¿Qué sucedió el sábado por la noche EncuentroMadrid? El desafío de la paz en un escenario, descubriendo La mirada del otro
En el origen de todo lo bueno hay siempre una relación. María San Miguel entró en mi vida en noviembre de 2021, en unas jornadas sobre justicia restaurativa y terrorismo que se celebraron en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, aprovechando el "tirón" de la película Maixabel, que no solo ha dado a conocer su historia personal, sino que también ha acercado a muchos españoles a la realidad de los procesos y encuentros restaurativos que se dieron entre víctimas del terrorismo y etarras arrepentidos y disidentes en la cárcel de Nanclares de la Oca. En una de las mesas redondas, junto al abogado Txema Urkijo y al filósofo Manuel Reyes Mate, María nos habló del teatro como herramienta educativa, y del ingente trabajo de documentación que ha dado lugar a su trilogía Rescoldos de paz y violencia. Todos los diálogos del guion están extraídos de conversaciones reales con presos etarras y víctimas de ETA.
Nos contó que al comienzo de su carrera artística tuvo que elegir entre enriquecerse o, al menos, no pasar penurias, entreteniendo a la gente, o hacer un teatro comprometido, para contribuir a construir una cultura de la paz. No lo dudó, y el peaje que paga mensualmente no es pequeño, pero es su vocación, lo tiene claro. Su coraje y empuje me impresionaron aún más cuando nos dijo que, tras la muerte de su padre, a quien adora y admira, de quien ha heredado gran parte de su pasión por la política y por la cultura, ¡llevó a su madre al escenario a hacer su duelo, su propio proceso restaurativo! Y ahí está I'm a survivor, una obra homenaje a su padre, militante del partido socialista y luchador nato, como atestiguan su vida y su muerte. Pero lo que más me cautivó de ella aquel día fue un detalle que dice mucho de quién es y cómo se mueve. En pleno siglo XXI, en medio de una universidad que no entiende ni sabe conectar con los jóvenes, dotada cada vez de más medios pero ignorante de sus fines, engullida a menudo por lógicas ajenas a su naturaleza y misión original, ¡se atrevió a afirmar la universalidad de la verdad de lo humano" Cuando le pregunté sobre ello en el coloquio, volvió a sorprenderme. Me vino a decir que, en abstracto, desde la ideología, se dicen muchas tonterías. En cambio, si partes de la experiencia, de la vida concreta de personas concretas, sin la verdad no se puede vivir.
Cuando el mal irrumpe en tu vida, cuando el miedo, el odio y el rencor hacen irrespirable el aire e insoportable la convivencia, cuando miras atrás y no sabes cómo liberarte del veneno que te cegó y llevó a matar a inocentes, cuando te torturan o te arrebatan un ser querido y el dolor se convierte en compañero de tus días, entonces, solo mirar la verdad a la cara libera y sana, permite volver a empezar. En la experiencia del sufrimiento es fácil reconocerse: ahí somos, de algún modo, iguales, igual de pobres, igual de mendigos: «entre la esperanza y la necesidad estamos todos» (M. Zambrano).
Llegó el mes de mayo, en el que representaron las tres obras, de viernes a domingo, en algunos casos con un coloquio posterior riquísimo. Tuvimos la suerte de pillar dos de ellos. En el de Viaje al fin de la noche (tercera pieza), estaba entre el público Iván, la víctima cuya vida se representa en esa pieza, un vasco que perdió a su madre, a la que ETA asesinó con un coctel molotov, y de algún modo también a su padre, que intentó apagar las llamas del cuerpo de su mujer, abrazándola y abrasándose gravemente él también. En el de Proyecto 43-2(la primera), donde se nos muestra la realidad actual de muchas familias vascas, en las que conviven el dolor, la necesidad de seguir viviendo, la exigencia de reparar las heridas, y la entrega silenciosa y paciente de muchas madres y abuelas, pudimos conocer a una de ellas, Rafi, la mujer de Eguiguren.
Arrastré a todos los que pude. Todos los que asistimos a la sala Mirador quedamos fascinados por la potencia con que despiertan preguntas, construyen un espacio de conversación y narran una historia que a todos nos incumbe. Enseguida pensamos: ¡hay que llevar esta joya allí donde estamos presentes! Las disputas, la extrañeza, las diferencias, el miedo, el rencor, la incapacidad de comunicarnos de forma constructiva... no nos son ajenos en absoluto. ¡Cuánta incomprensión hay en nuestras relaciones, cuánta lejanía y distancia de todo el que piensa distinto a nosotros, cuántos prejuicios nos impiden conocer y acoger al otro, qué poco nos escuchamos! Repetimos el lema de nuestro querido amigo Carras, «vence quien abraza más fuerte, pero ¡cuánto nos cuesta dar el primer paso en nuestro matrimonio, en las amistades, en el trabajo, en las comunidades de vecinos, no digamos en política! ¡Qué poco nos dejamos corregir!
La mirada del otro nos pone ante el drama de la sociedad vasca y su necesidad infinita de consuelo y reparación, así como de un relato y una memoria histórica no ideológicos, en una España en la que cuesta encontrarse, escucharse y hallar puntos comunes en los que trabajar juntos. Al preguntarse si son más cosas las que nos unen o las que nos separan, nos enfrentan al drama de las relaciones humanas que se rompen o vuelven viejas, al horror del mal y la violencia, a la exigencia de una comunicación no viciada, a la necesidad de aprender a mirar al otro.
En EncuentroMadrid empezó a cumplirse mi deseo de compartir el arte y la amistad que ha nacido entre María y yo, que se va extendiendo a tantos otros, con la "tribu de don Giussani", como nos llamaba Mikel Azurmendi, con este pueblo al que pertenezco y que tanto amo, porque es mi casa, llena de límites, pero mi casa, en la que «ha entrado la salvación», como entró en la de Zaqueo hace dos mil años. Por fortuna, hace tiempo que dejé de empeñarme en separar el trigo de la cizaña.
Al presentar la obra, invité al público, numeroso y expectante, a preguntarse conmigo qué nos interesa realmente, demostrar que tenemos razón o descubrir cómo es posible vivir, vivir juntos. El desafío sigue en pie, cada día, en toda circunstancia y relación. Esta trilogía despierta el deseo de dar una segunda oportunidad a quienes se la negamos y nos invita a pedir perdón por todo el daño que hacemos y reconocer con humildad nuestras miserias. Nos reclama a salir de la espiral de la violencia y descubrir en el otro un alter ego, cuya dignidad no queda anulada por el mal cometido. Suscita el anhelo de algo que posibilite el cambio, mi cambio, el cambio del que ha perdido toda esperanza, de un perdón que regenere las fibras del corazón humano, ¡tan pequeño... y tan grande!
Don Giussani decía que la palabra misericordiosa debería borrarse del diccionario, porque es humanamente imposible. Sin embargo, el deseo de un perdón incondicional y total, de una piedad absoluta hacia la propia miseria, de un nuevo inicio radical, reaparece tozudo una y otra vez en la vida.
¿Qué sucede dentro de una persona cuando reconoce su vulnerabilidad y pide auxilio, cuando se deja corregir (y la corrección siempre escuece), cuando decide salir de sí mismo y acoger al otro en su hiriente alteridad, cuando se abre a mendigar o regalar el perdón? En el gesto de una libertad que se mueve hay algo imprevisto y milagroso, es un acontecimiento y, a la vez, un trabajo que requiere tiempo, silencio, coraje, compañía... ¡vivir apasionadamente la realidad!
En La mirada del otro y en el coloquio posterior, se hizo patente, para quien se abrió, que el corazón humano es uno y que no hay tarea cultural y política más urgente que detectar sus latidos, que salir al encuentro de ese yo infinitamente herido. Ante una pregunta inteligente y justa, que llamaba a distinguir entre el plano personal y relacional, en el que se realizan los procesos restaurativos, y el plano político, en el que se debe afrontar el terrorismo, me impresionó la humildad serena y el realismo esperanzado con que el actor Pablo Rodríguez nos recordó que merece la pena poner el acento en los pequeños brotes verdes, en medio del desierto, en vez de quedar aplastados por el mal. Con sus palabras, mucho más hermosas, me recordó algo que yo mamé en mi familia y que está en el ADN del carisma, que la postura humana originaria es positiva, de simpatía hacia la realidad, mientras que la duda suspende el nexo con la realidad y la sospecha impide moverse y adquirir certezas. ¡Cuánto me acompaña esta descripción fabulosa de la libertad!
«El hombre afirma con su libertad lo que ya ha decidido de antemano desde un recóndito punto de partida. La libertad no se demuestra tanto en el momento llamativo de la elección; la libertad se pone en juego más bien el primer y sutilísimo amanecer del impacto de la conciencia humana con el mundo. He aquí la alternativa en que el hombre casi insensiblemente se la juega: o caminas por la realidad abierto a ella de par en par... y abrazas entonces toda su presencia acogiendo también su sentido; o te pones ante la realidad en una actitud defensiva... llamando a la realidad ante el tribunal de tu parecer... potencialmente lleno de objeciones contra ella, y demasiado resabiado como para aceptar sus evidencias y sugerencias más gratuitas y sorprendentes. Esta es la opción profunda que nosotros realizamos cotidianamente» (L. GIUSSANI, El sentido religioso. Encuentro, Madrid, 2005, p.167).
Movida por la pasión por el hombre y por Cristo que nos contagió don Giussani, quiero aprender a trabajar junto a todos los que, como estos actores y actrices y los responsables y voluntarios del EM, quieren hacer del mundo una morada. ¿Qué mejor modo de vivir apasionadamente la realidad?
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón