Presentamos a continuación dos contribuciones más que aportan una luz al problema de la libertad de educación. La primera, unas notas tomadas en el encuentro (Madrid, 14/3/88) con Mario Dupuis, responsable del área de educación del Movimento Popolare.
La segunda, una reflexión de un grupo de maestros en la que se presentan los puntos claves para entender qué es la educación.
1.Libertad de cultura, libertad de educación
Si queremos hablar de la libertad de educación, el contexto más justo es comenzar reflexionando sobre la libertad de cultura. ¿Qué es hacer cultura? Hacer cultura es captar el significado auténtico de lo que acontece. Si el hombre se contenta solamente con reconocer la dinámica, el mecanismo de las cosas sin captar su significado, a lo sumo será capaz de construir una organización social con una serie de técnicas útiles para la vida humana. Pero no construirá una civilización, ni un ambiente social donde el hombre pueda captar las verdaderas dimensiones de la existencia humana.
Y entonces, ¿quién es portador de cultura? No puede ser el Estado, pues estaríamos hablando de un Estado totalitario. Si queremos hablar de una cultura de Estado, tendría que ser a través de la valorización de las culturas que viven dentro de él, ya que el sujeto de la cultura es el hombre junto a las realidades a las que libremente decide pertenecer.
2. La escuela como propuesta cultural
¿Puede ser reducida la escuela solamente a un lugar donde lo que se da es pura instrucción, un puro conocimiento de fenómenos para lograr una determinada profesión en la vida? Instrucción y educación han ido siempre juntas, sería inhumano separarlas porque supondría conocer los mecanismos físicos de la vida sin captar su auténtico significado.
Educar es introducir a la persona en la realidad, que conozca el funcionamiento de las cosas, profundizando al mismo tiempo en el sentido de la propia vida, es decir, en una hipótesis de significado para la vida que el maestro y la familia ofrecen.
La escuela nació históricamente como un ámbito donde la tradición cultural de un pueblo se ofrecía a los jóvenes. No lo hacían sujetos enviados del exterior, sino que se trataba de comunidades que se organizaban para ofrecer este servicio. Por eso cuando una sociedad o un pueblo ya no sabe hacer escuelas es porque ha perdido el gusto por su propia tradición, por su propia cultura. Vive una cultura que no se sabe ofrecer como hipótesis a las nuevas generaciones. Éste es el hecho más grave de nuestro siglo.
Si observamos la cultura de un pueblo encontramos en su proyecto educativo una de estas dos tendencias culturales: la primera es la del hombre que en el contacto con la realidad se cree dueño de la vida, haciendo coincidir su destino con la posesión de la realidad. La segunda hipótesis está representada por el hombre que reconoce en la realidad algo más grande que él mismo. Ésta sería la verdadera religiosidad del hombre: cuando éste comienza a admitir lo razonable que es reconocer un significado más grande que la simple materialidad de la existencia.
Frente a estas dos hipótesis, la escuela no puede ser neutral. Siempre, al afrontar cualquier problema, incluso el más técnico, se incrementa una u otra posición. De este modo la libertad del hombre consiste en elegir la posición en la que cree y el problema fundamental para los padres será saber y decidir cuáles son los profesores que eligen una u otra hipótesis. He aquí por qué el concepto de neutralidad de la escuela usado por el Estado es una gran mentira. De hecho, el verdadero motivo por el que ha nacido la escuela del Estado es para combatir la escuela de la Iglesia. Y así no sólo se combate la escuela de la Iglesia, sino que también se borra la idea misma de escuela pues se hace creer que es posible una instrucción separada del significado de la vida. Por consiguiente se destruye desde su raíz la posibilidad de que un pueblo pueda seguir transmitiendo su cultura, porque el joven crece creyendo que lo que hace ser miembro de pleno derecho en la sociedad es simplemente el éxito social.
3. La escuela del Estado, ¿es un ámbito de libertad educativa?
Para devolver la libertad a la escuela no hay que proyectar reformas sino que hay que poner en el centro el verdadero problema educativo. La libertad de enseñanza no es solamente una cuestión de libertad de los padres para elegir el centro o la escuela privada que desean, sino de situar el problema educativo del que hablamos en el centro de la misma escuela.
No se puede reducir el problema de las libertades escolares a la reivindicación de subvenciones para la escuela no estatal. El centro de la cuestión se halla en las relaciones escuela-Estado, es decir, por qué y cómo debe interesarse el Estado por la cuestión escolar.
A lo largo de estos dos últimos siglos se ha producido una auténtica ocupación del ámbito escolar por parte del Estado, creando en la gente la mentalidad de que quien debe organizar la escuela es el Estado. Así, nos alejamos de la idea del Estado verdaderamente favorecer que fuese la sociedad la que creara la escuela.
La Constitución Española de 1978 enuncia en el artículo 27 el derecho a la educación, el reconocimiento de la libertad de enseñanza y el derecho de las entidades privadas a crear escuelas. Por consiguiente, defiende la participación de los ciudadanos en la gestión de los centros escolares. En cambio, desde 1983 el gobierno se ha puesto a gestionar las escuelas dando una nueva interpretación a la Constitución al disponer un ordenamiento cada vez más capacitado para limitar la libertad en la escuela: ésta ha sido eliminada progresivamente por los ordenamientos y programas impuestos desde arriba. El gobierno, más que crear las condiciones para que la gente afronte con madurez su propia libertad, para que los profesores realmente se conviertan en constructores de una enseñanza ofrecida a los jóvenes, por el contrario, decide eliminar la libertad. El Estado, diciendo que garantiza la libertad, de hecho la está eliminando porque le impone límites.
La doctrina social de la Iglesia católica ha situado en su justo lugar los límites del Estado en materia educativa. En el Concilio Vaticano II se dice en la Gravissimum Educationis: «El Estado debe tutelar el derecho de los jóvenes a una educación escolar conveniente (...) promoviendo todo el ordenamiento escolar pero teniendo presente todo el principio de subsidiariedad y excluyendo por consiguiente cualquier forma de monopolio escolar, lo que contradiga los derechos naturales de la persona humana, el desarrollo y divulgación de la cultura, la pacífica convivencia de los ciudadanos y también ese pluralismo que hoy existe en muchas sociedades».
Por tanto, el Estado debería intervenir en medida inversamente proporcional a la capacidad de la propia sociedad de construir escuelas. Si en una región no se da esta capacidad creativa, el Estado tendrá que intervenir; pero en aquellos lugares donde la iniciativa de base escolar sea rica, el Estado deberá intervenir menos y ejercer únicamente una función de control último de la calidad del servicio.
En lugar de esto, en los estados modernos de impronta liberal como el nuestro, el Estado ve con envidia el hecho de que haya escuelas creadas por iniciativas ajenas a él. No se promueven las escuelas libres sino que solamente se empeñan en hacer ellos y sólo ellos las escuelas, de modo que cuando hayan alcanzado este objetivo puedan desentenderse de las escuelas no estatales.
Por ello, el problema de la libertad de enseñanza no consiste en pedir subvenciones para la escuela no estatal, sino en hacer comprender que el Estado debe limitar su intervención en todas las escuelas.
A esta situación podemos añadir aún algo más: la idea de que el Estado, al financiar las escuelas, tenga derecho a someter a su propio juicio los programas escolares. Si esto es así, el Estado no está valorando el dinero de los ciudadanos, sino que lo está utilizando como prenda para limitar su libertad. Éste es el problema central de la batalla por la libertad de educación.
No se trata de estar en contra del Estado. Se trata de que el Estado se coloque en su justo lugar, de modo que facilite que los ciudadanos den una respuesta a sus problemas. De otro modo, el hombre corre el riesgo de convertirse en lo que decía ya el Concilio Vaticano II: «Un ciudadano anónimo de la ciudad terrena», que usa pasivamente los servicios que el Estado le prepara, haciéndose cada vez más perezoso en el encuentro con su propia humanidad.
4. Estado y escuela en la búsqueda de una verdadera igualdad
El Estado deberá hacer menos leyes para la escuela, señalando únicamente los objetivos generales, iguales para todos, dejando después autonomía a cada realidad escolar. La escuela pública será una escuela de todos cuando se adecue a las exigencias de cada realidad; porque la igualdad para todos se consigue a través de la libertad de experiencia, no confundiendo igualdad con uniformidad. De este modo, un Estado al que realmente le importe la igualdad estará atento a que cada escuela, con su proyecto educativo, con sus propias peculiaridades, alcance los objetivos fijados para todos.
En resumen, promoverá una unidad de objetivos y a la vez una pluralidad de recorridos hacia esos objetivos. Hoy, en cambio, se tiende a imponer una uniformidad en los recorridos de tal modo que se está atentando contra la libertad. Y esto no sólo daña a los que eligen la escuela privada, que tienen que pagar para huir de la uniformidad, sino también a los que eligen la escuela estatal pues, a cambio de no pagar, deben soportar la uniformidad.
Desde esta perspectiva, la escuela verdaderamente laica no es la escuela neutral, sino la que se toma en serio las dos grandes tendencias culturales que se dan en el hombre moderno y de las que hemos hablado al principio. No se pide un privilegio rara un determinado proyecto educativo, sino libertad para todos los proyectos educativos. De este modo, los jóvenes y las familias estarán en condiciones de elegir aquello que crean más adecuado y los profesores dejarán de ser simples profesionales de conocimientos para convertirse en verdaderos maestros. Pidiendo libertad para uno se pide libertad para todos: éste es el verdadero ejercicio de la democracia. Lo demás es reducir al hombre a una ausencia de preguntas sobre el significado de su propia vida.
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