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Huellas N.09, Octubre 2022

BREVE

Cartas

Cristo, Vida de mi vida
No entendía por qué, después de ofrecerme para acoger en mi casa a dos refugiados de Ucrania, a un sintecho y a una chica embarazada, no se concretaba ni una sola de las opciones. Pero, a pesar de mi acostumbrada precipitación, dejé obrar a la Providencia y esperé sin insistir.
Ahora entiendo qué es lo que el Señor me pedía. Debía esperar para acoger, sin tener que violentarme ni violentar a nadie, a quien ocupa el primer lugar. Debía acoger a mi hijo mayor.
Soy madre de cuatro hijos: los dos pequeños viven conmigo, la segunda está casada y el mayor vivía como podía con trabajos inestables. Hace pocos días manifestaba un desconcierto y desazón por su modo de vida y su futuro. Estaba sufriendo mucho y hasta prorrumpió en lágrimas; pero yo solo pude escucharle y aconsejarle que se confiara a Jesucristo, que nos ama profundamente y nunca nos abandona. Evidentemente, me quedé inquieta, preocupada, triste; pero me abandoné a la Misericordia divina y confié. Pasó una semana aproximadamente y me llamó para preguntarme si podía venir a casa unos días. Cuando llegó se sentó y me explicó que quería asentarse definitivamente en l'Empordà, buscar un trabajo y dejar de ser nómada.
Sentí que, de manera indirecta, me sugería la posibilidad de quedarse en casa y se lo ofrecí. Después de manifestar sus dudas por la posible incompatibilidad que ya se había dado anteriormente, aceptó y noté que descansó. Muchos os preguntaréis qué mérito tiene acoger a un hijo. ¡Para mí es un gran reto! Pero cuento con la ayuda inestimable de una presencia carnal, la compañía de mis amigos que me abrazan y no me juzgan. Esta compañía ha posibilitado una mirada distinta hacia mis hijos y hacia todo lo que me rodea. Todo en esta compañía me habla de Cristo, posibilita a Cristo en mi vida. Cristo se va haciendo la Vida de mi vida, día a día.
Mis hijos no son míos, le pertenecen a Él y yo descanso en el convencimiento ontológico de que no dejará que se pierdan; que la Virgen Santísima, a quien los he encomendado, pondrá los medios adecuados para que alcancen el fin último para el cual han sido creados. Su padre y yo, con todas nuestras imperfecciones, debilidades, equivocaciones, y hasta me atrevería a asegurar que gracias a ellas, solo somos el instrumento que Dios ha querido para ello.
Paquita, Masnou (Barcelona)

Carta de una estudiante de Medicina a su hermano
Hoy me ha tocado estudiarte y he tenido la sensación de que se han olvidado de lo más importante, de aquello que más te caracteriza. Hoy me ha tocado estudiar a las personas con síndrome de Down y no te he encontrado del todo. Hoy me ha tocado estudiarte y te he echado en falta. Porque allí donde leía «oblicuidad mongoloide de pliegues palpebrales» faltaba la aclaración de mirada cómplice, achinada, que cuanto más achatada es, más llena de picardía y de bondad. Porque allí donde especificaban «manchas de Bruschfield» yo veo unos ojos verde esmeralda repletos de puntitos dorados que hacen que, cuando te dignas a abrirlos, tengas los ojos y la mirada más bonita del mundo. Había una lista interminable de adjetivos definitorios de gente como tú pero les faltaba plasmar la realidad del asunto. Allí donde escribían «macroglosia» yo me acuerdo de tu forma de sacar la lengua a modo burlón, allí donde ponían «surco simiesco» y «piel redundante» yo recuerdo tus manos ásperas y pequeñas que acarician mi rostro despacio y con especial cariño. Allí donde remarcaban «malformaciones cardiacas asociadas» no se entiende que es porque en vuestro corazón cabe todo el mundo, porque es un corazón tan grande y pleno que no deja a nadie atrás, un corazón diferente y que, por tanto, no puede ser igual al de los demás.
Nos han aclarado fervientemente que sois «la causa más frecuente de retraso mental grave» en los países desarrollados. Y yo me pregunto: ¿de qué tipo de inteligencia estamos hablando? Si supieran lo mucho, muchísimo, que aprendemos cada día de vosotros. Admiro y deseo vuestra inteligencia: tan humana, tan bella, tan sencilla. Tan arraigada a la naturaleza del ser humano que detecta al instante el dolor y la tristeza, y no es capaz de no sufrirlas en sus propias carnes. Una inteligencia que no conoce la maldad, que acoge a todo ser vivo (humano, vegetal, animal...) y lo abraza con tantas ganas y fuerza que a veces te puede dejar sin respiración.
Covadonga, Madrid

¿Dónde reside nuestro valor?
Hace unos días le dijeron a mi marido que le echaban de su trabajo, ya que la empresa iba a cerrar. Llevaban avisándole desde hace seis meses, pero hasta que no llega el momento no lo ves como algo real y siempre mantienes la esperanza. Quedarse sin trabajo no solo es una pérdida a nivel económico, sino también a nivel psicológico, ya que la persona se queda sin una tarea concreta que desarrollar y es fácil perderse.
Viví esos días con cierta desazón. ¿Y ahora qué? Mis cimientos se tambalearon y fue el momento de preguntarme, pero realmente: ¿en qué me sostengo?, ¿qué me da la seguridad en mi vida?
Gracias a Dios y al camino que llevo recorriendo hace ya unos cuantos años en la fe y en el movimiento, me di cuenta de que mis cimientos eran más sólidos para sostenerme en esa circunstancia. Inmediatamente recordé todo lo que nos decimos: «La consistencia de la vida está en el Señor, en su Presencia, que te acompaña en cualquier circunstancia». No puedes poner la consistencia de tu vida en que todo vaya bien, según lo planeado, porque si no mi vida sería un terremoto.
Este fue el momento de abandonarme a Él, ya no en teoría, si no de hecho. También fue una ocasión para hacer memoria de cómo en circunstancias similares e incluso más dolorosas Él no me ha abandonado, he sentido su mano sujetándome y nos ha dado los medios para salir adelante. Así que era de nuevo el momento de volver a abandonarme y en el fondo lo agradezco, tengo más paz interior, mayor certeza. Reconozco que es una ocasión que el Señor me brinda para crecer en la conciencia de quién soy.
Esta situación también me hace preguntarme cuál es el valor de mi marido, si él vale por lo que tiene, lo que ofrece, el dinero que gana, o si su valor es mucho más grande, infinito. Es también una ocasión para pedir al Señor mirarle como lo que él es realmente y volver a ser mendiga, pidiendo la fuerza para ello.
Carta firmada


El ciento por uno ahora
La gracia de Dios actúa en el Presente, como testigos no podemos guardar para nosotros este tesoro, debemos compartir y trasmitir cómo vive el Señor. Y no de manera teórica sino a través de nuestra experiencia, con hechos y personas concretas.
Al poco de nacer nuestras hijas, les diagnosticaron una enfermedad genética en la retina que provoca una grave disminución visual y que no tiene tratamiento, solo ayudar a que aprendan a vivir como son, pero han ido sorteando muchas dificultades con rehabilitación terapéutica y sobre todo no estando solas porque gracias al movimiento han crecido dentro de una comunidad de amigos, mejor dicho “hemos crecido”, ellas como niñas y adolescentes y nosotros como padres.
Este año se comenzó a perfilar una oportunidad de viajar a Miami para ver la posibilidad de una terapia génica que ayude a la retina a mejorar el funcionamiento de sus células. Una noche mi esposo volvía de una reunión y en el auto le comenta a un amigo economista: «¿Cómo puedo hacer para multiplicar mis pesos argentinos? Debo llevar a mis hijas a un tratamiento en EE.UU. con valores en dólares y con la inflación de aquí se hace muy cuesta arriba». Este amigo nos dijo al día siguiente que nos centráramos en la parte médica que ellos se harían cargo de los pasajes y la estadía. ¡No podíamos creerlo!
La tarde anterior al vuelo celebramos una misa para dar gracias y poner en el centro a Aquel por el cual todas las cosas suceden para bien. ¡El ciento por uno vivido ahora! Aunque los médicos han considerado que todavía no es el momento para su tratamiento, se ha abierto una red que llega al mundo entero y donde sentimos el abrazo de la Iglesia. No estamos solos con nuestros problemas, el mundo es nuestra casa.
Rosana, Ingeniero Maschwitz (Argentina)


Aprendiendo a juzgar
Participo hace ya unos años en “Asombro”, un lugar que nace como propuesta de apoyo escolar abierto y gratuito a niños del barrio. Teniendo la mente en que una va a caritativa a compartir una hora de su vida con otra vida, sin buscar solucionarle la vida a ese otro sino simplemente viviendo, surgió un espacio de taller de estimulación cognitiva para adultos mayores (que es lo que “sé” hacer por mi trabajo) junto con otra colega que no es del movimiento. Pero un día se acercó una persona de 27 años, con aparente retraso mental, acompañada de su madre. Teníamos dos opciones: encarar el trabajo con esta persona desde lo poco que podamos hacer, teniendo en cuenta que no somos un centro especializado en discapacidad; o tomamos la vida como viene, sabiendo que no vamos a solucionarle la vida ni su drama familiar. En ese momento me invadió el llanto y una conmoción. Inmediatamente comprendí que todo lo que le estaba diciendo a ella, también me lo estaba recordando a mí. Fue la ocasión de preguntarme cómo estoy haciendo yo la caritativa. Porque el rol de coordinadora del taller sale perfecto. Pero, ¿cómo actúa eso en mí?
Me he dado cuenta de que no basta con hacer bien las cosas. Hace falta llegar a un juicio de tal forma que me revuelva la cabeza y las entrañas, que me saque de mí misma. Al acabar la conversación, solo podía decir “gracias” porque no sé si la ayudé a ella tanto como ella me ayudó a mí. Desde entonces tengo un deseo nuevo, quiero ir también a mi trabajo con la misma libertad que me invadió allí, quiero hacer siempre la caritativa con la libertad que me enseña esta experiencia de Asombro. Entonces no habrá parcialidades en lo que haga, entonces Él se apiadará de mis manos y mis cortos usos, para volverlo grande.
Lorena, Santa Fe (Argentina)



 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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