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Huellas N.10, Febrero 1988

LIBERTAD RELIGIOSA

Augusto del Noce. El permisivismo es una prisión

Litterae Communionis: -Pro­fesor, ¿cuáles le parece que son los obstáculos principales para la realización de la libertad religio­sa en Occidente? ¿En qué senti­do ésta es fundamento de una paz duradera?
Augusto Del Noce: -La liber­tad primera, condición de todas las demás, es la libertad religiosa, porque ella se fundamenta en el principio de que la vida no puede ser aceptada más que «como ver­dad». Verdad y libertad, entonces, son términos unidos y es el «pri­mado de la verdad» el que funda­menta la libertad. Darse cuenta de esto es extremadamente impor­tante porque lleva a una afirma­ción demasiado -por no decir to­talmente- desconocida: y es que, si se separa la libertad de la reli­gión, se cae en el «permisivismo», que creo que puede ser adecuada­mente definido como un «liberar­se-de-la-religión.» El permisivismo, que es la deformación anár­quica y, en última instancia, satá­nica de la libertad, prevalece hoy en Occidente.
El permisivismo, que es la ac­titud consiguiente a la concepción que «separa y opone libertad a re­ligión», es además la negación de la idea de paz. Es cierto el hecho de que su tesis opuesta ha sido una corriente de los años pasados y to­davía hoy sigue inspirando -por lo menos en buena medida- la ideología de los verdes: la tesis que enlaza espíritu de paz y libertad instintiva. Sin embargo, se trata de una tesis totalmente carente de fundamento. El permisivismo ex­cluye la idea de moralidad y esto es una prueba indirecta de la co­nexión necesaria entre moralidad y religión. La idea de moralidad está en conexión con la idea de sa­crificio y ésta última lo está con la distinción entre una parte supe­rior y una inferior en el hombre, por lo menos de Platón en ade­lante.
El rechazo permisivista de la moralidad lleva al egocentrismo puro, a las realidades del homo homini lupus, del bellum omnium contra omnes. No es una casuali­dad el hecho de que entre todos los clásicos de la política, aquél que hoy está más de moda es Hobbes. Es verdad que hoy existe también aquello máximo de los Leviatanes que es la atómica; pero si ella ha sido suficiente, y probablemente seguirá siéndolo, para conjurar una tercera guerra mundial, no es en absoluto verdad que el espíritu de paz haya aumentado. Basta con pensar en las muchas guerras lo­cales, o en la indiferencia de los países ricos hacia los millones de personas que cada año mueren de hambre, a causa de una política económica que entra claramente en un concepto general de guerra.
El fenómeno del permisivismo que, observado en su profundidad y como extensión, no tiene paran­gón en la historia, pone de mani­fiesto (y éste es un tema que ha­bría que estudiar detenidamente) el vínculo entre libertad y religión, y recíprocamente el carácter de sus disociaciones.
Litterae: -Las sociedades oc­cidentales formalmente son res­petuosas con la libertad religio­sa. Sin embargo la mentalidad común está determinada por el laicismo, es decir, por aquella concepción por la cual Dios no interesa en el campo concreto de los asuntos cotidianos del hom­bre. ¿En qué sentido esta menta­lidad representa una amenaza para la libertad religiosa?
Del Noce: -He insistido mu­chas veces en la diferencia cualita­tiva, que se manifiesta también en el comportamiento y en el lengua­je, entre el laicismo occidental de un pasado no demasiado remoto y el laicismo de hoy. No me gusta repetirme; sin embargo, la cosa es demasiado importante como para no volver sobre ella.
El aspecto común a los dos lai­cismos está, incluso en el profesa­do reconocimiento jurídico de la libertad religiosa, en el confina­miento de la religión al ámbito de lo privado. Sin embargo, el viejo laicismo hablaba de una «moral común» en los católicos y en los laicos; el laicismo de hoy habla de «valores comunes.» Parece una simple cuestión de términos, pero no es así. «Moral» es una palabra que reclama a las ideas de obliga­toriedad y de deber, de aceptación de un cierto sacrificio, de renuncia al egocentrismo. «Valor», sin em­bargo, es aquello que puedo con­vertir en instrumento para una realización mía. Es un término que ha llegado a la ética pasando por la economía, y que sigue te­niendo una referencia propiamen­te utilitarista. Cuando el laico del viejo tipo decía al católico: «Tu re­ligión es un asunto privado», se li­mitaba a sostener el hecho de que el convencimiento que el creyente tenía sobre la existencia de una realidad sobrenatural era «asunto suyo», en cuanto que no era de­mostrable; sin embargo, eso no eliminaba el reconocimiento de que «para él» fuese verdad, y en general subrayaba una concordan­cia sustancial con los Mandamien­tos.
Todo esto cambia cuando a la verdad la sustituyen «los valores». Es difícil quitar a los «valores» el carácter de multiplicidad y de sub­jetividad; aquello que «vale» para mi realización tiende a sustituir a lo «verdadero», al «bien» y a su ca­rácter de obligatoriedad; el carác­ter de «verdad» de la religión está en cierto modo olvidado respecto a aquello por lo que es «vitalizan­te». Cada uno es libre de recurrir a ese vitalizante. Parece que ya no se habla de anti-religión. Contra­riamente a la situación del Este, en los países occidentales la religión es objeto de tolerancia benévola.
El respeto aparente no debe engañar; la actitud del laicismo ac­tual es más peligrosa que un kul­turkampf abierto. Ésta es la dife­rencia: la religión está destinada a extinguirse; vamos a practicar so­bre ella una lenta eutanasia. Den­tro de un cuarto de siglo, la Igle­sia católica estará reducida a las di­mensiones de una secta sustancial­mente inofensiva.
Los poderosos del tiempo pa­sado pensaban que la religión era algo bueno para el pueblo, que era su «opio». En el presente tiempo del consumismo esta función ha sido sustituida por aquel libertina­je que en otros tiempos era exclu­sivo de determinadas clases privi­legiadas. La difusión de la porno­grafía, al mirarla de cerca, no tie­ne otras razones, y esto explica la protección de la que goza; en efec­to, ya en Sorel se pueden encon­trar síntomas de esta nueva forma de «opio del pueblo».
Penetrar, entrar en lo cotidia­no siempre ha sido esencial para la religión. Diría que más que nunca es importante volver a afir­marlo, cuando muchos católicos no sólo se olvidan de esto, sino que afirman como principio la plena autonomía de la política y de cualquier actividad mundana.
Litterae: -La cultura domi­nante de Occidente parece haber minado las bases mismas de la vida religiosa: el sentido religio­so. ¿Cuáles son los factores de este fenómeno?
Del Noce: -En el siglo XIX y en la primera mitad del nuestro se había intentado sustituir las reli­giones trascendentes y la más in­portante entre ellas, el catolicis­mo, con religiones seculares: la de la Humanidad, de la Libertad y, máximo ejemplo de sustituto (¿sucedáneo?) de la religión, el marxismo; y así también, en su forma, fueron sustitutos el fascis­mos y el nazismo.
La gran novedad, madurada a través de los años y luego clara­mente manifestada en los últimos decenios, ha sido el abandono lai­co del «sustituto de religión». ¿De qué modo? La revelación religiosa es la respuesta a una pregunta que nace en el corazón del hombre. El esfuerzo que lleva adelante el lai­cismo de hoy ya no es la oposición a la respuesta, sino la eliminación de las preguntas. Si, por ejemplo, con el marxismo se podía hablar de una gnosis secularizada, hoy lo que está difundido es el agnosticis­mo cientifista.
Litterae: -¿Cuáles son las responsabilidades que la Iglesia católica tiene en el proceso de descristianización de la socie­dad? ¿En qué dirección se puede realizar una recuperación?
Del Noce: -El punto esencial es el siguiente: en los años del post-concilio han emergido de nuevo, en una forma que crea su desarrollo propio, aquellas posi­ciones modernistas que ya habían aparecido al principio de este si­glo y que entonces habían sido condenadas (la verdad de la acti­tud asumida por la Iglesia se ve ahora). La frase que estaba de moda en los años '60 era «la aper­tura de la Iglesia hacia el mundo», es decir la recepción de la historia moderna y contemporánea mar­xista o laicista; y eso precisamen­te cuando el marxismo y el laicis­mo ya dejaban entrever su carác­ter de crisis; crisis totalmente ma­nifiesta en los años que estamos viviendo; por lo menos idealmen­te, pues, en el plan práctico, el conjunto de intereses que el laicis­mo puede movilizar es enorme. Con respecto a los medios de recuperación no hay más respues­ta que aquella por la que la tarea de los católicos no puede ser otra que la de ahondar en su propia tradición ideal, y en saber realizar y explicitar sus potencialidades; no en el intento de adecuación a posiciones que se presentan como opuestas a ella, aunque puedan atraer por su aire de modernidad.
La experiencia de moderniza­ción ya se ha dado y se han visto sus resultados.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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