Un repaso por algunas de las intervenciones más destacadas del Papa emérito en los ateneos de todo el mundo. Siempre en diálogo, siempre a la escucha, siempre en busca de la verdad
La vida de Joseph Ratzinger (1927-2022) se despliega desde su juventud en el ámbito académico de prestigiosas universidades germánicas. Es también el más joven de los peritos convocados e incidentes durante el Concilio Vaticano II. El admirable corpus de sus publicaciones, coextensivo a su longevidad, denota una libre pasión educativa por el hombre, a través de la luminosa razonabilidad y concreción existencial de la fe cristiana, amorosamente atenta al acontecer histórico de Cristo en su Iglesia. Conjuntamente, su experimentación de la libertad educativa se realiza en el uso exigente y gozoso de la razón dialógica. Para afrontar cuestiones antropológicas, éticas y sociopolíticas, esenciales y actuales, sale al encuentro presencial de relevantes filósofos ilustrados laicistas, que suspenden la significatividad racional y universal, personal y social, de las preguntas últimas y del factor religioso. Estos encuentros fructifican en la propuesta compartida de una Nueva Ilustración, de la razón ampliada, abierta y pluridimensional.
Por otro lado, el papado de Benedicto XVI (2005-2013) no podía ni debía poner entre paréntesis esa trayectoria vital del Papa teólogo, a la par eximio filósofo y amado educador como profesor universitario. Máxime cuando el orden universitario mundial, de donde salen los liderazgos educativos, culturales, profesionales, científicos, sociales, empresariales, burocráticos y políticos, tiende normativamente a lo que el filósofo argentino Carlos Hoevel denomina y demuestra como “La industria académica. La universidad bajo el imperio de la tecnocracia global” (2021). Además de múltiples y variados encuentros con estudiantes y docentes universitarios, el papa Benedicto dedicó al tema universidad tres conferencias específicas en sedes universitarias: Ratisbona en Baviera (UR), La Sapienza en Roma (LS), y la Universidad Católica de América en Washington (UC).
¿En qué sentido se puede decir con Benedicto que la universidad es, ante todo, una aventura que debe ser vivida? Los jóvenes que ingresan y cursan con el propósito delimitado de profesionalizarse vislumbran en ello una aventura humana de más amplio respiro cuando se topan con profesores que viven, con apertura y estima, su propia trama de conocimientos y de relaciones universitarias y en ella reciben sus personas, sus preguntas e inquietudes. Con el corazón inteligente y paciente ante los límites, y abierto al misterio que a todos nos sella con deseos infinitos de verdad y de bien, de justicia y felicidad. Antes que prescribir reglas de juego académicas se trata de darse cuenta, reflexiva y existencialmente, de cómo estamos hechos, con esa estructura de límites, de finitud y deseos infinitos, donde radica el drama de nuestra desproporción humana. Y que tiene que ver con todas las relaciones que vivimos, con todas las disciplinas que se estudian e indica que estamos hechos para un encuentro con algo que nos supera, que no podemos darnos sino reconocer cuando acontece en un encuentro humano que abre la vida, que abre el estudio y las amistades, abriendo la vida y las disciplinas al factor humano integral. Este basamento antropológico necesita de una preparación entre adultos y de una sistematicidad diversa de las apretadas horas de clases, y que se ejerza a lo largo del currículum profesional.
Hay que darse y brindar tiempo para hacer experiencia de la Universitas. «Es decir, la experiencia de que, no obstante todas las especializaciones que a veces nos impiden comunicarnos entre nosotros, formamos un todo y trabajamos en el todo de la única razón con sus diferentes dimensiones, colaborando así también en la común responsabilidad respecto al recto uso de la razón» (UR). El recto uso de la razón, clave de la sociabilidad, es lógico en su proceder y ontológico en su compromiso con lo real-dado, en ese lugar de encuentro con las exigencias elementales del yo que se llama experiencia e implica un juicio. Se trata de una experiencia viva de la razón entera. Muy distinta de «la autolimitación moderna de la razón (…) corroborada por el éxito de la técnica. Por una parte, se presupone la estructura matemática de la materia, su racionalidad intrínseca, por decirlo así, que hace posible comprender cómo funciona y puede ser utilizada: este presupuesto de fondo es en cierto modo el elemento platónico en la comprensión moderna de la naturaleza. Por otra, se trata de la posibilidad de explotar la naturaleza para nuestros propósitos, en cuyo caso solo la posibilidad de verificar la verdad o falsedad mediante la experimentación ofrece la certeza decisiva» (UR). Lo que somete la universidad al imperio de la tecnocracia global y del profesionalismo unidimensional. No se trata de desmerecer las maravillosas posibilidades que la época moderna ha abierto al hombre sino que se pretende avanzar hacia la Nueva Ilustración solicitada por la misma situación histórica.
El paradigma de la cientificidad y de la validez de las certezas, concentrado en la sinergia entre matemática y método empírico tiene, primero, el efecto epistemológico de empobrecer y banalizar el objeto de las ciencias humanas, como la historia, la psicología, la sociología y la filosofía en una sistematicidad abstracta que homologa la superficie perdiendo en cada caso la significación específica de los fenómenos tratados. Segundo, las mismas ciencias de la naturaleza se vuelven contra la naturaleza porque, al especializarse en explorar técnicamente su utilidad, carecen del método adecuado para captar y promover su armonía vital originaria. Tercero, ante el fenómeno de la globalización como encuentro de la modernidad con la dinámica intercultural proveniente de la pluralidad de las culturas, que son siempre religiosas, «este método en cuanto tal excluye el problema de Dios, presentándolo como un problema a-científico o pre-científico» (UR), excluyendo también a esas culturas del ejercicio pleno de la racionalidad. Cuarto: la extrapolación del método científico en ideología positivista no solo desmerece la estatura del drama humano sino también el nivel de la misma universidad, que se torna incapaz de reconocerlo, indagarlo y dialogar con él. Queda censurado el hombre mismo y sus interrogantes propiamente humanos sobre el origen y el fin, sobre la consistencia y el sentido de todo. Si los interrogantes de la religión y de la ética no encuentran su lugar en la racionalidad, la razón misma pierde sentido y da lugar al subjetivismo individualista y al fanatismo irresponsable, que de todos modos son la mayor patología de la razón.
Cito este texto inevitable para redescubrir la misión de la universidad. «En el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual solo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas. Con todo, la razón moderna propia de las ciencias naturales (…) conlleva un interrogante que va más allá de sí misma y que trasciende las posibilidades de su método. La razón científica moderna ha de aceptar simplemente la estructura racional de la materia y la correspondencia entre nuestro espíritu y las estructuras racionales que actúan en la naturaleza como un dato de hecho, en el cual se basa su método. Ahora bien, la pregunta sobre por qué existe este dato de hecho la deben plantear las ciencias naturales a otros ámbitos más amplios y altos del pensamiento, como son la filosofía y la teología. Para la filosofía y, de modo diferente, para la teología, escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una grave limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta. (…) La valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa (…). En el diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este gran logos. Redescubrirlo constantemente por nosotros mismos es la gran tarea educativa de la universidad» (UR).
«La verdad nunca es solo teórica. Ella conmueve y mueve al reconocimiento del bien. Como dice san Agustín, el simple saber produce tristeza. Y quien solo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Mientras el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien (…) que nos hace verdaderos» (LS). «Una vez que se ha despertado la pasión por la plenitud y unidad de la verdad, los jóvenes estarán seguramente contentos de descubrir que la cuestión sobre lo que pueden conocer les abre a la gran aventura de lo que deben hacer. Entonces experimentarán “en quién” y “en qué” es posible esperar y se animarán a ofrecer su contribución a la sociedad de un modo que genere esperanza para los otros» (UC).
«En efecto, la verdad es “logos” que crea “diá-logos” y, por tanto, comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el logos del amor: este es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad» (Caritas in Veritate, 4). La verdad permanece viva si el yo que ha sido impactado por ella la va verificando en acción. Pues no basta atraer la inteligencia de los jóvenes si ella no viene encarnada en el deseo, incidente en su libre voluntad. «Como consecuencia, observamos preocupados –dice el papa Benedicto– porque la noción de libertad se ha distorsionado. La libertad no es la facultad para desentenderse-de; es la facultad de comprometerse-con, una participación en el mismo Ser» (UC). «Entonces, la identidad católica no depende de las estadísticas. Tampoco se la puede equiparar simplemente con la ortodoxia del contenido de los cursos. La verdad solamente puede encarnarse en la fe y la razón auténticamente humanas, hacerse capaz de dirigir la voluntad a través del camino de la libertad» (cf. Spe salvi, 23). Al participar de forma sistemática y guiada en momentos libres de estudio, en lugares en los que se reconoce la presencia activa de la misericordia de Dios en los asuntos humanos, cada joven descubre la alegría de entrar en el ser para los otros de Cristo mismo (cf. ibid., 28).
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón