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Huellas N.09, Octubre 2022

PRIMER PLANO

Del alba al ocaso

¿Con qué miraba afrontaba Giussani sus jornadas? Estas citas nos muestran cómo se sorprendía en las circunstancias más comunes y cotidianas de la vida. Como levantarse por la mañana, sufrir, oír las noticias o escribir a un amigo…

Una madrugada iba acompañando a mi madre a misa, como hacía todos los días, a las cinco y media de la mañana. Era una mañana de primavera, todavía fría, pero límpida. El cielo estaba sereno. Tan solo una cosa habitaba el mundo: la estrella de la mañana, la última en desaparecer. Aun siendo tan pequeña parecía iluminarlo todo mientras el sol comenzaba a vencer la oscuridad. Aquella estrella atraía por entero mis ojos y mi corazón. Mientras yo miraba, mi madre me dijo: «¡Qué hermoso es el mundo y qué grande es Dios!». Fue uno de esos momentos que encierran la clave de toda la vida: «¡Qué hermoso es el mundo y qué grande es Dios!», «¡qué hermoso es el mundo!» quiere decir que «no es inútil vivir, no es inútil obrar, trabajar, sufrir; no es negativo morir, porque hay un destino». «¡Qué grande es Dios!». Lo grande es aquello hacia lo que todo fluye: el Destino.
Esto es el corazón: la relación que hay entre la realidad en su belleza y Dios como Destino. Estos dos puntos son como dos focos, dos polos entre los cuales salta la chispa: esta chispa es el corazón.
(L. Giussani, Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad, pp. 57-58)

Noticias de todos los días. Se empieza a las seis viendo Euronews en la televisión. En treinta minutos se derrumba cualquier tranquilidad y con ella la esperanza para la vida del hombre. En la pantalla, una noticia sobre dos chicos norteamericanos que han hecho una masacre en una escuela y otra de un tiroteo con treinta muertos en un funeral de Georgia... Y también, hace algunas mañanas, las imágenes del terremoto en el estadio de Gualdo Tadino con mil quinientos hinchas dentro; el pánico que los asaltaba me traspasaba también a mí. Aquello renovaba en mí profundamente la piedad por los hombres y por mí mismo.
Cada día en Euronews parece que un grito de la muchedumbre capaz de dar impulso humano a la vida solo es posible en el deporte. El deporte, con sus estadios ocupando el lugar de las antiguas catedrales. El único lugar repleto de gente, junto a esas oficinas que representan al único dios real de la sociedad de hoy: el dinero (nosotros luchamos continuamente contra el poder, pero el poder es el dinero, es decir, la bolsa de Milán, de Nueva York, de Londres...).
Y sin embargo, todo el poder actual, en su impotencia, a menudo parece incapaz de ofrecer ni siquiera una señal de esperanza para el pueblo. De modo que los hombres, cuando miran al horizonte, y también al cielo, deben de sentir miedo. Los más sabios del mundo, los que pasan por inspiradores de la verdad del hombre y del bienestar del pueblo, los gurús, tampoco saben qué hacer. Bobbio se ve obligado a confesar que todos los ideales, incluido el Partido Comunista Italiano, se derrumban. Por esto el mundo señala a Cristo como el hombre que crucifica a los hombres.
¿Dónde encontrar todavía el fundamento de una esperanza que acompañe a los hombres a entablar relaciones en las que sea posible la verdad del amor? «Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo».
La única fuente de esperanza es Cristo en la cruz: «Para reunir a los pueblos / en el pacto del amor, / extiendes los brazos / sobre el leño de la cruz». La única fuente de esperanza real —hasta hacer posible una alegría inimaginable y, sobre todo, que ninguna otra fuente podría realizar— es la que sostuvo a la gente del Medievo, generando su profunda concepción —teórica y ética— de la persona y de la sociedad. El poder mismo, entonces, no podía eludir el amor y el bien de la gente como último objetivo, a la luz de una conciencia de sus propios límites, es decir, del sentido del Misterio.
(L. Giussani, El yo, el poder, las obras, pp. 243-244)

Delante de mi ventana tengo plantas que están todavía deshechas por el hielo y el frío del invierno. Al observarlas, pensaba que todas las cosas, todas nuestras cosas, acabarían así si no existiese esa fuerza, esa potencia creadora que reaviva otras plantas delante de mí con hojas verdes y nuevas. Esta fuerza misteriosa ha querido manifestarse, y hacerse así familiar a nuestro camino de hombres. Así, la potencia de Dios dice a cada uno de nosotros: «Yo estoy contigo, quise hacerme hijo de una mujer como eres hijo tú, he vivido lo que has vivido tú, fui condenado injustamente, padecí el dolor, me mataron, y acepté todo esto para que tú comprendas que yo participo del esfuerzo que te he llamado a realizar» (…). Si un hombre jamás hubiese visto la primavera porque hubiese nacido y vivido conociendo tan solo la aridez del invierno, ¿podría imaginar cómo, desde dentro, desde este “dentro” extraño y misterioso, pueden cambiar todas las cosas? No alcanzaría a imaginarlo. La presencia de Jesús de Nazaret es como la savia que desde dentro –misteriosa pero ciertamente– hace que reverdezca nuestra aridez y vuelve posible lo imposible: lo que para nosotros resulta imposible no es imposible, sin embargo, para Dios. De modo que comienza a hacerse visible una humanidad nueva apenas esbozada, para quien tiene la mirada y el corazón sinceros, a través de la compañía de aquellos que Le reconocen presente, como Dios-con-nosotros. Una humanidad nueva apenas esbozada, como el renovarse de la naturaleza amarga y árida.
(L. Giussani, «El nuevo inicio de los hijos de Dios» en la Repubblica, 30 de marzo de 1997, Huellas, 1997, n.4)


Levantarse por la mañana, tomarse el café, ir en tranvía, llegar al trabajo o meterse en la cocina a limpiar todo, hacer las camas, barrer, quitar las telarañas, comer, subir de nuevo al tranvía, volver a casa, hablar con la gente. Esto es el tiempo que pasa. Cómo vivir el tiempo que pasa, el corazón del tiempo que pasa y, por tanto, su valor, su significado, es la oración. Porque si la oración es la espera del retorno de Cristo, consistencia de todas las cosas, pedir nos enseña “cómo” vivir el tiempo que pasa.
(L. Giussani, «Dios es misericordia», en Huellas, 2007, n. 3)

Después de haber comido espaguetis aglio olio e peperoncino, en octubre, dijo dirigiéndose a los Memores de la casa de Gudo Gambaredo: «¡Qué buenos! Pero yo no podría decir esto si en el origen no hubiera una bondad. Dios nos ha dotado de una capacidad para adherirnos que es el placer, el gusto. Por esto, el que no esté educado en el placer no puede ser libre». Y pensando en toda la gente que le seguía, añadió: «Si las personas, por muy grandes que sean, no pasan a través de la experiencia de la alegría, terminan por no comprender nada».
(A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, p. 1074)

El jardín de la Casa de San Francisco en Varigotti, que está situada algo por encima del pequeño pueblo a espaldas de la playa, domina el mar, más allá del golfo; debajo están las casas del burgo y la playa con el pequeño puerto. Arriba, la antigua torre y más lejos la pequeña iglesia medieval de San Lorenzo, casi encima del mar. Probablemente Giussani estaba sentado precisamente en ese jardín, en una esquina –donde hay una pequeña estatua de la Virgen– cuando tomó papel y pluma: «Eres realmente como este mar: inmenso y arcano», escribe a su amigo Majo, «al que siempre escuchas decir su pensamiento misterioso y profundo, que comprendes, aunque no seas capaz de repetírtelo con palabras comprensibles y exactas; este mar, que ahora está en calma y al que casi no oyes besar la orilla, y que parece soñar, mientras que dentro de unas horas estará todo alborotado, ansioso y apasionado, y no sabes por qué… pero en calma o agitado, silencioso o embravecido, el mar tiene todos los días en cada instante un mínimo común denominador, un significado base único e inexorable, que es su grandeza: el sentido arrollador de una enorme aspiración al infinito, al misterio infinito. (…) Así es tu vida, en las vicisitudes angustiosas o serenas que se suceden aparentemente sin motivo: hay una voz, una pasión, una agonía que está en la base de todo, y es la voz, la pasión, el ansia por Él, felicidad, belleza, bondad suprema».
(A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, p. 131)

Mido los pensamientos y las acciones, los estados de ánimo y las reacciones, los días y las noches. Pero es otra presencia la compañía profunda y el testigo completo. Este es el largo viaje que tenemos que realizar juntos, esta es la aventura real: el descubrimiento de esa presencia en nuestra carne y nuestros huesos, el sumergirse de nuestro ser en esa presencia –es decir, la santidad–. Que es la verdadera empresa social, además. (...) Es necesario seguir con valor y con fidelidad los indicios que nos ofrece el conjunto de condiciones en las que nos encontramos: no necesitamos nada más.
(A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, p. 391)

La ayuda para vivir esta historia es la petición a Dios, cuando te despiertes, cada mañana al levantarte. Por eso insisto en el Ángelus —tenéis que habituaros a rezar siempre el Ángelus—, porque recuerda el punto en el que todo empezó, recuerda el punto en que empezó lo que en ese momento, mientras lo rezas, está misteriosamente presente. Porque el hombre parte del presente, no puede partir del pasado. Partiendo del presente ve que el pasado confirma este presente y motiva este presente; la fuerza de este presente lo hace capaz de juzgar el pasado. Decid bien el Ángelus. «Hágase en mí según Tu palabra»: en las relaciones con todas las personas del trabajo, en la relación con toda la gente que he de ver en el tranvía o en la calle, en las relaciones con las cosas, con la lluvia que molesta o con el sol que quema... hay que pedir.
(L. Giussani, ¿Se puede vivir así?, p. 57)

No soy capaz, en esta oscura tarde de viento, atrio del invierno, de responder al estado de ánimo particular con el que me escribiste. Estoy demasiado cansado. Y lo único que siento —y mi fidelidad a los amigos más queridos es un símbolo experimental de ello— es que la esencia de la vida, de las aspiraciones, de la felicidad, es el amor. Un amor infinito, inmenso, que se ha inclinado hacia mi nada, y ha creado de ella un ser humano, un grano de polvo en cuanto al cuerpo, pero sin límites en la apertura ávida de verdad y de amor que constituye su inteligencia y su corazón. Un Amor infinito, enorme, que ha realizado el disparate de hacerme infinito como Él, a mí que, como ser creado, soy polvo finito (…). Amigo personal del Infinito; eres polvo, pero eres mar.
(L. Giussani, Cartas de fe y de amistad, pp. 61-62)

¡Es realmente conmovedor rezar el Nunc dimittis en las Completas!, porque poder decirle al Señor que es el salvador de mi vida y de la de este mundo «arrebata» la gracia divina, a pesar de nuestro mal y, como el anciano Simeón, nos consiente ir a descansar en paz. Es como un niño que, antes de irse a la cama, le dijese a su padre: «Papá, tú eres mi padre».
(L. Giussani, Toda la tierra anhela ver tu rostro, p. 168)


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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