Va al contenido

Huellas N.8, Octubre 1987

MEETING '87

Gaudí y lo sagrado

María Amonietta Griffa

GAUDÍ Y EL MEETING
De la extraordinaria produc­ción del arquitecto catalán Anto­ni Gaudí, nacido en 1852 y muer­to en 1926, se ha presentado este año en el Meeting de Rímini [ cfr. Nueva Tierra n. 7] una exposi­ción bajo el título «Antoni Gau­dí y lo sagrado». No tenía carácter retrospectivo, pero sí se ha hecho como homenaje a un genio cons­tructor que ha azotado las cadenas de la racionalidad iluminista y de la pobreza imaginativa de toda la arquitectura de su tiempo, sacan­do de la historia de su tierra y de su pueblo todo lo que podía ser útil para lanzar un mensaje uni­versal de esperanza.
El homenaje a Gaudí ha sido también homenaje a Cataluña y, al mismo tiempo, homenaje a la gran empresa constructiva de las catedrales europeas.
Pero, ¿por qué Gaudí? ¿Por qué Gaudí en el Meeting? Un via­je de estudios a Barcelona hace años provocó en mí y en otros amigos un impacto decisivo: esta ciudad, viva, europea y mediterrá­nea, capital de una tierra con una historia muy particular, nos ofre­cía fragmentos de una invención arquitectónica emocionante y po­derosa. El impacto con Gaudí nos dejó una profunda huella.
En un encuentro que tuvimos el año pasado, discutiendo sobre arquitectura y sobre la necesidad de dar a conocer nuestras ideas para una confrontación y un diá­logo, pensamos en el Meeting y en Gaudí. Somos un grupo de arqui­tectos e ingenieros, de varias eda­des y diferentes competencias pro­fesionales. En Barcelona viven Sil­via y Diego Giordani y algunos amigos del movimiento; confron­tamos con ellos y con algunos ami­gos de Madrid e iniciamos los con­tactos necesarios para profundizar en el conocimiento sobre Gaudí, sobre la Cataluña del siglo pasado y la actual, sobre su religiosidad, sobre lo específico de su cultura.
El proyecto se concretó en los meses sucesivos y en un trabajo intenso. Podríamos decir que el resultado (una exposición perma­nente de debate en el Meeting) ha sido superior al de cualquier expectativa.
Pero hablemos de Gaudí y de la hipótesis de lectura de su produc­ción y de su genio propuesta en el Meeting de Rímini.

LA CATEDRAL MEDIEVAL
A finales del siglo pasado y principios del nuestro, algunos de los primeros grandes arquitectos de la arquitectura moderna, como el suizo Le Corbousier o el ale­mán Gropius, contemplaban con admiración las catedrales de la Edad Media europea y las conside­raban expresión del optimismo de los hombres de los siglos XII y XIII. Las consideraban el signo de su energía constructiva, y no creían que fueran expresiones de fe, actos de devoción y signos de comunión entre los hombres. Por tanto, las catedrales ya no eran para ellos figura de la Jerusalén celeste.
Pero la fuerza imaginativa de las catedrales medievales está ligada a su valor de signo sagrado, a la capacidad que esto tenía para los hombres medievales de recor­dar que nada en el mundo es pro­fano, todo es santificable, porque cualquier realidad es creación que espera ser transfigurada por la Redención.

UNA GRAN RAZÓN PARA UNA GRAN CONSTRUCCIÓN
Sólo un gran arquitecto moder­no, Gaudí, ha comprendido esto y ha sido, en consecuencia, capaz de proyectar una nueva catedral y de expresar el destino de santidad de toda la Creación en cualquier obra suya. Su genio poderoso se ha ex­presado como adhesión incondi­cional al misterio, presente en todo lugar, y como urgencia por resaltar la energía vivificante. Además, con una adhesión inten­sísima a la fe católica que invistió toda su vida, Gaudí, mientras rea­lizaba la Sagrada Familia y todas sus otras obras, se hizo un pobre de Dios, capaz de soñar como sólo un pobre o un niño saben hacer. Por esto, como nos ha dicho el sa­cerdote catalán Josep Maria Baila­rín (que ha venido al Meeting a hablar de Gaudí), el constructor del tiempo expiatorio «es más que un gran arquitecto; es la inocencia cristiana de un pueblo pobre y pe­queño que se ha hecho genial».
Su amor por la liturgia, por las oraciones, por toda la tradición ca­tólica; su extraordinaria compe­tencia técnica como constructor; su capacidad de utilizar todos los materiales; la mirada, cargada de estupor frente a las formas de la naturaleza; el conocimiento de la arquitectura gótica medieval euro­pea y catalana; el gran amor a su tierra, a su pueblo, a los que su ar­quitectura siempre se dirige, son los aspectos más significativos de su personalidad de arquitecto.

LA ESTRUCTURA DE LA SAGRADA FAMILIA
Consagró gran parte de su vida a la construcción de la catedral de la Sagrada Familia; sabía que no iba a poder terminar la empresa y que debía confiarla a otros. Confi­gurada la planta en la forma tra­dicional de cruz latina, trabajó con la ayuda de modelos en yeso a es­cala 1:10, sobre los que estudiaba todas las particularidades. De ex­traordinaria originalidad es la es­tética de la obra: utiliza curvas como las catenarias presentes en el mundo natural y nunca usadas antes en arquitectura. El interior de la iglesia está pensado como un bosque, con pilares inclinados en «estructura arbórea», es decir, con ramificaciones en la parte alta. La catedral tiene 95 m. de largo y 45 de ancho; el transepto tiene 60 m. de largo y 30 de ancho. Presenta tres fachadas, sobre cada una de las cuales se narra uno de los ci­clos de los misterios del Rosario. Dos fachadas, la de los misterios gloriosos o del Nacimiento y la de los misterios dolorosos o de la Muerte, ya han sido realizadas. La primera es obra de Gaudí. La se­gunda, de los sucesores. En el cen­tro de la iglesia deberá alzarse, se­gún el proyecto, una torre de 170 m. de altura rodeada de cuatro más pequeñas. Doce son los campana­rios perimétricos, cuatro por fa­chada.
Cada parte de la catedral tiene un significado simbólico; de esta manera, toda la obra es una repre­sentación dramática de contenido cristiano, una «Biblia de los pobres» como las construcciones sa­gradas de la Edad Media.
La capacidad de Gaudí de hacer que la arquitectura sea un lugar de narración, de catequesis, aparte de un espacio para poder vivir, es enorme. La cruz de brazos iguales es, al mismo tiempo, elemento cósmico, ordenador del espacio, y signo de la salvación traída por el Hijo de Dios.
La Sagrada Familia, el parque Güell, la casa Batlló, y Bellesguard, son una manera de orientarse en la ciudad porque están dispuestos a modo de cuatro puntos cardina­les. Las tres cruces en la zona más alta y apartada del parque Güell, sobre una especie de murallas-Gól­gota recuerdan además a la Re­dención cristiana, a los megalitos mediterráneos de Malta y de las Islas Baleares.

LA ENERGÍA DE LOS CONSTRUCTORES MEDIEVALES
Gaudí era un apasionado de la mitología clásica y oriental: drago­nes, lagartos, serpientes, estrellas, son sus figuraciones preferidas. En la historia de la arquitectura moderna la figura de Gaudí es úni­ca. Es reconocida su extraordina­ria estatura, el fecundo genio imaginativo, aunque no está tan clara­mente estudiada la potencia de sus signos, su valor sagrado. No se puede comprender a Gaudí fuera de un contexto católi­co, sin considerar la fe vista per­sonalmente como factor principal de la vida.
De estas pocas observaciones que aquí he desarrollado se mani­fiesta evidente la originalidad del arquitecto catalán en la cultura moderna como algo que pertene­ce a la Iglesia católica europea y a la de todo el mundo. Es un don
-su genialidad artística y huma­na- que no puede quedar infe­cundo. Por eso es importante, en primer lugar, conocerle y contem­plar la obra.
Las exposiciones del Meeting presentaban, como conclusión, un interrogante que propongo.
De las catedrales medievales a la Sagrada Familia no hay una ruptura en un plano conceptual, de proyecto, formal y simbólico, aunque un gran arco temporal se­pare los dos momentos.
Por el contrario, ya no es en­contrable en la construcción de la Sagrada Familia aquella coralidad de participación descrita en las crónicas medievales. Sin embargo, también Gaudí -como él declaró a menudo- construye para un pueblo.
¿Qué energía le ha estimulado y sostenido en un proyecto tan grande? ¿Qué fundamento le pro­porcionó la tranquila seguridad de que la obra se continuaría tras su muerte y que mereciese tanto la pena seguir adelante, con pacien­cia y entusiasmo, de año en año?
Os hacemos la misma pregun­ta a vosotros, lectores. Nuestra respuesta es ésta: Gaudí ha tenido la misma energía, el mismo fun­damento de los constructores me­dievales. Uno y otros, en efecto, se han apoyado en la vida de la Igle­sia, en la comunión cristiana de la cual formaban parte y a la cual mi­raban como verdadera patria.
En la Iglesia siempre será po­sible realizar grandes empresas porque, como escribe Bailarín, «la Iglesia es un bosque de catedra­les», «un bosque de chopos» que ninguna tempestad puede des­truir, «un niño que nace como una promesa y un canto». En ella es siempre posible esta genialidad inventiva, esta originalidad que Gaudí entendía como «vuelta a los orígenes».

Traducción: Elena Sánchez y Asun Cerveró
Fotografía: Javier Ortega

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página