Va al contenido

Huellas N.7, Agosto 1987

EDITORIAL

Poder, política, pueblo

La celebración de la campaña electoral previa a los comicios municipales, autonómicos y europeos, ha reavivado tímidamente el tono del debate político nacional. Y aun así, apenas puede hablarse de verdadero debate político; todo el problema parece reducirse a encontrar la mejor «técnica de gestión», e incluso no se perciben diferencias sustanciales entre unas y otras técnicas. Evidentemente, el panorama de la vida social se hace cada vez más uniforme y gris, produciéndose una gran homologación.
Al contrario de este planteamiento, las diversas crisis de naturaleza estructural (económica, social, política), están desvelando que la verdadera crisis es de humanidad. Hay una humanidad que ha venido a menos, una debilidad cada vez más patente en los sujetos humanos, una carencia absoluta de ideal tanto en los niveles individuales como sociales, un adormecimiento generalizado.
Las políticas que se proponen son esencialmente reductivas, precisamente porque contemplan reductivamente al sujeto humano. Lo mismo en la sanidad, en la educación, en la economía o en la cultura, siempre se produce el mismo fenómeno de reducción sistemática de los deseos del hombre; después, se busca el máximo consenso por parte de una masa cada vez más invertebrada, en torno a diversos lugares comunes, modas o tópicos inducidos por los medios de comunicación y demás instrumentos del poder.
Baste como ejemplo el éxito de la llamada «movida madrileña»: un conjunto de entretenimientos fatuos en su mayor parte, que consagra la reducción drástica del horizonte de interés por lo humano.
Desconcierto de los jóvenes y cinismo de los adultos: ésta es la triste conclusión de un statu quo que nadie parece capaz de romper.
Los partidos acaparan todo el campo de la vida política, es decir, de la dimensión social de la existencia humana. Pero además, en todos los partidos se consagra hoy el predominio de la «organización», del «aparato», sobre el ideal o el fin que tienen en común el grupo de hombres que forma dicho partido.
La política se ha convertido en «técnica» (y esto se comprueba aún mejor en comicios como los recientemente celebrados), en una técnica autónoma y neutral que no tiene necesidad de someterse a ninguna ética, a ningún conjunto de valores constitutivos del hombre y de la comunidad.
Pero la política no puede reducirse a «técnica de gobierno», a una especie de management neutral, sino que debe fundarse sobre la unidad viva de los hombres libres, esto es, de aquellos hombres que mantienen vivas sus preguntas fundamentales. Porque la política, o es la dimensión de la propia existencia, ligada a su profundo dramatismo, o se convierte en un comercio entre aparatos de partido: este es el espectáculo al que ahora asistimos.
encia, ligada a su profundo dramatismo, o se convierte en un comercio entre aparatos de partido: éste es el espectáculo al que ahora asistimos.
Si en un cierto momento de la historia fueron las ideologías las que condujeron a la política a configurarse como «salvación», ahora es el mito de la «gestión objetiva» el que conduce al mismo resultado, aunque acaso privado de una cierta nobleza de intención que aquellas mantenían.
Frente a esta concepción de la política como «salvación», nosotros afirmamos la primacía de la ética sobre la política. La acción política sólo tiene sentido en función de la defensa y el desarrollo de un tejido social de formas de vida nueva para el hombre. Por eso, la primera y primordial tarea que puede llamarse «política» es la construcción de un pueblo, de esa unidad viva de los hombres libres, capaces de seguirse preguntando por sí mismos y por su destino.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página