Del 28 de febrero al 4 de marzo ha tenido lugar el II Coloquio Internacional de Movimientos Eclesiales sobre el tema: Vocación y misión de los laicos en la Iglesia de hoy, en la que han participado los siguientes movimientos que representan a unos veinte millones de católicos en todo el mundo: Apostolado de la oración, Arca, Iglesia viva, Communauté chrétienne de formation, Comunión y Liberación, Comunidad de vida cristiana, Cursillos de Cristiandad, Equipos de Nuestra Señora, FIAT, Luz y Vida, Movimiento de Focolares, Oasis, Movimiento de Schonstatt, Renovación Carismática, Sodalitium Christianae vitae y Worldwide Marriage Encounter.
Estuvieron presentes delegaciones del Opus Dei y de la Comunidad de Neocatecumanales. El coloquio fue promovido por Comunión y Liberación, el movimiento de Schonstatt y Renovación Carismática.
Intervinieron con importantes ponencias: Card. Léon-Joseph Suenens, Mons. Paul Joseph Cordes, Card. Giacomo Biffi y Mons. Lucas Moreira Neves.
Cada vez resulta más evidente la actuación del Espíritu de Cristo a través de estos movimientos carismáticos de laicos al servicio de la Iglesia para hacer presente a Cristo en la historia.
Discurso del Santo Padre al II Coloquio Internacional de los Movimentos Eclesiales
«Queridos hermanos en el Episcopado, y vosotros todos, queridos participantes en el Segundo Coloquio Internacional de los Movimientos Eclesiales:
1. Es para mí una verdadera alegría recibiros hoy, tras algunos años del encuentro con motivo de vuestro anterior congreso.
Deseo ante todo expresar mi beneplácito por la continuidad de esta iniciativa, que se presenta como muy útil para el fin de favorecer una comunión cada vez mayor entre los Movimientos eclesiales y todo el pueblo de Dios, en particular con sus Pastores.
El gran florecimiento de estos Movimientos y las manifestaciones de energía y de vitalidad eclesiales que les caracterizan deben ser considerados ciertamente como uno de los frutos más bellos de la vasta y profunda renovación espiritual, promovida por el último Concilio.
Podemos encontrar en los documentos conciliares, una clara referencia a los movimientos eclesiales sobre todo allí donde se afirma que «el Espíritu Santo (...) dispensa a los fieles todo orden de gracias especiales, con las cuales les vuelve aptos y disponibles para asumir diversas obras y trabajos, útiles a la renovación y a la mayor expansión de la Iglesia, según aquellas palabras: 'A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para que redunde en ventaja de todos' (1 Cor 12, 7)». (Lumen Centium (16, 12).
2. Cristo, nos dice el Concilio, «realiza su oficio profético (...) no sólo por medio de la Jerarquía, la cual enseña el nombre y con la potestad de Él, sino también por medio de los laicos, que por ello los constituye testigos y forma en el sentido de la fe y en la gracia de la palabra, para que la fuerza del Evangelio resplandezca en la vida cotidiana, familiar y social» (I LG, 35). De este modo asistimos en la historia de la Iglesia continuamente al fenómeno de grupos más o menos vastos de fieles, los cuales, por un impulso misterioso del Espíritu, fueron empujados espontáneamente a asociarse con el fin de perseguir determinados fines de caridad o de santidad, en relación a las necesidades concretas de la Iglesia en su tiempo o también para colaborar en su misión esencial y permanente.
Este derecho está abiertamente reconocido en el nuevo Código de Derecho Canónico, el cual habla de «asociaciones con fines caritativos y espirituales para promover la vocación cristiana en el mundo» (Can 215 ): palabras que ciertamente nosotros podemos referir también a los movimientos eclesiales.
3. Y éstos tienen, en la Iglesia, una función bien concreta, y podemos decir sin duda insustituible. «Los movimientos apostólicos -se dice en la relación final del último Sínodo de los Obispos (P. II. n, 4 )- y los nuevos movimientos de espiritualidad, si permanecen rectamente en la comunión eclesial, son portadores de gran esperanza». Si se realizan de modo genuino, éstos se fundan sobre aquellos «dones carismáticos», los cuales junto con los «dones jerárquicos» -es decir los ministerios ordenados-forman parte de aquellos dones del Espíritu Santo con los cuales está adornada la Iglesia, Esposa de Cristo.
Dones carismáticos y dones jerárquicos son diferentes pero también recíprocamente complementarios. En efecto, como dice San Pablo, nosotros los cristianos, «aún siendo muchos, somos un sólo cuerpo en Cristo y cada uno por su parte somos miembros los unos de los otros» (Rm 12,5). Por eso Dios ha querido que «no hubiera desunión en el cuerpo, sino más bien que los distintos miembros tuviesen cuidado los unos de los otros» (I Cor. 12, 25), cada uno según la propia función.
En la Iglesia, tanto el aspecto institucional como el carismático, tanto la Jerarquía como las Asociaciones y Movimientos de fieles son coesenciales y concurren a la vida, a la renovación, a la santificación, aunque sea de modo diferente y tal que haya un intercambio, una comunión recíproca: los Pastores de la Iglesia son los «administradores de la gracia» (LG, 26), que salva, purifica y santifica, custodian el depósito de la Palabra de Dios y, en el gobierno del Pueblo de Dios, tienen también la responsabilidad de dar el juicio definitivo sobre la autenticidad de los carismas (LG 12).
Los fieles que se reúnen en las Asociaciones y en los Movimientos, por su parte, bajo el impulso del Espíritu, tratan de vivir la Palabra de Dios en las circunstancias históricas concretas, estimulándose, con su propio testimonio, con un siempre renovado progreso espiritual, vivificando evangélicamente las realidades temporales y los valores del hombre y enriqueciendo a la Iglesia con una infinita e inagotable variedad de iniciativas en el campo de la caridad y de la santidad.
4. Vuestro congreso presupone, lo sé, estas convicciones: esforzaos sin embargo en hacerlo de modo tal que éstas sean, en el Pueblo de Dios, un patrimonio cada vez más sólidamente establecido, tratando de evitar aquella despreciable contraposición entre carismas e institución, que es muy deletérea, tanto para la unidad de la Iglesia, como para la unidad de su misión en el mundo y para la misma salvación de las almas.
Esta unidad de la Iglesia en la multiplicidad de sus componentes es un valor que se debe persuadir constantemente, porque siempre, aquí y ahora, está en peligro: y se puede tener sólo mediante el esfuerzo de todos, tanto de los Pastores como de los fieles; es un recíproco encontrarse basado en la caridad, en la humildad, en la lealtad y, en suma, en el ejercicio de todas las virtudes cristianas.
La Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, os asista en vuestros trabajos y los haga fecundos con amplios y duraderos resultados para un crecimiento común en la unidad y en la colaboración recíproca, y para dar a la Iglesia una mayor credibilidad en su testimonio a los hombres de nuestro tiempo.
De corazón os bendigo a todos, junto con vuestras familias y vuestros amigos».
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