Testimonio del renacimiento religioso en la Unión Soviética de los años '80
La buena nueva proclamada por Juan Bautista y confirmada por Cristo mismo es la presencia del Salvador en medio de su pueblo: el Esperado de las gentes, Aquél que cada corazón espera, consciente o inconscientemente, como la plenitud y la verdad, está presente entre nosotros.
«Yo soy el camino, la verdad y la vida»: la tentación de los cristianos en la historia ha sido siempre no tomar en serio este anuncio, de limitarlo a algún aspecto de la existencia, de proyectarlo en el más allá después de la muerte. Soloviev, uno de los más grandes pensadores rusos, comentaba: «Cristo se ha puesto en el centro de tu habitación, y es inútil que intentes relegarlo a un rincón». Skovoroda, otro filósofo ruso, decía refiriéndose a los Padres de la Iglesia: «Si uno me pregunta qué es el hombre, yo respondo: el corazón del hombre es Cristo».
Según la tradición de los Padres de la Iglesia, sobre todo los Padres orientales, el hombre es imagen de Dios, icono de Cristo, porque Dios al crear al hombre, a cada hombre, tiene delante de sí el modelo de Cristo. Como dice Evagrio el Monje: «Si conocieras lo que eres, no mirarías lo que has hecho, sino a la imagen que Dios tenía al crearte».
La fisonomía, la imagen que caracteriza al hombre es la de Dios, mucho más que sus pecados, límites o virtudes (como decía S. Gregorio Nazianceno: «Bajo cada aspecto nosotros somos Él»). Por eso la actitud más adecuada para comprender al hombre es el estupor por la grandeza a la que estamos llamados, un estupor que está en condiciones de comprender todo sin censurar nada. A los de fuera del estupor les queda sólo el esquematismo, que reduce la realidad a nuestras opiniones y, en última instancia, la trastorna.
El estupor es la actitud más profunda y creativa, porque es el reconocimiento de la sacralidad de la vida, de la sustancia más verdadera de la realidad, que es Cristo: Cristo «informa» cada cosa, es la forma, la esencia más profunda de cada cosa, es «mi forma». Este estupor hace la vida fecunda, porque la fecundidad es proporcional a la adhesión a la verdad: «Quién permanece en mí da mucho fruto».
El renacimiento cristiano en la URSS parte propiamente de la conciencia, límpida, profunda y llena de estupor de que Cristo resucitado es el corazón de la existencia: de aquí ha nacido una vida nueva, una cultura nueva que está transformando Rusia. El Padre Gleb Jakunin, uno de los primeros animadores del renacimiento cristiano, decía: «A Cristo Salvador en la plenitud de la divinidad se liga toda la plenitud de la naturaleza humana. Esto significa que no hay actividad humana alguna que no esté llamada a reconocer a Cristo, no hay esfera de la actividad humana que no esté animada por Cristo». Con estas palabras volvía a llamar a su pueblo a una respuesta espiritual, a una responsabilidad, a una actividad a través de la cual se manifiesta la potencia de Cristo.
Nadezda Man del' stam, esposa de uno de los más grandes poetas rusos de nuestra época, Osip Mandel'stam, muerto en un hospital psiquiátrico, pasó años y años guardando la poesía de su marido, que la policía intentaba secuestrar, escondiéndola en casa de amigos y conocidos y aprendiéndola de memoria para que no se perdiera. En su libro de memorias, Nadezda ha escrito: «El mundo europeo ha edificado su cultura bajo el símbolo de la cruz, que hace memoria de un hombre que ha sido crucificado. En la base de esta cultura está la relación con la persona como valor supremo. Debemos aprender de nuevo que cada destino individual es símbolo de aquel día histórico, que cada destino singular vale por el amor infinito del Dios crucificado». Desde el momento en que Cristo se ha dado a sí mismo por nosotros, ha muerto y resucitado por nosotros, son verdaderas para cada uno de nosotros las palabras del Padre: «Tu eres precioso a mis ojos».
El renacimiento cristiano en Rusia hunde su raíz en el descubrimiento del valor absoluto de la persona en Cristo, de la predilección particular y personal que Cristo tiene por cada uno de nosotros: de aquí surge también la misión. Como dice Siniavski: «la santidad es el brillo de tu luz, oh Señor»; la santidad no es producto de la virtud o el mérito, sino la reverberación de Cristo que a través de nuestras personas se manifiesta como Señor del cosmos y de la historia.
Safarevic, un gran matemático ruso, decía «Si todo depende de Dios, esto significa que todo depende de los hombres»; en efecto, Dios construye la historia, pero la construye a través del corazón del hombre, que asume así una responsabilidad infinita, «por todos y por todo», como les gustaba repetir a los autores del samizdat, la editorial clandestina rusa.
El hombre instintivamente tiende a infravalorarse en una falsa humildad, o por el contrario, a sobrevalorarse en una falsa autonomía; la única verdad, sin embargo, es que «Cristo es el hombre», es decir, el hombre no es nada porque todo le ha sido dado por Dios, pero al mismo tiempo es todo porque participa de la plenitud de Cristo. No existe conversión sin la certeza de: ser «nada» y «todo»; la falta de osadía es, en el fondo, falta de humildad, porque no se reconoce que Cristo es el corazón y el Señor de la vida.
Los jóvenes de la comunidad ortodoxa de Moscú y Leningrado escriben: «Reconocemos nuestra enfermedad y nuestra debilidad, pero sentimos ser el material vivo con el que Cristo renueva la historia; sentimos la grandeza de la responsabilidad que cae sobre nuestras espaldas, al escoger el camino y a la hora de dirigir nuestras energías».
La primera consecuencia que deriva de esta actitud es la paz, parte integrante del arrepentimiento cristiano; el arrepentimiento cristiano, en efecto, no es principalmente el disgusto de no haber sido buenos y el propósito de serlo (sería aún partir de sí mismos), sino el dolor por haber olvidado la Fuente de agua viva, y el retorno contrito y pacificante a ella.
Sander Riga, un gran amigo nuestro de Moscú que hace poco ha acabado en un manicomio a causa de su fe, se había convertido a una edad adulta después de haber pasado a través de experiencias variadas, siempre a la búsqueda de una plenitud humana que, sin embargo, no ha conseguido encontrar ni en la ideología ni en la diversión. Poco antes de haber sido arrestado había dejado escrito: «Una tormentosa incapacidad de comprender el sentido de la vida, un sagaz pragmatismo, un escepticismo irreductible, un descarado cinismo, el deseo de gozar de la vida y la desilusión: he aquí el balance de mis treinta años. El Señor puede construir también a través de nuestras caídas: debemos sólo estar vigilantes. Toco con la mano mi nulidad, pero no sé por qué no me rasgo los vestidos, no me lleno la cabeza de ceniza. El grito de la esperanza es más fuerte que el eco de mi desgracia. Mi voluntad y mi inteligencia han resistido largo tiempo, pero al final se me han rendido. Yo he vencido. No ha sido una capitulación ante el adversario, sino la reconciliación con el Padre. Su posesión de mí es mi liberación».
En una carta a los jóvenes de Occidente, los jóvenes de una comunidad ortodoxa de Moscú escriben: «Creemos y estamos cada vez más convencidos que todos los valores positivos de la vida pueden ser comprendidos y adquiridos sólo a través de Cristo. Si hay valores que parecen extraños a Él es porque no tenemos bastante fe y libertad, bastante amor, coraje y desinterés para caminar hacia Cristo y en Él, y sólo en Él, buscar respuesta. Estamos profundamente convencidos, y os lo testimoniamos, que no hay otro nombre bajo el cielo en el que podamos encontrar salvación. Sabemos que todo lo que hay en el mundo le pertenece y a Él debe ser reconducido. Sabemos que para Él no existe lo imposible y estamos prontos a seguirlo a dondequiera que nos lleve». Esta decisión no nace de una voluntad propia, sino de la conciencia de que Cristo es el corazón de la existencia, y que convertirse a Él significa convertirse al todo, al valor sumo, a la felicidad más grande, a la paz más profunda.
El Padre Statkevicius, un sacerdote católico lituano de cuarenta y seis años, ha sido condenado el año pasado a seis años en un hospital psiquiátrico y cuatro de cárcel porque era el guía espiritual de la Iglesia lituana ( el 80 % de la población lituana es católica y el régimen es impotente para disgregar este movimiento del pueblo). Durante el proceso, Statkevicius ha dicho: «Agradezco al Señor haberme permitido trabajar fructuosamente en estos años; si tuviera que comenzar de nuevo volvería a hacer lo mismo, con mayor empeño aún. He trabajado por el Señor allí donde él me ha destinado, y también ahora es Él mismo quien me manda allí donde soy más necesario: hoy el Señor simplemente me traslada de la parroquia al hospital psiquiátrico. Alabados sean Jesucristo y María»·.
Cosas de este estilo sólo se pueden decir si es verdad que «vivir es Cristo»: sólo así el hospital psiquiátrico se convierte en un lugar de vida, de esperanza, de resurrección.
El mismo Statkevicius escribe en la última carta desde el hospital psiquiátrico: «Recordadme ante el Señor, pedidle que pueda siempre dar significado a todo y ofrecer todo a Dios, de manera que en mi vida no existan días vacíos... Dondequiera que estemos, el Cristo que ha vencido la muerte nos alcanza y nos regenera. ¡Qué triste es la vida si no se comprende el Misterio de Cristo muerto y resucitado!».
Ahora desde Lituania escribe Vytautas Skuodis, un profesor universitario apartado de la enseñanza y recluido en un hospital psiquiátrico porque quería entrar a formar parte del «Comité católico para la defensa de los derechos de los creyentes»: «El tiempo pasado en el hospital psiquiátrico (gulag) no ha sido tiempo perdido, sino fecundo para la renovación espiritual... Nuestra vida tiene sentido también en estas condiciones: no importa si nos encontramos detrás de las rejas o las alambradas; lo importante es poder ofrecer nuestro sacrificio en unión con el sacrificio de Cristo».
Estas personas son los grandes santos de nuestra época; sin embargo, no son héroes, sino hombres que tienen nuestros mismos miedos, nuestras mismas limitaciones, pero han comprendido y creen firmemente que Cristo es la consistencia, el corazón de la vida. Es sólo esta certeza la que les fortalece y les hace libres y estar en paz, independientemente de las circunstancias. Querría terminar citando la carta escrita a Veniamin Markevic por su esposa, poco antes del proceso. Markevic, un cristiano baptista, con once hijos, había estado internado ya durante un año en un gulag. Arrestado nuevamente pocos meses después, fue condenado a cinco años de gulag: «Amadísimo del Señor, de mí, de los hijos, de los amigos: que Dios te bendiga en estos momentos difíciles. (...) Amor mío, querría recordarte que contigo está el Señor, los chicos, la verdad y la justicia. No tengas miedo, sé fuerte y muy valiente; la lucha es tremenda, pero la luz vence siempre a las tinieblas (...) Si Dios quiere, estaré junto a ti, codo a codo, en el banquillo de los acusados. Recuerda que llevas sobre ti las injurias de Cristo, que en ti Él es calumniado, escarnecido y despreciado en nuestros días. Por eso te suplico que no deshonres Su nombre, muestra que eres hijo de Dios. Quiero verte fuerte, imperturbable, mantener alto el estandarte del amor. Espera en Él, no te abandonará. Yo estoy dispuesta a aceptar todo aquello que el Señor quiera. Tu Ljuba que te ama y que está siempre contigo».
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