A cien años del nacimiento del genial francés
«¿A lo mejor podría pedir a Roma la anulación de la ridícula unión contraída en París el 20 de febrero de 1888 por Georges Bernanos y Bernanos Georges?». Así describía Bernanos, con su habitual sentido del humor, su nacimiento, en uno de los momentos más difíciles de su vida. Sin embargo, hoy en día, que tan acostumbrados estamos a la celebración de centenarios, cincuentenarios y veintenarios de todo tipo, pocos son los que parecen acordarse de este aniversario. Resulta paradójico que, aquello contra lo que Bernanos luchó con todas sus fuerzas, sea lo que hoy le condena al silencio irremisiblemente: la hipocresía y la impostura.
Hipocresía por parte de aquellos que conociéndole, sabedores de su valía literaria, lo esconden o sencillamente lo olvidan. Pocos son los síntomas que dejan entrever que la prensa laica y, por desgracia, también la religiosa, se acuerden de este autor, como tampoco lo hicieron de Mauriac hace tres años.
La falsedad de los que, las raras veces que hablan o escriben sobre él, lo reducen a un escritor político de marcada tendencia conservadora, antidemócrata y monárquico, acompañado todo ello de una rabiosa e intransigente religiosidad. Esto, a fin de cuentas, es una falacia que desvirtúa no sólo la obra sino también la persona de Bernanos. Pero cualquiera que haya leído su obra, tanto en su faceta de novelista, como en la de ensayista, o conozca parte de su vida, no puede compartir esta opinión.
BERNANOS NOVELISTA: EL PROBLEMA DEL MAL Y LA SANTIDAD
Bernanos fue un escritor tardío. En efecto, después de estudiar Derecho y Letras, se había dedicado a trabajar como inspector de una empresa de seguros, intentando venderlos de casa en casa. En 1917 se había casado con Jeanne Talbert d'Arc (descendiente de la familia de Juana de Arco), con la que tuvo seis hijos. Ella, como muchas veces ocurre en estos casos, siempre se mantuvo a la sombra de su marido, pero fue su compañera incansable, la que compartió con él hasta el final «su vida de perro, que no perra vida».
Pese a que ya antes había escrito algunos pequeños relatos y había colaborado en diversos periódicos, es en 1937 cuando publica su primera novela: Bajo el sol de Satán. Ésta supuso una auténtica conmoción en el mundo literario francés. De hecho, el éxito fue tal, que, pese a la dificultad manifiesta de Bernanos a la hora de componer (tardaba horas enteras en escribir unas pocas líneas que luego, por lo general, solía volver a corregir), éste se dedicó a abandonarlo todo y a vivir de su pluma (y nunca mejor dicho, ya que siempre escribía a mano en pequeños cuadernos colegiales). Desde entonces y hasta 1948, vivirá consagrado por completo a su quehacer literario.
En Bajo el sol de Satán aparecen ya las inquietudes y los problemas sobre los que girará toda la novela bernanosiana. En este sentido, hay que constatar que Bernanos no es un escritor que evolucione: los problemas son siempre los mismos para él, porque el hombre, desde su punto de vista, por mucho que cambie su entorno, su sociedad, su cultura, seguirá manteniendo su naturaleza. Por ello, toda la obra de Bernanos se nos presenta como el intento de responder a una serie de preguntas que arraigan en lo más profundo de todo hombre: ¿qué es el mal?, ¿por qué existe?, ¿qué respuesta cabe frente al mal que pueda salvar al hombre?
Esta problemática hace que toda lectura de cualquier novela resulte, en un primer momento, desconcertante por su complejidad, aunque al mismo tiempo la aclare. Porque, ¿qué es lo que puede hacer Bernanos frente a estas cuestiones, ante la imposibilidad de darles una respuesta lógica? Tan sólo puede centrarse en aquellos que con más radicalidad viven esta conciencia del mal: los santos. La novela de Bernanos es una continua profundización sobre la santidad, pero no por un afán apologético, sino por una necesidad existencial que brota del propio autor. Todos sus personajes protagonistas, verdaderos antihéroes novelescos, son, a fin de cuentas, santos: el abate Donissan, el cura Chevance, Chantal, el cura rural, Blanca ... Evidentemente, ninguno de ellos corresponde a la imagen típica del santo que nos hacemos tantas veces (y que se hacía en algunas obras Claudel, motivo por el cual a Bernanos no le hacía mucha gracia su obra). Si por algo se caracterizan es por su flaqueza, por su condición pecadora: el miedo a la vida y a la muerte de Blanca, la debilidad tanto psicológica como física del cura rural, la fragilidad de Chantal, ... Pero hay algo que les define y que es mucho más importante que su pecado: la formidable conciencia que tienen todos del mal, de la tentación y de la cercanía, por lo tanto, de su abismo. Y la prueba más clara de la existencia del mal y de su carácter personal (no estructural, por ejemplo) es la muerte. De ahí que su fantasma esté continuamente presente en la realidad de los personajes bernanosianos, que más tarde o más temprano habrán de confrontarse con ella. De este modo, Bernanos nos muestra la muerte bajo todas sus formas posibles: la muerte por enfermedad y generalmente agónica (El diario de un cura rural); el asesinato (La alegria, o Un crimen ); el suicidio (Nueva Historia de Mouchette); el martirio (Diálogo de Carmelitas); la muerte en la vejez (La Impostura); etc.
Pero, por la misma razón que los santos son aquellos que más de cerca viven la presencia del mal, son ellos también los que encuentran una respuesta que los redime. Ser santo es ser también, y ante todo, hijo de Dios, y por tanto sólo a través de Él es posible encontrar una respuesta. Sin embargo, para que esto pueda ser es necesario que este Dios se haya encarnado. Por ello, sólo el hombre que se acerca a Cristo, verdadero Dios encarnado, puede afrontar el mal. La redención se produce, entonces, dentro de la naturaleza humana y la abarca por completo; la respuesta al mal no es evitarlo o huir de él, sino darle un sentido del que pueda nacer una esperanza profunda. Intrínseco a la santidad es también, para Bernanos, el espíritu de infancia. Éste permite la aceptación, humilde, de la realidad y la conciencia justa de la dimensión limitada, pecadora del hombre. Sólo desde esta postura, de la que brota también la alegría, se puede uno abrir a Dios y comprender su designio salvífico. El santo resulta ser, a fin de cuentas, el representante de la condición humana, aquel que, al no huir del presente, se compromete verdaderamente con su humanidad y con la de los demás.
Evidentemente, esto dista mucho de ser, como pretendía Maritain, después de leer Bajo el sol de Satán, una concepción maniquea del hombre y de la realidad y entronca plenamente con la antropología cristiana.
Paralelamente, en todas sus novelas, aparecen los signos más claros de la presencia del Maligno: la indiferencia y la desesperación, que definen una deshumanización radical. Aunque son numerosos los personajes caracterizados por esto (de hecho, ninguno está fuera del alcance de estas dos tentaciones), el más representativo de todos es, sin duda, Mousier Ouine. Éste ha llegado a una situación tal que ni siquiera es capaz de odiarse o amarse a sí mismo.
Toda esta visión de la realidad provoca el que, en cierto sentido, los personajes y las problemáticas de las novelas de Bernanos se hagan concretos, tangibles. La dificultad de su comprensión radica en el hecho de que, por todo lo que se ha explicado, la presencia de lo sobrenatural se hace casi cotidiana en la realidad del universo bernanosiano. Todo hace referencia a un más allá, al misterio de Dios. Evidentemente, el problema no radica en Bernanos sino en nosotros, para quienes esta percepción de lo sobrenatural, que está latente en todos, se ha convertido en algo irracional y consecuentemente irreal, artificial. Para Bernanos es, al contrario, la dimensión plena, verdadera de la realidad.
BERNANOS ENSAYISTA: DENUNCIA Y LIBERTAD
Sin embargo, en 1937, Bernanos terminaría su última novela, Nueva Historia de Mouchette, una pequeña joya literaria, para no volver a escribir ninguna más. La situación política y social le hace decidirse a emplear toda su fuerza y sus recursos literarios al servicio de lo que él considera que es su labor: defender y exponer la verdad, no callarse ante lo que él percibe. En este mismo año, su carrera literaria da un vuelco. De novelista, pasa a ser ensayista o, mejor dicho, escritor de combate. Aunque ya en 1932 había escrito La grande Peur des Bien-Pensants, la necesidad de escribir sobre su tiempo como tarea fundamental sólo se concreta claramente a partir de esta época.
En efecto, durante su estancia en Mallorca (de 1934 a 1937), testigo directo de la Guerra Civil Española, Bernanos intuye lo que puede acontecer en un futuro próximo. Ciertamente, para nosotros, lectores de los 80, resulta obvio que desde el 33, fecha de la subida al poder en Alemania de Hitler y con el fascismo en Italia, ya se estaba fraguando el nuevo conflicto mundial. No era así en los años 30, y tampoco lo era durante la Guerra Civil Española: el pacto de Munich de 1938 lo atestigua. Por ello, muchas de las páginas de Los Grandes Cementerios bajo la luna (escrito a raíz del conflicto español y publicado en 1938) son proféticas. Pero, la dimensión profética de Bernanos abarca mucho más que la simple predicción del horror nazi o de la Segunda Guerra Mundial. Para Bernanos este conflicto, así como el nazismo o el fascismo, no es sino la punta del iceberg, el signo de la nueva sociedad que poco a poco emerge y se va imponiendo. Esta sociedad es el fruto común de las ideologías surgidas de la modernidad, engendrada tanto por el capitalismo como por el marxismo, por el liberalismo como por el colectivismo. Porque la oposición entre estas ideologías es, a los ojos de Bernanos, una falacia: en realidad ambas están basadas en una misma concepción materialista del hombre, que queda reducido a unas necesidades cuasi-biológicas que hay que rellenar. De hecho, ambas utilizan los mismos mitos: el de la democracia y el del progreso. ¡Como si el hombre por comer y beber pudiese quedar satisfecho! Por otra parte, Bernanos siempre consideró que ambos tipos de sociedad estaban condenados a hacer camino común. Aunque sólo fuese en el terreno económico, la aparición del Estado-Providencia siguiendo las directrices keynesianas en los países capitalistas occidentales y la nueva política de liberalización iniciada por Gorbachov en la URSS, la famosa perestroika, parecen confirmarlo. La consecuencia más importante que él ve es la aparición de un nuevo tipo de sujeto que no es sino el hombre que ha perdido su capacidad creadora, su libertad. Así pues, ante esta reducción o castración del hombre, ante la posibilidad de que el hombre sea un autómata en manos de un Estado omnipotente y omnipresente (¡la nueva divinidad!), ante la posibilidad de que desaparezca la pobreza (que no la miseria), esto es, el aburguesamiento como regla de vida, ante la posibilidad de una civilización donde «cada vez es más difícil distinguir entre constructores y destructores» porque nunca como hoy, «ha tenido el Mal ocasión mejor de fingir que realiza las obras del Bien»; ante todo esto Bernanos sólo puede rebelarse. Sus escritos son, en este sentido, una continua denuncia de la hipocresía y de la impostura profundas de una sociedad que no es, a fin de cuentas, más que la sociedad atea, donde Dios queda enterrado práctica y teóricamente.
Todas sus obras que van de 1938 a 1948, fecha de su muerte, como Escándalo de la Verdad, Nosotros franceses, Carta a los ingleses, Francia contra los robots, La Libertad, ¿para qué?, El crepúsculo de los viejos, etc. (escritas en su mayoría en Brasil donde vivió de 1938 a 1946) así como un sinfín de artículos en diversas revistas, casi siempre independientes y no financiadas por los grandes grupos (siempre se negó a escribir en los grandes periódicos, por salvaguardar su independencia y libertad) están destinados a esta labor de denuncia.
Son muchos los que por ello le han acusado y le acusan de ser profundamente pesimista y exagerado. Es indudable que por su estilo y por su personalidad algunos juicios pueden parecer desatinados o exagerados. Pero no hay que engañarse: en Bernanos hay una profunda lucidez sobre cuál es el rumbo de la civilización contemporánea (y como ya hemos dicho muchos de sus escritos se han ido confirmando). Pero, además, en él, en sus obras, brota el profundo deseo de construir: «Se trata de reanimar al hombre, es decir, de devolverle con la conciencia de su dignidad, la fe en la libertad de su espíritu». En Bernanos no tendría sentido realizar una crítica tan profunda y acerba si en él no hubiese una respuesta concreta. Tal respuesta no puede ser una ideología, ya que en tal caso, se vuelve a entrar en un círculo vicioso tan trágico o más que los anteriores. En realidad, tal respuesta es la misma que la que aparece en sus novelas: Cristo, a través de la Iglesia, donde Él se manifiesta.
Esta idea suele ir acompañada, generalmente, por el intenso amor que Bernanos siente por su patria, Francia, y por su sentimiento monárquico (por los que frecuentemente se le ha tachado de conservador y restauracionista). Profundamente herido por el humillante papel que desempeñó Francia en la Segunda Guerra Mundial y por el ambiente socio-cultural de antes y después de la Guerra, en los últimos quince años de su vida apenas vivió en su país natal. Por ello él cree que para que Francia, «hija mayor de la Iglesia», se redima, ésta tiene que ser de nuevo el baluarte de la Iglesia, la que dé nacimiento a una nueva generación de hombres libres. Este sentimiento patriótico, que hay que distinguir del nacionalismo («los nacionalismos sobran igual que el abuso de poder») y que es hasta cierto punto incomprensible para nosotros, no hace más que reforzar la idea que aparece siempre en sus ensayos de que sólo la Iglesia puede llevar a cabo este trabajo de salvación del hombre. Pero, esta labor ha de ser realizada, sobre todo, por hombres que, por su adhesión a Cristo, son realmente libres y no tanto por una institución: «Un cristiano no puede desesperar del hombre ... ¿Qué es lo que espero? Una movilización general y universal de todas las fuerzas del espíritu, con la finalidad de devolver al hombre la conciencia de su dignidad. Desde este punto de vista, la Iglesia tiene que jugar un papel inmenso. Lo jugará tarde o temprano, se verá obligada a jugarlo».
EL TESTIMONIO
Sin embargo, no se puede terminar sin hacer referencia a lo que realmente caracteriza la obra de Bernanos. En efecto, todo lo que se ha expuesto hasta ahora sería posible encontrarlo en otros autores y, como literato, los hay mejores que él (Claudel, por ejemplo). La grandeza de la obra de Bernanos radica en la fuerza, en la tensión que imprime a todo aquello que escribe. Es imposible quedarse indiferente al leer a Bernanos. Se le puede odiar o amar, pero su lectura siempre interpela profundamente: «He jurado conmoveros, de amistad o de cólera, no importa». Esta fuerza es debida, sobre todo, al hecho de que Bernanos es un autor que testimonia. No hay nunca en él una intención de teorizar: sólo intenta transmitir aquello que él vive, profundizando más en ello.
Así, por ejemplo, todo lo que es el tema del mal y del sufrimiento, y la conciencia del espectro de la muerte no están sacados de un manual de filosofía o de teología sino de su propia vida. Para aquel chaval enfermizo, para aquel joven que más de una vez fue encarcelado o que estuvo a punto de perder la vida en la Guerra del 14, para el escritor que quedó inválido con apenas cuarenta años por un accidente de moto, y que padeció numerosas enfermedades, para el padre de familia que se pasó la vida buscando el sitio más barato para poder mantener a su familia (motivo por el cual cambió más de treinta veces de casa desde su boda), y que era explotado por sus editores; ... para este hombre, el sufrimiento y la muerte formaban parte de la cotidianidad. Por ello mismo, jamás sucumbió a la tentación de la desesperación. Como los personajes de sus novelas, que son, en realidad, compañeros de su vida, Bernanos siempre vivirá con una profunda esperanza, porque, para él, la vida es, en todas sus vertientes, un don de Dios: «Si el buen Dios me ha dado a veces algunas alegrías, me ha hecho sufrir como el primer imbécil venido». De hecho, él continuamente reconoce su deuda con Dios y con la Iglesia, a la que ama profundamente: «No viviría más de cinco minutos fuera de la Iglesia y si me expulsaran de ella, volvería enseguida con los pies desnudos, la soga al cuello, bajo las condiciones que quisieran imponerme». Asimismo, Bernanos, que tanto odiaba los círculos literarios y tanto criticaba a muchos de sus colegas (motivos por los cuales se le acusó frecuentemente de orgulloso), dedica páginas enteras a aquellos que le mostraron el camino, a sus maestros. Ellos son Drumont, Barbey D'Aurevilly, ... pero, sobre todo, Bloy y Péguy, ante los que reconoce humildemente su pobreza (no tanto como escritor sino, más bien, como persona): «No tengo nada de Léon Bloy, ni su valor ante la pobreza, con esa conformidad que le es propia; ni esa violencia que es suya. Soy un pobre imperfecto». Es también en estas páginas donde descubrimos los escritos más bellos de Bernanos, en los que él se sincera consigo mismo. Son las páginas de Les Enfants Humiliés («La Infancia Humillada»), donde habla, con una ternura impresionante, sobre su vida, su familia, ... Pero sobre todo nos habla sobre su vocación como escritor ( «Ignoro para quién escribo, pero si sé por qué escribo. Escribo para justificarme a los ojos del niño que fui»), vocación que él nunca sintió como suya sino como un designio de Dios («Nunca he tomado muy en serio este lenguaje convencional que es el del escritor y frecuentemente lo odio. Pero, pensad que el buen Dios no me ha dado más que este medio para conmoveros en favor de lo que amo»). Porque él, además, cree que no ha cumplido plenamente con la misión que se le ha encomendado: «Comprendo cada vez más que no añadiré nada a la verdad de la que soy depositario, no puedo hacerme esta ilusión. Soy yo mismo el que tendría que ponerme a su medida, porque se ahoga en mi, soy su prisión y no su altar. La sonrisa que le debo es la de mi propia persona.» Palabras que son un ejercicio de humildad radical frente a la verdad, pero que descubren al mismo tiempo la pasión por la vida, por el hombre, por Cristo y que descubren que aunque «la obra de Bernanos es considerable, el hombre es mucho más grande que su obra».
Bernanos nació hace cien años y murió hace cuarenta, dejando como testamento su Diálogo de Carmelitas. Pero, por mucho que nos lo quieran hacer creer, ni este hombre ni su obra están enterrados, porque nadie puede hacer callar a un hombre libre, porque nadie puede hacer callar a un hombre cuyo lema en la vida era: «Amar todo su amor, vivir toda su vida, morir toda su muerte».
BIBLIOGRAFIA
OBRAS TRADUCIDAS AL CASTELLANO
Novela:
- Las Víctimas, Plaza y Janés (edición antigua)
- Un mal sueño, Plaza y Janés (edición antigua)
- Diario de un cura rural, Caralt
- Nueva historia de Mouchecte, Caralt
- Diálogo de Carmelitas, Plaza y Janés
Ensayo:
- Los Grandes Cementerios bajo la luna, Alianza
- La libertad, ¿para qué?, De próxima aparición en Ediciones Encuentro
- Cuadernos para la memoria, Nueva Tierra n.1
OBRAS NO TRADUCIDAS
Novela:
- Sous le soleil de Sacan (Bajo el sol de Satán), Le Seuil
- L'imposture (La Impostura), Le Seuil
- La Joie (La Alegría), Le Seuil
- Monsieur Quine, Presse Pocket
Ensayo:
- La grande peur des Bien-Pensants (El gran miedo de los Bien-Pensantes), Le livre de Poche
- Scandale de la Véricé (Escándalo de la Verdad), Le Seuil
- Nous autres Francais (Nosotros Franceses), Le Seuil
- Leccre aux Anglais (Carca a los Ingleses), Le Seuil
- La France conrte les robots (Francia contra los robots), Pion
- Les Enfonrs Humiliés (La Infancia Humillada).
INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE BERNANOS
Dentro de las obras traducidas al castellano, prescindiendo del ya conocidísimo Diario de un cura rural, yo aconsejaría Nueva historia de Mouchette y Diálogo de Carmelitas. En el primer caso, se trata de la última novela de Bernanos, lo que se refleja en la madurez literaria que se deja entrever en toda la obra: se adentra en el problema de la dignidad humana. La idea que se desprende de la novela es que el hombre, por muy determinado que esté por las circunstancias es siempre mucho más grande que esta circunstancia. El Diálogo de Carmelitas, por su lado, se centra casi exclusivamente en el problema de la muerte. Blanca de la Agonía de Cristo teme a la vida y sobre todo teme tener que confrontarse con la muerte. Este miedo la lleva a entrar en un convento de carmelitas, pensando que allí podrá huir de sus temores. Pero, en plena Revolución Francesa, muere guillotinada con sus compañeras de convento, aceptando su muerte. Esta aceptación de su condena no es el fruto de un esfuerzo de su voluntad sino de la entrega de su vida a Cristo que es quien realiza el milagro. Esta obra de teatro escrita por Bernanos pocos meses antes de su muerte es, de hecho, una reflexión sobre su propia muerte que él ya siente cercana.
Como ensayos, aconsejo, evidentemente, los dos únicos que están traducidos: Los Grandes Cementerios bajo la Luna y La Libertad, ¿para qué? En el caso del primero, me remito a la crítica aparecida ya en el número 7 de esta revista.
En el caso de la segunda obra, cuya publicación está prevista para octubre de 1988 en Ediciones Encuentro, decir que resume claramente la labor de escritor de combate de Bernanos: nos muestra, con su habitual mordacidad e ironía, cómo la civilización de la técnica y del progreso que surge después de la Segunda Guerra Mundial y en la que vivimos inmersos conduce inexorablemente a la destrucción del hombre. De ahí que Bernanos considere que la tarea fundamental que hay que realizar es la de re-espiritualizar al hombre y romper con el materialismo que lo convierte en objeto. Sólo la Iglesia es capaz de llevar a cabo esto, ya que la verdadera libertad brota de Cristo, quien redime plenamente al hombre, y, por ello, ésta tiene que poner todos sus recursos al servicio de esta causa.
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