La profecía por la paz, el uso del miedo como herramienta política y el poder de la educación, «una suerte de milagro cotidiano». Alicia García Ruiz se mide con el manifiesto de CL tras su paso por EncuentroMadrid
«La democracia es el juego de las discrepancias, pero discrepar de los míos requiere valor y es completamente opuesto a un sistema político basado en la servidumbre y en el electoralismo permanente». Alicia García Ruiz es profesora de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid. A mediados de noviembre participó por primera vez en EncuentroMadrid, en una mesa redonda dedicada a la situación política española y mostró una sencilla y apasionante capacidad para dialogar. Analizando el proceso democrático en las sociedades occidentales europeas, hizo una interesante reflexión sobre el miedo como herramienta de poder que hacía pensar en la Rusia actual: «El miedo dificulta la construcción democrática porque dificulta el encuentro». Al cabo de unos días hablamos con ella a raíz del manifiesto La guerra en Ucrania y la «profecía por la paz».
«El mundo cada vez más violento y guerrero me asusta realmente, lo digo de verdad: me asusta», dice el papa Francisco a propósito de la profecía por la paz. En este sentido, es muy interesante lo que decías en EncuentroMadrid hablando de los estados que se consolidan y gobiernan partiendo del miedo. ¿Por qué busca un Estado afirmarse mediante el miedo y qué consecuencias tiene esto?
Partiendo de que no soy practicante de ninguna religión en particular, me parece interesante que un líder religioso como el papa Francisco esté haciendo estas afirmaciones tan explícitas, muy en la línea de la sensibilidad social que está caracterizando su papado. El principio del miedo como motor de gobierno, sostenido por pensadores como Hobbes en su concepción del soberano político, ha sido un principio de poder extremadamente efectivo, la cuestión es qué legitimidad tiene ese soberano y cómo la consigue, así como si esa concepción de la soberanía es el único paradigma político que es posible imaginar. El arte del buen gobierno tiene que ver, a mi juicio, no con la utilización del miedo sino con su neutralización, pero no realizada a base de generar más miedo que nadie. Evidentemente es muy rápido y efectivo usar el miedo para producir estados psicopolíticos en la población que faciliten su control, pero todo el desarrollo moderno de la teoría democrática está orientado a contrarrestar esta tentación fundamentalmente autoritaria para modificarla por un principio de gobierno diametralmente opuesto: la confianza política en las instituciones, derivada del principio representación. En otras palabras, que la formación de la voluntad general no depende del arbitrio y la posibilidad de abuso de un solo agente político sino de la capacidad compartida de raciocinio y diálogo de muchos. No sería entonces una política basada en el miedo sino una política contra el miedo.
Parece que nos hemos acostumbrado a todo, hasta a la guerra y a la maldad humana que contemplamos a diario en las noticias a la hora de cenar, como si nos conformáramos con desear una versión reducida de la paz, como indica el manifiesto de CL: "que nos dejen en paz", que no me toque. En EM hablabas de ese desinterés y decías que si los jóvenes viven así es porque no encuentran referentes sólidos y entonces tienen que conformarse con buscar influencers. ¿Qué tipo de sujeto humano hace falta para que un joven, o no tan joven, no se conforme con "que le dejen en paz" sino que reconozca su deseo de paz en mayúsculas? En otras palabras, ¿cómo despertar los grandes ideales en el corazón de los jóvenes?
Para ser sinceros no tengo ni idea de cómo se pueden inculcar grandes valores en los corazones de los jóvenes, porque tiendo a pensar que eso que llamamos valores parten de bases muy modestas y cotidianas, y que su grandeza no procede de su abstracción sino precisamente de que están encarnados por personas en muchos casos anónimas y con existencias sumamente sencillas. Pero si hay algo que sí detecto en los jóvenes hoy es una desorientación en el sentido que señalaba en la pregunta anterior: no se les ofrece confianza (ya sea en los demás, en una cierta idea de futuro, en una estabilidad social) sino que más bien se les bombardea constantemente con unas predicciones sobre el mañana realmente sombrías y derrotistas. Necesitan, como dije en EM, no que se hable de ellos sino que se hable con ellos. Eso significa escucharles, escuchar sus dudas y sus preguntas pero también las propias respuestas que están intentando elaborar, porque el mañana será su tiempo, no el nuestro. Una confianza social solo podrá construirse generando en los jóvenes una confianza, en primer lugar en sí mismos y en su capacidad de reacción y acción ante el curso de los acontecimientos. Deben saber –y ser considerados como tales– que no son solo piezas en un engranaje sino agentes que dotan o no de sentido al mismo. El diálogo intergeneracional es absolutamente necesario pero ha de ser establecido en libertad e igualdad, sin paternalismos pero sin dejarles abandonados a la intemperie de un nihilismo donde nadie les da, porque no podría, un destino, pero sí que puede y debe darle unos mapas para que se orienten en su propia navegación, en su propio tiempo.
El manifiesto señala una tendencia de la política a «resignarse a la guerra como consecuencia inevitable», una política «transformada fatalmente en la prosecución de la guerra con otros medios». En EM compartías mesa con Eduardo Uriarte, que hablaba de la Transición como un momento en que los rivales sabían que se necesitaban mutuamente para construir juntos, algo que hoy parece haber desaparecido por completo, con una política reducida a electoralismo. ¿Es posible recuperar la verdadera política, capaz de mirar al enemigo como adversario necesario para construir?
No solo es posible sino que es absolutamente necesario. El nivel de complejidad de los desafíos a los que nos enfrentamos exige el abandono inmediato de la espectacularización de la política que sufrimos hoy día, alimentada por una versión de la conflictividad inherente a la vida política que en realidad es una parodia de la vida política: la guerra de todos contra todos. Esta irresponsabilización generalizada en el "y tú más" solo expresa la fragmentación social, no la pluralidad. La política no es un guiñol de cachiporra hecho ante pantallas para espectadores infantilizados. Es la combinación de diferentes momentos: la gestión, las elecciones, las transiciones entre una y otras, cuando el momento electoral tiene un carácter excepcional y, si me apuran, subsidiario. La cuestión no es simplemente ganar el poder sino para qué se quiere ese poder. Solo la gestión de los asuntos cotidianos de los ciudadanos contiene la respuesta a esta pregunta. Ninguna concepción del poder que se limite a una perspectiva fundamentalmente instrumental y personalista del mismo es compatible con una visión democrática del poder, esto es, el poder común de hacer cosas juntos orientadas al bien común.
El Papa subraya la necesidad de diálogo en cualquier circunstancia, aunque «apeste», incluso con el agresor, porque es la única posibilidad de hacer bien y de «respirar».
La verdad es que no creo que ningún diálogo pueda «apestar» puesto que para establecerlo, por definición, ha de considerarse al otro como un interlocutor, con una posición diferente, pero no como un «apestado». Para dialogar hace falta, al menos, compartir un supuesto y este es la necesidad del diálogo. No me parece una expresión muy clara, pero supongo que lo que quiere subrayar el papa Francisco es que el diálogo, al menos para alguien que se sienta vinculado a unos principios éticos, es un imperativo moral en situaciones de alta conflictividad, puesto que sin él la única salida posible es desatar la violencia. En este sentido, creo que cualquiera que tenga confianza en la palabra compartida o simplemente en el potencial de razonar de cualquier ser humano, podría compartir que el esfuerzo de entablarlo vale la pena, frente a la posibilidad permanente de violencia, de la que nunca logramos desprendernos del todo.
Dice el manifiesto que «la del Papa es una posición profética y al mismo tiempo realista» y apela a nuestra responsabilidad, no solo de los gobernantes, sino a la responsabilidad personal de cada uno allí donde está, en su «aquí y ahora». Luigi Giussani decía después de un atentado en Nassiriya durante la guerra de Iraq de 2003: «Si hubiera una educación del pueblo, todos estarían mejor». Siendo profesora universitaria, ¿qué te parece esta afirmación? A veces hablar de educación ante tragedias de este calibre puede parecer demasiado poco, ¿cómo lo ves desde tu experiencia diaria con tus alumnos?
Yo compartiría con ambos el énfasis en la responsabilidad que cada cual tiene desde su posición en el mundo, sea más modesta o más pública y la necesidad de apelar a la educación, no como un brindis al sol o un tópico bonito, sino en los mismos términos concretos y encarnados en lugares y personas específicas que hemos comentado. Decía el filósofo Spinoza que «nadie sabe lo que puede un cuerpo» en el sentido de que nos caracterizamos como potencialidades y el desarrollo de nuestro ser es efectivamente eso, el desarrollo de un llegar a ser lo que somos. Esto no está predefinido sino que es como una carretera que se dibujara con la marcha misma del viajero a través de ella. No es una limitación, es un horizonte. La labor de la educación es justamente esa: edificar, trazar caminos. Nadie sabe lo que va pasar en un aula y nadie puede saber qué efecto tendrá en un futuro lo que pasa a diario en la misma: es una suerte de milagro cotidiano. Ese milagro es el uso del pensamiento y la confianza en la palabra, que pueden un día tener un eco donde ni siquiera imaginamos ahora. Es un acto de fe muy sencillo y un milagro muy de andar por casa, claro. ¿Pero quién necesita otros teniendo a su alcance la posibilidad de generar estos aquí y ahora?
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