El manifiesto de Pascua de este año. La advertencia de E. Monier de no tener miedo al sacrificio, para que la novedad que llevamos en nosotros y entre nosotros «no se queda cristalizada en doctrina». Apuntes de una conversación de L. Giussani con los universitarios.
En nosotros el punto de partida no puede ser más que el de una gratitud, como hemos visto en repetidas ocasiones. Empezar por la gratitud cambia el rostro, como el de un niño, ceñudo, que de improviso se ilumina porque ha descubierto algo o porque le han regalado algo. Sin gratitud no se puede empezar nada, y sin ella no existe sugerencia, fascinación, atractivo, no se da por tanto posibilidad de comunión real con las cosas y con la realidad. Pero la verdad de la gratitud se da donde ella toca el principio de todo, se da cuando atañe al nexo entre el Misterio y nosotros; este nexo tiene un nombre histórico, como dijo Juan Pablo II hablando de la misericordia (en su encíclica Dives in misericordia): Jesucristo.
Empezando, por tanto, por la gratitud hacia Cristo no podemos más que advertir que en nosotros y entre nosotros hay un germen de diversidad, desconocido por todos los que nos rodean. Es justamente el germen de una fe, de una esperanza y de una caridad, de una mirada y de un sentimiento hacia Cristo y, por tanto, de una mirada y de un sentimiento hacia el hombre y hacia el mundo que, cuando lo encontramos fácilmente reconocido, escuchado y aceptado en algún compañero de camino, sea quien sea, nosotros exultamos de alegría, es algo tan excepcional que lo festejamos. Pero esto quiere decir también que este germen, a pesar de todo, nos identifica de tal manera que su reconocimiento se convierte para nosotros en un sentirnos totalmente abrazados como personas.
Es un germen que debe ser desarrollado y toda nuestra larga historia es un camino de desarrollo.
Premisa fundamental
Quisiera indicar ahora una etapa fundamental de este desarrollo. Hablando con algunos de vosotros formulábamos esta etapa de la siguiente manera: la necesidad de que el discurso se convierta en experiencia. Es decir, que no se queden en «nombres sin un porqué» todas las palabras que expresan la naturaleza y la vitalidad de este germen y que no se quede en un 'desierto' nuestra participación en la propuesta que nos ha sido hecha; en palabras de Mounier, que «no se quede cristalizada en doctrina» la novedad que llevamos dentro.
Es verdad que de por sí la formulación de que el discurso se convierta en experiencia no es del todo adecuada como observación: porque el hecho de la amistad, tal y como está siendo vivido y testimoniado, tan seriamente, y como está siendo indicado como fuente de la operatividad en vosotros y, además, como fuente de la misma percepción de uno mismo, significa que el discurso ya se está convirtiendo en experiencia. Sin embargo, dejo igualmente esta formulación como premisa fundamental de lo que voy a decir, porque hace falta que se convierta más en experiencia. El discurso debe hacerse más vida concreta, debe entrar más en nuestra relación con la realidad y con el mundo -pues la verdad entra en el mundo a través de la persona- para que nuestra vida sea más plena: porque también es verdad que cuanto más afrontamos el mundo tanto más se enriquece nuestra vida y tanto más caminamos hacia la plenitud de nosotros mismos.
Se ha hablado, por ejemplo, de la fragilidad en el impacto con la realidad: hace falta ser menos frágiles en este impacto.
l. La condición de esta etapa, de que el discurso se convierta en experiencia o en una experiencia más profunda y más amplia y que se dé una menor fragilidad en el impacto con la realidad, es un trabajo real de tomar en serio lo que llamamos el discurso mismo, de tomar en serio la palabra que se nos ha anunciado y con la que nos ha sido renovada la esperanza. La condición es un trabajo real, que cueste fatiga, de tomar en serio el contenido del mensaje que se nos repite, la provocación continua de nuestra compañía, tanto en el motivo que la origina como en el que le da continuidad.
Este trabajo real consiste en traducir en nexo con la realidad, en experiencia, el ideal, donde por ideal se entiende el contenido del mensaje que nos ha impactado en su acento inicial, en el encuentro original, y que tiene un nombre en la historia y en tu historia personal: Cristo.
Sin este trabajo nuestra fidelidad no sería más que un esfuerzo agotador, hasta el punto de llegar a sentir la tentación de marcharnos maldiciendo o reprochándonos a nosotros mismos el haber entrado en esta historia.
La traducción del ideal en mi carne significa, al recordar el manifiesto permanente de nuestro movimiento, que llegue a ser existencia aquel 'querido' dicho a Cristo, y que todas las palabras del staretz al emperador se conviertan en vida para nosotros.
Es aquí donde tiene que ver la frase de E. Mounier, el manifiesto de Pascua de este año:
«DE LA TIERRA, DE LA SOLIDEZ, ES DE DONDE BROTA EL PARTO LLENO DE ALEGRÍA Y EL PACIENTE SENTIMIENTO DE UNA OBRA QUE CRECE, DE ETAPAS QUE SE SUCEDEN Y HAN DE ESPERARSE CON CALMA, CON SEGURIDAD. ES NECESARIO SUFRIR PARA QUE LA VERDAD NO QUEDE CRISTALIZADA EN DOCTRINA SINO QUE NAZCA CONTINUAMENTE DE LA CARNE.»
He dicho que es un germen lo que nos hace diferentes de todo lo que nos rodea. «De la tierra, de la solidez...»): la tierra son las circunstancias, son algo concreto; «... el paciente sentimiento de una obra que crece»: esta obra es tu vida (¡qué diferente soy con respecto a hace cinco años o a hace tres!); «... de etapas que se suceden y han de esperarse»: esta espera no elimina la paz y la seguridad. «Es necesario sufrir ...»: es el concepto fundamental de espera, aquello «más querido» es esperado. La espera prevalece sobre lo que se toca y se ve; «... con calma, con seguridad...»: es la condición del paso, es un trabajo real que cuesta fatiga.
Cristianamente hablando, esta fatiga se llama cruz, pues este nombre tiene una identificación histórica en su realización plena.
«Es necesario sufrir para que la verdad no se quede cristalizada en doctrina... » quiere decir que el desarrollo del germen no se quede sólo a nivel de discurso, de palabras dichas; «... sino que nazca continuamente de la carne»: sólo si la verdad nace de la carne existe un parto lleno de alegría, la vida se hace fecunda y creativa, existe una obra que crece, en la paciencia, que es la fuerza suprema y sublime del hombre que ama el ideal; y sólo de la verdad que nace de la carne se instaura una historia nueva en el mundo, llena de calma y de seguridad, es decir, sin presunción ni violencia.
La verdad («que la verdad nazca de fa carne») es lo que nos ha sido anunciado, es Cristo en el que todo consiste: que nazca de la carne quiere decir que Cristo sea testimoniado y hecho visible por tu manera de levantarte por la mañana («la carne» es levantarse por la mañana), por el modo de vivir la relación con tus familiares ( «la carne» es estar con tu familia), en el ir a la universidad ( «la carne» es el camino que debes recorrer para ir a la universidad o al trabajo, en el metro, en el autobús), por el modo de afrontar las clases, su contenido, los libros, los apuntes, y por el modo de vivir la relación con los profesores y con el tiempo, que no se puede perder.
Que «la verdad nazca de la carne» significa, además, que la verdad debe determinar un cambio que la manifieste (esa verdad) en tu relación con el hombre y con la mujer; significa que debe determinar un cambio en el comportamiento contigo mismo, en el modo de mirarte y de sentirte a ti mismo, de sentir nacer el gusto por la existencia, o en el modo de reaccionar cuando te sientes lleno de miedo, de cansancio o de aburrimiento, en el modo en que piensas en tu pasado, como miras la acción que acabas de realizar, en el modo de mirar tu presente, que inmediatamente sería algo sólo lleno de aridez, de desierto, de nada.
Que «la verdad nazca de la carne» quiere decir que cambien estas cosas. Porque no se comprende y no se llega de verdad a Cristo si no es desde dentro de este cambio; la presencia de Cristo, aquí y ahora, como nos decía el Papa, es experimentable en y a través de estos cambios. Dice una frase de la filosofía tomista: «El ser está allí donde actúa», ( tú percibes a un ser presente allí donde actúa: si oyes un «guau, guau» percibes que allí hay un perro que ladra). Cristo está presente en este cambio de tu carne, es decir, de tu humanidad concreta. Él está dentro: la potencia de su presencia está dentro de la experiencia en acto de un cambio. Esto llega a ser el parto lleno de alegría y el sentimiento de una obra que crece, con la fuerza sublime de la paciencia («En la paciencia poseeréis vuestras almas», dice la Biblia), hasta llegar a ser la experiencia de una historia que permanece, pues ni siquiera todo el olvido y la indiferencia de quien debería ayudarnos en la Iglesia misma podrá apartarnos del camino en que estamos.
En suma: hace falta que la verdad nazca de la carne, que el discurso se haga experiencia, y que tú te des cuenta de esto, que trabajes por esto, que construyas esto, pues nada cambia realmente en ti ni el don original se hace estable en ti sin tu colaboración.
Todos nosotros tenemos que caminar en estos meses a partir de esta frase, para comprenderla, para darnos cuenta de lo que quiere decir: se entiende en seguida pero no es fácil darse cuenta de lo que quiere decir.
2. Quisiera indicar los factores constitutivos de este trabajo. Son los factores que le dan cuerpo, que permiten realizar este trabajo que cuesta fatiga.
a) El primer factor de esta fatiga y de este sacrificio es la razón. La razón en su sentido pleno no puede ser descrita como un 'ver', porque esto a lo sumo produce esquemas doctrinales. No un ver, sino un mirar, según la distinción que hace san Agustín. Tú puedes ver las cosas y éstas no dejar de ser para ti más que algo como el agua sobre la piedra, que no entra; sin embargo, si tú miras, ves de verdad, es decir, entiendes. ¿Cúal es la diferencia entre el ver y el mirar? En el mirar, tu ver está completamente determinado por un atractivo, por una emoción, en el sentido noble de esta palabra, por el cual tú te mueves ('e-moción') hacia el objeto y deseas conocerlo.
La razón es el reconocimiento del porqué, y el porqué, como dice El Sentido Religioso, es una correspondencia entre aquello que se te propone y tu corazón, con aquello que eres originalmente. Muchos de vosotros habéis subrayado la identidad entre aquello que se sigue y la propia persona, es decir, la afirmación de la propia persona a través de aquello que se sigue.
b) El segundo factor del trabajo o del sacrificio es el afecto, es decir, la adhesión a aquello que atrae nuestra mirada, al contenido del mirar. Es un afecto cuya fuerza de apego se llama querer (voluntad).
c) El tercer factor es de la misma naturaleza que aquel don original que ha suscitado nuestra gratitud (sólo a través de la cual se puede mover el hombre, pues el primer aspecto del moverse humano es estar agradecido, es decir, el reconocimiento y la voluntad de adherirse a un don). Es la gracia.
La fragilidad del impacto con la realidad, que puede obscurecer el 'mirar' de la razón y debilitar la fuerza de la voluntad en el afecto, tiene un «medicamento», una fuente de ayuda: es una compañía profunda más que cualquier otra compañía. Es la compañía en la que tú mismo has sido generado. Es la gracia de Cristo ( «-Señor, si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, es imposible casarse ... -Lo que es imposible para vosotros no es imposible para Dios», cf. Mt 19, 10-12. «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada», cf. Jn 15,5 ).
Este tercer factor es el crecimiento en nosotros de la familiaridad, como reconocimiento y como afecto, con esta Presencia, que es fuente de energía y de corrección posible en todo.
Debemos, por tanto, educarnos en el nivel de la razón, del mirar; debemos educar nuestro afecto y nuestra voluntad y debe crecer en nosotros la memoria o la conciencia de la presencia de Uno que nos ayuda ahora como nos ayudó a pasar de la nada a la existencia. Es el trabajo que hay que realizar, y estos tres son los factores del sacrificio. Pero sin el tercero no hay posibilidad de sacrificio: éste se agotaría muy pronto.
3. Esta fatiga y este sacrificio, a través de los cuales la verdad se hace carne, y el discurso profundiza en experiencia, no agotan, no son malos de ningún modo, no tienen ninguna mala intención hacia nuestra vida y la afirmación de su necesidad no es sadismo. Esta fatiga no sólo no nos agota sino que nos vuelve a crear continuamente en una inmanencia mayor en la realidad y nos recompone continuamente en esa realidad cada vez más grande. Esta inmanencia en una realidad cada vez mayor, en la que fatiga y sacrificio nos hacen penetrar, constituye el primer aspecto del parto, de la obra que crece y de la historia que se desarrolla.
En efecto, la amistad de la que habéis hablado es exactamente el primer signo impresionante del cambio que el reconocimiento de su presencia realiza. Esta amistad es una realidad social nueva: engendrada diversamente (parto), desarrollada diversamente (obra), proyectada diversamente en el camino del tiempo y del espacio (historia).
¡Qué lejos está nuestro concepto de amistad de cualquier reducción intimista (que a veces se revela en vuestras pretensiones mezquinas: «no me hacen caso», «no me dan», «no me... , no me...»)! Todo intimismo y todo sentimentalismo son radicalmente expulsados de esa concepción de la amistad que nace de la fatiga de convertir en carne el ideal, el reconocimiento y el afecto a Cristo, «aquello que tenemos por más querido». Es el estupor de una gracia y de una fuerza que nunca hubiéramos pensado poder tener, como es impensable para toda la gente que nos rodea; tanto es verdad que perciben nuestras palabras como palabras de otro mundo (nosotros también las percibíamos así antes).
La amistad es una realidad social pensante y operativa, que cambia el modo de pensar y de obrar. No teme la fórmula hiriente (que siempre provoca una herida) del camino que es la corrección, según su valor etimológico ('cum-regere', «sostenerse juntos»). Tiene como rostro permanente, sin necesidad de artificio y en cualquier condición, la alegría («Haré conocer la fuerza de mi presencia en el mundo a través de la alegría de vuestro corazón», dice un paso de la Liturgia).
4. La conexión entre amistad y sacrificio. Quien ha vivido realmente momentos de verdadera amistad donde el ideal, Cristo, ya se ha hecho carne no puede más que comprender esta proclamación de una conexión entre amistad y sacrificio. Porque sin sacrificio es fácil acabar cayendo en un esquematismo doctrinal, de palabras (se pueden hacer tranquilamente grupos de Escuela de Comunidad o de Fraternidad con todas estas palabras sin que nada cambie, excepto la hora semanal del encuentro), o se puede acabar cayendo en una «línea de interpretación» si el motivo por el que nos encontramos no es el Hecho que nos ha impactado, el movimiento, y, por tanto, si no es vivido en obediencia a algo distinto de lo que pienso.
Sin sacrificio se puede acabar siguiendo una línea, un esquematismo doctrinal o, donde falte el cerebro necesario para este doctrinalismo, puede acabar en un sentimentalismo (que es el vivir humano sin cerebro).
La amistad de la que hemos hablado es el factor de una potente exaltación unitaria de tu persona, donde el primer 'parto' es su novedad, la primera 'obra' es su construcción y la primera 'historia' es su existencia renovada. Y además es imposible que todo esto se quede en el horizonte restringido de tu yo en su situación contingente: encierra una potencialidad que tiene como confines los de la tierra («Seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra», Hch 1,8).
5. Quiero indicar un aspecto particular pero importante, porque de él depende mucho, incluso el desarrollo de tu misma capacidad de sacrificio y de tu capacidad misionera.
Cuando la verdad nace de la carne, esta carne rezuma un gusto cultural. El discurso que se convierte en experiencia lleva a una profunda sensibilidad cultural. (En los primeros años del movimiento, lo que se llamaba G S, Juventud Estudiantil, estaba polarizada por luchas culturales promovidas por los pocos chavales del instituto que había entonces: desde una representación teatral particularmente significativa hasta la discusión de una página de filosofía. Estas luchas culturales se convertían en momento de discusión problemática para todo el instituto. Y el éxito era que la genta venía, no a la Escuela de Comunidad o al grupo, sino a estos encuentros culturales. No eran cristianos, muchos no iban a misa; pero después de dos meses iban a comulgar a diario, sin que nadie se lo hubiera dicho.)
Hace falta tomar en seno, no en sentido escolástico, el problema de la verdad en cualquier aspecto en que ella se presente y por esto, de forma privilegiada, en el aspecto del estudio, de modo que no se estudie con las orejeras: es un gusto del conocimiento verdadero.
Si la experiencia no asume la forma de doctrina -y parece lo contrario a lo dicho al principio- no llega a ser experiencia madura, se queda en ímpetu juvenil, sin historia. Sin experiencia, sin amistad y sin la obediencia (san Pablo identificaba el sacrificio con la obediencia: «Se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte», Flp 2,8) al movimiento y a la dirección que hoy asume, la doctrina por sí sola no construye historia, establece sólo una línea de gente que quiere triunfar dialécticamente. Pero sin doctrina no llega a convertirse en historia ni siquiera la experiencia más impetuosa y más impactante.
- El factor que debe convertirse en el más determinante para este gusto cultural, o dicho de otro modo, que debe dar forma a este gusto cultural es la Escuela de Comunidad. Si nosotros no la hacemos hasta el punto de ver en ella la capacidad de nexo que tiene con todo, no la hacemos bien. Es precisamente la Escuela de Comunidad el primer aspecto de la cultura, como conciencia crítica y sistemática de la experiencia que vivimos (como siempre hemos definido la cultura), en perenne confrontación con el origen. Esto es lo que salva la Escuela de Comunidad: la penetración de nuestra experiencia en el continuo parangón con el origen.
- Entonces el sentimiento que más nos invadirá y determinará, al ser fuente de alegría en la fecundidad, fuente de paciencia en la construcción, fuente de paz y de seguridad en el afrontar el futuro; el sentimiento que más se irá dilatando en nosotros y nos irá determinando el rostro, como nido en donde la alegría se incuba, si nosotros intentamos vivir la advertencia que nos ha dado Mounier, es decir, si no tenemos miedo de aquel sacrificio al que Cristo nos invita (pues la resurrección nace de la cruz, y nosotros estamos hechos para lo eterno, y uno que muere vive más que antes), entonces estaremos determinados por aquel gran sentimiento, el más dinámico que existe, que es la espera.
Si la petición es la expresión suprema del ser criatura del hombre, de su naturaleza, de modo que cualquier hombre y en cualquier condición es capaz de ella, el sentimiento que acompaña a la petición y que la permite porque se identifica con el corazón que pide es la espera.
De este modo lo que habéis dicho algunos de vosotros que os llevaba a quejaros de lo largo que es el camino no os haga quejaros más. Al levantarnos por la mañana nosotros esperamos ('atendemos', «tendemos hacia»); sabemos lo que debemos atender, «aquello que tenemos por más querido». La jornada que se nos da es para que esta novedad nazca de la carne, es decir, en las relaciones que vivamos con nosotros mismos, con los demás y con las cosas.
Ésta es la amistad de la que habéis hablado: amigos son aquéllos que te preguntan continuamente qué es lo que tienes por más querido, para que ello nazca continuamente de la carne. Tener por querida esta amistad y tener por querido el lugar de esta amistad es tenerse por querido a uno mismo.
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