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Huellas N.07, Julio/Agosto 2022

PRIMER PLANO

¿No sientes envidia de esa alegría?

Javier García

Acaba el curso. Después de un año muy intenso, un grupo de universitarios se pregunta por lo que han aprendido y comparten aquí la sorpresa de una “vida grande” que les convierte en «deudores de humanidad»


Como dice el padre Mauro Lepori en los Ejercicios de la Fraternidad: «De un modo u otro, te vuelves deudor de toda la humanidad por el hecho de que se te ha donado gratuitamente lo que todos, ¡absolutamente todos!, esperan».
En un momento histórico de caos y confusión total, no hemos podido dar por descontado la excepcional Belleza que hemos vivido los universitarios de Madrid durante este curso. Es por ello que hemos pedido a algunos amigos que cuenten la experiencia de este año. Leyendo las contribuciones que llegaban nos hemos dado cuenta de que bien podrían ser pasajes de los Hechos de los Apóstoles. Lo menos evidente en un momento como el actual es que la fe surja en chavales de 20 años con toda su potencia, atractivo y razonabilidad. Una vida nueva nace hoy en la universidad. Una vida nueva como la que generaban a su alrededor aquellos pescadores atravesados por el acontecimiento de Cristo. El hecho de Cristo coincide con la percepción de que algo está a la altura de nuestras heridas, que son las del mundo. Entonces el CLU (Comunión y Liberación universitarios, ndr.) se convierte en el lugar en el que florece el carisma que don Giussani nos ha donado como lugar en el que se encuentra la verdadera necesidad de cada uno, el drama de cada uno con una Presencia que mira las heridas con una simpatía impensable.
Diego, que hace poco que ha llegado a la vida del CLU, nos cuenta este encuentro entre su necesidad radical de ser querido y lo que él llama el “gran hecho”.
«Me gustaría compartir aquí, en unas pocas palabras, lo que ha supuesto para mí este primer año en compañía de los universitarios de CL que he sentido como un gran hecho, especial y novedoso que me veo movido a dar nombre y compartir. Es una tarea a la que verdaderamente siento que a uno le va la vida en ello por cuánto deseaba yo todo esto que he visto y por cuán excepcional ha sido lo vivido. Todo comenzó en un esporádico Camino de Santiago. Debió de ser en la experiencia de vivir con estas personas, a base de convivir con ellas, de las muchas conversaciones, de los cantos, de los gestos y afectos, donde se despertó en mí un apasionamiento por la forma de vivir que tenían estos. Pero, más aún, fue el abrazo de estos amigos que apenas conocía y con los que podía verdaderamente sentirme íntegro, sentirme acogido por todo eso que dentro de mí hervía.
El último día del camino, volviendo en coche con algunos de los amigos que ya conocía de Torrelodones, me preguntaron qué me había parecido el viaje y yo les expuse todo un embrollado discurso, con todas las dificultades que sentía pero también todo aquello que me persuadía de ellos. Al despedirme, pese a todo lo que yo podía saber o ignorar, Fer me dio un abrazo que se me grabó en el alma. Recuerdo cómo me decía con insistencia que, si les buscaba, estaban por las tardes en la biblioteca de Historia, “al fondo a la izquierda”, estudiando. Su presencia, como la de muchos otros, fue para mí toda una promesa. Tan igual como entonces, en las muchas comidas y cenas, en las horas de estudio en la biblioteca de Historia, en los Ejercicios de Ávila o en los oficios de Semana Santa, uno volvía a reconocer la razón apasionante de ese mismo “gran hecho”, conociendo cada vez más y de modo distinto su singularidad. Un día, era viernes, supe que unos amigos se iban a la caritativa y entre muchos titubeos reuní el valor para preguntarles si podía ir con ellos. Aquella noche en la plaza de Ópera, con un frío tremendo, dando de comer y de beber a los sintecho, conocí aquel lado humano y necesitado de estos amigos, como también enormemente afectuoso y cercano con aquellos necesitados. Verlos darse y dejarse impactar un viernes a las diez de la noche no dejaba de sorprender a cualquiera. “Estar aquí te hace ver cuál es tu verdadera necesidad al despertarte por las mañanas”, dijo Javi. Así salen estos amigos al mundo.
Una semana después, en los oficios celebrados por Semana Santa, se despertó con claridad este mismo “gran hecho”. Sentí, al igual que en el Camino de Santiago, como si hubiera sido perdonado por todo ese sinsentido y sufrimiento que venía arrastrando entonces, recibiendo el don de esta compañía, de una compañía bien concreta, a la que podía arrimarme, a la que podía seguir, con la que podía hablar de tú a tú. Una compañía viva que despertaba una simpatía profunda por algo tan importante para la propia vida.
El domingo de Resurrección, tras la vigilia pascual, recuerdo que algunos volvíamos juntos en coche. Uno de nuestros amigos estaba algo incómodo y expresó su incomprensión respecto a la velada y los cantos que habían coronado la noche, plenos de emoción. No entendía bien qué significaba para su vida la supuesta resurrección de aquel Hombre, ni la alegría de todos los que estuvimos allí. Yo, la verdad, me sentía también algo frío, como si no me hubiera impactado el gesto, pero no dije nada. La amiga que conducía, tras un largo rato, respondió: “pero, ¿no sientes envidia de esa alegría?”. Mira los rostros y juzga, podría habernos dicho. Quien tenga ojos para ver, que vea».

Este “gran hecho” al que Diego se ve movido «a dar nombre y compartir», hasta el punto de encontrarse con que «a uno le va la vida en ello»; esta compañía que viene al encuentro de su «profundo deseo de ser amado hasta el fondo», ¿de qué es promesa, que introduce? Ana, que acaba el CLU este año, nos pone delante la urgencia de ir al fondo del origen de esta compañía de la que parece que uno se aleja al entrar a la vida laboral.
«Acabo la vida universitaria. Mi hermano acaba de conocer esta vida, esta amistad, esta forma de ver las cosas, esta belleza, este confrontarnos con las cosas que cada uno tenemos en el corazón. Y yo me voy de ella, de esta vida, pero sin irme. Mi hermano no lo entiende: “¡yo no podría dejar esta vida!”. “¿Acaso yo la dejo?”, me pregunto ante él siempre. Me doy cuenta de que no, de que solo la hago más mía. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué novedad para mi vida han introducido estos cuatro años del CLU? Mi forma de ver las cosas, de estar en la realidad, el modo de relacionarme, los amigos, las relaciones afectivas, la familia, cada una de mis responsabilidades han tomado un color nuevo. Empezar este camino con una intuición de vida grande y que se empiece a cumplir ya, que abarque todo, cada vez más, es una revolución. Todo ha nacido de la Escuela de comunidad, de cómo otros la seguían. Yo me pegaba a la vida del CLU por el deseo de que se mirara con ternura todo lo que yo era, por el deseo de descubrir que yo estoy bien hecha, que era posible ser feliz. Sin embargo, para mí la Escuela de comunidad no era tan importante. Era de las que la leía el día antes de que nos juntáramos, me costaba mucho prepararla bien.
Sin embargo, hace un año, empecé a ver cómo para ciertos amigos, como para María, para Pilar o para Javi entre otros, la Escuela era una compañía diaria. Recuerdo que María la leía todas las mañanas o Pilar siempre quería ir hasta el fondo de lo que no comprendía. Por la necesidad que empezaba a vivir, comencé a pegarme a ellos y a cuidar este gesto tan sencillo cada día. Y de repente te descubres empezando los días siendo una con la Escuela. Cada vez más durante el día salía la sorpresa de portar conmigo algo excepcional que es para el mundo, y empezar a mirar las cosas con otros ojos, en primer lugar mi humanidad, quién soy yo. Seguir a esta compañía, confrontarme con las propuestas del CLU, pegarme a la carne, ha introducido una positividad en mi vida, un horizonte nuevo, ha introducido el conocimiento de una Presencia a la que mi corazón tiende constantemente. Que cada uno de los movimientos de mi corazón, de mis deseos, de mis heridas, tenga un lugar donde descansar, que sean el regalo más grande, permite que uno pueda moverse allá donde vaya con otra mirada, más libre. Que cada vez conozca más que el objeto de mi deseo es Cristo, esa Belleza, esa Verdad, solo lo ha introducido este camino con los universitarios que empezó hace cuatro años. Donde la vida se vuelve más bella e introduce una aventura fascinante. Por eso, no me voy de esta vida, sino que me introduzco más en ella, diciendo sí al paso de salir al mundo, con una mirada nueva, porque lo que he empezado a conocer no se va, permanece para siempre, aunque adquiera una forma nueva. Este lugar me ha introducido en una relación con el Misterio que continúa allá a donde vaya».
Al encontrarse con esta «vida grande», «esta amistad, esta belleza», la necesidad de Ana de descubrir que está bien hecha, de que es posible ser feliz, se hace posible, se empieza a cumplir. «Es una revolución que permite que uno pueda moverse allá donde vaya con otra mirada, más libre». Seguir esta compañía, que nace de la Escuela de Comunidad, «ha introducido el conocimiento de una Presencia a la que mi corazón tiende constantemente, una relación con el Misterio que continúa allá a donde vaya». Entonces se sorprende portando con ella algo excepcional que «es para el mundo». Fernando nos cuenta también la sorpresa de portar consigo un tesoro para el mundo que a la vez le devuelve a él mismo la novedad de lo que ha encontrado, ese “factor” sin el que esta excepcional compañía no se puede explicar.

«Uno de los grandes regalos que se me ha dado este curso ha sido la amistad con dos amigos de la universidad a raíz de la exposición “¿Acaso alguien nos ha prometido algo? Entonces ¿por qué esperamos?”, que organizó Atlántida en el hall de la facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid durante la primera semana de abril (ver Huellas n. 5/2022). Parto del descubrimiento que para mí ha sido: que lo más grande, que la verdad de la vida, pueda desvelarse también a través de la humanidad herida, que la novedad más grande para todo el mundo pase a través de la fragilidad de cada uno, como decía san Pablo: “Llevamos este tesoro en vasijas de barro”. Iba de camino el lunes a la exposición, después de un fin de semana muy doloroso, con una gran herida afectiva. Mi novia entonces me había pedido un tiempo, después de que la relación se hubiera vuelto muy difícil y dolorosa. La noche del domingo fue dura, no podía dormir atacado por grandes preguntas: ¿hay algo, un amor que sea para siempre?, ¿ahora mi vida cómo se puede cumplir?, ¿la promesa de la relación dónde queda? Nacían en mí estas preguntas sagradas. Estos interrogantes en ese momento eran asfixiantes, se convertían en un peso que me hundía y que me separaba de lo que tenía delante.
Llegué por la mañana al hall de Derecho con un peso demoledor encima, tenía que estar ahí, pero me veía con una incapacidad grande, no quería exponer. Era como si tuviese que arrancarme el corazón y hacer otra cosa, veía que la exposición no coincidía conmigo. No quería ser falso y hablar del corazón humano cuando el mío en ese momento estaba destrozado. Menos aún me veía capaz de hablar de la promesa del “tú”, del amor, con una herida así. Fui a hablar con mi amigo Javi porque no aguantaba más. En el coche exploté y le conté todo lo que había pasado, todas las preguntas y preocupaciones que tenía. Él sencillamente me devolvió a la realidad, me preguntó: “¿Tú qué deseas de este tiempo para los dos?, ¿qué esperas?”. Delante de una pregunta tan verdadera mi corazón salta al infinito y dice al instante: “Yo deseo que nuestras vidas sean grandes, descubrir qué o quién hace posible una vida grande”. Y caigo en la cuenta, esto soy yo: deseo de una vida grande, de una vida que se cumpla. Delante de un horizonte así, el corazón vuelve a arriesgar, porque solo así podría encontrar algo que viniera a mi rescate, solo “poniendo el corazón en cada cosa que hacía”, como dice Piccinini, la exposición se podía convertir en una manera de poder ser rescatado.
Tras este momento llegaron dos amigos de la universidad que he conocido este año y venían a que les enseñara la exposición. Yo partí de este dolor, les conté cómo estaba y también todo lo que esperaba que sucediera durante el pase con ellos. En mi vida, ha habido personas que han mirado mi humanidad como el mayor tesoro, con esto he caminado, hasta el punto de estar años después poniéndola delante de estos amigos, con la esperanza y lealtad de pedirlo todo en cada instante, en cada pase. En un cierto momento, delante de la canción A dónde van, de Silvio Rodríguez, veo que a mi amigo se le escapa alguna lágrima. En vez de seguir adelante le pregunto, nos empieza a decir que eso es verdad, que esa pregunta también es suya. Delante del dolor de su familia, se pregunta muchas veces a dónde va cada cosa que vive con su padre, o el echar de menos otros tiempos. Al llegar al punto de la insatisfacción, mi amiga empezó a debatir mucho, a pelearse con cada panel porque no estaba de acuerdo. Ella decía que había que intentar ser felices con lo que tenemos y que no piensa que siempre haya que desear más y más. Pero avanzando el recorrido y delante de la pregunta sobre el amor, de repente se quedó en silencio para el resto del recorrido. El amor despierta un deseo que, si miramos hasta el fondo, nunca deja de pedir más y más. Al final de la exposición estaban en silencio y muy removidos.
Al cabo de unas semanas me escribió esta amiga para vernos, seguía atravesada por lo que había pasado en la exposición. Quedamos a comer un día en la universidad, y es una de las comidas que recordaré el resto de mi vida, estuvimos cerca de cinco horas. Yo ese día estaba muy bloqueado conmigo mismo y al principio no me apetecía mucho, me veía incapaz de ver el bien que es la vida. Ella me empieza a contar cómo está, cómo vive la relación con un chico, lo que le duele... Yo estaba sorprendido porque me lo estaba contando a mí, cuando apenas nos conocíamos. Después me preguntó qué tal estaba yo, con respecto a lo que les había contado al inicio de la exposición. Había sido justo después de Semana Santa, cuando habían sucedido cosas muy grandes que me confirmaban que la vida se puede cumplir. Le conté que estaba tranquilo, en paz. Ella saltaba con lo que le decía, no paraba de decir: “no entiendo, no te entiendo”. Delante de una situación así, no entendía cómo podía decir que estaba en paz. Empiezo a contarle la conversación con Javi que me había permitido volver a arriesgar, porque la promesa de una vida grande latía al fondo de mi pregunta. Le cuento esto y no para de preguntarme: “Pero Fer, no entiendo, ¿cómo un amigo puede hacer que cambies? A mí, mis amigas me entienden, pero eso no me cambia. ¿Qué es lo que pasó para que antes estuvieras así, triste, y después de hablar con él pudieras estar como estuviste en la exposición?”.

Entonces me adentro en la aventura de contarle o explicarle nuestra amistad, las relaciones verdaderas que tengo, la belleza y unidad que vivimos juntos, le cuento los meses de trabajo para la exposición. Pero aun así seguía sin entender cómo una amistad podía ser tan potente como para transformarse así. Estuve una hora intentando explicarle lo que vivimos, ella no paraba de preguntar, no dejaba pasar ninguna respuesta. Después de una hora ya era agotador y caí en la cuenta, pensaba: “Claro, es que no le he puesto delante el factor más importante”. En ese momento caí de rodillas en mi corazón, dejé que entrara en escena el acontecimiento que lo ha cambiado todo en mi vida. Me sorprende el camino de estos años, tan sencillo como seguir a unos amigos que me han fascinado por la promesa de vida que encarnan. Me conmoví al pensar: “Cristo empieza a ser un factor más de la realidad que es crucial a la hora de entender lo que vivimos”. Es como si te presentara a mi madre o a un amigo importante en mi historia para entenderla. Escribía ese día en mis notas: “Ostras, el Señor empieza a ser algo tan concreto, tan real, que es necesario para entender la historia”. No recuerdo exactamente qué le dije, pero algo como: “Es que los amigos con los que me he encontrado viven y afirman que Cristo lo es todo”. Se queda en silencio. Y en seguida empiezo a contarle por qué he dicho Cristo y no Buda, empiezo a contarle de qué carne estoy hablando. Y entonces comienzo a contarle mi historia, ella me había preguntado antes varias veces por ella, pero intentaba esquivarlo por cómo estaba ese día. Pero tras ese momento de absoluta conmoción, empecé a contarla feliz, porque mi historia es el signo más claro de esa concreción.
Le hablo de los años antes de conocer el movimiento, del encuentro en primero de Bachillerato con algunos profesores, de sus clases. Le cuento de la felicidad que veía en ellos, cómo podían hablar con tanta verdad de lo que a mí me pasaba. Le hablé de las clases de literatura leyendo el Quijote y lo mucho que me describieron y despertaron la promesa de un amor verdadero. Ante todo esto, ella no paraba de repetir: “Jo, qué suerte”, “qué pasada”. Pasó de preguntar por cada cosa que decía a escuchar fascinada y atenta, ¡tendríais que haber visto su cara! Volvía a suceder lo que a mí me había sucedido, que delante de una forma de vivirlo todo –las relaciones, las amistades, el amor, el estudio, la familia...– a la altura del corazón, uno se queda fascinado porque pueda existir la posibilidad de vivir así. De hecho, hubo una pregunta que lo resumió todo en un momento; contándole de estos años me preguntó, literalmente: “Pero ¿de verdad se puede vivir así?”. Yo enseguida me acordé del libro de Giussani con el mismo título, infinitamente agradecido de que yo también me haya encontrado con unas personas que por cómo vivían han suscitado la misma pregunta en mí.
Le contaba a ella lo que me había sucedido, porque es evidente que si yo porto conmigo una novedad para el mundo entero es porque me han mirado como el mayor tesoro, porque me han abrazado infinitamente, esta es la novedad que portamos, “un tesoro en vasijas de barro”. Después de estar un par de horas contándole todo esto, al final de la conversación cae en la cuenta y con un sobresalto me dice: “¡Fer! Ahora entiendo por qué al principio de la conversación me contabas que estabas en paz, que estabas tranquilo. Ahora lo entiendo”».
Sorprendentemente, como se ve en los relatos de estos amigos, mirar la humanidad de uno se convierte en la posibilidad del ciento por uno. Como decía Julián Carrón en el último equipe, «vosotros gozáis la vida porque no renunciáis a las preguntas, a esta urgencia que las preguntas portan, esta urgencia, este grito de nuestra humanidad es el criterio de juicio». Este criterio de juicio nos permite comenzar un camino de conocimiento. Así nos lo cuenta Javi:
«Estoy profundamente agradecido al movimiento por el camino que me he sorprendido haciendo este año. Estoy agradecido porque he empezado a saborear la verdadera libertad, la verdadera alegría, el verdadero legado que nos regaló don Giussani: no una compañía, no un lugar, sino un método. Digo que se trata de la verdadera libertad porque entonces las circunstancias no son un obstáculo: si el problema fuese la compañía, irse de Erasmus sería dispararse en el pie (¡alejarse motu proprio de esta compañía!), y tener mucha carga de estudio sería poco más que una putada. Por eso, el mayor regalo que nadie podría hacerme es darme un método, un criterio no alienante y sí liberador.

El criterio lo tengo yo en mi experiencia: esta es la piedra angular sobre la que se ha cimentado mi camino de este año en el CLU. Mi experiencia: lugar en el que se encuentran las exigencias de mi corazón y lo que sucede en la realidad. Ya desde el verano pasado, partiendo del trabajo que nos propuso Julián Carrón (los Ejercicios espirituales recogidos en el libro ¿Hay esperanza?) empecé a intuir que Cristo no tiene razón de ser en mi vida si no parto de mi propia humanidad. Por tanto mi problema, mi primer problema, es no censurar mi humanidad.
En este punto empecé a sorprender en mí a un Javi más atento, más interesado por la vida del resto, con más preguntas, más sufridor también y, en definitiva, más vividor, más intensamente vividor. Y entonces, solo entonces, la experiencia de la correspondencia me asombra, me conmueve, y me pone en marcha de nuevo. Ya la había vivido antes, ya sabía lo que era respirar, pero faltaba mi humanidad: ¿qué es lo que ha sucedido?, ¿por qué delante de este hombre [Nacho] respiro?, ¿por qué es capaz de hablar así? No son preguntas al aire: son preguntas que puedo hacerle a “ese hombre”. Delante de él se me caen las barreras, le puedo poner todas las objeciones posibles, pero él siempre escapa, sale victorioso (y yo también gano, porque me devuelve una mirada mucho más correspondiente que la que yo tengo sobre la realidad).
Por tanto, el método elegido por Dios para llegar hasta mí no es solo enviar a su Hijo al mundo y permanecer en él mediante la compañía de los creyentes, la Iglesia, de modo que don Giussani le pudiese conocer y, después, me lo diese a conocer a mí en primera persona a través del carisma. ¡No! ¡En mi experiencia no es así! Porque a mí no me ha interesado Cristo hasta que no he descubierto la profundidad de mi humanidad, de mi deseo. Entonces el método es el de darme un corazón humano, carnal, sediento de Verdad y de Belleza, que encuentra correspondencia en el hombre Jesús de Nazaret, Verdad y Belleza encarnadas.
Hasta aquí llega el camino hecho este año, inseparable de la Escuela de comunidad (primero “Dios todo en todo” y después “Cristo, todo en todos”; esto es, el método, porque en la Escuela se encuentran las exigencias de cada uno de nosotros con las provocaciones que contiene el texto).
No querría terminar sin contaros una pequeña gran intuición que ha surgido esta semana, fruto de una cena que tuvimos varios amigos del CLU con Carras. Resulta que la experiencia que he hecho estando delante de Nacho, la de ser libre, la correspondencia en acto que me genera, sucedió también el otro día en la cena. Empiezo a reconocer esta circunstancia (el cambio de responsable) como amiga para mi camino porque me reta a darme razón de lo que sucedía con Nacho, que resulta que sigue sucediendo y Nacho no está, ya no va a estar. La experiencia que tenía delante de Nacho ha sucedido también en una cena con Carras, o estando delante de un gran amigo, o en la relación con mi novia, delante de mis padres, y de otros tantos rostros... Los últimos, un matrimonio de recién casados y unos amigos con los que cené ayer por la noche. Mi vida está cada vez más repleta de rostros delante de los cuales estoy obligado a responderme a la pregunta: ¿qué sucede en todos ellos?, ¿qué tienen en común todos estos rostros?
Hace un año, estando de vacaciones en Asturias, tuve por primera vez la intuición de que yo verdaderamente estoy hecho para un Tú: no porque me lo digan, sino porque en mi experiencia original está la necesidad de compañía radical... Y el otro día, en la cena con Carras, empezaba la intuición de un “Tú, oh Cristo”. ¿Verdaderamente eres Tú, oh Cristo, el que está detrás de toda esta correspondencia, detrás de toda esta historia de Amor ¡que sigue sucediendo pese a que nosotros, los hombres, hayamos metido nuestras manazas en ella...!?
Amigos, sigo en camino, el mismo de hace un año, pero más del movimiento y más de la Iglesia que nunca».


BOX
¿Qué sería de mí sin haberos encontrado?
He empezado a trabajar este curso como profesora en un colegio. En septiembre decidí pedir la inscripción a la Fraternidad. Los años de universidad han sido de una belleza que no podría ni haber imaginado. Desde que me encontré con el carisma, mi vida ha florecido de una forma inesperada. El origen de esta experiencia ha sido encontrar personas que me han ayudado a entender quién soy. Antes de encontrar el movimiento yo me sentía extraña a mí misma, no sabía por qué valía la pena despertarse por las mañanas, no sabía quién era o qué buscaba. Sin embargo, desde que encontré el movimiento he descubierto mucho más quién soy, por qué hago las cosas, por qué merece la pena vivir. Delante de rostros concretos he podido poner todas mis preguntas y he encontrado un lugar donde son acogidas con un horizonte infinito. Esta ternura sobre mí me ha permitido descubrir que tengo una necesidad infinita de ser amada, y que esto es lo que me mueve a cada segundo. Mirando hasta el fondo esta necesidad, descubro que mi deseo es ya petición y anhelo de Cristo, porque solo Él puede cumplir hasta el fondo toda mi necesidad de afecto. Conocer algunos rasgos inconfundibles del Misterio a lo largo de la universidad, a través de la compañía de los rostros que participan del carisma, ha coincidido con el descubrimiento de quién soy yo, y de cuánto necesito a un Cristo real y encarnado para poder vivir en plenitud cada circunstancia de la vida. Como dice la Escuela estas semanas, Cristo es todo lo que busco, es la vida de mi vida, y nada quiero fuera de Él. Cómo cambia la vida si en cada circunstancia hay Uno que te pregunta: «Pero Almudena, ¿tú me quieres?».
Esto no es ni mucho menos una experiencia abstracta, sino que este camino de conocimiento lo he ido haciendo de la mano de mis amigos en el CLU y de los responsables a los que seguíamos, siendo esto lo que nos ha hecho crecer en una verdadera amistad. ¿Qué sería de mí sin haber encontrado estos rostros delante de los cuales he descubierto quién soy y para quién estoy hecha? Por eso me he inscrito en la Fraternidad, porque es el lugar donde Cristo se ha hecho carne para mí y me ha desvelado quién soy.
Almudena, Madrid

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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