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Huellas N.11, Abril 1988

EDITORIAL

Depende de la idea de libertad

Las organizaciones terroristas, nacidas hace años, hoy están siendo casi totalmente derrotadas: las condiciones de la disolución se están negociando con el Estado. Al mismo tiempo, asistimos a las denuncias cada vez más alarmantes por parte de autoridades políticas y sociales sobre el preocupante aumento de nuevas formas de violencia juvenil; la inseguridad en las grandes ciudades, el aumento vertiginoso del mercado de la droga, etc., son los síntomas más graves de una profunda disgregación, presente, sobre todo, entre las jóvenes generaciones.
Es verdad -se dirá- que en la raíz de estos fenómenos existen factores de crisis económica y social; sin embargo, las contradicciones materiales y económicas, el desempleo y las nuevas formas de pobreza, explican sólo una parte del fenómeno del crecimiento de la violencia. Ésta, en efecto, es ante todo un problema de cultura y por tanto de educación: el aspecto más significativo de cada cultura es siempre la idea de libertad que en ella se expresa. ¿En qué experiencia de libertad están siendo educados los jóvenes de esta generación?
Los jóvenes de hoy viven, estudian -incluso diligentemente-, están suficientemente informados y emancipados, y menos ideologizados que antaño; sin embargo, si cualquiera de ellos tuviese sinceramente que hacer un balance sobre su experiencia escolar, no encontraría más que malestar y aburrimiento, como si mirando hacia atrás descubriese de pronto el sinsentido y la inutilidad de su estudio. Estos jóvenes, a pesar de su emancipación y eficiencia, son extremadamente frágiles y afectivamente irresolutos y, en el juicio sobre sí mismos y sobre la realidad, sucumben totalmente ante opiniones y prejuicios asumidos acríticamente de la mentalidad dominante. Son las primeras víctimas de un tipo de cultura que desarrolla una educación frente a la realidad entera como si la persona no existiese y se viera reducida sólo a dinamismos científicos e impersonales (sociología, psicología, pedagogía ... ). La persona es, eminentemente, libertad; pero si la cultura que se ofrece está marcada sólo por criterios selectivos y de eficacia social, no existe educación en la libertad de la persona. Es la cultura dominante la que impide la libertad y es, por tanto, «liberticida»: ¡cuántas veces hemos oído a profesores, hemos leído en la prensa o hemos sabido por la televisión que la verdad no existe, que cada época y cada hombre tienen la suya: de este modo, quien pretenda comunicar certezas es acusado de fanático o de intolerante!
La violencia nace de la destrucción del origen mismo de la libertad -que es el sentido religioso-, al negar el valor de la pregunta sobre la verdad presente en cada hombre. Y el sentido religioso, en cuanto pregunta sobre el significado último de las cosas, exige la certeza de una respuesta; en efecto, es imposible dar espacio a una pregunta en la incertidumbre de una posible respuesta. El clima cultural en que vivimos exalta, sin embargo, esta incertidumbre, vaciando así la importancia fundamental de la pregunta. Los hombres -los jóvenes sobre todo- son violentados en su exigencia más auténtica (y más impetuosa incluso que las mismas necesidades biológicas), que es la exigencia del conocimiento de la naturaleza de las cosas. De este modo, son arrastrados a una inseguridad existencial angustiosa y sumamente frágil frente al influjo del Poder. Se convence a los jóvenes de que sus preguntas más profundas son aquellas por las que no merece la pena preocuparse, dada la imposibilidad de una respuesta: de este modo, se despoja a la persona del gusto por vivir y se la abandona a una reactividad instintiva y, por tanco, siempre violenta.
El cristianismo no es una opinión como otra cualquiera. Es una respuesta: el acontecimiento de Dios hecho hombre, factor de identidad y de unidad entre quienes se adhieren a Él. La presencia cristiana entre las jóvenes generaciones debe asumir por entero la profunda exigencia de humanidad que hay en ellas: se trata de ofrecer una compañía plenamente humana, llena de fascinación por las razones de la vida y rica en trabajo por el ideal. Una compañía en la que Cristo sea presencia encontrable, factor que rescate la identidad humana con todas sus exigencias y dimensiones.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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