Va al contenido

Huellas N.8, Octubre 1987

EL SENTIDO RELIGIOSO

De la solidaridad a la gratuidad: la Compañía de las obras

M.ª Dolores Rodríguez

En el Meeting de este año se han desarrollado todas las tardes diversos encuentros sobre la «Compañía de las obras», una realidad que reúne experiencias profesionales y culturales numerosas. La energía de construcción de grupos de personas presentes en la realidad social y económica con pasión por el destino del hombre y por todos los aspectos de la vida, ha generado experiencias vivas y operantes en el en el mundo del trabajo y la cultura. Este tipo de «empresas» ha resultado particularmente significativo en un Meeting que ha tenido como tema la dimensión creativa del hombre como aspecto fundamental para el hombre mismo.
Este artículo pretende explicar de dónde nace la energía que hace posible la construcción de estas obras, dentro del marco de la doctrina social de la Iglesia y algunos conceptos fundamentales que definen las motivaciones de la persona que las realiza.


Llamamos «obra» a la acción del hombre en cuanto que no se li­mita a experimentar una emoción frente a una determinada necesi­dad sino a intervenir con una res­puesta a aquella necesidad. «Obra» en sentido estricto, es todo inten­to de imaginar y crear estructuras operativas que contribuyan a re­novar el tejido social y la convi­vencia civil.
El hombre se expresa personal y socialmente a través de pregun­tas y exigencias fundamentales so­bre el significado de la vida, sobre el sentido del trabajo, sobre la jus­ticia y el bien a realizar para sí mismo y para todos. El afrontar seriamente estos deseos funda­mentales lleva a los hombres a reunirse para realizar una solida­ridad operante mucho mayor que aquella que se establece habitual­mente.
La «Compañía de las obras» ha nacido para sostener, incrementar y tutelar el crecimiento de un mo­vimiento de obras sociales, para valorar la aportación de cada ad­hesión, ya sea la cooperativa, la empresa pequeña, la sociedad de servicios, en relación con un hori­zonte mucho más grande: el bien común que la doctrina social cris­tiana ha indicado siempre como el único objetivo adecuado al trabajo de cada uno.
Una actuación social libre y creativa necesita ante todo de un sujeto humano, que afrontando las necesidades y urgencias haga emerger una presencia nueva en cada ambiente.
Las obras tienen la fuerza de una experiencia concreta: por esto precisamente tienen necesidad de ser ayudadas para que con el tiem­po puedan convertirse en patri­monio de la vida social y económica superando así una limitada óp­tica economicista. Desde este pun­to de vista, un criterio discrimina­dor para participar en esta «Com­pañía de las obras» no es la ren­tabilidad como regla y objetivo, sino una nueva solidaridad entre obras con fin de lucro y obras sin fin de lucro como se encuentran en el campo de los servicios a la persona.
Todas estas realizaciones socia­les sostienen un movimiento en donde cualquier persona tiene la posibilidad de colaborar en la construcción de una estructura so­cial nueva: una «Compañía de las obras» y de quien las realiza, esto es, una compañía de hombres. La primera contribución de este mo­vimiento de obras es el surgimien­to de una unidad de otra forma inimaginable, que valoriza todas las energías y todas las iniciativas estables. Apertura y colaboración son las condiciones para que se realice la «Compañía de las obras». El objetivo, a su vez, de este movimiento de obras no es el poder, sino la posibilidad de reali­zar aquello en lo que se cree. La mayor parte de los que ani­man la «Compañía de las obras» ha encontrado la experiencia cris­tiana en los ambientes de estudio y trabajo y ha valorado la capaci­dad de responder de manera ade­cuada a las exigencias y a los de­seos de la vida. El nacimiento de la «Compañía de las obras» ha confirmado la intuición de que la experiencia religiosa del hombre, esto es, la relación del hombre con las preguntas últimas que la vida le pone delante, tiene un éxito so­cial visible, determina un movi­miento en la historia que tiene como protagonista a la persona y a las relaciones de las que ella es el centro. También gracias a este movimiento de obras han caído las tradicionales barreras que durante mucho tiempo han hecho enfren­tarse a los grupos entre sí, ya que la preocupación de la «Compañía de las obras» no es la defensa de un toto cerrado, una reserva en la que proteger las iniciativas; no se trata de imaginar un modelo teó­rico perfecto que resuelva los pro­blemas y las contradicciones socia­les. Ciertamente, existe una experiencia concreta de obras sociales que presenta elementos de nove­dad. Se trata de ejemplos que pue­den estimular reflexiones y teorías más adecuadas a la realidad en que vivimos. El fenómeno de las obras tiene poco carácter de proyecto, y mucho menos de estrategia; se trata de una presencia que libre­mente inventa formas nuevas de respuesta a las necesidades de las personas.
Por otra parte, las obras tienen un gran enemigo: la concepción centralista según la cual a cada problema debe responder el Esta­do, prescindiendo así de la energía de un pueblo que vive y del que nacen iniciativas sociales. Es nece­sario que el Estado favorezca de verdad la existencia de una multi­plicidad de realidades agregativas y obras sociales en las que se ex­prese el sentido religioso y la ini­ciativa creadora de todo hombre.
La doctrina social llamó a esta «primacía» de la sociedad sobre el Estado «principio de subsidiarie­dad». Esta presencia social tiene como único objetivo dar forma y responder con iniciativas concre­tas a la doctrina social de la Igle­sia para afirmar el valor social y un éxito visible del cristianismo.


Para quien hace las obras
MOTIVO.- El comienzo de una obra viene dado normalmen­te por la organización de la res­puesta a una necesidad concreta, pero el motivo no se agota aquí: éste es, fundamentalmente, hacer visible y encontrable el Hecho cristiano en los aspectos concretos de la vida, en los intereses cotidia­nos. Por tanto, las obras no son sólo una simple respuesta a una necesidad, sino una presencia nue­va en el ambiente.
CULTURA.- Quizás la pala­bra cultura es la más indicada para entrar en el motivo. Una cultura liga un aspecto concreto a la tota­lidad; por su propia naturaleza cualquier cultura debe tender a ser católica, esto es, universal. De otra manera no es auténtica cultura.
CARIDAD.- La otra palabra a subrayar es caridad. En las igle­sias se canta: «Danos un corazón grande para amar». Tenemos el corazón de Dios hecho hombre como ejemplo del horizonte al que debe corresponder nuestra acción. La caridad es una obra. Convierte a solidaridad en obras en cuanto que crea un sujeto nuevo.
PERSONA.- La obra es real­mente la persona: la persona que decide y actúa con su responsabi­lidad, pero dentro de una depen­dencia. El adulto es responsable de la obra que construye, pero la obra debe hacer amar ante todo la rea­lidad más grande a la que la per­sona pertenece y contribuir así al incremento de la fe y su incidencia en la vida, hasta estar dispues­tos a cambiar la configuración de la obra que se construye en fun­ción del objetivo común.
GRATUIDAD.- La obra, en sentido cristiano, es un acto de gratuidad, de caridad hacia sí y ha­cia los demás. Hacia sí en cuanto que ayuda a la persona y casi la obliga a comprometerse con el ideal, la ayuda a implicarse más. Hacia los demás porque reclama a todos a la primacía de la persona, a sus preguntas, exigencias y de­seos con respecto al mecanismo social. La obra siempre es un ins­trumento y nunca un objetivo en sí misma.
LIBERTAD.- La obra es el fruto de la libertad de la persona: libertad ya sea como posibilidad de acción o también como responsa­bilidad. No existe cristianamente el concepto de libertad como au­sencia de relación: la libertad es la afirmación de una relación, por tanto, una responsabilidad.
PERTENENCIA.- La con­ciencia de la pertenencia elimina la impresión de que el esfuerzo pueda ser vano. En la acción del voluntariado, en el gesto de soli­daridad existe una pregunta fun­damental: ¿por qué hago yo esto?, ¿en nombre de qué? La solidari­dad es una característica instintiva en la naturaleza del hombre (ma­yor o menor); ésta todavía no construye historia, no crea obra mientras que sea una emoción o una respuesta reactiva a una emo­ción, porque una emoción no construye. Lo que construye es la respuesta consciente a la pregun­ta: ¿por qué adherirnos a esta ur­gencia de solidaridad?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página