Va al contenido

Huellas N.08, Septiembre 2022

PRIMER PLANO

Un lugar en el mundo para mí

Davide Perillo

«Un amor por el hombre, una veneración por el hombre, una ternura por el hombre, una pasión por el hombre, una estima total por el hombre». ¿Qué ha pasado en el Meeting de Rímini? ¿A qué se refiere esa “pasión” de la que hablaba el lema? Crónica de seis días intensos


Sus manos. Una iba del piano al corazón, acompañando las palabras. La otra salía de allí, del pecho, para hacer el movimiento contrario, hacia fuera. Acoger y devolver, «pasividad y pasión. No es casual que tengan la misma raíz», explicaba el filósofo Josep Maria Esquirol en el escenario del auditorio junto a su colega y amigo Costantino Esposito. Ese gesto hecho para señalar nuestra naturaleza –porque el hombre es «una herida infinita», con una capacidad de acoger lo humano y devolver humanidad– es una imagen que muestra lo que es el Meeting. O al menos su fondo.
El lema de este año era “Una pasión por el hombre”. Estaba tomado de don Giussani, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, de una intervención suya precisamente en Rímini, en 1985. «El cristianismo no nació para fundar una religión, nació como pasión por el hombre», decía. Y declinaba esa pasión con toda su riqueza: «un amor por el hombre, una veneración por el hombre, una ternura por el hombre, una pasión por el hombre, una estima total por el hombre». Algo que necesitamos siempre, pero más aún ahora, inmersos en el caos de una historia que «parece haber dado la espalda a la mirada de Cristo», como escribe el papa Francisco en su mensaje a los organizadores. Sin embargo, esa mirada es lo más urgente, porque para vivir hace falta «una mano que vuelva a levantarte, un abrazo que te salve, que te perdone, que te consuele». Hace falta una «pasión incondicional por cada hermano y hermana que uno encuentra en su camino», como la del Buen samaritano.
Eso es lo que ha sido sobre todo el Meeting de este año: una mirada y unos gestos. Y palabras que de repente se hacían más verdaderas porque invitaban a percibir esto, en vez de perderse entre análisis y escenarios.
Sobre todo, una mirada. Eso es lo que tenían en común muchas de las cosas que más llamaban la atención. Empezando por una imagen que en cierto modo acompañaba todo lo demás: la gran foto que se elevaba a la entrada de “Giussani 100”, la exposición dedicada al centenario del fundador de CL. Esos ojos intensos, llenos, con los que te topabas continuamente en las fotos y videos de la exposición, te vuelven continuamente a la mente. No solo porque se ha hablado mucho de Giussani, sino porque era imposible adentrarse en lo que te rodeaba sin ver asomar ese rostro, de tantas maneras.
¿Ejemplos? La exposición “No como aquello, sino aquello”, con la que Familias para la Acogida –una red de amigos que abren sus casas a la acogida y a la adopción– ha celebrado sus cuarenta años. Nada retórico ni autocelebrativo. Más bien una idea sencilla y radical: invitar a 14 artistas a pasar tiempo con alguna de estas familias y contar después lo que han visto. Un año de trabajo «con el único deseo de seguir lo que estaba sucediendo y ver dónde nos podía llevar», cuenta Luca Sommacal, su presidente. El resultado ha sido mucho más que la conmovedora belleza de las fotos y los cuadros, las esculturas o las piezas musicales. «Una exposición donde no se explican cosas, sino que comunica una mirada», señalaba Esposito después de visitarla.
Una manera de mirar lo humano –una pasión, por tanto– similar a lo que más llamaba la atención en la exposición “De Martini a Guttuso”, con seis obras maestras del siglo XX italiano, entre las que destacaba El hijo pródigo de Arturo Martini. O las sobrecogedoras fotografías de Gus Powell, fotógrafo americano que ha contado con imágenes un trozo de su vida familiar. Fotos que mostraban una ternura infinita. En los gestos y en la mirada que captaban. Daban testimonio.

Otro hilo conductor del Meeting: los testigos. Personas cuyas palabras y gestos iban unidos porque, en cierto modo, nacen precisamente de una mirada apasionada. No es casual que al principio del encuentro-diálogo sobre el lema del Meeting (digno de volver a ver bien en YouTube), el cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, abordara el lema empezando justo por ahí. «Oír hablar a don Giussani de “pasión por el hombre” era creíble: a eso iba ligada su vida entera, era su razón de vivir». Pocas horas después Pierbattista Pizzaballa confesaba que había aceptado la invitación a intervenir (junto al cardenal centroafricano Dieudonné Nzapalianga y monseñor Paolo Pezzi, arzobispo de Moscú) porque «no me han pedido que hablara de paz, sino que contara mi experiencia».
Tampoco es casual que una de las intervenciones más importantes fuera, a su manera, un testimonio: el de Muhammad Bin Abdul Karim Al-Issa, secretario general de la Liga del Mundo Islámico, una de las máximas autoridades del mundo islámico. Ya había estado en el Meeting hablando de diálogo. Esta vez volvió para medirse con El sentido religioso, el libro de don Giussani. Fue una confrontación real y leal, hablando de sí mismo y de cómo el texto de un cura católico que nació hace cien años le había abierto un mundo sobre la relación entre fe y razón, sobre la conciencia del ser humano y la libertad. Los que le acompañaban dicen que acabó el encuentro conmovido. Pero, bien pensado, ese mismo ímpetu fue lo que le llevó hasta Rímini: su amistad con el cardenal Jean-Louis Tauran, fallecido en 2018. «Una estima absoluta por el hombre». Cuántas cosas que a primera vista parecen imposibles llegan a suceder gracias a esto.
En el diálogo central sobre don Giussani también hubo un momento impresionante cuando Luigi Maria Epicoco, ponente junto a Davide Prosperi (presidente de la Fraternidad de CL) y Massimo Turchetta (director de Rizzoli), ante el aplauso del auditorio tras su intervención, dijo que eran «aplausos a Giussani, a su testimonio». Y Alberto Savorana, el moderador, le respondió: «Son aplausos al testigo que, sin haberlo visto nunca, habla de él. Podíamos dedicarnos a hacer un curso de lectura de Giussani, pero no nos hablaría como nos está hablando en este instante a través de tu cara».

Una pasión visible, porque acontecía mientras se hablaba de ella, vislumbrándola de mil maneras. Es muy interesante ver que es algo original pero al mismo tiempo hay que cuidarla, secundarla requiere un trabajo. Para llegar hasta la intensidad coral de Todos libres, el espectáculo inaugural sobre Gilbert K. Chesterton, hacía falta una sintonía buscada entre los actores y el director, Otello Cenci, sintonía que superó la que habían podido experimentar en los ensayos. «Una de las cosas más bonitas de la exposición de Powell es precisamente cómo llegamos hasta ella», cuenta Alessandra Vitez, responsable de las exposiciones. «Poco a poco, durante los encuentros que tuvimos durante el año, nos fuimos dando cuenta de que sus preguntas se iban haciendo nuestras». Se ha notado.
Igual que en la exposición sobre Fernando Pessoa (“Si quiero, quiero el infinito”), una pequeña joya que impactó a sus muchos visitantes, no solo por el descubrimiento de un genio de la literatura y de su inmensa obra, sino por la cara de los jóvenes portugueses que la han puesto en pie. Allí estaban, acompañados de un grupo de italianos que les ayudaban con el idioma, cuidando cada palabra, dándose por entero al explicar la exposición, los heterónimos, los versos. Comparándose sobre todo consigo mismos, buscando lo que había en ellos de esa necesidad de significado que ardía en Pessoa. «La gente leía, nos miraba y veía que había una unidad, porque lo estábamos viviendo», cuenta Manuel, uno de ellos.
Este año había tres mil voluntarios. Una presencia conmovedora, pero siempre nueva y sorprendente, a la que no puedes acostumbrarte. Entiendes mejor el porqué con sor Azezet Habtezghi Kidane, misionera comboniana que dio un testimonio espléndido, diciendo que «hace falta gente así para dar esperanza en el mañana». Lo decía hablando de don Giussani; pero también de Giovanni, el guía que la había acompañado en la exposición. «He visto cómo lo vive este chico, cómo siente a Giussani. He visto su pasión». La misma mirada.
Por eso Mariam Al Qassab, responsable de marketing de la Feria Internacional del Libro en Sharjah (Emiratos), un evento cultural enorme en el mundo árabe (para entendernos, tiene más visitas que la Feria de Frankfurt), después de tres días en el Meeting, cuando le preguntaron qué era lo que más le había llamado la atención, no habló de la organización. «He dado la vuelta al mundo, he visto muchas cosas grandes y bien hechas, pero voluntarios nunca. Eso me ha impresionado». Como que Marco Sesana, director de Generali, pidiera poder hablar con los voluntarios la noche antes de abrir las puertas. «Aquí he podido ver el espíritu que mueve a alguien que quiere construir algo grande».
Impresiona darse cuenta de que ese “algo grande”, antes aún que el Meeting, es la propia persona. «Aquí hablo de mis competencias, de lo que estudio y de mi trabajo», dice Martina Saltamacchia, profesora de Historia Medieval en la universidad de Omaha, Nebraska, que lleva años colaborando en Rímini con exposiciones y encuentros. «Yendo al fondo de lo que me apasiona, misteriosamente, me doy cuenta de que esa parte de conocimiento no existiría sin mí. No hay un contenido cultural “separado” de mi yo y darme cuenta de ese nexo me ayuda a crecer como persona. Cuanto más crezco, más puedo colaborar con otros».
En un lugar donde pasa esto, uno se siente en casa, a gusto. Y se descubre hablando de sí mismo de manera inusual. Neil Landau, escritor y showrunner, uno de los mayores expertos en series de televisión, aceptó acudir al Meeting lleno de curiosidad por la invitación. «Si es verdad solo la mitad de lo que decís, debe ser interesante». Acabó en una sala hablando de la muerte de su padre cuando era pequeño, de que en el fondo todo su trabajo creativo nace de ahí («su falta y la necesidad de perdonarlo por haberme dejado»), de los riesgos que implica educar. Y de sí mismo. Antes de irse, dijo que estaba «muy agradecido por toda esta energía. Me voy con el corazón lleno. Es una de esas cosas que te cambian la vida». También el cantautor Brunori Sas, en uno de los encuentros más seguidos del Meeting, acabó hablando de él a corazón abierto, y en un momento dado se dio cuenta: «Estoy diciendo cosas que en otros sitios no cuento. Será por vuestra cercanía». Por la noche un grupo de voluntarios, como suele pasar en Rímini, improvisa una velada de cantos y él no puede resistirse. Va y se pone en medio de ellos a tocar y cantar.

Eso también es pasión por el hombre. Uno puede exponerse sinceramente, sin miedo. El Meeting es uno de esos lugares indispensables de los que hablaban Mike Caulfield y Giuseppe Riva en un encuentro titulado "El tiempo de la atención", y sobre el mundo digital que nos la roba: lugares reales donde se crean relaciones que nos ayudan a «construir nuestra identidad». Lugares donde la gente «tiene más ganas de estar que nunca porque ven que es una ocasión para crecer, para vivir una experiencia propia», observa Savorana. Un lugar donde justo por eso las personas se encuentran de verdad, donde los encuentros son algo «generativo, y no demostrativo», como dijo el cardenal Zuppi. No sirven para demostrar lo que sé, sino para que nazca algo nuevo.
En el acto principal dedicado a la ciencia, el tema era la aventura del James Webb, el supertelescopio que está empezando a sondear los confines del universo. Su desarrollo estuvo lleno de descubrimientos que dejaban con la boca abierta, tanto por los resultados como por las perspectivas que se abren. Pero lo más sorprendente era otra cosa: la manera en que los científicos, incluido el Nobel John Mather, contaron su experiencia. «Había una apertura, una disponibilidad para hablar de sí mismos, que solo puede nacer de un cierto clima, de una atención que acoge», señala el astrofísico Marco Bersanelli.

Esa es una de las claves del Meeting. Suceden encuentros que de otro modo no se dan. Al menos, no así. Abdel Caracalla, líder de una famosa compañía de danza, al volver a Rímini diez años después de que hiciera un espléndido espectáculo, confesó a sus amigos que «aquí se ven las cosas de otra manera, con más claridad. Por ejemplo, en el Líbano es imposible hablar de religión porque nos divide. Aquí une. He visto gente feliz. Y he entendido lo que dice don Giussani, que el cristianismo es una pasión por el hombre». Mientras que la cantante checa Markéta Irglova (ganadora del Oscar 2008 a la mejor canción, por Once) explicó así el motivo por el que quiso participar en el concierto final de homenaje a Claudio Chieffo: «Me atrae la gente que emite luz y ama a través de su trabajo y de su forma de ser».

Se respira un clima distinto incluso en uno de los momentos más discutidos desde fuera: el encuentro con líderes políticos bajo el paraguas del Intergrupo por la Subsidiariedad. Una hora y cuarenta minutos de debate sobre temas candentes, más aún en campaña electoral: la guerra, el gas, el trabajo, la educación... Cosas por las que Letta, Meloni y el resto de políticos italianos se pelean todos los días en prensa y redes sociales. Pero aquí, nada de polémicas. Aquí se discute de verdad. «Frente a una presencia real, bajo una mirada apasionada, hasta los políticos cambian de actitud», observará después Vittadini. «Te ves obligado a revisar tu posición y bajar el tono». A hacer política, en definitiva. La pregunta es por qué. ¿Qué es lo que hace posible esto? Es una pena que esta pregunta no se mantenga abierta y se reduzca para encasillarlo todo en una clasificación de los más aplaudidos. Aquí esa lista no se sostiene, demasiado transversal. «Aquí se aplauden los temas, no los bandos», afirma Vittadini.
Más aún con Mario Draghi, que eligió Rímini para hacer balance de su experiencia de gobierno e indicar los puntos sobre los que tendrá que trabajar su sucesor, «sea quien sea». Se encontró con una acogida que le conmovió, por la ovación en la sala y los numerosos «gracias, presidente» mientras paseaba por los pabellones. Estima y gratitud por alguien que se toma en serio su tarea y que invita a hacer lo mismo.
Al final, esta es la pasión que permite que se abran brechas inesperadas, espacios de diálogo donde alguien puede abrirse paso con coraje. Aleksandr Archangel’skij, periodista ruso que participó en un encuentro sobre Europa, terminó su intervención leyendo un poema de Vasyl Stus, poeta ucraniano que murió en un gulag en 1985. Y lo hizo en ucraniano, después de aprenderse esos versos gracias a un amigo que se los leyó por zoom. Bernhard Scholz, presidente del Meeting, dice conmovido que «ha sido uno de los hechos que más me han impactado esta semana. Llevaba dentro una promesa».

La misma promesa que intuyó Elena Mazzola, de la ONG Emaús de Jarkov. En uno de los primeros encuentros explicó por qué cuarenta de "sus" chavales, ucranianos huidos de la guerra, estaban en Rímini como voluntarios en uno de los restaurantes. «Lo hemos perdido todo: casa, trabajo y amigos. Todo. Pero no necesitamos asistencialismo. Necesitamos a alguien que nos mire con una pasión por el hombre. Estos jóvenes están trabajando aquí porque de la construcción del yo puede brotar la esperanza incluso para Ucrania».
En el fondo, habría bastado pasar media jornada con ellos –seguir su entusiasmo, escuchar sus historias, ser testigo de un momento un poco surrealista pero lleno de alegría, cuando Vadim, delante de todos sus amigos en el restaurante, se puso de rodillas para pedirle matrimonio a Nastja, con un anillo y un ramo de rosas– para entender mejor lo que ha sido este Meeting. «Aquí somos felices porque somos útiles», decía Maxim, uno de los educadores que los acompaña. «Eso es pasión por el hombre: que hay un lugar para cada persona en el mundo. En primer lugar para mí».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página