años, había confesado la relación con un chico; él la cubrió de improperios con una vehemencia que le pareció inaudita. También todos sus hermanos abandonarían la Iglesia, pero sin traumas, por la inercia burguesa de las cosas. Ella no. Ella lo hace por algo que le ruge dentro, más grande que ella. Se encierra en la habitación, rechaza la comida durante una semana. Los padres la confían a un psiquiatra: creyente, naturalmente, para salvar las formas; éste comprende que el problema son los padres... La madre no sabe decir otra cosa a la hija: «Si dejas el catolicismo, ¿a qué te adherirás cuando tengas desgracias en la vida? Y además eres la mayor, debes dar ejemplo». Pero no dice nada que responda a la pregunta que Delia tiene dentro. Pregunta que se expresaba de mil formas -en relación a la muerte, el sentido de la vida, el purgatorio y el paraíso, el destino del hombre- que desde que tenía once años dirigía a su padre, por la tarde, las veces que él le concedía media hora de su precioso tiempo. El padre era un hombre culto, tenía en la biblioteca todos los libros posibles, incluso Mein Kampk, pero ni una línea de marxismo.
Delia fue enviada más adelante a la escuela francesa, por la insistencia ambiciosa de su madre. La investigación filosófica, en Francia naturalmente, debía ser el destino de aquella chica tan inteligente. Ella rehúsa. «Basta de Iglesia y basta de Francia. Estoy en Argentina, que está llena de pobres. Dejadme leer a Marx y lo que de él deriva.»
La familia es un drama que se agrava por las siguientes vicisitudes sentimentales. Delia, jovencísima, decide casarse. Es inestable, no encuentra equilibrio. Se va de casa mientras el padre rompe las relaciones y la madre se va de vacaciones como si nada ocurriese. Se va para buscar..., ni siquiera ella sabe qué. Encuentra un trabajo y mientras tanto estudia sociología.
Cuando se casa, se ve obligada a hacerlo por la Iglesia, de otro modo el padre no le hubiera dado la autorización. El matrimonio durará sólo dos años. En la Facultad de Sociología, Delia inicia la militancia en un partido de inspiración socialista. En la universidad se hablaba mucho de los pobres, pero los pobres en realidad no se veían. Delia inicia un trabajo en barrios donde verdaderamente había pobres. Encuentra en aquella gente el afecto y el compartir que nunca había tenido. ¿Qué importa si para conciliar trabajo, estudio y política hay que levantarse a las cinco de la mañana para luego ir a la bidonvilla?
La historia de Delia cuenta después que el camino de la política, por una cadena de decisiones coherentes, la lleva al peronismo, a los cargos y grupos de extrema izquierda y finalmente a la lucha armada.
El camino de la lucha armada que Cacho y Delia recorren durante años es en realidad un callejón sin salida. Al final llega la desesperación. Cambiaban los regímenes en Argentina, a las dictaduras militares les sucedían los gobiernos constitucionales y viceversa. «Pero toda nuestra obra la veíamos finalmente hundirse».
En el transcurso de aquellos años, ¿cuántos compañeros murieron? ¿Y por qué? ¿Qué se había obtenido? Además, ¿era la violencia el método de lucha política? Habían pasado por la Casa Rosada los radicales, los generales, incluso los radicales del otro bando, un gobierno peronista, Perón en persona, después su segunda mujer, Isabelita (período de un terrible jaleo). Y en el '76 nuevamente la dictadura, «Basta, ya no se puede más. Hay que irse, huir al exilio, ya no hay esperanzas» .
Es el año '76 y Cacho y Chela parten hacia Francia con el pequeño Martín, nacido en la clandestinidad de padres que entonces no hablaban de otra cosa que de política, y que sin embargo lo querían bautizado, con padrino marxista. Como diría un día el padre de Delia: «Tú siempre has tenido dentro de ti el sentido religioso como una herida abierta». Era verdad. Como también era cierto que Norberto, judío alemán, todavía se sentía atraído por el Evangelio de Cristo.
En Francia comienza, con trabajo, la nueva vida. Cacho debe dar un sentido a aquella existencia, es necesario ir al fondo de algo que merezca la pena. La religión católica, ¿por qué no? «Debo decirte algo» . Delia está pasando el aspirador. «Quiero entrar en la Iglesia católica.» Ya han pasado varios años, más de diez. «La Iglesia de los obispos y de los curas, no.» Delia parece firme. Pero al final cede aceptando hacer de madrina. Bautismo y confirmación de Cacho.
Finalmente, encuentran un trabajo estable: como profesores en los cursos para adultos, que el conocimiento de las lenguas les ha facilitado, sobre todo el español que es la de origen. Bien o mal, consiguen vivir al día.
Delia, de todos modos, no quiere saber nada de los curas. Cacho, se compromete en la CCF, Comité eclesial contra el hambre en el mundo, como consecuencia de su continua búsqueda de «compañeros de camino.»
Se recogen fondos que terminan, no en los hambrientos, sino en las organizaciones de la guerrilla marxista. Es un duro golpe para Cacho, un terrible desencanto. Él conoce bien cuál es la lógica despiadada, tan alejada de los ideales originales, que domina en este tipo de organizaciones. Lo sabe muy bien. Se empieza proyectando defender la causa de los oprimidos, más tarde la lógica de las elecciones realizadas y la fuerza de las circunstancias empujan a ocuparse de propaganda, de reclutamiento, de «acciones ejemplares» . En resumidas cuentas, la lucha armada se convierte en el fin por el que sacrifican todo.
Comentando los años parisinos dicen: «Estábamos buscando un contexto humano en el que podernos reconocer, donde nuestra inquietud pudiera encontrar el camino de un cambio de nosotros mismos y de la realidad que nos rodeaba». Entonces comienzan los contactos con Solidarnosc, el deseo de hacer conocer en América Latina la experiencia de los trabajadores polacos, la dificultad y las barreras ideológicas encontradas en este intento. Más tarde la búsqueda de una relación con la Iglesia. «Pero nuestra experiencia de contacto con el catolicismo francés nos desilusionó. Nuestra vida espiritual y también la de nuestro hijo de quince años se encontró frente a un gran vacío. Nuestra inquietud no encontraba ninguna respuesta, nuestros intentos de comunicarnos con los que nos parecían más cercanos, tal vez porque eran progresistas, inexorablemente, estaban condenados al fracaso.» Por suerte, durante el exilio parisino, pasaron las vacaciones de verano en Venecia. Delia (de Chela no quiere oír hablar más) y Cacho (que por el contrario es todavía Cacho, así está bien...) tienen amigos en Venecia. En Lido tiene lugar el nuevo y decisivo encuentro, a través del diario La Repubblica, con la entrevista a Formigoni y el testimonio de su opción por Cristo y por la virginidad; leen La Repubblica cuando están en Italia, porque se parece un poco a Le Monde, que no les convence del todo, «pero, ¿qué alternativa hay?» De cualquier modo, la entrevista les impresiona. Es muy diferente de las frecuentes vuotaggini de los políticos. Les impresiona la convencida serenidad con la que el entrevistado habla de la opción vocacional de pertenecer al grupo de consagrados a Dios. Gratuidad evidente de una posición humana. Entonces, ¿de Cristo, de aquel Cristo del mensaje evangélico, ideal alejado de la práctica, se puede efectivamente vivir?
La noticia, original e interesante, y la pregunta quedan grabadas en la memoria y por el momento dejadas a un lado.
Transcurre el año 1985, y todavía parece que nada ocurre. Pasa el tiempo, vuelven a ir de vacaciones y vuelven a leer La Repubblica. Hay un artículo que habla mal de un semanario de chiquillos, II Sabato, « Debe ser interesante», deducen. Ninguno es conformista. Buscan II Sabato. Cambian de quiosco, porque no lo tenían por aversión ideológica. Y descubren a través de II Sabato la otra cara de las «cosas» italianas. Oyen hablar de Comunión y Liberación, de su fundador y de sus libros, algunos traducidos al francés.
Los libros de Giussani inauguran el tercer acto de la extraordinaria vida de Cacho y Delia: las entrevistas de Robi Ronza y la reciente traducción de El Sentido Religioso.
A Delia se le iluminan los oscuros ojos. «Si hemos terminado por encontrar Comunión y Liberacion es porque durante toda la vida hemos buscado. No buscábamos CL sino a Cristo. Y gente con la que hacer un camino juntos.» Cacho no cabe en sí, finalmente ha encontrado. Corre como la samaritana a decir que un libro, un hombre, le ha enseñado el sentido de su propia vida. Delia, sin embargo, se resiste, j'avais peur (tenía miedo). Se había lanzado siempre de cabeza sin poner medida a las cosas en las que había creído y había pagado. Ahora temía ir hacia una enésima desilusión... «Entonces leí El Sentido Religioso, lentamente, un poco cada vez. Con cautela. Sintiendo en cada pasaje ( ... ) La razón de mi propia vida, encontrándome continuamente con un Cristo verdadero, vivo, al que nunca había encontrado... Hay una mano que te empuja, que me ha empujado durante toda mi vida a las peripecias más increíbles, para acercarme a la vida de CL».
De esto se da cuenta Martin (los pequeños comprenden muchas cosas): «Mamá, este año ha sido importante para ti porque has encontrado CL».
Delia, con Cacho, ha encontrado «algo para volver a empezar a vivir, no para meterme en una nueva organización».
¿Una vida nueva? «Incluso lavar los platos, si lo haces con este sentimiento del que rebosa El Sentido Religioso, se convierte en algo diferente, lleno de significado.» Palabra de militante revolucionaria. «Pasado un tiempo he sentido que efectivamente así sucedía en mí».
Y Cacho comenta: «El hombre por el que siempre había deseado batirme se encuentra verdaderamente en Cristo. En Cristo cuando se manifiesta en el Evangelio y cuando don Giussani habla de Él. Es como si hubiese vuelto a nacer. No sé cómo. Sé que ha sucedido. Un hombre habla a través de aquel libro, Giussani, y me da la sensación de escuchar palabras que había estado esperando y buscando desde siempre. Vuelvo así a la concreción existencial. La vida se hace experiencia. Toda aquello que durante años nos había movilizado se había hecho abstracto, una pretensión empedernida sin relación con la realidad. Ahora estamos en el camino que permite encontrar a Cristo en la realidad, el cristianismo como relación concreta con la vida. Exactamente lo que buscábamos sin saberlo y que ahora reconocemos como evidencia irrebatible, habiendo tenido durante largos años la experiencia dramática y dolorosa de una respuesta equivocada.»
Para Cacho y Dalia el cristianismo es aquello que la Redemptor Hominis expresa: una «relación concreta y precisa con el corazón del hombre», un asombro por el hombre. El camino debía ser el sacrificio y el sufrimiento para que la verdad, como dice Mounier, «no quede cristalizada en doctrina, sino que nazca continuamente de la carne». «El camino ha sido doloroso. Hemos perdido todo lo que esperábamos conseguir, la justicia, la revolución. Habíamos contribuido, objetivamente, a empeorar la situación, a desencadenar terribles represiones contra los trabajadores. Hemos perdido a los amigos, muertos en las locas batallas, reducidos al final por una represión cruenta y violentísima. Hemos perdido los pocos amigos que nos quedaban porque, cuando entramos en crisis y buscamos otro camino, nos acusaron de ser unos traidores. Sin embargo, nunca hemos perdido el deseo del inicio, el deseo de un mundo más humano y justo que diese razones a la vida. En aquel deseo no había nada equivocado. El Sentido Religioso ha salvado este deseo y por tanto nuestras propias vidas».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón