«Os invito a acompañarme en la profecía por la paz -¡Cristo, Señor de la paz! El mundo cada vez más violento y guerrero me asusta realmente, lo digo de verdad: me asusta». Cuando oí estas palabras del Papa estaba con un grupo de amigos en Moscú porque no había podido ir a la audiencia en Roma. Sentía un poco de amargura... Luego vi a nuestro amigo Aleksei, que como no recibió el visado a tiempo hizo un largo viaje desde su pueblo hasta Moscú para vivir este gesto con nosotros. Esas últimas palabras del Papa volvieron a ponerme en marcha, al percibir de nuevo tan presente la comunión con toda la Iglesia. Necesitaba al padre Aleksei para redescubrirlo, igual que el Papa necesita al pueblo de CL para que la Iglesia vuelva a ser profecía de una presencia por la paz. “Dios necesita a los hombres”, decía el título de una vieja y preciosa película.
Entonces me pregunté cómo puedo acompañar al Papa en esta profecía. Él habla de ser presencia profética. La mía es una presencia profética de la paz en la medida en que vivo mi vocación antes que todo lo demás. Puede parecer extraño, pero yo acompaño al Papa viviendo responsablemente la tarea que se me pide. Por eso intento mantener siempre abiertos los canales del diálogo. «El diálogo no es una quimera, sino la única vía de salida razonable. En cualquier situación, incluso en la más oscura o gangrenada… el diálogo hay que hacerlo siempre, por lo menos ofrecerlo, y esto hace bien también a quien lo ofrece, permite respirar». El diálogo es ya anuncio de paz, no es una cobardía, sino el intento de encontrar una vía de compromiso que lleve hacia una paz justa, estable, convincente, sin perdedores o vencidos. Hace poco vi un remake de la película Sin novedad en el frente. Sin entrar en valoraciones, me llamó la atención cómo el director muestra la paz, o mejor, la tregua y el armisticio, como un acto de rendición que acaba humillando a los perdedores. Sabemos perfectamente cómo aplacó el fuego de esta humillación la Alemania de los años 30 del siglo pasado…
Para acompañar al Papa en su profecía por la paz es necesario adentrarse en el sufrimiento, o mejor dicho en la piedad, en su manera de inclinarse hacia los hombres, sobre todo los más vulnerables, como se dice ahora, aunque en realidad todos somos un poco vulnerables. Profecía es también, por tanto, un signo de la espera de la Navidad, el Adviento es portador de paz, nos trae al Rey de la paz. Tal vez este año estemos llamados a vivir la Navidad más conscientemente. A vivirla con un sentido de “expiación” de nuestros pecados. Esta palabra no está muy de moda, como me dijo un amigo cura, pero en el fondo hay mucho de bello y “moral” y poco de “moralista” en esta expiación. La Biblia nos dice que el pecado es un hecho que a gran escala lleva a la guerra. Hacía falta otro hecho para vencer la guerra y traer la paz, un hecho particular, pero con un valor a gran escala. El Génesis, retomado también en un Salmo y en la Carta a los Hebreos, habla de un extraño personaje, Melquisedec, rey de una localidad llamada “paz”, que ofrecía pan y vino. Ese Niño en la gruta de Belén se nos ofrecerá un día a Sí mismo en “expiación” por la paz, por la reconciliación, y dejará a los Suyos un memorial que hará presente Su sacrificio: el pan y el vino. Es la Eucaristía que celebramos cada día.
Cómo no recordar a Péguy: «Todas las parroquias brillan eternamente, porque en todas las parroquias está el cuerpo de Jesucristo. El mismo sacrificio crucifica al mismo cuerpo, el mismo sacrificio hace correr la misma sangre. Es la misma historia, exactamente la misma, eternamente la misma, la que tuvo lugar en aquel tiempo y en aquel país y la que sucede todos los días en todos los lugares por toda la eternidad». Quizás sea necesario volver a mirar y sorprender esta presencia expiatoria. Verdaderamente, solo junto a Jesús en el pesebre y en la cruz encontraremos la paz. Aquí, junto a ti, Señor, yo quiero estar; nadie ve mi dolor, ¡solo tú, Dios mío! Oh, verdadero pan vivo, solo tú puedes darme la paz, hay paz para mí, aquí junto a ti.
* Arzobispo de la Madre de Dios en Moscú
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