Octubre 1987: un nuevo curso universitario comienza; es, pues, un buen momento para tomar el pulso de esta universidad; no tanto como estructura, sino como lugar de vida de unas personas concretas.
Volvemos a las aulas después de unos meses de movilizaciones y huelgas; existe un descontento y una insatisfacción, pero existe también, y quizás por encima de estos dos sentimientos, un cansancio.
La última «movida» universitaria ha sido meramente reactiva; había una insatisfacción de fondo y ciertos grupos supieron aprovecharla y dirigirla, pero para la mayoría del colectivo universitario ha sido un fraude; la insatisfacción sigue existiendo: se han logrado algunas medidas (pocas), pero da la sensación de que la exigencia de los universitarios era algo más amplio que las becas y los planes de estudio, algo que casi nadie se ha atrevido a formular.
Así pues, nos encontramos con un cansancio, con un «no merece la pena», con un «es mejor no desear ya que nada llena nuestros deseos»... Esas exigencias que tiene el hombre de verdad, de felicidad, de que la vida se realice plenamente, son acalladas y consideradas como un absurdo por nuestros mayores: «Lo importante es asegurarte un bienestar, mejorar tu expediente; al fin y al cabo, son sólo cinco años: basta con que salgas los sábados con los amigos; estudia durante la semana... ».
Esta postura trae consigo una serie de consecuencias importantes:
- Todo se sacrifica por un bienestar, meta que resulta un poco incierta por que la universidad no siempre proporciona el bienestar económico y ni siquiera el status social.
- Se pide una seriedad en el estudio y sin embargo se potencia un infantilismo en el empleo del tiempo libre; éste se convierte más en una evasión que en una diversión.
- Se potencia una falta de sinceridad con lo más auténtico del hombre; los deseos son minimizados, casi caricaturizados; en la vida desaparece la novedad, y lo que es más grave, desaparece la posibilidad de que ésta acontezca.
- Existe una incapacidad de dar juicios, quizás porque el estudio no es una experiencia viva, sino una simple adquisición de datos en la cual la persona no se confronta con la realidad.
- Por último, la libertad ha dejado de tener como fin la adhesión a la verdad para ser simplemente una posibilidad de elección; sin tener en cuenta que esta posibilidad no puede llevarse a término porque el compromiso es una «atadura» y porque al carecer de punto de referencia somos débiles para arriesgar algo nuestro. Ante una situación como esta que he intentado esbozar, sólo encuentro una solución, y es que grupos de personas comiencen a vivir la universidad de una forma distinta; demuestren una seriedad no sólo en el estudio sino en sus vidas, y despierten con su presencia en el ambiente universitario el deseo de ser hombres.
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