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Huellas N.8, Octubre 1987

EL SENTIDO RELIGIOSO

Sentido religioso y trabajo

(Apuntes de una conversación de trabajadores de CL, en el mes de mayo de este año, en Cubas de la Sagra, Madrid).
Puntos de referencia para una presencia en el mundo del trabajo



El clima dominante nos hace mirar al trabajo de una forma re­ducida; por ejemplo, como una forma de producción, como una tarea inevitable, como un destino de esclavitud, o bien como un de­recho (justo, desde luego) que se convierte en pretensión, o como un deber moralista.
Es preciso guarecerse de estas reducciones y empezar por otra afirmación: el trabajo es una nece­sidad para el hombre.
Las necesidades -de trabajo, de amistad, de belleza, de justicia, etc.- aparentemente apuntan ha­cia aspectos particulares; sin em­bargo, de hecho, traducen aquel impulso infinito que está hecho de exigencias, deseos, evidencias y proyectos fundamentales que na­cen del «corazón» del hombre y que lo empujan a realizarse en su yo, en su persona total (entera).
Toda respuesta particular a cualquier necesidad deja un fondo de insatisfacción en el hombre cuando él no percibe una corres­pondencia con la totalidad de su persona y cuando no experimenta un progreso en el camino hacia su destino.
Lo que convierte en infinitos e irreductibles los deseos del cora­zón humano es el hecho de que en él existe algo que no viene de su nacimiento material, biológico, sino que viene directamente de Dios. Este «algo» es aquella aper­tura al Infinito que es connatural en el hombre, es el «hambre» y la «sed» que ninguna cosa material puede llenar. Es el sentido re­ligioso.
El sentido religioso es el factor más profundo de todas las necesi­dades humanas y, por tanto, tam­bién del trabajo:
a) El sentido religioso realiza la unidad del hombre que trabaja, lo realiza en su totalidad, por lo que ya no se siente dividido y fragmentado, ya no se siente tratado como una pieza en un engranaje. Por esta razón, todo gobierno que sea meramente tecnócrata frente a la convivencia humana y en la economía, ejercerá una vio­lencia en contra del hombre, pues lo reducirá a una pieza de análisis o a parte de un aparato produc­tivo.
b) El sentido religioso realiza la unidad entre los trabajadores, es decir, puede unirlos verdadera­mente. En efecto, el sentido reli­gioso nos reclama al hecho de que los hombres tienen un origen y un destino común, y sobre todo, re­cuerda que tienen un mismo cora­zón, esto es, la misma estructura de deseos y exigencias fundamen­tales.
El sentido religioso hace que se supere la división de los papeles (roles) productivos y genera la ca­pacidad de compartir, hasta el punto de posibilitar que empresa­rios y desempleados se unan (como, por ejemplo, en los «Cen­tros de Solidaridad» [véase, en este mismo número, el artículo de­dicado a ellos]).
c) El sentido religioso crea un movimiento. En la sociedad y en el mundo del trabajo (convertido en estático por parte del poder y completamente bajo su control) nace algo irresistiblemente móvil y creativo, algo no tranquilo (que siempre provoca un poco de mie­do en quien necesita no ser moles­tado). Un movimiento que reivin­dica que el protagonista de la exis­tencia y de la historia es el mismo hombre en su totalidad original.
Este movimiento vive la ten­sión hacia el cambio de la sociedad y de sus estructuras, para conver­tirlas en más correspondientes a la imagen auténtica del hombre y a la auténtica medida de sus exi­gencias.
Se trata, ante todo, de construir lugares, ámbitos -comunida­des- donde el hombre sea educa­do en la verdad de sí mismo.
Y al hombre se le puede encon­trar en el conjunto de sus necesi­dades concretas: el «movimiento» hace que se tomen en serio estas necesidades y que se construyan estructuras concretas de respuesta a estas necesidades (como, por ejemplo, los «Centros de Solidari­dad», las nuevas formas empresa­riales, las escuelas-trabajo, las coo­perativas). Así, el sentido religio­so empuja en la construcción de obras, crea un movimiento de obras.
La primera de todas las obras es la presencia en el ambiente hu­mano de trabajo donde uno se en­cuentra y la creación allí del mo­vimiento.
Allí donde esa presencia se ex­presa con generosidad, constancia e imaginación, y si encuentra una cierta disponibilidad, entonces el trabajo ya no es como antes. La oficina sigue siendo la que era an­tes; sin embargo, el propio traba­jo se hace más humano.
Así, como ha recordado Juan Pablo II: «El trabajo es el uso del mundo en función del destino de felicidad de la persona. Esta con­ciencia de la realización de la ver­dad de la propia persona y del ca­mino hacia el destino convierte el trabajo cotidiano en algo mucho más lleno de alivio, de gusto y de alegría».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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