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Huellas N.10, Febrero 1988

LIBERTAD RELIGIOSA

Asia: Intolerancia étnica

Como premisa, es necesario darse cuenta de lo pesada que es la herencia dejada en los estados asiáticos por la secular presencia colonial y neocolonial. Subrayare­mos en particular dos aspectos. Ante todo, la definición geográfi­ca de los estados se basa en la ma­yoría de las ocasiones en los terri­torios conquistados por los países colonizadores y no sobre una real pertenencia cultural y territorial: este factor provoca, entre otras co­sas, un permanente estado de con­flicto de carácter étnico que a me­nudo implica las respectivas iden­tidades religiosas. En segundo lu­gar, las formas de gobierno que encontramos en Asia son copia de las respectivas formas nacidas de la concepción de Estado moderno tal como se han desarrollado en Europa: la consecuencia es que en muchas ocasiones el Estado se en­cuentra en abierto conflicto con las aspiraciones más auténticas de la población.
Dicho esto, se pueden señalar al menos tres filones fundamenta­les por lo que respecta a la actitud de los estados en relación a la li­bertad religiosa.
Estados que profesan el ateís­mo: en la práctica, son los que han asumido el marxismo como funda­mento de la construcción social; encontramos la versión dominan­te en China, la filosoviética en la península indochina (bajo el control vietnamita), y por último Co­rea del Norte. Aunque última­mente se ha hablado mucho de apertura, de flexibilización del sis­tema, la realidad es que la perse­cución (bajo diversas formas) está siempre viva. El fin declarado de estos gobiernos es la eliminación de la religión; en realidad se habla en términos más elegantes de la superación de la época en la que el hombre siente todavía necesidad de la religión. La estrategia co­munemente seguida es la de inten­tar englobar a las religiones en el plano de la construcción del socia­lismo, vaciando así el contenido mismo de la experiencia religiosa. Hay además estados que han elegido la vía confesional: ejem­plos de ello son Bangladesh y Pa­kistán, ambos miembros de la Conferencia de Países Islámicos. En este caso, la vida social se en­cuentra completamente regulada por normas religiosas, pero los efectos muestran que esto no ge­nera una verdadera libertad reli­giosa; al contrario: allí donde una minoría religiosa se revela dema­siado numerosa (es el caso de los hindúes en Bangladesh) se gene­ran numerosas tensiones. Tene­mos que recordar, sin embargo, que en estos casos el origen de las incomprensiones es sobre todo de carácter étnico.
A mitad de camino entre estas dos categorías, podríamos situar tal vez la Birmania del general Ne Win, el cual ha ideado «la vía bir­mana al socialismo», una especie de sincretismo entre principios marxistas y budistas: también en este caso los efectos se revelan desastrosos.
Están por fin los estados que, aun reconociendo el valor de las religiones, toman distancias respecto de ellas, y tratan fundamen­talmente de evitar los conflictos. Aquí podemos incluir tanto a paí­ses artífices del gran boom econó­mico (Japón, Corea del Sur, Hong Kong, etc.) como a los países en vías de desarrollo (Filipinas, Ma­lasia). Lo que sucede a veces en es­tos casos, es que un cierto «indife­rentismo» lleva a los gobiernos a ceder a las presiones del más fuer­te: ejemplo típico es el de la India, donde un pujante fundamentalis­mo hindú es el origen de notables episodios de discriminación tole­rados e incluso facilitados por la conducta de los gobiernos.
Pero el punto común entre to­das estas realidades es una no aceptación de fondo de la religio­sidad como estructura misma del hombre. Más bien prevalece el miedo al «hecho religioso» como desestablizador para cualquier po­der. De aquí proviene la necesidad de controlar el fenómeno de un modo u otro.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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