Litterae Communionis:-¿Cuáles le parece que son los obstáculos más graves para la libertad religiosa en la sociedad occidental?
Olivier Clément: -Desde el punto de vista de los principios, la libertad religiosa en Occidente existe: los cristianos, por ejemplo, pueden reunirse para rezar, desarrollar acciones en el campo caritativo, cultural e intelectual. Sin embargo, tengo la impresión de que esto es simplemente una apariencia: de hecho, existe una errónea concepción de laicidad muy arraigada. Me explico con dos ejemplos que atañen a dos sectores fundamentales de la convivencia civil: la enseñanza y los medios de comunicación.
En nuestra enseñanza hay una gran preocupación por transmitir el patrimonio humanista de la tradición greco-latina y los logros del pensamiento moderno, pero se desconoce prácticamente el pensamiento bíblico y medieval; en filosofía ya no se explica a aquellos autores que hacen una clara referencia al mensaje bíblico o a la revelación, desde los Padres de la Iglesia hasta Lévinas. La razón es que se definió la laicidad de la enseñanza, en el siglo pasado, a partir de la lucha en contra de las Iglesias y, aún hoy, la escuela no deja que la tradición cristiana tenga su justo lugar. Esto lleva a unas consecuencias muy graves: si yo llevo a un joven francés delante de la catedral de Nótre-Dame en París, él no estará en absoluto capacitado para comprender qué significado tiene aquella, ni en su conjunto ni en los detalles particulares.
En segundo lugar, los medios de comunicación. En la programación de la televisión -el instrumento que determina el conjunto de las imágenes colectivas de nuestras sociedades- el cristianismo está prácticamente ausente; se dan informaciones rápidas y a menudo tendenciosas. Lo que se percibe es una especie de tolerancia sin ningún interés real. Un ejemplo: cuando el Papa estuvo en Lyon, y se encontró con los jóvenes, la televisión le dedicó una transmisión; el noventa por ciento del tiempo pasó en la descripción, más o menos folklórica, de la masa de gente que estaba esperando; cuando luego llegó el Santo Padre y empezó su discurso, el telecronista anunció que el tiempo se había acabado y así terminó la transmisión.
Después de estos dos ejemplos hace falta hacer una consideración posterior: no se puede enseñar algo, ni tampoco ofrecer noticias sin afirmar, de hecho, una cultura subyacente. Ahora bien, si en la enseñanza y en los medios de comunicación occidentales el cristianismo ya no está presente, ¿cuáles son los valores que se comunican? Fundamentalmente, uno sólo: el dinero. Éste ha llegado a ser el ídolo dominador de nuestra civilización y para lograrlo se recurre al estímulo de los instintos más mediocres del hombre: la violencia, el sexo, el «carrerismo», de los cuales, y no por casualidad, están llenos los mensajes de los medios de comunicación.
Hace muchos años Giorgio La Pira me invitó a ir a Florencia y me impactó mucho su intento de restaurar los símbolos cristianos en las calles y en las plazas de aquella ciudad. Ahora, sin embargo, nuestras grandes ciudades no tienen ya signos cristianos y en recompensa están llenos de reclamos a los nuevos ídolos modernos; Cristo está ausente y Afrodita, la diosa griega del amor, está omnipresente.
Litterae: -¿En qué sentido la libertad religiosa es fundamento de la paz?
Clément: -Es fundamento de la paz porque pone en juego lo más valioso y fundamental que hay en el hombre: el mismo hombre en cuanto persona en su decisión fundamental. No se puede construir la paz en la limitación o en el atropello de la parte más noble del hombre: su alma. Y es ésta precisamente la enseñanza más grande que las terribles tragedias de nuestro siglo, los «gulags», los campos de exterminio y los regímenes totalitarios han olvidado: que el hombre puede trascender todos los condicionamientos y no rendirse renunciando a su humanidad. Esto sólo es posible en las personas para las cuales Dios, alma, ideal tienen todavía un significado. Impedir que el hombre exprese este nivel de la propia conciencia es atentar contra la paz, en su forma más grave. Por tanto, la libertad religiosa es fundamental y determina a todas las demás libertades.
Litterae: -En el documento conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae se reconoce, como algo esencial a la misma fe religiosa, su dimensión asociativa y pública, y las formas de expresión derivadas de esta dimensión. ¿La cultura estatalista dominante representa una amenaza a esa dimensión?
Clément: -Es evidente que no se puede vivir la fe de forma privada o individualista. Para nosotros los cristianos, por ejemplo, es fundamental concebirnos como parte del cuerpo místico, inseparabies los unos de los otros y responsables de toda la humanidad entera. Es evidente, por tanto, que debemos poder tener la libertad de expresar plenamente nuestro ser comunidad.
Sin embargo, el punto de vista estatalista, en la actualidad el más difundido, tiende a definir la fe como algo privado (además ésta es la fórmula típica del socialismo real) y que, por tanto, no tiene ciudadanía en la cultura de nuestra época. Hace falta reaccionar decididamente en contra de una mentalidad que querría impedir a los creyentes su expresión, incluso, en el campo político, económico y social. Los cristianos no son los «expertos en el campo religioso», personas mustias con cara de idiota y los ojos vueltos hacia el cielo. Nosotros afirmamos, por el contrario, que todas las realidades, vividas en un determinado nivel de profundidad, tienen una dimensión religiosa.
Hay que resaltar, además, que la cultura más abierta de hoy ha superado ya un cierto sectarismo por el cual se considera al hombre en cuanto politicus, economicus, steticus, o cualquier otra particularidad. El problema de la cultura actual es: ¿qué es el hombre?, ¿cuál es su sentido? En estas preguntas fundamentales los cristianos pueden colaborar con aquellos que yo llamo «humanistas abiertos», para la construcción de una sociedad que permita a todos expresarse.
Litterae: -¿Le parece cierto que el peligro más grave de nuestra sociedad es el intento de sofocar el sentido religioso?
Clément: -La eliminación del sentido religioso, de la pregunta nihilista, enmascarada de hedonismo; se quiere hacer vivir al hombre en un permanente estado de juventud, de belleza, de diversión, de exaltación vitalista. Se exalta la esfera intelectual e instintiva, pero el corazón del hombre, el lugar de su sentido religioso es ignorado.
A pesar de todo estoy convencido, sin embargo, de que la voluntad de borrar la pregunta religiosa, la voluntad de hacer aceptar totalmente el nihilismo, no sólo no se podrá conseguir, sino que en cierto modo irá incrementando el sentido religioso. En nuestra sociedad, se intenta bloquear la pregunta; pero ésta renace continuamente, incluso en formas de desesperación: pensemos en los suicidios, en la droga, en las formas de misticismo oriental, en el erotismo (que es una búsqueda desesperada del éxtasis y de la otra persona). Pensemos también, en positivo, en el redescubrimiento de la amistad, de la generosidad sencilla, etc.
La pregunta del hombre no se puede borrar; no se puede convertir al hombre en un animal vividor. Él sigue siendo un animal «enfermo» de trascendencia, «capaz» de Dios. Y si se le niega a Dios, buscará a los ídolos.
Las preguntas que constituyen el corazón del hombre implican, a su vez, las respuestas. Aquí está la tarea de los cristianos: al hombre que busca a Dios hay que decirle que Dios le busca a él.
Litterae: -¿Cuáles han sido las responsabilidades más graves de la Iglesia en el proceso de descristianización?
Clément: -Las Iglesias, sobre todo en el siglo XIX, quisieron mantener una sociedad cristiana apoyándose en el poder de los estados. Esta situación ha confirmado un laicismo que ha ido concibiendo los derechos del hombre en contraposición con los de Dios. Otra limitación del cristianismo ha sido la reducción de su mensaje a la única dimensión moral y pietista.
Entonces la tarea principal que, como cristianos, nos espera es la de evangelizar todos los ámbitos de la existencia. Cosa imposible sin la petición y la contemplación.
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