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Huellas N.09, Octubre 2022

PRIMER PLANO

Un pensamiento vivo

Paola Bergamini

Una teología que nace de la experiencia, la búsqueda de palabras “creativas”, la aventura de la libertad. Una conversación con Alberto Cozzi sobre el legado de don Giussani

«Yo estaba en el instituto y mi hermana me llevó a la Católica para asistir a una clase de don Giussani. Sentado en un rincón del Aula Magna, que estaba abarrotada, me impresionó la batería de preguntas y provocaciones de los alumnos, a los que él respondía con fuerza, preocupado no tanto por convencerles sino porque captaran alguna palabra eficaz para sus vidas. Ese fue mi primer encuentro con don Giussani. Poco después entré en el seminario de Venegono, donde pasé los tres años más bonitos de mi vida. Luego me enviaron a Roma para estudiar teología». Así empieza Alberto Cozzi, nacido en 1963, nuestra conversación en su despacho de la Facultad Teológica de la Italia Septentrional, en Milán, donde dirigió hasta septiembre el Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Tras dar clase de Cristología en Venegono durante once años, en 2002 fue nombrado párroco en Varese, donde viven varias familias del movimiento. «La familiaridad con ellos ha sido de gran ayuda en mis estudios sobre Giussani».
Su intervención en el Meeting de Rímini para presentar el libro El cristianismo como acontecimiento. Ensayos sobre el pensamiento teológico de Luigi Giussani, donde es uno de los autores, ha sido una sorpresa en ciertos aspectos. Normalmente, la palabra teología remite a algo elevado, demasiado elevado, que poco tiene que ver con la vida “normal”. Sin embargo, Cozzi le ha devuelto la tensión por vivir de don Giussani. Nuestro diálogo empieza justo a partir de este segundo “encuentro” con él, como teólogo.

¿Qué le ha llamado la atención del pensamiento teológico de Giussani?
Vuelvo a aquella primera impresión en el Aula Magna. Giussani tenía la percepción de que los jóvenes, para ser leales consigo mismos y con su vida, debían usar las palabras confrontándolas con su propio yo, es decir, captar su significado originario en relación con su experiencia. En clase lanzaba preguntas como: ¿qué entendéis por fe, y por razón? Le preocupaba que tuvieran herramientas para comprender y juzgar lo que él les enseñaba. Buscaba palabras “creativas” –no esotéricas– que expresaran su búsqueda de lo humano. Su idea de teología, lo dice en sus textos sobre Niebuhr, va ligada a la vida porque es la conciencia crítica integral de una experiencia. No en vano, en esa búsqueda incansable de la palabra se confrontaba con teólogos como Ratzinger o Von Balthasar. Deseaba llegar hasta el corazón de la experiencia.

¿Puede poner algún ejemplo?
Tomemos la palabra “obediencia”. Giussani dice que consiste en estar disponible a la obra de Otro. No es una jerarquía que se impone, ni mucho menos un sistema, sino la percepción de que la afirmación de mí mismo pasa a través del reconocimiento de Otro. Esta postura existencial me permite encontrar mi “yo”. Giussani aclara que esto es posible si tengo en el rabillo del ojo Su presencia, que es lo que me permite ver al otro y percibir toda su riqueza. Es una dinámica muy interesante. Pero hay otra palabra que creo que merece la pena: sacrificio.

¿Por qué?
En el amor, como reconocimiento del otro, hay sacrificio. La medida del amor no es solo el bienestar, es decir, hay una dinámica de hospitalidad que pide dar un paso atrás respecto a mis exigencias y pretensiones.

¿Por qué dice que vale la pena?
Porque el hombre no se posee. Aquí está la gran intuición, que yo llamo “obsesión”, de Giussani: «Yo soy “Tú que me haces”». El hombre está continuamente situado entre el mundo, por lo que podría deducirse que es fruto de un puro mecanismo –pensar así permite vivir más tranquilos–, y el Misterio. El yo se sitúa entre estos dos polos y Giussani añade que esta condición se experimenta dentro de las circunstancias.

¿Soy el punto de encuentro entre el Misterio y el mundo?
Sí, soy el lugar donde el hombre debe comprometer su propio yo, es un movimiento del ser. Algo muy diferente de adecuarse a la ideología, que afirma: he descubierto al hombre, por deducción. Volviendo así al mecanicismo. Giussani afirma exactamente lo contrario. Es algo fascinante porque pone en marcha la aventura de la libertad. Es decir, pone en acción lo humano.

¿En qué sentido?
Como hombre, con este yo irreductible que se pone delante del Misterio dentro de la experiencia de las circunstancias –trabajo, relaciones, proyectos–, me comprometo con todo mi ser a dar significado a lo que vivo. Por ejemplo, no “hago” de padre, me convierto en padre; no hago de marido, me convierto en marido.

Para que esto suceda, afirma Giussani, hace falta un encuentro.
Otra “palabra” importante teológicamente, que expresa toda su tensión existencial. Por eso resulta molesta para el pensamiento moderno. No hay una regla, una ley que aplicar, porque para encontrarme a mí mismo debe suceder un encuentro, algo “ocasional”. Este es el desafío de Giussani en su provocador diálogo con Niebuhr y otros teólogos de su época. Es el método de Dios: nos ofrece un encuentro histórico que se hace presente, porque Cristo ha resucitado en la Iglesia, y me provoca hasta el punto de poner en juego mi yo. Es la misma dinámica que tiene lugar, por ejemplo, en el enamoramiento, que despierta energías y afectos que uno no sabía que tenía. Sucede así en muchas circunstancias de la vida: en la decisión de ser médico o ingeniero, en la realización de un proyecto, en las relaciones…

¿Podríamos decir que el encuentro con Cristo abre los ojos a otros acontecimientos?
Mejor aún. Los mantiene abiertos a la promesa que contienen y que los “golpes” de la vida tienden a desmentir. Eso es posible, como dice Giussani, porque la presencia de Cristo es una provocación. En el sentido de que mantiene activa la gratitud y la percepción del ciento por uno en afecto e implicación. Giussani habla de fecundidad. Uno se da cuenta de que el encuentro con Cristo le hace generar: no necesariamente haciendo grandes cosas, pero cada aspecto de la vida lleva dentro una promesa que se renueva. El teólogo Karl Barth decía que el encuentro con Cristo había convertido su vida en un lugar de obras maestras. Y yo, como sacerdote, asisto a las obras maestras que hace Dios en tantos hermanos y hermanas. Escruto la obra de Dios en la vida de los otros. ¡Eso también es un pensamiento giussaniano!

En el Meeting, citando la frase de Mario Vittorino: «Cuando encontré a Cristo, me descubrí hombre», decía que Giussani nos deja una antropología de la fe como experiencia que tiene que ver con lo humano.
La provocación de ser hombres es siempre igual en todas las épocas. Pero hoy ciertas teorías, pienso en el transhumanismo, proponen volver a percibirse como animales que, por ejemplo, gracias a la tecnología pueden dar un salto evolutivo. En el fondo, si basta un virus para acabar con todos nuestros deseos, proyectos y relaciones, conviene dejar a un lado la pretensión desorbitada de un yo irreductible. Volvemos al mismo punto. Todo se reduce a la ideología del bienestar improvisado, de las emociones. La autoconciencia a la que nos invita Giussani consiste en cambio en ser leales con uno mismo porque estamos en relación con el infinito. Esto vale tanto para el teólogo como para el ama de casa. Al encontrarse con Cristo, el hombre intenta descubrir su identidad creando nexos de significado entre él mismo y el mundo. Es una experiencia, es decir, un camino en el que captar signos que nos abran a las verdaderas exigencias del corazón, hallando correspondencia entre uno mismo y el mundo. Ese es el problema que percibo en la cultura juvenil.

¿Puede explicarlo un poco más?
Los medios llenan su vida de opiniones, emociones, conflictos, pero los jóvenes carecen de signos que intercepten su yo. Cuando dialogas con ellos sobre laguerra, el problema ecológico o cómo va el mundo, es muy interesante hacerles la pregunta: ¿pero tú dónde estás? Para que afloren esas exigencias de belleza, justicia y verdad –notitia Dei, como las llamaba san Agustín– que despiertan la intuición del «Tú que me haces». Eso te hace sacar los pies de la cama y afrontar la jornada. Añadiría un elemento más, muy propio de esa pedagogía tan concreta de Giussani.

¿Cuál?
En la gracia del encuentro con Cristo, la compañía de la comunidad cristiana es lo que te permite verificar tu experiencia. Es el realismo católico, como antítesis del psicologismo protestante que él estudió a conciencia. Decía pedagogía porque en Giussani hay una escucha de la palabra de Jesús, una percepción del Resucitado, del caminar con Cristo, que permite decir incluso en las situaciones más dolorosas: esto lo acepto porque lo recibo de Dios. Giussani afirma que, cuando estás delante del Misterio como destino, lo más sensato que puedes decir es: Tú. Ahí te sientes totalmente libre. La oración, por tanto, es mendigar, con una invocación radical, a este Tú presente.

¿Cuál sería hoy la mayor contribución del pensamiento de Giussani?
Tenía la genialidad de transmitir la fe viviéndola, haciéndola vivir, y se enriquecía de aquellos a los que se la había transmitido. Pero estos son solo algunos aspectos de su “secreto”. En cualquier caso, es un legado que todavía está por comprender fuera del perímetro del movimiento.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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