EncuentroMadrid. Por personas concretas
Son varias las palabras que se me quedan grabadas después de EncuentroMadrid y quería dejarlas por escrito ahora que aún resuenan en mi cabeza, para que no se borren tampoco de mi corazón. La primera y más sorprendente es “la debilidad”, casi como acontecimiento y como centro en la vida. Hablaba Anna Garriga de su enfermedad, de todo lo bueno que ha generado a su alrededor, y yo lo veía en mí, en las dificultades y problemas que ha habido en mi casa, en el dolor que ha supuesto la enfermedad y la reciente muerte de mi suegra. En momentos así, solo puedes alzar la mirada y suplicar a Cristo por tu vida, por la debilidad que te ahoga en el dolor. Son misteriosamente estos momentos en los que me he sentido más de Él, más cerca de Cristo. Y es cuando comprendo las palabras de Francisco: «La crisis nos hace crecer, no debe reducirse al conflicto que anula». He aprendido que el dolor, la crisis, la debilidad, nos enseñan, nos hacen crecer; el miedo nos anula, pero con Cristo no hay miedo y en este EncuentroMadrid don Giussani me ha llevado a Cristo. Me emociona cuando oigo hablar a los que le conocieron de este sentirse preferido como reflejo de ser preferido por Cristo que me elige, me prefiere y me ama en todos los momentos de mi vida a pesar de mis debilidades (o quizás por mis debilidades), mis pretensiones, mi falta de misericordia ante los demás y mi poca fe que tantas veces me ha hecho tener miedo. No puedo dejar de pensar cómo debía sentirse don Giussani amado y preferido por Cristo para que de él naciera esa forma de mirar y sonreír a todos, esa conciencia ante la vida. Entonces mi mirada ante las cosas cambia, incluso mis horas de trabajo, y me doy cuenta de que una labor que me parece tan insignificante puede vivirse de una manera completamente diferente, y que la intensidad con la que respiramos es un don del Espíritu que hay que suplicar o mendigar, pero a la que también nuestra libertad tiene que ceder y «poner la mirada y el corazón fijos en Cristo», como dijo el papa Francisco de don Giussani, porque este es el camino que Cristo quiere para mí hoy, esta es mi misión, siendo conserje en un colegio, cuidando de mi marido y de mi hija, mirándolos con una misericordia que no había en mí para ellos y que implica también vivir mi realidad con mayor intensidad, no «buscando una vida más cómoda, sino una vida más grande», como dijo Onintza en la clausura de EM. Para ello sé que necesito la compañía de la Iglesia y de las personas que para mí representan el carisma de don Giussani. «Sabéis muy bien que el descubrimiento de un carisma pasa siempre por el encuentro con personas concretas. Estas personas son testigos que nos permiten acercarnos a una realidad mayor, que es la comunidad cristiana, la Iglesia. Es en la Iglesia donde permanece vivo el encuentro con Cristo» (Papa Francisco).
Mónica, Madrid
Un sencillo gesto de unidad
Con ocasión del retiro de Adviento y ante la posibilidad de acudir en el mismo fin de semana al que se celebraba el sábado Granada o bien el domingo en Córdoba, inmediatamente nos surgió la duda de a cuál de los dos asistiría cada uno de nosotros según las diferentes situaciones personales. La disyuntiva duró poco ya que enseguida vimos que, por encima de cualquier otra circunstancia y dificultad, lo que debíamos priorizar era el hecho de acudir juntos. A pesar de ser una comunidad pequeña, el hecho de acudir todos juntos al retiro sorprendió gratamente tanto al resto de asistentes como al sacerdote, Gabriel Richi, quien durante la comida nos hizo caer en la cuenta de que no podemos dar por descontado ese gesto de unidad. Ese gesto aparentemente banal nos ha hecho caer en la cuenta de varias cuestiones, a raíz de la discusión de los últimos tiempos entre nosotros sobre la unidad y la autoridad. La Iglesia está unida por el don del Espíritu Santo que en Pentecostés, al contrario de Babel, forma un pueblo unido «de todo pueblo, lengua, raza y nación» (Ap 5,9). La Iglesia está unida por la verdad si los fieles «perseveran en escuchar la enseñanza de los apóstoles» (Hch 2,42). No están abandonados a sus opiniones subjetivas sino que permanecen «concordes con un mismo amor y un mismo sentir» (Flp 2,2). Está unida por la caridad fraterna, pues todos los que confiesan «un solo Señor» (Ef 4,5), por la caridad y la obediencia, perseveran en la unidad fraterna (koinonía, cf. Hch 2,42). Está unida por la obediencia, que con la verdad y el amor, es la fuerza unitiva por excelencia. De ahí que un gesto tan sencillo como acudir una comunidad junta a un retiro de Adviento pueda convertirse en ocasión de crecimiento y madurez en la conciencia de la unidad y en la obediencia, y por tanto en construcción de la Iglesia.
Ruth y la comunidad de Málaga
Un lugar que lleva mi nombre
Al comienzo de este curso, una de las grandes preguntas que me urgían era si de verdad existía un lugar que llevase mi nombre. La dificultad para encontrar trabajo y un piso donde vivir y mi herida afectiva hacían que dicha pregunta saltase una y otra vez dentro de mí... Cada noche, me iba delante del Santísimo y le avasallaba con mil preguntas: ¿Realmente tienes pensado algo aquí para mí? ¿Verdaderamente cuentas conmigo? ¿Dónde me pides que eche las redes? ¿Por qué me generas tanta inquietud en el corazón y al mismo tiempo no me donas una realidad que responda a la misma?... En resumidas cuentas, estaba tan descolocada que mis días estaban protagonizados por el deseo desenfrenado de que hubiese un lugar que llevase mi nombre.
El camino de estas últimas semanas ha estado protagonizado por esta pregunta, la cual custodiaba cada día, no solo delante del Santísimo, sino también delante de cada rostro y cada circunstancia. Digamos que no la dejaba en casa o abandonada en un rincón a la hora de vivir. ¡Y menos mal! ¿Qué habría sido de mí? Gracias a que mi pregunta y yo éramos una sola cosa, bueno, más bien mi corazón y yo, he descubierto lo impensable: que las cosas llevan mi nombre en la medida en la que me sorprendo diciendo el Suyo. Me gustaría explicar este descubrimiento partiendo de las palabras de Lepori en los Ejercicios: «Si Cristo está presente, sucede lo que yo soy para Él, que es más de lo que yo soy, me define más que todo lo demás, más que yo mismo». Recuerdo que al leerlas dieron de lleno en mi corazón. Las releí muchas veces este verano y, reconociendo un atractivo inmenso en ellas, intuyendo en ellas una verdad –aun ciertamente difuminada para mí–, no logré hacerlas mías. Al cabo de un tiempo, se nos propuso trabajarlas de nuevo en la Escuela de comunidad y, retomándolas después de un mes y medio, me di cuenta de que la familiaridad con esa afirmación había crecido exponencialmente. Desde luego tuvieron un eco distinto en mí, mucho más profundo que el del atractivo o el de la intuición. Era como si después de un mes y medio, las hubiese hecho mías. Pero lo impresionante no es solo esto, sino que además respondía a mi pregunta sin dejar en mí ni un solo pero. Al pararme en esta ocasión delante de las palabras de Lepori, inmediatamente me venían a la cabeza ciertos momentos de las últimas semanas en los que se me había donado la Gracia –Gracia que cada día me urge pedir– de reconocer la sutil, a la vez que desbordante, Presencia del Señor. Y no me venían por la potencia del momento en sí, sino por la alegría y la correspondencia que al suceder nacía en mi corazón… ¡eso sí que era potente! Al retomar la vida que nació en mi corazón delante de aquellos momentos y hacer cuentas, siendo mi corazón y yo una sola cosa, me encontraba en acto reconociendo, secundando y habiendo comenzado a verificar (porque me queda toda una vida para seguir haciéndolo) que verdaderamente Si Cristo está presente, sucede lo que yo soy para Él, que es más de lo que yo soy. Si yo soy más yo cuando Cristo está presente, entonces las cosas llevan mi nombre en la medida en la que yo me sorprenda diciendo el Suyo. Porque es Su presencia la que exalta mi ser, es decir, la que llena de significado y afecto mi persona. Por tanto, y aquí viene lo verdaderamente impresionante, no es que haya un solo lugar donde trabajar o donde vivir que lleven mi nombre (qué pobreza y engaño sería si fuese así), sino que el mundo entero y todas las relaciones que en él se dan traen consigo la posibilidad de llevar mi nombre porque traen consigo la posibilidad de que sean atravesados por Él. Así el mundo entero se vuelve hogar, y no solo unos cuantos lugares, momentos y personas. Porque lo que hace que «el mundo huela a pan y hogar» (como dicen los laudes) no depende de que estés más o menos cómoda, familiarizada o capacitada, ni de que tus circunstancias sean más o menos buenas, sino de que suceda Aquel que al suceder me hace ser más yo. Solo así uno es libre –que no indiferente– del dónde, cómo, cuándo y con quién, porque ha encontrado una cosa que le define mucho más que todo ello (me define más que todo lo demás…). Sus días ya no están protagonizados por una búsqueda del dónde, cómo, cuándo y con quién sino, como dice Piccinini, por una búsqueda incansable de su Presencia, de Aquel que nos permite ser. ¿Existe algo más potente y verdadero por lo que aventurar mi vida?
Ana, Madrid
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