Un pequeño terremoto político ha tenido lugar en España como consecuencia de la decisión del Consejo Político de la Democracia Cristiana de recomendar a sus parlamentarios la integración en el Partido Popular y la posterior disolución del partido.
La historia de la DC española ha sido borrascosa desde los inicios de la transición democrática. Antes de este proceso, numerosas personalidades de talante democristiano jugaron un importante papel en la apertura del régimen autoritario, e igualmente en la formación del partido que gobernó en los primeros años de democracia, la UCD, donde pronto constituyeron una corriente crítica.
Sin embargo, siempre fue difícil articular una fuerza netamente democristiana, y cuando ésta se formó (tras la disolución de la UCD), numerosas individualidades renunciaron a participar en la misma, e incluso militaron en otros partidos, especialmente en Alianza Popular, el principal partido del centro-derecha español. Los rasgos definitorios de la acción política de los sucesivos grupos democristianos han sido suficientemente ambiguos como para no significar demasiado. Fundamentalmente se trataba de presentar una fuerza de centro, abierta a todas las aportaciones, manteniendo cierto nexo con la idea de «humanismo cristiano». En la práctica era un partido de cuadros, en el que militaban algunas figuras prestigiosas del mundo intelectual, pero con escasísima penetración social, habiendo prevalecido una opción «tecnocrática» en su dirección.
Aunque su presencia parlamentaria era notable (veinte diputados) se debía al hecho de haberse presentado en una lista conjunta con AP y el minúsculo Partido Liberal. Al escindirse esta coalición, las aspiraciones más optimistas para la próxima convocatoria electoral europea se cifraban en conseguir un diputado, objetivo no alcanzado en la anterior elección de 1987.
De hecho, buena parte del mensaje de la DC estaba asumido (al menos formalmente) por AP. Esto, unido a los vaivenes estratégicos de su dirección, a la falta de conexión con los grupos católicos más vivos que surgían en la sociedad, y a la ausencia de un liderazgo atractivo, prometía un incierto futuro para la DC.
La situación ha explotado con la operación de refundación de AP. Con el concurso activo de Marcelino Oreja (actual Secretario del Consejo de Europa), uno de aquellos democristianos sin partido, AP ha absorbido materialmente a la DC, incluyendo al «humanismo cristiano» como factor constitutivo de su oferta programática, junto con el liberalismo y la tradición conservadora. El nuevo Partido Popular aspira a ubicarse en el Grupo Popular del Parlamento Europeo, retirándose de la compañía de conservadores británicos y daneses, por otra parte mucho más lejanos de la idiosincrasia y simpatías de la mayor parte del electorado español.
Electoralmente, esta operación puede consolidar una alternativa al poder hegemónico del PSOE, mucho más seria que las anteriormente presentadas. Culturalmente se trata del resultado lógico de los pasos seguidos por la DC: disolución progresiva de la identidad católica y falta de contacto con la base social. La jerarquía eclesiástica española ha observado un escrupuloso silencio a lo largo del proceso, del mismo modo que lo ha venido haciendo en la trayectoria agitada de la DC. Para un sector de la Iglesia española, este proceso abre la esperanza de contener la capacidad arrasadora que en el aspecto cultural ha demostrado el PSOE. Para otros, es la constatación final de la futilidad de los intentos de sostener en España un «partido católico», y para la gran mayoría en fin, es una cuestión que no tiene demasiada relación con sus preocupaciones sustanciales.
La nueva situación promete al menos una mayor incidencia electoral, en principio cara a las próximas elecciones europeas, de opciones que asegurarían un espacio mayor de libertad para la participación social y el debate cultural. Poco o nada aportará por el contrario a la reconstrucción de un verdadero tejido social católico y de un discurso que retome las grandes categorías de la Doctrina Social de la Iglesia en el panorama español. Aunque la insistencia en el protagonismo de la idea de «humanismo cristiano» ha sido clave en los últimos meses dentro del PP, casi nadie sabe qué contenido real se esconde tras estas palabras hoy día.
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