La invitación del papa Francisco a «acompañarle en la profecía de la paz» es una de las expresiones que más me impactaron siguiendo la audiencia desde Moscú con amigos de la comunidad y otras personas a las que quisimos invitar, conscientes que asistir al «espectáculo» de este encuentro supondría ofrecerles un signo de esperanza. Como si estas palabras iluminaran el deseo con el que decidimos quedarnos, el pasado mes de febrero, para testimoniar una esperanza posible frente a la profunda desolación y la desorientación dominante entre la gente.
Son muchísimos los que en estos meses se han marchado, y otros -sobre todo hombres, jóvenes y también menos jóvenes- salieron de Rusia a toda prisa a finales de septiembre, después de la movilización. Los que se han quedado viven a menudo como si el aire fuera irrespirable, como si ya no existiera esperanza alguna. Algunos han visto derrumbarse todo lo que habían intentado construir durante años de trabajo y enseñanza; a otros les abruma el sentimiento de culpa por todo lo que su país ha hecho y sigue haciendo; muchos viven atormentados por las divisiones que de repente han roto el seno familiar o amistades probadas a lo largo de los años, que parecían indestructibles; por último, hay quien sufre por la postura que ha tomado su comunidad religiosa o parroquial y –como nos decía una amiga hace unos días– preguntan: «¿pero cuál es tu Cristo? Desde luego el nuestro no, el que predica la Iglesia ortodoxa...».
En definitiva, una sociedad profundamente herida, dividida, sin paz a pesar de que las bombas de la guerra no la rocen. El desafío que nos ha llevado estos meses a mantener abierto el centro cultural “Biblioteca del espíritu”, con el escepticismo de muchos dentro y fuera de Rusia, ha sido la conciencia, debida a nuestro carisma –un nuevo fruto en estas nuevas y dramáticas circunstancias–, de ser un signo de esperanza y unidad, un lugar de diálogo precisamente en el sentido que indica el papa Francisco, en el sentido de que se puede y se debe dialogar siempre porque «el otro es un bien».
No pasa un día en el centro sin que alguien nos exprese su asombro y gratitud porque estemos, pero a veces no podemos dar por descontado, ni nosotros ni los que nos rodean, lo que significa vivir «la profecía por la paz». La tentación –en un contexto extremadamente radicalizado, donde la cuestión de la guerra es un interrogante siempre latente– es la de tomar una postura «política», es decir, medir al otro, con el que te encuentras o al que te enfrentas, según el porcentaje de justicia y error presente en sus valoraciones. Por ejemplo, estos días en el centro se presentó un libro sobre la fe de un famoso autor religioso, un monje ortodoxo muy querido, pero se posicionó a favor de la guerra. En las redes sociales se desataron los gritos de escándalo. Pero una amiga nos confesó que cuando ya no se puede hablar con estas personas, como con tantos otros, porque para ella es demasiado doloroso, «vosotros podéis hacerlo –añadió– y veo que es lo mismo que hace el Papa, que nunca cierra el diálogo con nadie». Un sacerdote ortodoxo que ha tomado una postura muy valiente frente al conflicto, cuando fuimos a pedirle consejo porque nos sentíamos un poco intimidados, no dudó en animarnos, diciéndonos: «Ay de nosotros si empezamos a elegir con quién hablar y con quién no, al final nos cerraremos a todos. Lo importante es dialogar realmente, para que salga lo que de verdad nos preocupa». Dialogar no para arrastrar al otro hacia tu lado, sino para caminar juntos, cada uno por su camino, hacia la verdad.
*Investigadora de la Fundación Rusia cristiana
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