Litterae Communionis: -Profesor, ¿cuáles le parece que son los obstáculos principales para la realización de la libertad religiosa en Occidente? ¿En qué sentido ésta es fundamento de una paz duradera?
Augusto Del Noce: -La libertad primera, condición de todas las demás, es la libertad religiosa, porque ella se fundamenta en el principio de que la vida no puede ser aceptada más que «como verdad». Verdad y libertad, entonces, son términos unidos y es el «primado de la verdad» el que fundamenta la libertad. Darse cuenta de esto es extremadamente importante porque lleva a una afirmación demasiado -por no decir totalmente- desconocida: y es que, si se separa la libertad de la religión, se cae en el «permisivismo», que creo que puede ser adecuadamente definido como un «liberarse-de-la-religión.» El permisivismo, que es la deformación anárquica y, en última instancia, satánica de la libertad, prevalece hoy en Occidente.
El permisivismo, que es la actitud consiguiente a la concepción que «separa y opone libertad a religión», es además la negación de la idea de paz. Es cierto el hecho de que su tesis opuesta ha sido una corriente de los años pasados y todavía hoy sigue inspirando -por lo menos en buena medida- la ideología de los verdes: la tesis que enlaza espíritu de paz y libertad instintiva. Sin embargo, se trata de una tesis totalmente carente de fundamento. El permisivismo excluye la idea de moralidad y esto es una prueba indirecta de la conexión necesaria entre moralidad y religión. La idea de moralidad está en conexión con la idea de sacrificio y ésta última lo está con la distinción entre una parte superior y una inferior en el hombre, por lo menos de Platón en adelante.
El rechazo permisivista de la moralidad lleva al egocentrismo puro, a las realidades del homo homini lupus, del bellum omnium contra omnes. No es una casualidad el hecho de que entre todos los clásicos de la política, aquél que hoy está más de moda es Hobbes. Es verdad que hoy existe también aquello máximo de los Leviatanes que es la atómica; pero si ella ha sido suficiente, y probablemente seguirá siéndolo, para conjurar una tercera guerra mundial, no es en absoluto verdad que el espíritu de paz haya aumentado. Basta con pensar en las muchas guerras locales, o en la indiferencia de los países ricos hacia los millones de personas que cada año mueren de hambre, a causa de una política económica que entra claramente en un concepto general de guerra.
El fenómeno del permisivismo que, observado en su profundidad y como extensión, no tiene parangón en la historia, pone de manifiesto (y éste es un tema que habría que estudiar detenidamente) el vínculo entre libertad y religión, y recíprocamente el carácter de sus disociaciones.
Litterae: -Las sociedades occidentales formalmente son respetuosas con la libertad religiosa. Sin embargo la mentalidad común está determinada por el laicismo, es decir, por aquella concepción por la cual Dios no interesa en el campo concreto de los asuntos cotidianos del hombre. ¿En qué sentido esta mentalidad representa una amenaza para la libertad religiosa?
Del Noce: -He insistido muchas veces en la diferencia cualitativa, que se manifiesta también en el comportamiento y en el lenguaje, entre el laicismo occidental de un pasado no demasiado remoto y el laicismo de hoy. No me gusta repetirme; sin embargo, la cosa es demasiado importante como para no volver sobre ella.
El aspecto común a los dos laicismos está, incluso en el profesado reconocimiento jurídico de la libertad religiosa, en el confinamiento de la religión al ámbito de lo privado. Sin embargo, el viejo laicismo hablaba de una «moral común» en los católicos y en los laicos; el laicismo de hoy habla de «valores comunes.» Parece una simple cuestión de términos, pero no es así. «Moral» es una palabra que reclama a las ideas de obligatoriedad y de deber, de aceptación de un cierto sacrificio, de renuncia al egocentrismo. «Valor», sin embargo, es aquello que puedo convertir en instrumento para una realización mía. Es un término que ha llegado a la ética pasando por la economía, y que sigue teniendo una referencia propiamente utilitarista. Cuando el laico del viejo tipo decía al católico: «Tu religión es un asunto privado», se limitaba a sostener el hecho de que el convencimiento que el creyente tenía sobre la existencia de una realidad sobrenatural era «asunto suyo», en cuanto que no era demostrable; sin embargo, eso no eliminaba el reconocimiento de que «para él» fuese verdad, y en general subrayaba una concordancia sustancial con los Mandamientos.
Todo esto cambia cuando a la verdad la sustituyen «los valores». Es difícil quitar a los «valores» el carácter de multiplicidad y de subjetividad; aquello que «vale» para mi realización tiende a sustituir a lo «verdadero», al «bien» y a su carácter de obligatoriedad; el carácter de «verdad» de la religión está en cierto modo olvidado respecto a aquello por lo que es «vitalizante». Cada uno es libre de recurrir a ese vitalizante. Parece que ya no se habla de anti-religión. Contrariamente a la situación del Este, en los países occidentales la religión es objeto de tolerancia benévola.
El respeto aparente no debe engañar; la actitud del laicismo actual es más peligrosa que un kulturkampf abierto. Ésta es la diferencia: la religión está destinada a extinguirse; vamos a practicar sobre ella una lenta eutanasia. Dentro de un cuarto de siglo, la Iglesia católica estará reducida a las dimensiones de una secta sustancialmente inofensiva.
Los poderosos del tiempo pasado pensaban que la religión era algo bueno para el pueblo, que era su «opio». En el presente tiempo del consumismo esta función ha sido sustituida por aquel libertinaje que en otros tiempos era exclusivo de determinadas clases privilegiadas. La difusión de la pornografía, al mirarla de cerca, no tiene otras razones, y esto explica la protección de la que goza; en efecto, ya en Sorel se pueden encontrar síntomas de esta nueva forma de «opio del pueblo».
Penetrar, entrar en lo cotidiano siempre ha sido esencial para la religión. Diría que más que nunca es importante volver a afirmarlo, cuando muchos católicos no sólo se olvidan de esto, sino que afirman como principio la plena autonomía de la política y de cualquier actividad mundana.
Litterae: -La cultura dominante de Occidente parece haber minado las bases mismas de la vida religiosa: el sentido religioso. ¿Cuáles son los factores de este fenómeno?
Del Noce: -En el siglo XIX y en la primera mitad del nuestro se había intentado sustituir las religiones trascendentes y la más inportante entre ellas, el catolicismo, con religiones seculares: la de la Humanidad, de la Libertad y, máximo ejemplo de sustituto (¿sucedáneo?) de la religión, el marxismo; y así también, en su forma, fueron sustitutos el fascismos y el nazismo.
La gran novedad, madurada a través de los años y luego claramente manifestada en los últimos decenios, ha sido el abandono laico del «sustituto de religión». ¿De qué modo? La revelación religiosa es la respuesta a una pregunta que nace en el corazón del hombre. El esfuerzo que lleva adelante el laicismo de hoy ya no es la oposición a la respuesta, sino la eliminación de las preguntas. Si, por ejemplo, con el marxismo se podía hablar de una gnosis secularizada, hoy lo que está difundido es el agnosticismo cientifista.
Litterae: -¿Cuáles son las responsabilidades que la Iglesia católica tiene en el proceso de descristianización de la sociedad? ¿En qué dirección se puede realizar una recuperación?
Del Noce: -El punto esencial es el siguiente: en los años del post-concilio han emergido de nuevo, en una forma que crea su desarrollo propio, aquellas posiciones modernistas que ya habían aparecido al principio de este siglo y que entonces habían sido condenadas (la verdad de la actitud asumida por la Iglesia se ve ahora). La frase que estaba de moda en los años '60 era «la apertura de la Iglesia hacia el mundo», es decir la recepción de la historia moderna y contemporánea marxista o laicista; y eso precisamente cuando el marxismo y el laicismo ya dejaban entrever su carácter de crisis; crisis totalmente manifiesta en los años que estamos viviendo; por lo menos idealmente, pues, en el plan práctico, el conjunto de intereses que el laicismo puede movilizar es enorme. Con respecto a los medios de recuperación no hay más respuesta que aquella por la que la tarea de los católicos no puede ser otra que la de ahondar en su propia tradición ideal, y en saber realizar y explicitar sus potencialidades; no en el intento de adecuación a posiciones que se presentan como opuestas a ella, aunque puedan atraer por su aire de modernidad.
La experiencia de modernización ya se ha dado y se han visto sus resultados.
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