Va al contenido

Huellas N.10, Febrero 1988

LIBERTAD RELIGIOSA

¿Qué paz? ¿Qué libertad?

Como estamos viendo, Juan Pablo II, el Papa venido del Este, en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1988, presenta la libertad religiosa como clave de los derechos humanos.
Una primera pregunta que surge es cómo es posible trabajar por la paz en una país del Este cuando cualquier actividad pacificadora se vive con el temor de la cárcel, de la privación del empleo, del pasaporte o del carnet de conducir; con el miedo del traslado forzoso de región; de que sea negada la posibilidad de estudiar; de encarecer arbitrariamente cualquier cosa en cualquier momento; de prescribir lo que se debe leer; de cuántos metros cuadrados debe tener la casa donde vivir; o con quién puede encontrase uno y con quién no...


LA PAZ, UNA PALABRA SIN CONTENIDO
Esta misma cuestión se plantea Vaclav Havel, filósofo checoslova­co, en su diálogo con los pacifistas occidentales. La paz se convierte en un «problema» desde el primer momento en que esta palabra es presentada sin un contenido con­creto, quedando al vaivén de cual­quier ideología. ¿Cuál puede ser este contenido?
«El respeto de los derechos hu­manos es la condición fundamen­tal para una paz verdadera, y su única garantía», afirma Havel. Cuando la paz es definida por los derechos humanos surge una nue­va perspectiva y un nuevo modo de valorar las situaciones: el test del trabajo por la paz de un Go­bierno o Estado viene dado no por sus declaraciones formales, sino por su defensa de los derechos hu­manos; la paz deja de ser un pro­blema técnico sobre el desarme y pasa a ser político, social, cultural, personal...: se reconoce y valora la propia dignidad humana, sin ne­cesidad de ignorar o sacrificar cualquier generación o sujeto; se genera un mayor realismo políti­co en las acciones, iniciativas y proyectos, frente a muchas solu­ciones pacifistas occidentales que, de entrada, ingenuamente preten­den ignorar los acuerdos de Yalta.

SALIR DEL ESCEPTICISMO
Pero la dificultad y la resisten­cia permanecen dada la impoten­cia de los individuos ante la omni­potencia del Estado. ¿Cómo salir del escepticismo?, ¿cómo recupe­rar la propia dignidad humana?, ¿cómo realizar y desear esos dere­chos humanos?
Havel señala este momento clave como el paso del hombre es­céptico -que expropia su respon­sabilidad e identidad, que elude el sufrimiento doloroso de los pro­blemas, que se reduce a «ente de respuestas» dadas por el pensa­miento escueto de las ideologías­al hombre como «ser en pregun­ta», que busca la verdad a fondo, que vive los ideales y sueños de un mundo mejor como el dinamismo por el cual la vida humana adquie­re sentido y dignidad. Luchar por el sentido es salvar la vida. Quien no es capaz de arriesgar su propia vida en casos extremos, termina perdiendo tanto su vida como su sentido.
Y este paso, esta nueva huma­nidad no es algo abstracto sino que se concreta en la figura de los di­sidentes. Nuestro filósofo checo los describe como heroicos, irrea­les, locos, quijotescos al escribir sus análisis críticos y exigir liber­tad y derechos frente al poder om­nímodo del Estado y su policía, sa­biendo que por esto, antes o des­pués, les meterán en la cárcel. Su sentido de la política es totalmen­te distinto al que domina en el mundo contemporáneo. No busca un poder ni intenta encantar a un público, ni ofrece ni promete nada a nadie. Si ofrece algo es sólo su propia vida, porque no tiene otro modo para afirmar la verdad en que cree. Con su comportamiento expresa la dignidad del ciudadano sin considerar las consecuencias. Su «política» parte de la esfera moral y existencial: todo lo que hace lo realiza principalmente para él, algo se rebela en él y no es capaz de vivir en la mentira. No cae en el ámbito de la pura espe­culación, donde la verdad se des­conecta de la acción, o de los pro­pios ciudadanos. Su compromiso con la verdad, a pesar de las difi­cultades para vivirlo, le hace más libre respecto de todo el universo de poder, de todo sistema de uti­lidad, de toda táctica, de todo éxi­to, de todo compromiso o necesa­ria alianza entre medias verdades y medias mentiras. Su «locura» le hace ser integral, coherente, fiel e idéntico a sí mismo.

LA LIBERTAD RELIGIOSA, ALGO MÁS QUE PERMITIR LAS RELIGIONES
Desde lo expuesto anterior­mente se ilumina el mensaje de Juan Pablo II sobre la libertad religiosa como condición para la pa­cífica convivencia. También aquí el término «libertad religiosa» corre el riesgo de vaciar a la palabra libertad de su contenido. «La libertad -afirma el Papa- es la capacidad humana que recibe permanentemente para buscar la verdad con la inteligencia y para seguir con el corazón del bien al que naturalmente aspira, sin ser sometido a ningún tipo de presiones, constricciones y violencias»
Cuando la fe religiosa se vive desconectada de esta libertad surgen las intolerancias entre las religiones, la aceptación de los formalismos jurídicos de los Estados, o la privatización de la fe, que entonces se convierte en algo sin incidencia social.

FUNDAMENTO DEL RESTO DE LAS LIBERTADES
Por el contrario, cuando la li­bertad religiosa se vive sin forma­lismos, dando a cada término su contenido «al implicar toda la vida humana, es la razón de ser que sostiene a las restantes libertades», dirá el Papa.
Ésta es la experiencia de mu­chos disidentes del Este que viven un renacimiento religioso, y que confirman las principales afirma­ciones del documento. Sander Riga sabe que la fe fa­vorece una mayor conciencia de la propia dignidad y libertad y una aceptación más motivada de las propias responsabilidades «una tormentosa incapacidad de comprender el sentido de la vida, un sagaz pragmatismo, un escepticismo irreducible, un descarado cinismo; el deseo de gozar de la vida, y la desilusión: he aquí el balance de mis treinta años. El Señor puede construir también a través de nuestras caídas: debemos solo estar vigilantes. Toco con la mano mi nulidad, pero no sé por qué no me rasgo las vestiduras, por qué no me lleno la cabeza de ceniza. El grito de la esperanza es más frecuente que el eco de mi desgracia. Mi voluntad y mi inteligencia han resistido largo tiempo, pero al final se me han rendido. Yo he vencido. No ha sido una capitulación ante el adversario, sino la reconciliación con el Padre. Su posesión de mí es mi liberación».
Tatiana Goritcheva, junto con los creadores de los seminarios in­telectuales de Moscú y Leningrado en los años '70, reconoce que la fe refuerza la cohesión moral de un pueblo, previniéndole contra las ideologías y actuando de acuerdo con sus convicciones: «El cristianismo es el principal enemigo de este sistema moribundo pero agresivo, porque apaga el miedo predicando el amor perfecto; porque nos hace descubrir una vida del todo diferente, una realidad nueva, maravillosa. Somos un grupo de jóvenes que ha rechazado los dogmas muertos de la ideología y que al término de largas peregrinaciones en el terrible caos en un mundo en disgregación, hemos llegado a la Iglesia, manantial de una transfiguración creadora de la vida.
Lo que nos unía era más fuerte que nuestras diferencias psicológicas o sociales -en los seminarios participaban ortodoxos, católicos, baptistas, e incluso ateos-. Nos habíamos encontrado unos con otros en este mundo convertido en satánico por el odio; nos abrazá­bamos en las plazas y en las calles, éramos hijos del mismo Padre y pertenecíamos al mismo partido, el de los excluidos, perseguidos, afligidos, sedientos de justicia
».
Tamkevicius, sacerdote católico lituano, condenado en 1983 a seis años de campo de concentración y cuatro de confinamiento, donde no ha llegado la perestroika, com­prende de modo nuevo la huma­nidad y todas sus contrariedades, a pesar de la falta de libertad: «Toda la jornada está gobernada por el sonido de la campana que te orde­na levantarte, acostarte, trabajar o descansar. Sin embargo, esta cam­pana es para mí la voz del Señor: voy donde Él me ordena, y mi co­razón está en paz porque sé que el Señor está siempre conmigo, in­cluso en los momentos en que me olvido de su proximidad. La vida en la Presencia de Dios trae paz, alegría y bendición: ya esté acosta­do o levantado, trabaje o descan­se, esté bien o sufra por alguna en­fermedad. La gente se atormenta y se preocupa porque carga sobre sus espaldas todo el peso de sus desgracias y tribulaciones, y confía poco en el Señor. Por el contrario, es necesario hacer todo lo que se pueda y remitir al Señor todo lo que es imposible, sin enfadarse. La paciencia es lo más necesario en la vida: saber aceptar lo que suceda, soportándolo y ofreciéndoselo al Señor. Entonces no hay fatigas o inconvenientes que nos ahuyen­ten. En prisión quisiera que el tiempo pasara más deprisa. Pido al Señor aprender a desear por en­cima de todo que este tiempo no pase en vano, sin significado, sino que sea útil para mí y para los de­más, a los que he dedicado mi vida».
O el mismo Svarinskas, otro sacerdote católico lituano, ante la posibilidad de emigrar al extran­jero o volver al campo de concen­tración, prefiere entregarse a los hombres: «En el exterior tienen suficientes sacerdotes y no necesi­tan de mí. Lo mejor es que me de­volváis al campo de concentra­ción».
Esta conciencia de la dignidad humana genera una nueva solida­ridad, como afirma Jan Patocka, uno de los fundadores de la "Car­ta 77»": «La afirmación de los de­rechos humanos es la convicción de que los Estados y la sociedad entera están sometidos a la soberanía del sentir moral, que deben reconocer por encima de ellos algo incondicional, sagrado, intocable y que deben tender a este fin. El fin de la "Carta 77" es una solidaridad espontánea, libre de toda atadura externa, de todos aquellos que han comprendido la importancia del sentido moral para la sociedad y su funcionamiento».
La experiencia de esta nueva humanidad conlleva el deseo de comunicarla, a través de una labor cultural. Con el nuevo clima de glasnost, dentro de una incerti­dumbre, surgen decenas de nuevas revistas religiosas, filosóficas, de­fensoras de los derechos humanos. La reciente revista «Elección» en su programa editorial afirma: «En este momento decisivo, la con­ciencia cristiana corre el riesgo de encerrarse en un ámbito privado, no aportando su luz nueva. Sólo una respuesta universal a todos los problemas de la existencia puede ser auténticamente cristiana. Esta­mos profundamente convencidos de que la conciencia ortodoxa pue­de y debe abrazar todos los in­terrogantes de los cuales depende la elección espiritual de la huma­nidad: teológicos y filosóficos, so­ciopolíticos e históricos, artísticos y científicos. Esta confrontación con la historia y con el futuro es la tarea de los cristianos contem­poráneos».
La libertad religiosa como fun­damento del resto de las liberta­des desde los testimonios descri­tos deja de ser una afirmación uni­lateral, y cobra pleno sentido.
El problema se sitúa más fren­te al deseo de vivir esa libertad y en las condiciones objetivas que permitan su desarrollo. Pablo VI en su alocución al Cuerpo Diplo­mático (14 de enero de 1978) ya señalaba la contradicción interna de los formalismos estatales. ¿Con qué autoridad moral, «puede un Estado solicitar fructuosamente una total confianza y colaboración, cuando con una especie de confe­sionalismo negativo se proclama ateo, y aun afirmando respetar, en un cierto marco, las creencias in­dividuales, toma posición contra la fe de una parte de sus ciudada­nos»?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página