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Huellas N.02, Febrero 2023

PRIMER PLANO

La búsqueda del Amado

Tommaso Ricci

Le urgía transmitir la fe como «un hecho que tenía que ver con la vida, más aún, con la vida feliz». Pietro Luca Azzaro, traductor y coordinador de sus Obras completas, habla de Ratzinger y de lo que le unía a don Giussani

«Con el papa Benedicto tuve un diálogo principalmente indirecto, a través de sus obras. La última vez que nos vimos, me miró y me dijo con una sonrisa: “Soy su verdugo…”. Le respondí: “No, Santidad, al contrario, yo obtengo alimento y también alegría de lo que traduzco de usted”». Este pequeño recuerdo dice mucho de cómo era la relación que tuvo Pietro Luca Azzaro con el teólogo y pontífice alemán en calidad de traductor y coordinador –contratado en 2007 por la Libreria Editrice Vaticana– de las Obras completas de Benedicto XVI. Un trabajo de “espeleología” que le adentró en las profundidades de los textos de Joseph Ratzinger. Graduado y doctorado en Alemania, Azzaro da clase de Historia y Pensamiento Político en la Universidad Católica de Milán, y es secretario de la Fundación Ratzinger.

Tienen un gravoso honor, el de salvaguardar y transmitir la obra del papa Benedicto XVI de cara al futuro…
En parte sí, porque nuestra actividad se concreta en iniciativas que tienen que ver con esa transmisión. Cada año otorgamos los Premios Ratzinger a figuras que han profundizado de manera brillante en el pensamiento de Benedicto XVI o que se han obtenido de él intuiciones que luego han dado fruto en sus respectivos ámbitos de investigación. Por ejemplo, el compositor Arvo Pärt o el humanista francés Rémi Brague. También organizamos simposios sobre Benedicto o sobre temas que a él le preocupaban. Pero todo eso es demasiado poco. Creo que su pensamiento se salvaguarda más bien llevando adelante sus grandes intuiciones.

¿Como por ejemplo?
Por ejemplo, que el cristianismo hoy se transmite mediante pequeñas comunidades donde se vive una experiencia real de la fe, algo que ya se veía en los años 60. Los simposios y las conferencias están bien, pero también hace falta vivir la fe como él la vivía y como deseaba que se viviera.

¿Qué la parece lo que se oye de que Ratzinger había nacido para ser teólogo más que para gobernar la Iglesia? Tras esta afirmación, ¿no se esconde tal vez una idea de teología distinta de la ratzingeriana?
Él definió la teología, de manera espléndida, como la «búsqueda del Amado», siempre pensó que la teología debía servir para encontrarse con «el Amado». Esta fue en el fondo la primera de sus intuiciones. A principios de los años 50 comprendió que ciertamente existía todo un esquema del cristianismo, que seguía vivo como estructura, con sus manifestaciones, ritos, misas de Navidad y de Pascua, pero los términos centrales del cristianismo –resurrección, perdón, misericordia– ya no decían nada ni a las personas maduras ni, lo que le inquietaba más, tampoco a los jóvenes. Ratzinger era entonces un joven párroco que daba clases de religión y celebraba misas dominicales con los jóvenes. Lo que más le apremiaba, desde entonces y durante toda su existencia, era transmitir la fe como un hecho que tenía que ver con la vida, más aún, con la vida feliz. Hay una frase muy bonita en su Jesús de Nazaret donde, con esa capacidad de síntesis y sencillez que le distinguía, afirma que hay una única cuestión: ¿cuál es el camino a la felicidad?, ¿qué hace la vida feliz? Y su respuesta es, por un íntimo convencimiento, Jesucristo. Esto fue lo que intentó transmitir hasta el fin de sus días. Por lo tanto, sí, era teólogo, pero un teólogo abierto a la vida. También lo demostraba otro aspecto.

¿Cuál?
Su amor por los libros-entrevista. Tuvo un trato espléndido con los periodistas y nunca dio una negativa a los que, desde lo alto de su cátedra, podrían parecerle meros aficionados. Una vez me dijo: «En realidad, hablar con la prensa me sirve para bajar de la torre de marfil de los pensamientos abstractos y me ayuda a centrarme en preguntas muy concretas que un periodista hace por naturaleza, como qué tiene que ver la fe con la vida». En otra ocasión alguien le preguntó si no le molestaba tener que hablar con la prensa y él respondió: «¡Pero si la fe siempre se ha transmitido así, con la voz, con el encuentro, con el diálogo! Me traicionaría a mí mismo si descuidara esta dimensión, más aún, si no viera que es necesaria».

¿Puede esbozar desde su particular observatorio cómo era la relación de Ratzinger con Comunión y Liberación?
Se acercó a la experiencia de CL gracias a la revista teológica Communio y a Hans Urs von Balthasar; nuevamente, una idea de teología en diálogo con la vida y aplicada en una dimensión comunional. Por aquel entonces, la confrontación con la ideología marxista era bastante áspera y le gustaba cómo CL aceptaba el desafío. ¿Cuál era la gran acusación que hacían los jóvenes marxistas de entonces a sus coetáneos cristianos? «Para vosotros la fe es un elemento consolador, admitidlo; creéis para consolaros, porque nunca alcanzaréis lo que nosotros queremos alcanzar y alcanzaremos». Sin embargo, don Giussani les cambió la perspectiva: nosotros creyendo somos aún más felices que vosotros, entre nosotros se da la alegría que viene la fe. Traduciendo justamente textos de Ratzinger, y no por mis relaciones o pertenencias, me he dado cuenta de que en CL veía que se cumplía lo que él habría querido que fuera el Concilio. Veía a estos centenares de jóvenes que iban a confesarse, que vivían la fe de manera luminosa, libre, dando un sentido nuevo a palabras que ya lo habían perdido por completo para la mayoría de los cristianos: perdón, salvación, comunidad, liberación, una fe que te hace libre… Entonces dominaba la idea contraria, la fe como una opresión. En este movimiento veía el futuro de su idea originaria de las comunidades de experiencia de la fe, lo que llamaba en alemán Erfahrungsgemeinschaften des Glaubens, generadas por personalidades carismáticas. Tenía muy claro, como dijo en la homilía de su funeral, que don Giussani era un enamorado de Cristo. En el fondo es la misma frase que dijo el propio Ratzinger antes de morir: «Señor, te amo». Lo que les unía –hablo por lo que Ratzinger me transmitió de sí mismo y de don Giussani– era que ambos estaban enamorados de Cristo. Y quien les veía tan enamorados se sentía atraído por esa esperanza: a ver si yo también puedo enamorarme así.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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