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Huellas N.11, Abril 1988

Bernanos. Un hombre libre

A cien años del nacimiento del genial francés

«¿A lo mejor podría pedir a Roma la anulación de la ridícula unión contraída en París el 20 de febrero de 1888 por Georges Bernanos y Bernanos Georges?». Así des­cribía Bernanos, con su habitual sentido del humor, su nacimiento, en uno de los mo­mentos más difíciles de su vida. Sin embar­go, hoy en día, que tan acostumbrados es­tamos a la celebración de centenarios, cin­cuentenarios y veintenarios de todo tipo, pocos son los que parecen acordarse de este aniversario. Resulta paradójico que, aquello contra lo que Bernanos luchó con todas sus fuerzas, sea lo que hoy le condena al silen­cio irremisiblemente: la hipocresía y la impostura.
Hipocresía por parte de aquellos que co­nociéndole, sabedores de su valía literaria, lo esconden o sencillamente lo olvidan. Po­cos son los síntomas que dejan entrever que la prensa laica y, por desgracia, también la religiosa, se acuerden de este autor, como tampoco lo hicieron de Mauriac hace tres años.
La falsedad de los que, las raras veces que hablan o escriben sobre él, lo reducen a un escritor político de marcada tendencia con­servadora, antidemócrata y monárquico, acompañado todo ello de una rabiosa e in­transigente religiosidad. Esto, a fin de cuen­tas, es una falacia que desvirtúa no sólo la obra sino también la persona de Bernanos. Pero cualquiera que haya leído su obra, tan­to en su faceta de novelista, como en la de ensayista, o conozca parte de su vida, no puede compartir esta opinión.

BERNANOS NOVELISTA: EL PROBLEMA DEL MAL Y LA SANTIDAD
Bernanos fue un escritor tardío. En efec­to, después de estudiar Derecho y Letras, se había dedicado a trabajar como inspector de una empresa de seguros, intentando ven­derlos de casa en casa. En 1917 se había ca­sado con Jeanne Talbert d'Arc (descendien­te de la familia de Juana de Arco), con la que tuvo seis hijos. Ella, como muchas ve­ces ocurre en estos casos, siempre se mantuvo a la sombra de su marido, pero fue su compañera incansable, la que compartió con él hasta el final «su vida de perro, que no perra vida».
Pese a que ya antes había escrito algu­nos pequeños relatos y había colaborado en diversos periódicos, es en 1937 cuando pu­blica su primera novela: Bajo el sol de Sa­tán. Ésta supuso una auténtica conmoción en el mundo literario francés. De hecho, el éxito fue tal, que, pese a la dificultad mani­fiesta de Bernanos a la hora de componer (tardaba horas enteras en escribir unas po­cas líneas que luego, por lo general, solía volver a corregir), éste se dedicó a abando­narlo todo y a vivir de su pluma (y nunca mejor dicho, ya que siempre escribía a mano en pequeños cuadernos colegiales). Desde entonces y hasta 1948, vivirá consagrado por completo a su quehacer literario.
En Bajo el sol de Satán aparecen ya las inquietudes y los problemas sobre los que girará toda la novela bernanosiana. En este sentido, hay que constatar que Bernanos no es un escritor que evolucione: los problemas son siempre los mismos para él, porque el hombre, desde su punto de vista, por mu­cho que cambie su entorno, su sociedad, su cultura, seguirá manteniendo su naturaleza. Por ello, toda la obra de Bernanos se nos presenta como el intento de responder a una serie de preguntas que arraigan en lo más profundo de todo hombre: ¿qué es el mal?, ¿por qué existe?, ¿qué respuesta cabe frente al mal que pueda salvar al hombre?
Esta problemática hace que toda lectura de cualquier novela resulte, en un primer momento, desconcertante por su compleji­dad, aunque al mismo tiempo la aclare. Por­que, ¿qué es lo que puede hacer Bernanos frente a estas cuestiones, ante la imposibi­lidad de darles una respuesta lógica? Tan sólo puede centrarse en aquellos que con más radicalidad viven esta conciencia del mal: los santos. La novela de Bernanos es una continua profundización sobre la santi­dad, pero no por un afán apologético, sino por una necesidad existencial que brota del propio autor. Todos sus personajes prota­gonistas, verdaderos antihéroes novelescos, son, a fin de cuentas, santos: el abate Do­nissan, el cura Chevance, Chantal, el cura rural, Blanca ... Evidentemente, ninguno de ellos corresponde a la imagen típica del san­to que nos hacemos tantas veces (y que se hacía en algunas obras Claudel, motivo por el cual a Bernanos no le hacía mucha gracia su obra). Si por algo se caracterizan es por su flaqueza, por su condición pecadora: el miedo a la vida y a la muerte de Blanca, la debilidad tanto psicológica como física del cura rural, la fragilidad de Chantal, ... Pero hay algo que les define y que es mucho más importante que su pecado: la formidable conciencia que tienen todos del mal, de la tentación y de la cercanía, por lo tanto, de su abismo. Y la prueba más clara de la exis­tencia del mal y de su carácter personal (no estructural, por ejemplo) es la muerte. De ahí que su fantasma esté continuamente presente en la realidad de los personajes bernanosianos, que más tarde o más tem­prano habrán de confrontarse con ella. De este modo, Bernanos nos muestra la muer­te bajo todas sus formas posibles: la muer­te por enfermedad y generalmente agónica (El diario de un cura rural); el asesinato (La alegria, o Un crimen ); el suicidio (Nueva Historia de Mouchette); el martirio (Diálo­go de Carmelitas); la muerte en la vejez (La Impostura); etc.
Pero, por la misma razón que los santos son aquellos que más de cerca viven la pre­sencia del mal, son ellos también los que en­cuentran una respuesta que los redime. Ser santo es ser también, y ante todo, hijo de Dios, y por tanto sólo a través de Él es po­sible encontrar una respuesta. Sin embargo, para que esto pueda ser es necesario que este Dios se haya encarnado. Por ello, sólo el hombre que se acerca a Cristo, verdadero Dios encarnado, puede afrontar el mal. La redención se produce, entonces, dentro de la naturaleza humana y la abarca por com­pleto; la respuesta al mal no es evitarlo o huir de él, sino darle un sentido del que pue­da nacer una esperanza profunda. Intrínse­co a la santidad es también, para Bernanos, el espíritu de infancia. Éste permite la acep­tación, humilde, de la realidad y la concien­cia justa de la dimensión limitada, pecadora del hombre. Sólo desde esta postura, de la que brota también la alegría, se puede uno abrir a Dios y comprender su designio sal­vífico. El santo resulta ser, a fin de cuentas, el representante de la condición humana, aquel que, al no huir del presente, se com­promete verdaderamente con su humanidad y con la de los demás.
Evidentemente, esto dista mucho de ser, como pretendía Maritain, después de leer Bajo el sol de Satán, una concepción mani­quea del hombre y de la realidad y entronca plenamente con la antropología cristiana.
Paralelamente, en todas sus novelas, aparecen los signos más claros de la presen­cia del Maligno: la indiferencia y la deses­peración, que definen una deshumanización radical. Aunque son numerosos los perso­najes caracterizados por esto (de hecho, ninguno está fuera del alcance de estas dos tentaciones), el más representativo de todos es, sin duda, Mousier Ouine. Éste ha llega­do a una situación tal que ni siquiera es ca­paz de odiarse o amarse a sí mismo.
Toda esta visión de la realidad provoca el que, en cierto sentido, los personajes y las problemáticas de las novelas de Bernanos se hagan concretos, tangibles. La dificultad de su comprensión radica en el hecho de que, por todo lo que se ha explicado, la presen­cia de lo sobrenatural se hace casi cotidiana en la realidad del universo bernanosiano. Todo hace referencia a un más allá, al mis­terio de Dios. Evidentemente, el problema no radica en Bernanos sino en nosotros, para quienes esta percepción de lo sobrena­tural, que está latente en todos, se ha con­vertido en algo irracional y consecuente­mente irreal, artificial. Para Bernanos es, al contrario, la dimensión plena, verdadera de la realidad.

BERNANOS ENSAYISTA: DENUNCIA Y LIBERTAD
Sin embargo, en 1937, Bernanos termi­naría su última novela, Nueva Historia de Mouchette, una pequeña joya literaria, para no volver a escribir ninguna más. La situación política y social le hace decidirse a em­plear toda su fuerza y sus recursos literarios al servicio de lo que él considera que es su labor: defender y exponer la verdad, no ca­llarse ante lo que él percibe. En este mismo año, su carrera literaria da un vuelco. De no­velista, pasa a ser ensayista o, mejor dicho, escritor de combate. Aunque ya en 1932 ha­bía escrito La grande Peur des Bien-Pen­sants, la necesidad de escribir sobre su tiem­po como tarea fundamental sólo se concre­ta claramente a partir de esta época.
En efecto, durante su estancia en Mallor­ca (de 1934 a 1937), testigo directo de la Guerra Civil Española, Bernanos intuye lo que puede acontecer en un futuro próximo. Ciertamente, para nosotros, lectores de los 80, resulta obvio que desde el 33, fecha de la subida al poder en Alemania de Hitler y con el fascismo en Italia, ya se estaba fra­guando el nuevo conflicto mundial. No era así en los años 30, y tampoco lo era duran­te la Guerra Civil Española: el pacto de Mu­nich de 1938 lo atestigua. Por ello, muchas de las páginas de Los Grandes Cementerios bajo la luna (escrito a raíz del conflicto español y publicado en 1938) son proféticas. Pero, la dimensión profética de Bernanos abarca mucho más que la simple predicción del horror nazi o de la Segunda Guerra Mundial. Para Berna­nos este conflicto, así como el nazismo o el fascismo, no es sino la punta del iceberg, el signo de la nueva sociedad que poco a poco emerge y se va imponiendo. Esta sociedad es el fruto común de las ideologías surgidas de la modernidad, engendrada tanto por el capitalismo como por el marxismo, por el liberalismo como por el colectivismo. Por­que la oposición entre estas ideologías es, a los ojos de Bernanos, una falacia: en reali­dad ambas están basadas en una misma con­cepción materialista del hombre, que queda reducido a unas necesidades cuasi-biológicas que hay que rellenar. De hecho, ambas uti­lizan los mismos mitos: el de la democracia y el del progreso. ¡Como si el hombre por comer y beber pudiese quedar satisfecho! Por otra parte, Bernanos siempre conside­ró que ambos tipos de sociedad estaban con­denados a hacer camino común. Aunque sólo fuese en el terreno económico, la apa­rición del Estado-Providencia siguiendo las directrices keynesianas en los países capitalistas occidentales y la nueva política de li­beralización iniciada por Gorbachov en la URSS, la famosa perestroika, parecen con­firmarlo. La consecuencia más importante que él ve es la aparición de un nuevo tipo de sujeto que no es sino el hombre que ha perdido su capacidad creadora, su libertad. Así pues, ante esta reducción o castra­ción del hombre, ante la posibilidad de que el hombre sea un autómata en manos de un Estado omnipotente y omnipresente (¡la nueva divinidad!), ante la posibilidad de que desaparezca la pobreza (que no la miseria), esto es, el aburguesamiento como regla de vida, ante la posibilidad de una civilización donde «cada vez es más difícil distinguir en­tre constructores y destructores» porque nunca como hoy, «ha tenido el Mal ocasión mejor de fingir que realiza las obras del Bien»; ante todo esto Bernanos sólo puede rebelarse. Sus escritos son, en este sentido, una continua denuncia de la hipocresía y de la impostura profundas de una sociedad que no es, a fin de cuentas, más que la sociedad atea, donde Dios queda enterrado práctica y teóricamente.
Todas sus obras que van de 1938 a 1948, fecha de su muerte, como Escándalo de la Verdad, Nosotros franceses, Carta a los in­gleses, Francia contra los robots, La Liber­tad, ¿para qué?, El crepúsculo de los viejos, etc. (escritas en su mayoría en Brasil donde vivió de 1938 a 1946) así como un sinfín de artículos en diversas revistas, casi siempre independientes y no financiadas por los grandes grupos (siempre se negó a escribir en los grandes periódicos, por salvaguardar su independencia y libertad) están destina­dos a esta labor de denuncia.
Son muchos los que por ello le han acu­sado y le acusan de ser profundamente pesimista y exagerado. Es indudable que por su estilo y por su personalidad algunos jui­cios pueden parecer desatinados o exagera­dos. Pero no hay que engañarse: en Berna­nos hay una profunda lucidez sobre cuál es el rumbo de la civilización contemporánea (y como ya hemos dicho muchos de sus es­critos se han ido confirmando). Pero, ade­más, en él, en sus obras, brota el profundo deseo de construir: «Se trata de reanimar al hombre, es decir, de devolverle con la con­ciencia de su dignidad, la fe en la libertad de su espíritu». En Bernanos no tendría sentido realizar una crítica tan profunda y acerba si en él no hubiese una respuesta concreta. Tal respuesta no puede ser una ideología, ya que en tal caso, se vuelve a en­trar en un círculo vicioso tan trágico o más que los anteriores. En realidad, tal respues­ta es la misma que la que aparece en sus no­velas: Cristo, a través de la Iglesia, donde Él se manifiesta.
Esta idea suele ir acompañada, general­mente, por el intenso amor que Bernanos siente por su patria, Francia, y por su sen­timiento monárquico (por los que frecuen­temente se le ha tachado de conservador y restauracionista). Profundamente herido por el humillante papel que desempeñó Francia en la Segunda Guerra Mundial y por el ambiente socio-cultural de antes y des­pués de la Guerra, en los últimos quince años de su vida apenas vivió en su país na­tal. Por ello él cree que para que Francia, «hija mayor de la Iglesia», se redima, ésta tiene que ser de nuevo el baluarte de la Igle­sia, la que dé nacimiento a una nueva gene­ración de hombres libres. Este sentimiento patriótico, que hay que distinguir del nacio­nalismo («los nacionalismos sobran igual que el abuso de poder») y que es hasta cier­to punto incomprensible para nosotros, no hace más que reforzar la idea que aparece siempre en sus ensayos de que sólo la Igle­sia puede llevar a cabo este trabajo de sal­vación del hombre. Pero, esta labor ha de ser realizada, sobre todo, por hombres que, por su adhesión a Cristo, son realmente li­bres y no tanto por una institución: «Un cristiano no puede desesperar del hombre ... ¿Qué es lo que espero? Una movilización general y universal de todas las fuerzas del espíritu, con la finalidad de devolver al hombre la conciencia de su dignidad. Desde este punto de vista, la Iglesia tiene que ju­gar un papel inmenso. Lo jugará tarde o temprano, se verá obligada a jugarlo».

EL TESTIMONIO
Sin embargo, no se puede terminar sin hacer referencia a lo que realmente caracte­riza la obra de Bernanos. En efecto, todo lo que se ha expuesto hasta ahora sería posi­ble encontrarlo en otros autores y, como li­terato, los hay mejores que él (Claudel, por ejemplo). La grandeza de la obra de Berna­nos radica en la fuerza, en la tensión que imprime a todo aquello que escribe. Es im­posible quedarse indiferente al leer a Ber­nanos. Se le puede odiar o amar, pero su lec­tura siempre interpela profundamente: «He jurado conmoveros, de amistad o de có­lera, no importa». Esta fuerza es debida, so­bre todo, al hecho de que Bernanos es un au­tor que testimonia. No hay nunca en él una intención de teorizar: sólo intenta transmitir aquello que él vive, profundizando más en ello.
Así, por ejemplo, todo lo que es el tema del mal y del sufrimiento, y la conciencia del espectro de la muerte no están sacados de un manual de filosofía o de teología sino de su propia vida. Para aquel chaval enfermi­zo, para aquel joven que más de una vez fue encarcelado o que estuvo a punto de perder la vida en la Guerra del 14, para el escritor que quedó inválido con apenas cuarenta años por un accidente de moto, y que pade­ció numerosas enfermedades, para el padre de familia que se pasó la vida buscando el sitio más barato para poder mantener a su familia (motivo por el cual cambió más de treinta veces de casa desde su boda), y que era explotado por sus editores; ... para este hombre, el sufrimiento y la muerte forma­ban parte de la cotidianidad. Por ello mis­mo, jamás sucumbió a la tentación de la de­sesperación. Como los personajes de sus no­velas, que son, en realidad, compañeros de su vida, Bernanos siempre vivirá con una profunda esperanza, porque, para él, la vida es, en todas sus vertientes, un don de Dios: «Si el buen Dios me ha dado a veces algu­nas alegrías, me ha hecho sufrir como el primer imbécil venido». De hecho, él con­tinuamente reconoce su deuda con Dios y con la Iglesia, a la que ama profundamente: «No viviría más de cinco minutos fuera de la Iglesia y si me expulsaran de ella, volve­ría enseguida con los pies desnudos, la soga al cuello, bajo las condiciones que quisieran imponerme». Asimismo, Bernanos, que tanto odiaba los círculos literarios y tanto criticaba a muchos de sus colegas (motivos por los cuales se le acusó frecuentemente de orgulloso), dedica páginas enteras a aque­llos que le mostraron el camino, a sus maes­tros. Ellos son Drumont, Barbey D'Aure­villy, ... pero, sobre todo, Bloy y Péguy, ante los que reconoce humildemente su pobreza (no tanto como escritor sino, más bien, como persona): «No tengo nada de Léon Bloy, ni su valor ante la pobreza, con esa conformidad que le es propia; ni esa violen­cia que es suya. Soy un pobre imperfecto». Es también en estas páginas donde descu­brimos los escritos más bellos de Bernanos, en los que él se sincera consigo mismo. Son las páginas de Les Enfants HumiliésLa Infancia Humillada»), donde habla, con una ternura impresionante, sobre su vida, su fa­milia, ... Pero sobre todo nos habla sobre su vocación como escritor ( «Ignoro para quién escribo, pero si sé por qué escribo. Escribo para justificarme a los ojos del niño que fui»), vocación que él nunca sintió como suya sino como un designio de Dios («Nun­ca he tomado muy en serio este lenguaje convencional que es el del escritor y fre­cuentemente lo odio. Pero, pensad que el buen Dios no me ha dado más que este me­dio para conmoveros en favor de lo que amo»). Porque él, además, cree que no ha cumplido plenamente con la misión que se le ha encomendado: «Comprendo cada vez más que no añadiré nada a la verdad de la que soy depositario, no puedo hacerme esta ilusión. Soy yo mismo el que tendría que po­nerme a su medida, porque se ahoga en mi, soy su prisión y no su altar. La sonrisa que le debo es la de mi propia persona.» Pala­bras que son un ejercicio de humildad radi­cal frente a la verdad, pero que descubren al mismo tiempo la pasión por la vida, por el hombre, por Cristo y que descubren que aunque «la obra de Bernanos es considera­ble, el hombre es mucho más grande que su obra».
Bernanos nació hace cien años y murió hace cuarenta, dejando como testamento su Diálogo de Carmelitas. Pero, por mucho que nos lo quieran hacer creer, ni este hom­bre ni su obra están enterrados, porque na­die puede hacer callar a un hombre libre, porque nadie puede hacer callar a un hom­bre cuyo lema en la vida era: «Amar todo su amor, vivir toda su vida, morir toda su muerte».

BIBLIOGRAFIA
OBRAS TRADUCIDAS AL CASTELLANO

Novela:
- Las Víctimas, Plaza y Janés (edición antigua)
- Un mal sueño, Plaza y Janés (edición antigua)
- Diario de un cura rural, Caralt
- Nueva historia de Mouchecte, Caralt
- Diálogo de Carmelitas, Plaza y Janés

Ensayo:
- Los Grandes Cementerios bajo la luna, Alianza
- La libertad, ¿para qué?, De próxima aparición en Ediciones Encuentro
- Cuadernos para la memoria, Nueva Tierra n.1

OBRAS NO TRADUCIDAS
Novela:
- Sous le soleil de Sacan (Bajo el sol de Satán), Le Seuil
- L'imposture (La Impostura), Le Seuil
- La Joie (La Alegría), Le Seuil
- Monsieur Quine, Presse Pocket

Ensayo:
- La grande peur des Bien-Pensants (El gran miedo de los Bien-Pensantes), Le livre de Poche
- Scandale de la Véricé (Escándalo de la Verdad), Le Seuil
- Nous autres Francais (Nosotros Franceses), Le Seuil
- Leccre aux Anglais (Carca a los Ingleses), Le Seuil
- La France conrte les robots (Francia contra los robots), Pion
- Les Enfonrs Humiliés (La Infancia Humillada).

INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE BERNANOS
Dentro de las obras traduci­das al castellano, prescindiendo del ya conocidísimo Diario de un cura rural, yo aconsejaría Nueva historia de Mouchette y Diálogo de Carmelitas. En el primer caso, se trata de la última novela de Bernanos, lo que se refleja en la madurez literaria que se deja en­trever en toda la obra: se adentra en el problema de la dignidad hu­mana. La idea que se desprende de la novela es que el hombre, por muy determinado que esté por las circunstancias es siempre mucho más grande que esta circunstan­cia. El Diálogo de Carmelitas, por su lado, se centra casi exclusiva­mente en el problema de la muer­te. Blanca de la Agonía de Cristo teme a la vida y sobre todo teme tener que confrontarse con la muerte. Este miedo la lleva a en­trar en un convento de carmeli­tas, pensando que allí podrá huir de sus temores. Pero, en plena Revolución Francesa, muere gui­llotinada con sus compañeras de convento, aceptando su muerte. Esta aceptación de su condena no es el fruto de un esfuerzo de su voluntad sino de la entrega de su vida a Cristo que es quien realiza el milagro. Esta obra de teatro es­crita por Bernanos pocos meses antes de su muerte es, de hecho, una reflexión sobre su propia muerte que él ya siente cercana.
Como ensayos, aconsejo, evi­dentemente, los dos únicos que están traducidos: Los Grandes Ce­menterios bajo la Luna y La Li­bertad, ¿para qué? En el caso del primero, me remito a la crítica aparecida ya en el número 7 de esta revista.
En el caso de la segunda obra, cuya publicación está prevista para octubre de 1988 en Edicio­nes Encuentro, decir que resume claramente la labor de escritor de combate de Bernanos: nos mues­tra, con su habitual mordacidad e ironía, cómo la civilización de la técnica y del progreso que surge después de la Segunda Guerra Mundial y en la que vivimos in­mersos conduce inexorablemente a la destrucción del hombre. De ahí que Bernanos considere que la tarea fundamental que hay que realizar es la de re-espiritualizar al hombre y romper con el mate­rialismo que lo convierte en ob­jeto. Sólo la Iglesia es capaz de llevar a cabo esto, ya que la ver­dadera libertad brota de Cristo, quien redime plenamente al hom­bre, y, por ello, ésta tiene que po­ner todos sus recursos al servicio de esta causa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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