La muerte del Decano es una sencilla y divertida novela policiaca. Dividida en dos partes, plantea la misteriosa muerte de don Federico, Decano de la Facultad de Historia. La genialidad de la pluma de Torrente se muestra en todo los aspectos del texto - personajes, ritmo, estructuras, etc. -. Pero si hay algo que llama la atención es el planteamiento entre dos modos de acercarse al misterio de la muerte del Decano, es decir, dos modos de utilizar la razón por parte de los personajes.
La primera, encabezada por el Comisario de policía y, en un principio, el Fiscal, se basa en un concepto de razón empírica. Para ellos todos los datos objetivos cuadran y acusan a don Enrique, "los datos objetivos no dejan lugar a sentimentalismos" (p. 127). Las huellas de barro, el cigarro fumado nerviosamente, el veneno, la visita de don Enrique al Decano poco antes de morir, etc., todo son pruebas que le acusan.
La segunda forma de utilizar la razón, hacia la que se decanta el autor, está representada por el Juez. Éste no se detiene en la cuadratura de los datos sino que considera la razón como apertura a la totalidad de los factores. Uno de los datos, no atendido por el Comisario, es la certeza de algunas declaraciones: la certeza del bedel: "Estoy tan seguro de que no lo mató nadie como de que no lo maté yo" (p.85); la del estudiante: "Yo no creo que don Enrique haya matado a don Federico" (p. 81). De este modo, en la novela se va abriendo camino el modo de usar la razón que permite adquirir una certeza moral. La seguridad de Francisca, mujer del acusado, de que su marido es inocente constituye un motor fundamental en la novela: "En realidad, nada de lo que yo pueda decirle es probatorio más que para mí, lo cual tiene más importancia de lo que usted se cree. Saber, como sé, que mi marido no mató al Decano, me anima a destruir estas pruebas que usted tiene de que lo mató" (p. 124).
Esta firme convicción permite que los personajes de la novela se tengan que medir con la posibilidad de la inocencia de don Enrique. Lo que comienza siendo una intuición para el Juez: "No tengo razones, sino algo tan deleznable como una intuición" (p. 96) abre una serie de posibilidades razonables y ausentes en el argumento empírico: ¿Y si el testimonio de don Enrique, que todos rechazan por su ingenuidad, fuese verdad?
Gonzalo Torrente Ballester
La muerte del Decano
Planeta, Barcelona 1992
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