El discurso conclusivo de Luigi Giussani, en el II Coloquio Internacional sobre
«Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo», desarrollado en Italia con la participación de diecinueve asociaciones y movimientos internacionales, sirve de complemento para el desarrollo del Sínodo para los laicos.
Queremos tomar en serio el misterio cristiano y buscar su racionalidad, es decir, su correspondencia con la vida verdadera: «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (cf. Gaudium et Spes, 22 y Redemptor Hominis, 8). El tema -«Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo»- ha abordado los aspectos fundamentales de la realidad de la Iglesia:
-el Misterio que entra en el mundo con el bautismo es el aspecto esencial del mensaje conciliar sobre los laicos, como ha recordado el cardenal Suenens; por esta razón, más que la palabra «laico» nosotros queremos resaltar la palabra «christifidelis». Porque en la medida en que es «christifidelis», el hombre es impactado por el mundo; es ésta la verdadera definición de laico, esto es un hombre perteneciente al pueblo de Dios;
- dentro de este Misterio, que es vida y obediencia -carisma e institución- ellos realizan el valor sintético y total de la comunión;
- el Padre ha querido este designio para que se dé a conocer el Hijo: «Ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti» Jn 17, 1).
Nuestra convivencia ha vivido este tema en la oración y en la caridad.
El culmen de nuestras jornadas ha sido el discurso del Santo Padre (cf. Nueva Tierra, n. 6, pp. 4 y 5 ): él ha dicho que los movimientos son insustituibles, precisamente porque expresan la vida; y esto marca un punto de referencia fundamental cara a nuestro futuro en la Iglesia. Este discurso cumple el trayecto que el mismo Santo Padre nos abrió en su breve alocución de hace seis años, el 27 de septiembre de 1981, en la ocasión de nuestro primer Convenio Internacional: «Como bien sabéis, la Iglesia misma es un movimiento y sobre todo es un misterio». Es decir: es el movimiento con el que el Misterio se comunica y se manifiesta en la historia.
Deseamos de verdad que el Sínodo de los Obispos, al reconocer esta variedad, nos ayude a comprenderla y a vivirla cada vez más.
Recuerdo que mi madre, cuando yo era pequeño, me contaba lo que hacía un coadjutor del párroco de Desio (un tal padre Amedeo), el cual, sobre todo a través de la acción desarrollada en el confesionario, guió a muchas jóvenes mujeres de la parroquia hacia una verdadera madurez espiritual, formando así un grupo de un centenar de mujeres que formaron familias ejemplares y que siempre estuvieron disponibles a las necesidades de la comunidad. El padre Amedeo creó un movimiento; si en lugar de aquellas cien mujeres hubiesen sido cien mil, los periódicos habrían escrito de ellas. Mi imagen de la realización de la Iglesia-movimiento en movimientos eclesiales coincide exactamente con ese tipo de fenómeno, obra del Espíritu. Así, todo aquello que hace que la fe llegue a ser persuasiva para la mente y para el corazón del hombre, todo aquello que la hace ser pedagógica, todo aquello que traduce la esperanza y la caridad en ímpetu creador y operativo, eso es obra del Espíritu.
En todo esto la Iglesia se autorrealiza y esto se llama -en el sentido de lo que el Papa afirmó- movimiento. Deseamos que toda la Iglesia abrase con el fuego de nuestros movimientos y de millares de otros, conocidos y desconocidos, para gloria de Cristo.
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