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Huellas N.8, Octubre 1987

NUESTROS DÍAS

SIDA, Su Interés Demuestra Algo

Salvador Santabárbara

MIEDO: ¿UNA OPORTUNIDAD?
En estos momentos la pregun­ta se hace inevitable: el miedo al SIDA está cambiando las costum­bres sexuales de los occidentales, y si esto es así, ¿es el SIDA una oportunidad? La pregunta, apa­rentemente simple, nos muestra en realidad infinitos niveles y as­pectos.
El primero, el más inmediato: ¿Hay que tener miedo? El profe­sor Aiuti, inmunólogo de Roma, considerado uno de los mayores expertos, ha contado a modo de ejemplo algunas historias seguidas personalmente. Creo que vale más que las cifras sobre enfermos o cualquier estadística sobre el tema.
Primera: Robertina, de 19 años, que en 1981 se enamora de Gabrielle de 24 años. Nace un niño, Marco. Marco a los tres años ha dejado de crecer y comienza a tener diarrea. Se sospecha que tie­ne SIDA. Robertina sostiene que nunca tomó drogas y que no tuvo relaciones con ningún chico antes que Gabrielle. Gabrielle primero niega pero después admite que hizo uso de la heroína aunque la abandonó con posterioridad. El pequeño Marco se está muriendo.
Segunda: Giangiacomo, de 23 años, no fuma ni se droga y dis­fruta de la vida sana. En una fies­ta conoce a una chica y tiene dos relaciones sexuales. Cuatro meses después dona sangre y se le diagnostican anticuerpos del SIDA. Se descubre que la chica es una drogadicta. Giangiacomo es por ahora un portador sano.
Tercera: María Laura, de 35 años, casada y con dos hijos. De buena familia, tiene una aventura con un compañero de profesión. Después de un año el marido se presenta en un centro médico con los ganglios inflamados: nunca se drogó, nunca tuvo aventuras ex­tramatrimoniales. La mujer con­fiesa. El compañero resulta ser portador asintomático del SIDA. Ella lo tiene y el marido se está poniendo enfermo.
Intentemos ahora adentrarnos en un segundo nivel: el miedo, ¿tiene un papel de algún modo po­sitivo, o en cambio tiene que olvi­darse como si fuese un sentimiento ciego, irracional o indigno de lo humano?
Giovanni Caletti, el sexólogo más famoso actualmente en Italia es lapidario: «El miedo es hijo de la ignorancia». Es tan lapidario que no tiene presente que en el caso del SIDA el miedo parte de un conocimiento, y por tanto la relación miedo = irracionalidad real­mente se queda sin argumentación posible. Demos un tercer paso: ¿Es posible que el miedo al SIDA pueda constituir un primer paso, una ocasión positiva que llevaría al redescubrimiento del amor y la fidelidad conyugal?

CALETTI RESPONDE SIN DUDAR
«No es el cambio de algunos comportamientos lo que puede ge­nerar el "cambio íntimo", ni tan siquiera la moral católica puede aprovechar de alguna forma el miedo para proponer sus princi­pios. Una persona permanece fiel a otra en base a un juramento y a una libre elección porque así es la moral católica, y no por la presen­cia de una epidemia».
Tettamanzi, teólogo, ha inten­tado acercarse de forma distinta, no quitándole al miedo una huma­nidad: «El miedo es un gesto hu­mano infantil. Su motivación se encuentra en la negación del mal. El gesto humano crece y se hace moral de forma adulta cuando está motivado por la afirmación del bien». En el fondo, también en el Antiguo Testamento la Sabiduría comenzaba o tenía su primer paso en el temor de Dios.
En una afirmación nos encon­tramos de acuerdo con el doctor Caletti: «Se necesita ser víctimas de la Naturaleza para hacer del miedo el agente de cambio». Sí, pero nadie sueñe ni apueste por el miedo para tener un mundo me­jor y ni siquiera se sienta satisfe­cho porque gracias al SIDA los prostíbulos se hayan vaciado.

ÉTICA: EL RESPETO A LA PERSONA
Se hacía uso del sexo como se pueden beber refrescos. Pero aho­ra... los millones de relaciones sexuales que se producen cada día disminuyen. ¿Es éste el éxito del SIDA? No, no está aquí su inte­rés. El SIDA, con su gran poder, ha entrado como estoque para qui­tar la costra dura que existe en lo obvio de todos los días. El primer signo de todo esto lo encontramos en la segunda planta de una clíni­ca para enfermos contagiosos en el Hospital Sacco de Milán, en donde trabaja el Doctor Vigevani: «Los ves morir uno después de otro, piensas que son jóvenes. Es la muerte de los jóvenes: es im­presionante».
Escribe Cario Zanussi, alergó­logo de la Universidad de Milán y actual miembro de la comisión gu­bernamental en Italia: «Y además todos debemos se conscientes de que la Naturaleza tiene métodos naturales y no naturales de rela­ción sexual, si bien los segundos ofrecen un riesgo mayor».
El primado Católico de Ingla­terra, George Baside Hume se de­dicó en diciembre a replicar a una campaña gubernamental contra el SIDA que subrayaba sobre todo el uso de preservativos (cinco meses más tarde se ha producido en Es­paña). «O preservativos o SIDA».
Esta sentencia «indica una falsa al­ternativa. Existe un tercer méto­do: aquél que consiste en la auto­disciplina y el respeto del prójimo también en el campo de la sexua­lidad. El hombre debe llegar a ser capaz de decir no a sí mismo». Aquella llamada del Primado olvi­dada hasta ahora se presenta de repente como algo lleno de digni­dad. Es más, es hasta razonable. El Doctor Monti, coordinador del Centro Screening del SIDA de la Universidad de Milán seña­la: «En los años '60, en pleno "boom" económico, la Organiza­ción Mundial de la Salud (OMS), convocó un convenio de científicos de reconocida fama internacional. Se hacía una pregunta: ¿Cómo fre­nar las enfermedades de contagio sexual? La respuesta era: imposi­ble, no se pararán nunca». Hoy se dice que las enfermedades vené­reas están en vertiginoso aumen­to en todo el mundo. Y el SIDA se encuentra entre éstas.
Y desde su experiencia de­sarrolla los dogmas, uno detrás del otro, del democrático estado pan­sexual que ha invadido nuestras vidas hasta la actualidad. Explica: «Nosotros, hombres de nuestro si­glo, tenemos relaciones sexuales que se encuentran en el límite de la neurosis y la violencia. Ciertos juegos que nos han enseñado a lla­mar lúdicos parecen en realidad más pensado para el desarrollo de ciertas neurosis. ¿Cómo expresar totalmente el amor? Como médi­co no tengo dudas: con relaciones simples, normales. ¿Y cómo pre­venir el SIDA? Como médico tam­poco las tengo: mediante relacio­nes simples, normales». Hable de los homosexuales. «Es muy desa­gradable. Recordando una investi­gación realizada en la comunidad gay de San Francisco se asignaba a cada uno una media de mil «partners» al año. Se decía que debíamos tener en cuenta que algu­nos superaban ampliamente ese número y algunos que en su vida sólo habían tenido relaciones con el mismo «partner»; utilizan el sexo como otros pueden beber refrescos».

TRANSMISORES: EL PROBLEMA JURÍDICO A LA VISTA
El virus también afecta a la ley. ¿Quién propaga el SIDA? ¿Quién lo busca? Historias trágicas de una epidemia.
«Nos encontramos frente a una verdadera y auténtica pande­mia, comparable a las más morta­les que la historia haya conocido. No se salva ninguno: ni hombres, ni mujeres, ni niños y además está invadiendo todo el planeta».
La declaración es de Haldfan Mahler, director de la OMS. Aquí están sus cifras: 100.000 casos de SIDA re­gistrados en todo el mundo (ob­viamente, deben ser muchos más). 1.000.000 de pacientes afectados de ARC (Aid Related Complex
-Complejo relacionado con el Síndrome de Inmunodeficien­cia-), cerca de 10 millones de personas con anticuerpos del SIDA. Previsiones: 100 millones de personas con anticuerpos den­tro de cinco años si no se adoptan las medidas necesarias.
¿Se quiere impedir realmente la difusión? La impresión es que la campaña anti-SIDA incapacita mediante continuas dificultades, indignantes algunas de ellas, que no tienen el coraje de sacar a la luz pública el verdadero problema. Es la ideología, en definitiva.
Dos tests. El primero: repita­mos algunos pasajes elementales, pero que al repetirlos tienden a ol­vidarse. 1º-El SIDA es contagio­so 2.º- El contagio no se produ­ce como en el caso de cualquier otro virus (ej.: resfriado común), por vía aérea, sino por vía sexual, por contacto hemático directo. 3º-Menos contactos tienen un riesgo menor de cara a contraer el virus. 4º- En una situación de epidemia declarada, como en España, menos promiscuidad sexual sería igual a más salud.
«La relación entre enfermedad y promiscuidad es casi matemáti­ca y ninguno puede hoy en día po­nerlo en duda. En cambio, son po­cos los que después de haberlo afirmado sacan las consecuencias necesarias». Es más, se nos incul­ca la imagen de un sexo libre y limpio que jamás resaltará el uso de la razón y de la responsabilidad.
Segundo test: hagámonos una pregunta y mantengámosla en pie de modo hipotético: y si existiese una realidad de difusores cons­cientes del mal, los considerados transmisores, ¿qué hacer? He aquí algunas historias:
Al final del año pasado sale en la prensa la crónica sobre dos ra­teros: «O la bolsa o el SIDA». Los jóvenes paran a los transeúntes desafiándoles. Enseñan las jerin­guillas: «Tenemos el SIDA. Estas son nuestras jeringuillas infecta­das: si no nos dais el dinero, os pinchamos con ellas».
Desde EEUU, cada día se pue­den recoger hechos semejantes: la situación clásica se sitúa entre la broma y lo macabro: él y ella pasan una noche en una habitación de un hotel. Él se despierta, ella se ha marchado. Él se dirige al baño y encuentra sobre el espejo la ins­cripción siguiente. «Enhorabuena, bienvenido al club del SIDA».
Frente a estos hechos reducidos que pueden dar un poco más de peso a la pregunta hipotética ini­cial, intentemos añadir las respon­sabilidades que los seropositivos tienen al convertirse en posibles transmisores del virus durante toda su vida. ¿Qué hacer? Por un lado nos encontramos a los afecta­dos de SIDA frente a los que la de­claración de las autoridades sani­tarias se hace obligatoria. En cam­bio siempre que se ha querido ha­cer lo mismo para los seropositi­vos ha llevado al malestar: «No a las listas, seria una dictadura». La pregunta es inevitable: ¿Es posi­ble velar por los derechos de los sanos evitando las discriminacio­nes y combatiendo la enfermedad de los que se encuentran enfer­mos? Al final, nos queda una sali­da que se convierte en una pre­gunta irreductible: ¿Existe en esta voluntad de venganza algo que se olvida? Ésta es la respuesta: «El SIDA se transmite mediante la persona. En una relación y me­diante un acto que permanece, y todo ello de un modo extremada­mente personal. Quien se entera que tiene el SIDA se siente de al­guna forma defraudado, traiciona­do en una confianza depositada. Quien se empeña en una vengan­za es digno de toda comprensión».

MORAL: ¿Y LA IGLESIA?
¿Qué hace la Iglesia? ¿Aprove­chará esta ocasión de dominio so­bre las conciencias bajo la formu­lación «castigo de Dios»? La Ma­dre Teresa ya ha empezado. El Papa, también. Para los enfermos del SIDA, ha pedido, en su recien­te visita a EEUU «amor y com­prensión». Varias han sido las contestaciones aportadas, pero por su explicitación resaltaré la de Manfredi Traxler, distribuidor ci­nematográfico: «La Iglesia apro­vechará esta ocasión para relanzar su moral sexofóbica y punitiva».
Lo que produce más rabia en estos casos es que la gente, cuan­do se trata de salud, no está dis­puesta a detenerse en pequeños detalles: sexofóbica y punitiva hasta donde se quiera, el proble­ma se centra en salvar el pellejo. «No sería en ningún caso la pos­tura de la Iglesia», nos recuerda con insistencia Dionigi Tettaman­zi: «Si la Iglesia ha hablado alguna vez aprovechando el miedo, éste ha sido de orden moral y no físico. Incluso a este propósito se puede añadir que sus enseñanzas siempre han sido: debes hacer el bien, incluso a costa de tu propia vida».
El hecho de imaginarse a la Iglesia como lobo en acecho de su presa no tiene ya sentido. Bastaría con apuntar frente a los temas de los que habla todo el mundo, la perspectiva de su posición: con­creta, definida y aportando una claridad. Varios ejemplos de esto: en el reciente documento de la Congregación para la fe sobre las personas homosexuales: «(...) Y es que la práctica de la homosexuali­dad está minando seriamente la vida y el bienestar de un gran nú­mero de personas (...)»; la negati­va a los preservativos por parte del Primado de Inglaterra, hecho denunciado después por los obis­pos irlandeses y por la misma Ra­dio Vaticana; la casa de cuatro plantas en Grenwich Village de las misioneras de la Caridad en Nueva York, que desde diciembre pasado acogen a los enfermos de SIDA; el St. Vincent's Hospital de las Hermanas de la Caridad con la fórmula de asistencia a domicilio a los pacientes terminales. No pa­rece que haya mucho más. Quizá demasiado poco. Lo que es indu­dable es que el SIDA traerá pro­blemas -si no los está ya trayen­do-, muy serios. Podemos tener
una idea de esto leyendo las decla­raciones realizadas por la Asocia­ción Médica Británica, órgano de la profesión médica de este país, en una conferencia realizada en Londres: «Si han tenido contactos sexuales con más de una persona en los últimos cuatro años, o con alguien que a su vez haya tenido relaciones intimas con otras personas distintas a uno mismo, se corre el riesgo de contraer el SIDA. Un riesgo de este tipo no debe ser minimizado (...)». Es ver­dad, no se puede negar, por el con­tenido y la autoridad moral de las fuentes, el impacto de una ponen­cia según la cual, en teoría sólo se necesitaría una relación no mono­gámica en los últimos cuatro años para quedar afectado por el SIDA.
¿Cuántos buenos católicos po­drán reconocerse como destinata­rios de este mensaje? ¿Y cuántas crisis, cuántos dramas, cuántas re­percusiones se producirán en tan­tas buenas uniones? Veamos algu­nas situaciones posibles: el cónyu­ge está enfermo: ¿Existe peligro para la esposa y los futuros hijos?, ¿qué hacer? ¿Puede el cónyuge sano negarse a sus deberes conyu­gales? Uno de los dos novios es se­ropositivo, se calla y oculta su si­tuación, contrae matrimonio: ¿Existe dolo en este silencio? ¿Puede ser causa de nulidad ma­trimonial? Es demasiado pronto para saber cómo se resolverán ta­les cuestiones por los tribunales eclesiásticos, aunque ya se tiene constancia de solicitudes de aclara­ción. Hasta ahora todo se guarda en un silencio discreto. Es difícil comprender si el silencio se debe a una discreción, a una carencia in­formativa, a una pereza pastoral o, de forma más sencilla, al ritmo na­tural de una institución que no ha tenido que esperar al SIDA para proclamar las propias verdades morales y que, por tanto, no tiene necesidad ahora de repensarlas. Queda el hecho de que una posi­ción considerada desde siempre como ridícula, aparece hoy como profética. Qué hacer queda implí­cito en el razonamiento mismo.
En estos últimos dos puntos se engloba el tratamiento actual frente al SIDA (no existe trata­miento médico y exclusivo para el SIDA) y que la mayoría de los ex­pertos coinciden al señalarlo: la Información y la Prevención.


PREVENCIÓN: EL ÍDOLO DEL PRESERVA­TIVO
Durante este primer semestre han ido apareciendo en casi todos los periódicos y semanarios, in­cluídas las campañas gubernamen­tales e institucionales, esta idea en la que se presenta al preservativo como la defensa del «sexo segu­ro», «salvador del sexo libre e ins­tintivo». Algunos hasta editaron magníficos folletos explicativos con los no menos desdeñables di­seños ilustrativos: «SIDA, ¿cómo defenderse?». No hay duda de que la idea ha calado. Protagonista y campeón del tema es el preserva­tivo, el profiláctico, el condón o como lo queramos llamar.
«Antes de intentar dar res­puestas completas me gustaría sa­ber si está científicamente com­probado que el profiláctico defien­da del SIDA». «El preservativo con sidamicida, ¿última oportuni­dad? Lo único que está demostra­do son las ganancias de las empre­sas que han comercializado tal idea», había dejado caer Tetta­manzi esta pregunta. Verdadera­mente deseaba saber: con el bien de las personas no se debe jugar. ¿Preservativos y sexo seguro?, éste es el drama. En el laboratorio del Centro de Enfermedades y Contagios Sexuales, el Doctor Monti apuntaba dos consideracio­nes simples. La conclusión la ha­bía dicho casi él mismo: «Un pri­mer hecho: el preservativo tiene una fiabilidad como anticoncepti­vo cercana al 15% de fracaso. Di­gamos, además, que los virus del SIDA son mucho más «filtrantes» que el mismo esperma (al menos en un 25%). Resultado: 40% con posibilidad de contagio. ¿Y a éstos podemos decirles vete tranquilo y haz todo el "sexo seguro" que te plazca?». Conclusión: el preserva­tivo es una barrera, una determi­nada barrera, pero si las falsas se­guridades no son combatidas, todo se convierte en una incitación a la epidemia (tenemos que recordar a este propósito cómo a lo largo de las diferentes campañas sobre el tema e incluso en fiestas popula­res de diferentes localidades de Es­paña se han repartido estos pre­servativos de un modo indigno, aconsejando su uso. Algunos paí­ses lo incluían en la bolsa turística con la que se obsequia a los turis­tas jóvenes). «Es la objetiva esquizofrenia de toda la campaña sobre el SIDA», insistía desde Venegono el Profe­sor Tettamanzi. «Mientras lo que se persigue es frenarlo, en cambio se ve favorecido. Si está en juego la vida de tanta gente, el proble­ma está evidentemente en la pre­vención. Y, por tanto, que la mis­ma se consiga en vez de quedarse en los tabúes. En un tiempo exis­tía el tabú del sexo libre, hoy exis­te el tabú del tabú».
Esta prevención se entiende a veces como prevención sanitaria y en este contexto es recomendado el uso del profiláctico: ¿Se puede admitir como válido o tolerable en determinados casos?
Lo único lícito es el ejercicio «ordenado» de la sexualidad hu­mana: es lo que puede acontecer únicamente en el matrimonio como «lugar» de la recíproca do­nación personal y total del hom­bre y de la mujer. De hecho, sólo en el matrimonio, adecuadamente vivido, la sexualidad se convierte en un valor conjunto (físico-psí­quico y espiritual) al servicio del único amor indisoluble, unitivo y fecundo. En cambio, es un eviden­te «desorden» el uso de la sexua­lidad fuera del matrimonio, inclu­so fuera y en contra de la funda­mental relación hombre-mujer.
A estas personas se les debe proponer también con inteligen­cia y amor el ideal normativo hu­mano v humanizador de una sexualidad ordenada: se necesita fidelidad en la capacidad de recu­peración de toda persona humana. De cualquier forma, estas perso­nas están obligadas por la Caridad y por la Justicia a no poner en pe­ligro la salud propia y/o la de otros. En este sentido, el uso del profiláctico no da esa seguridad que, en cambio, es necesaria si se quiere evitar verdaderamente el contagio. El uso del preservativo se trata de un mal, si bien menor. En cualquier caso, hay que pensar si la tolerancia y la incitación al uso del preservativo no contribu­ye, indirecta pero realmente, a fa­vorecer aquel contagio que se querría evitar.
El uso del profiláctico no es moralmente lícito porque mani­pula y altera la «verdad» de la sexualidad conyugal, falsificando el «lenguaje» nativo y original, aquél de la donación recíproca personal y total de los esposos. Como se puede apreciar ésta es la Doctrina Social de la Iglesia sobre la contracepción.
¿Y el Estado? Si bien una ley civil necesariamente puede no coincidir con la ley moral, en este campo nos encontramos con que el Estado debe asumir un empeño cultural y educativo serio: la lla­mada a la autodisciplina se coloca como uno de los deberes «laicos» de un Estado. En este sentido, es inaceptable que se dé una oportu­nidad a las tóxico-dependientes embarazadas con un feto afectado de SIDA para que puedan abortar; también es inaceptable que el Es­tado organice y promueva una campaña de «sexo seguro si está protegido», empezando por lo inadecuado de la «barrera» y, so­bre todo, por el peligro, por la ilu­sión de la eficacia de agravar el uso irresponsable de la sexualidad; a esto hay que añadir, además, la presión a que se ve sometido el in­dividuo sobre la libertad de elec­ción que posee.

INFORMACIÓN: ¿ELIMINAR O DECIR? ¿SE PUEDE INFORMAR SIN SEMBRAR PÁNICO? SÍ; DE ESTA FORMA
El 15 de enero, un padre joven mata de tres disparos a toda su fa­milia. El primero es para la mu­jer, embarazada de tres meses; el segundo es para su hijo, de dos años y medio. El tercero es para sí mismo. Irradiada la noticia por la radio, se podía sacar la conclusión de que una sola relación sexual bastaría para contraer el SIDA, y él hacía cuatro años que había te­nido una relación con una autos­topista. Vivía en el terror. ¿Infor­mar o quizá no? La discusión, muy violenta, no ha dado resultados apreciables; las buenas razones chocan con aquellas otras razones en contra. Ni siquiera cuando se discutía ha sido posible eliminar el enfado de quien sabe que en el fondo, a la pregunta discutida, han respondido ya otros. Del SIDA co­noceremos sólo aquello que deci­dan los Estados y las instancias económicas. Demasiados son los intereses en juego. Censuras im­puestas por los gobiernos (en África y en el Este) y multinacio­nales empeñadas en una lucha sin escrúpulos. A pesar de las campa­ñas publicitarias que han llevado a cargo diversos organismos, toda­vía se puede decir que un porcen­taje elevado de la población no co­noce las vías de transmisión de la enfermedad.
Nadie duda de la utilidad de la información si es bien utilizada; para ello tendremos en cuenta: 1º-No se puede prevenir y com­batir un mal si no se conoce. 2º-Las instancias éticas de la in­formación (sujeto responsable de la misma, el contenido y la moda­lidad en que ésta se produce).
Los responsables son aquellos sujetos llamados a educar en la vida y en sus valores (entre los que se encuentra el de la salud). En concreto, responsables son el Es­tado (con todos sus medios), la So­ciedad con los mass-media, los trabajadores sanitarios, la escuela y la familia.
El contenido de la información se centra en el SIDA, en las mo­dalidades de contagio y transmi­sión, en la forma de prevenirlo y de curarlo, teniendo en cuenta que estos contenidos «técnico-sanitarios» deben estar siempre arraiga­dos en un contexto auténticamen­te «humano», es decir, referidos a la persona, con sus valores y sus comportamientos responsables.
La modalidad de la informa­ción debe atenerse a un doble y unitario criterio: el respeto de la verdad y el amor a la pesona. En este sentido, deben excluirse in­formaciones «alarmantes» que di­funden un miedo injustificado y la información «confusa» que mi­nusvalora los peligros reales: tan­to una como otra carecen de serie­dad científica.
En el fondo: ¿Qué mensaje, no sólo superficialmente, sino en profundidad, estamos recibiendo? ¿De qué concepción del hombre, de la vida, de la sexualidad, del amor, etc., son portadores? No es ciertamente una cuestión secunda­ria en el problema del SIDA.

CONCLUSIÓN
El aspecto esencial del SIDA se encuentra en que más que un problema estrictamente sanitario es el fruto y el signo de una determi­nada sociedad. En esta perspecti­va, nuestra responsabilidad no debe ser individualista sino eminentemente social, cultural y edu­cativa. Sólo recientemente Wi­lliam Bennet, ministro americano de educación ha exhortado a los responsables de los colegios para que los cursos de educación sexual enseñen a los niños a «no forni­car». Según Bennet los cursos de educación que no tengan «este va­lor moral fundamental» no son de ninguna utilidad para la batalla contra la enfermedad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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