El manifiesto de CL me ha vuelto a recordar lo grande que es el corazón del Papa. Sus reiteradas invocaciones por la paz en Ucrania adquieren para mí aún más significado teniendo en cuenta que, cuando lo hace, nunca olvida las demás guerras. Esas que a menudo la prensa y la opinión pública prefiere ignorar. Pero el Papa no. No olvida ni separa la destrucción de las guerras de Oriente Medio de la de Ucrania. Todas forman parte de esa "tercera guerra mundial a trozos". Por ejemplo, en su discurso a los miembros del Sínodo de la Iglesia greco-melquita, a los que recibió en audiencia el 20 de junio de 2022, dijo: «Los dramas de los últimos meses, que tristemente nos obligan a volver la mirada hacia el este de Europa, no deben hacernos olvidar el que desde hace doce años tiene lugar en vuestra tierra», Siria. Esta defensa de la humanidad, de toda la humanidad, frente a la guerra, cualquier guerra, es lo que más valoro. Aunque la guerra sea un mal absoluto, no hace diferencias entre personas, porque los proyectiles y los cañones no distinguen entre blancos y negros, musulmanes y cristianos, árabes y europeos. Algunos juicios sí lo hacen. Pero el Papa no cae en este pecado de amar a los semejantes en vez de al prójimo. Sabe bien que lo que hay que combatir es la mera herramienta de la guerra. Sabe que no hay escapatoria de la guerra si no es hacia el amor. Creo que el llamamiento del manifiesto a unirse al Papa poniendo en práctica este amor al prójimo es lo más adecuado frente a una guerra, cuyo mal personas como nosotros no tenemos el poder de frenar. Sin embargo, podemos proteger nuestros corazones de la corrupción de ese mal.
*Profesor de Árabe en la Universidad Católica de Milán
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