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Huellas N.11, Diciembre 2022

PRIMER PLANO

El amor de Tania

Elena Mazzola*

Hablar de paz cuando desde hace casi 300 días están bombardeando tu casa suena absurdo. Está claro que deseamos la paz: es el mayor deseo que tengo, yo y los ucranianos con los que convivo. Para nosotros, paz es poder volver a casa, recuperar lo que se nos ha arrancado de un día para otro por la fuerza, retomar lo que queda de lo que era nuestra vida.
Nosotros también fuimos a la audiencia con el Papa en Roma y estuvimos con nuestros amigos de la comunidad ucraniana que ahora viven como refugiados en Italia. Éramos unos setenta y también estaban con nosotros nuestros amigos rusos. Queríamos vivir juntos esta peregrinación y juntos hemos escuchado al Papa cuando nos pedía que le acompañáramos en la profecía por la paz. Pero estamos en guerra, vivimos cada día en guerra, no como algo que “esperamos que no estalle”, es decir, que no nos toque personalmente, sino que tenemos amigos en el frente, amigos que mueren combatiendo, amigos bajo las bombas desde hace meses, mientras que nosotros aquí nos sentimos en el exilio y no sabemos cuándo podremos volver a casa.
Entre nosotros cuesta mucho hablar de paz y más aún de perdón. Son palabras demasiado graves, que ni siquiera soportamos cuando suenan desencarnadas. Entre nosotros hablamos sobre todo de nuestra necesidad de Cristo, de Su mirada hacia nosotros, a nuestro dolor. Tal vez por eso en Roma sentimos fuerte y claro el contenido de esa petición de «ayuda concreta» que nos hizo el Papa: «¡Cristo, Señor de la paz!». El camino que estamos haciendo, el que es posible hacer, consiste en vivir la relación con Aquel que nos ha salido al encuentro y nos ha puesto juntos de un modo inimaginable y potentísimo, gracias al carisma de don Giussani. Es decir, vivir el movimiento, la Iglesia. Vivir la profecía de la paz con mis amigos ucranianos es para mí verificar cada día que nosotros somos de Cristo y que Cristo es todo. Como nos enseñó don Giussani hablando de la profecía en el mundo: «Ser profeta quiere decir gritar delante de todos (pro-femi), proclamar ante todo el mundo que Cristo es todo. Y decir que “Cristo es todo” es ser profeta del futuro, porque si Cristo es todo, ¿qué será de tus traiciones de ayer y de hoy? Por consiguiente, tiende a cambiar la vida de ahora para que no tenga lugar el infierno de mañana, la carencia de sentido en el mañana».
Por ello entiendo que el Papa, al pedirnos ayuda, asocie la profecía de la paz con la «que indica la presencia de Dios en los pobres». Lo explico con un ejemplo. Tania es una de mis chicas de Emaús, nació con una leve forma de discapacidad y se crio en un orfanato debido a una situación familiar trágica: cuando tenía seis años su padre se ahorcó y al año siguiente murió su madre asesinada por su nueva pareja. Podría hablarse de Tania usando exactamente las palabras del Papa: «abandonada, vulnerable, dejada de lado en la construcción social». En una discusión donde se defendía la imposibilidad de perdonar y se justificaba el odio al enemigo, es decir, a todos los rusos, Tania intervino diciendo: «Sin embargo, al conocer Emaús he tenido una experiencia de amor tan grande que me permite perdonar al hombre que mató a mi madre». Nuestra comunidad está siguiendo la experiencia de Tania porque en ella vive la profecía de la presencia de Dios entre nosotros. Delante de su experiencia, es fácil reconocer que la paz es la presencia de Dios dentro de la vida: tan dentro de la vida que logra entrar hasta en la guerra. Nosotros seguimos esperando dentro de la experiencia de amor que ha tenido Tania, contamos a todos esta posibilidad y custodiamos en nuestra memoria, cada uno según los rasgos de su historia personal, nuestra propia experiencia de amor, como la de Tania. Tenemos amigos que nos han dado sus casas gratuitamente, amigos que nos han dado de comer, otros que nos ayudan a buscar trabajo. Hay amigos y amigos de amigos, desconocidos, que nos han regalado su tiempo, sus cosas, su dinero, y a los que ni siquiera hemos podido dar las gracias porque esta Caridad ha llegado “sin nombre” o, mejor dicho, a través de muchos, muchos nombres, que delante de todos pronunciaban un solo nombre: Cristo. «¡Cristo, Señor de la paz!». Existe un amor tan grande, tan real y total, que en un momento dado puede incluso llevarte a desear perdonar a quien ha destruido tu vida de manera irremediable.
En este sentido, las palabras que más me han ayudado en este periodo son las que el Papa dirigió a sus hermanos jesuitas en Kazajistán: «No me interesa que defendáis al Papa, sino que el pueblo se sienta acariciado por vosotros, que sois hermanos del Papa». Y añadía: «El Papa no se enfada si se le malinterpreta», refiriéndose a sí mismo, «porque conoce bien el sufrimiento que hay detrás». Es el mismo amor que se hizo real en la vida de Tania cuando fue acogida en Emaús, el mismo que hemos visto tantos de nosotros estos meses: es una caricia, es «ayudar a la gente que sufre», es toda esa caridad donde el corazón reconoce que Dios está a nuestro lado porque, como termina diciendo Francisco, «el estilo de Dios es la cercanía». Así, puede suceder también que –mientras no hay paz objetivamente– la paz se dé en nosotros y entre nosotros, porque la presencia de Cristo es más fuerte que cualquier muerte.

* Presidenta de la ONG Emaús, Jarkov

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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