El viaje del Papa a Baréin contado por algunos de los que acudieron desde varios lugares de la Península arábiga
Somos un grupo de amigos que, por motivos laborales, vive en varios lugares de la Península arábiga. Aunque algunos ya se conocían, lo cierto es que nos hemos encontrado aquí, en el desierto. Vivimos inmersos en la sociedad islámica, algunos desde hace varios años, otros llevan menos, pero intentamos ayudarnos a mantener viva nuestra fe y profundizar en nuestro encuentro con el movimiento, con Jesús. Cuando nos enteramos del viaje del Papa a Baréin, en el grupito de Escuela de comunidad decidimos ir juntos los que pudiéramos para participar en este gesto. Llegamos desde Qatar, Omán y Arabia Saudí, unos en coche, otros en avión. Nos juntamos en el mismo hotel de Manama. Este encuentro con Francisco ha impactado en el corazón de cada uno de nosotros y hemos intentado contar lo que nos ha pasado.
Hay dos cosas que me llevo a casa especialmente de este viaje. La primera es que esta tierra, el desierto, da sed al corazón. Te hace estar en continuo movimiento buscando la presencia de Jesús. Cuando el Papa llegó al estadio de Awali, me conmoví porque la Iglesia, es decir, Jesús presente hoy en medio de nosotros, ha tenido misericordia de mí y me busca, incluso estando a miles de kilómetros de mi país, Chile. Yo estoy aquí y la Iglesia está presente para mí, ahora, donde menos lo esperaba. Lo segundo es que el Papa nos ha propuesto «desarmar» el corazón.
No hablaba solo en sentido geopolítico, se refería al trabajo cotidiano, a la familia y las relaciones. Tampoco hablaba solo de la relación con gente de otras religiones y culturas, sino también de quien comparte mi mismo background occidental, personas ante las que a menudo trato de defender, cuando no ocultar, mi fe. Este desarme, nos ha dicho Francisco, «no puede ser solo fruto de nuestros esfuerzos, es ante todo una gracia. Una gracia que se debe pedir con insistencia: “Jesús, tú que me amas, enséñame a amar como tú. Jesús, tú que me perdonas, enséñame a perdonar como tú”». Vuelvo a mi trabajo en Arabia Saudí pidiendo de rodillas este cambio en mi corazón.
Bárbara, Arabia Saudí
Lo único definitivo en la historia de la humanidad es Cristo, Rey de la Paz, para todos. Qué conmoción ver al Papa, su coraje para ponerse delante de todos como padre de todos sin cansarse nunca de predicar la paz de Cristo y Su amor. En Baréin, en este diminuto rincón del mundo…
Durante la misa se le veía infatigable en su anuncio a pesar de sus condiciones físicas. Yo pensaba en la multitud que tenía delante, con muchísimos trabajadores inmigrantes que viven aquí en situación de dificultad y abuso. Qué consuelo tener un padre que viene a verte y te acompaña. En las gradas había también musulmanes, con sus trajes tradicionales, aparentemente distraídos y al margen de lo que estaba pasando. Yo rezaba: «Si pudierais entender al menos lo que significa ser perdonados y perdonar, poner la otra mejilla como hizo Dios… esa humildad desarmada de la gratitud que nos mueve». Pero enseguida pensé: «¡Qué sé yo de su corazón! Soy yo quien debe entenderlo en mi propia vida para decidir finalmente por Jesús».
Vuelvo a pensar en la invitación del Papa en la audiencia del 15 de octubre, cuando nos dijo que espera «más» de nosotros, «mucho más»… ¿El qué? Basta mirar cómo vive él para entender.
Sara, Qatar
Al salir me sorprendía llevando dentro una alegría enorme por la preferencia que el Señor nos estaba haciendo experimentar con una visita del Papa. Además, no estábamos solos. Estábamos con ese pedazo de pueblo que es la compañía del movimiento, con el que siempre puedes sentirte en casa. También había jóvenes de otra parroquia que conocimos allí, y más amigos. Creo que cada uno estaba allí para poner delante del Papa no solo sus propias intenciones sino las del país entero. Nosotras, desde Omán, nos sentíamos como las “enviadas” en nombre de los jóvenes de nuestra parroquia, que no pudieron ir pero que escribieron a Francisco. Qué alegría cuando conseguimos entregar sus cartas al Santo Padre. Al aterrizar en Baréin, una joven india que vino a buscarnos al aeropuerto nos contó las dificultades que estaba atravesando esos días, con la sensación de que la vida se le “escapaba” por el desinterés que sentía. Al día siguiente fue al encuentro con el Papa con varios alumnos de su colegio. Por la noche hablé con ella y estaba exultante. Francisco había hablado justamente de lo que le estaba pasando y respondía a las preguntas de su corazón. Me dijo que nunca había estado tan feliz. Por fin se sentía comprendida y amada, y además llegó a estrecharle la mano. Nos impresionó mucho la insistencia del Papa en que estamos aquí para amar al prójimo. La convivencia y la amistad con todos los que nos rodean, tan diferentes de nosotros, es la novedad de Su presencia continuamente. En estos países tan desérticos, donde el agua y los riachuelos son fuente de frescura y alivio para todos, la Iglesia es como un río que nace del costado de Cristo.
Fiorenza, Omán
Cuando supe que el Papa vendría a Baréin, secundé la invitación enseguida. Quería acompañarle en este viaje misionero enseguida. Quería acompañarle en este viaje misionero tan significativo para mí y para este rincón del mundo, y quería hacerlo con mis amigos de la parroquia. Fuimos unos dos mil desde Arabia. También deseaba pasar estos días con otros amigos que viven en varios países del Golfo y con los que hago la Escuela de comunidad. Estos días han sido un acontecimiento, un milagro en mi vida. Viniendo de Arabia Saudí, donde la expresión pública de la fe es arriesgada, la experiencia de ir a escuchar y ver al Santo Padre a un país cercano, al aire libre y sin esconderse, en un lugar donde se expone la cruz de Cristo en medio de 30.000 personas amigas era para mí la evidencia de la presencia de Cristo en medio de nosotros. Te sentías en “casa”, formabas parte de un pueblo. Es un regalo poder volver al corazón del desierto, en medio de una soledad casi total, con la conciencia de pertenecer a una fraternidad, al pueblo de Jesús resucitado, siempre presente, que nunca permite que me falte lo que más necesito. Allí donde esté.
Luca, Arabia Saudí
Lo que más me ha impactado del Papa es la fuerza y tenacidad con que ha subrayado la urgencia que tenemos de amar, de no estar solos, de perseguir la unidad y la paz. Recibir su visita en esta tierra hace concreto lo que él dice, con los muchos riesgos y energías empleadas para que pudiera estar aquí. Mi experiencia personal de esos días también consistió en ver y vivir la comunión con los amigos que llegaron después de unos viajes agotadores y con los que me encontraba por primera vez en Baréin. A esto se añade el bien que supuso el encuentro con el cardenal Christoph Schönborn, al que conocí en la misa en el estadio, y con el padre Derrick, que nos ayudó a participar en la celebración. Ambos mostraron una sorprendente simpatía por nuestra historia. Igual que la cercanía vivida con varios desconocidos, como el amigo filipino de uno de nosotros o el pakistaní que iba en el aeropuerto con demasiadas maletas: las pasamos como si fueran nuestras.
Patrizia, Omán
El largo y monótono viaje hasta Baréin no hizo más que incrementar la espera de un encuentro que pudiera relanzar mi vida en Qatar, mi misión. Llevaba conmigo mis dificultades y problemas laborales, que nacen sobre todo de la brecha cultural con los árabes. Desde el lema de la visita pastoral, “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, esperaba que el Papa diera continuidad a su intenso llamamiento contra la guerra. Pero sobre todo me sorprendió su reclamo personal a cada uno de nosotros, a mí, en las «situaciones concretas de nuestra vida». Habrá fricciones, momentos de tensión, conflictos, diversidad de pareceres, «quien sigue al Príncipe de la paz debe buscar siempre la paz. Es necesario "desactivar", quebrar la cadena del mal. Amar siempre». Vuelvo a Qatar con la alegría de haber podido compartir este encuentro con tantos amigos y con la certeza de que el primer terreno donde “sembrar” es mi corazón.
Chiara, Qatar
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