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Huellas N.8, Octubre 1987

CINE

Entre el realismo y el sueño. Macaroni

Raúl Marigorta

Dos personajes, un vicepresi­dente de la McDonell Douglas y un empleado de banca italiano, que se habían conocido en la guerra europea, vuelven a encon­trarse por casualidad cuarenta años después. Jack Lemmon es este ejecutivo americano, que apa­rentemente encarna todos los planteamientos lógicos de su pro­fesión y condición: económica­mente poderoso, confiado en sí mismo, dinámico, ganador, clásico representante del poder america­no... y con una vida privada rota, sin ilusiones y, en el fondo, des­graciada. Marcello Matroianni es Antonio Jasiello, viejo napolitano sentimental, amante de su ciudad y sus amigos, creador de fábulas y comedietas, que reconoce un día en televisión a su amigo Bob y acude a su hotel a encontrarse con el pasado... y con su propia rea­lidad.
Pero son las palabras de Gorit­cheva las que responden al pro­fundo significado de esta película. «Macaroni» utiliza una serie de formas (el encuentro de dos cultu­ras, la evolución de una amistad, la descripción de un pueblo, etc. .. ) para describirnos la situación real del hombre hoy. Porque la posibi­lidad de adentrarse en el pasado, la posibilidad de acercarse a lo le­jano como si estuviera cercano, como si formase parte de nosotros mismos, puede ser motivo de ma­durar para el hombre o de evadir­se de la realidad. Porque podemos utilizar las dificultades que van surgiendo en nuestra vida para recluirnos en unos sueños imposi­bles, que según pasa el tiempo nos van dejando más frustrados... pre­cisamente porque son imposibles. Ettore Scola, el director de la película, nos muestra a este italia­no al que precisamente no le gus­ta su propia vida y crea una histo­ria paralela, unas relaciones para­lelas a través de unas falsas cartas (cartas que Antonio escribe pun­tualmente desde hace cuarenta años -en nombre de Bob- a su propia hermana, para consolar a aquella «novia» abandonada por el joven soldado americano convertido hoy en un poderoso ejecutivo).­
A través de éstas, introduce no sólo a su hermana, sino a su fami­lia entera, a la portera, etc. en un mundo irreal, fantástico, que no concuerda ni se adapta a la reali­dad de su Nápoles natal (obligato­riamente descrita debido al dinero invertido por la Banca di Napoli en la producción de la película, pero en absoluto fundamental para el contenido). Antonio Jasie­llo (interpretado por un Mas­troianni muy suelto y dramático) es este anciano sentimental y crea­dor de fantasías, que valora la vida comparándola con la de los demás y su juicio se elabora a partir de los sueños que él mismo fabrica. Ettore Scola nos lo describe ma­gistralmente a través de pocos in­dicios y situaciones: goza imagi­nándose vodeviles que él mismo interpreta y dota a sus falsas car­tas de una espectacularidad más propia de Superman que de un simple amante. Pero estos sueños, esta vida ilusoria, han de ser veri­ficados, contrastados por la reali­dad, aunque ésta no nos guste e in­cluso sea lamentable. Esta reali­dad, para Antonio, es el auténtico firmante de sus cartas: Bob Tra­vern, hoy vicepresidente de la McDonell Douglas.
Lógicamente, este americano, idealizado por toda la comunidad napolitana debido a las cartas es­critas por Antonio, no coincide con el arquetipo fabricado en sus ilusiones. De ahí el primer rechazo entre ambos. Pero el hombre se afirma a sí mismo verdaderamen­te sólo cuando acepta la realidad. Por eso se han de volver a ver.
Pero el propio Bob vive igual­mente alejado de su realidad. Ayu­dará con su presencia a «ajustar» el mundo de Jasiello, pero éste le ayudará a él a descubrir sus sueños y su ficción: en breves planos, Et­tore Scola nos muestra a un hombre triunfador, deseado... pero con esa vida hastía, depresiva, rota. Porque otra forma de no aceptar­se a sí mismo es refugiarse en el trabajo, en el poder o en el dinero.
Pero los sueños no tienen con­sistencia, y la realidad podrá ser muy limitada, muy contradicto­ria ... ¡pero es!. Es vivir. Y esto lo descubre Bob en Antonio y su mu­jer, en el hijo y en esas gentes y lu­gares extraños para él. Son anto­lógicas ciertas escenas donde todo esto aparece: la escena del niño en el coche, la llegada al pueblo de su «novia», la representación de la obra de Jasiello, el helado, etc. Muchas veces es un problema de juzgar la realidad de lo que so­mos desde criterios que no son adecuados. Bob no puede introdu­cir su mundo de finanzas, dineros y coches con televisión en el ám­bito de la familia de Antonio (que al final será el desencadenante de la acción) y el propio Jasiello no puede hacer que Travern se ajuste a los arquetipos epistolares por él imaginados. Entonces se produce el choque, la confrontación. Por­que no existe la capacidad de va­lorar la propia experiencia y la de los demás. Además, cuando vivi­mos tan envueltos en nuestros sueños (conscientemente como el italiano o inconscientemente como el americano) éstos termi­nan estructurando toda una ideo­logía que justifica la situación que vivimos... Incluso en varios mo­mentos críticos de la película, esta situación domina de tal forma que están a punto de separarse irreme­diablemente (recordamos la esce­na del ascensor en el hotel o la del aeropuerto).
En estos sueños, es común que se introduzcan los criterios del mundo, es decir, los criterios do­minantes de la sociedad en que vi­vimos, ¡porque la sociedad en que vivimos está viviendo en un puro sueño! Es antológica la escena de las tarjetas de crédito y los planos del andamio posteriores, en los que Bob culpa a Antonio de no ha­berle hecho un héroe perfecto, un genuino Superman y de haber in­troducido en ese mundo fantasio­so criterios que no son los ad­mirados.
Pero la realidad siempre se im­pone. Normalmente a través de momentos y hechos excepciona­les, pero siempre muestra su au­téntica cara. Ettore Scola emplea a la «Camorra» napolitana, como pudo emplear la muerte de un ser querido, una enfermedad o cual­quier otro suceso real en el cual el hombre aparece en toda su dimen­sión y las respuestas artificiales aparecen como falsas e inhuma­nas. Así, Bob decide perder el puesto de influencia que protegía para responder a la realidad de su amigo y Antonio le descubre la verdad de su vida, su verdadero sentido de las cosas por debajo de esas ilusiones que siempre había creado...
Fue necesario que Antonio «re­sucitase» tres veces para impedir que el sueño venciese a la realidad. Una vez que ésta va configurando su rostro -hasta el punto de po­der compartir unos macarrones-, ¿será necesaria la pervivencia del sueño? ¿Sonará de nuevo la cam­panilla?

ETTORE SCOLA: UN OFICIO APRENDIDO
El director de «Macaroni» co­menzó dibujando comics y escri­biendo guiones (algunos incluso sin firmar) para que otros se los dirigieran. Comunista comprome­tido, es autor de una breve pero curiosa filmografía militante. Con 55 años, Ettore Scola es capaz de ofrecernos una obra serena como ésta porque ha aprendido el oficio. Comenzó aceptando las reglas del mercado construyendo películas fáciles, escasamente complejas, con situaciones que debían facili­tar el lucimiento de las grandes es­trellas que le colocaban en los re­partos (Vittorio Gassman, Ugo Tognazzi, Alberto Sordi, Marcello Mastroianni ... )
Progresivamente, su cine ganó en intensidad y, a partir de sus contactos con los hombres del neorrealismo, comenzó a modifi­car la líneas de expresión de un cine que ya no podía vivir de an­tiguos prestigios. Los productores confiaron en él y, a partir de 1974, ya ha producido una película por año, demostrando que podía ha­cerse de la comedia italiana algo más que un divertimento super­ficial.
Incluso trató de llenarla de con­tenidos. Desde su perspectiva ideológica contó en «Un italiano en Chicago» (1970) la historia de uno de tantos compatriotas abogados a aceptar un cierto tipo de vida y una cultura diferente en el «pa­raíso americano». También expe­rimentó con formas poéticas y mi­nuciosamente descriptivas (pero «Una jornada particular», con So­fía Loren y Mastroianni, quedó de­cadente y falsa). Después, realizó películas menos fáciles: «La terra­za»(1979), «La noche de Varen­nes» ( 1981) y «La sala de baile» (1983 ), más complicadas, más construidas ... y, por supuesto, menos comerciales.
En 1985 (aunque estrenada este año en España) dirigió «Ma­caroni», donde demuestra que sabe analizar lo que nos rodea y contárnoslo con elementos nuevos y agradables. Desde luego, «Maca­roni» no es la historia de «un ita­liano en Chicago» al revés; ni -como pretenden algunos críti­cos- la emocionante historia de una amistad. Es un reflejo lleno de lucidez del mundo irreal en el que vive el hombre hoy. Estamos es­perando ver cómo aborda en su úl­tima película «La familia» (1987)-, otro tema tan sugeren­te y vital.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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