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Huellas N.3, Julio/Agosto 1986

MEETING '86

No hay noticia sin experiencia

Enrique Arroyo

La comunicación de hechos nuevos, el acontecer de «noticias», sucesos que afectan y cambian la vi­da del hombre, ha sido un factor decisivo en el desarrollo de toda ci­vilización. Hoy todo es noticia; más aún: o es noticia o no existe. Estamos capacitados para poseer gran cantidad de informaciones y datos; conocemos en un tiempo record los más dispares sucesos que acontecen en cualquier lugar del mundo, pe­ro nada de esto nos afecta. Apare­cemos sobrecargados de noticias sin que éstas nos cambien cualitativa­mente: -«Nosotros, ojeando el pe­riódico, morimos solitarios en nues­tro angosto y superfluo diván. Y en aquel momento ninguna informa­ción nos sirve. La información se vuelve para nosotros como un par de pantalones de tela extranjera. Un motivo para hacernos admirar y basta» (Mysli Vrasplokh. A. Sinyavski)-; por ello surge la pre­gunta: en la civilización de los me­dios de comunicación, ¿cómo con­servar la admiración y el estupor frente a los hechos?
Estas consideraciones hacen des­tacar la importancia de la séptima edición del «Meeting por la amis­tad entre los pueblos» que tendrá lugar en la ciudad italiana de Rí­mini entre el 23 y el 30 de agosto. El título elegido en esta ocasión, «Tambores, Bits, Mensajes», no res­ponde exclusivamente a la impor­tancia que la comunicación tiene en la era de la informática, sino que, sobre todo, quiere poner en discu­sión la verdad, la posibilidad para todo hombre de ser verdadero.

COMUNICACIÓN Y EXPERIENCIA
Una profunda convicción sub­yace en el Meeting de este año: «No hay noticia sin experiencia». La ex­periencia es la condición de la auténtica noticia, al igual que sin vida no hay arte o sin relación no es posible la educación.
Todo lo que sucede en la vida se origina por hechos; la vida del hombre está continuamente relacionada con acontecimientos res­pecto a los cuales o se implica acti­vamente haciendo experiencia o los soporta y evita como si no existie­ran. En cada momento, el hombre escoge qué posición asumir frente a las cosas que ocurren, y esta elec­ción determina su crecimiento. La experiencia posibilita una novedad en todo lo que sucede de modo que cualquier acontecimiento puede significar una ocasión de crecimien­to y cambio. ¿Qué significa entonces la experiencia? Significa asumir una posición moral hacía la reali­dad, es decir, no aprisionar todo cuanto ocurre en el rígido marco de mis opiniones o determinarlo por la variabilidad de mis sentimientos. Al contrario, supone estar abiertos a encontrar el sentido de todas las cosas que suceden, buscar la rela­ción entre la razón de mi vida y el acontecer histórico. Se necesita, en­tonces, un corazón humano para percibir que algo es noticia. Es es­to lo que permite a la comunicación convertirse en algo grande, fecundo e irrepetible de modo que ni el más sofisticado cerebro electrónico puede llegar a imitarla.
Antes tam­bores, ahora bits: instrumentos vá­lidos únicamente en la medida en que existe un mensaje con conte­nido humano, es decir, si hay real­mente un sujeto con experiencia para transmitir. Por esto, ahora cuando estamos llamados a convi­vir con avanzados instrumentos de comunicación, se plantea como el deseo más justo que noticias verda­deras puedan cambiar aún nuestras vidas.
Por este motivo, desde siempre en el Meeting ha tenido gran im­portancia la experiencia de los hombres que lo llevan a cabo, la de aquellos que han participado, in­tervenido con sus testimonios de ar­te, vida y cultura. De este modo, el Meeting se constituye como un lugar para el encuentro, gesto de experiencia, sujeto de comunica­ción,
«Tambores, Bits, Mensajes» es, por lo tanto, un Meeting sobre la verdad, sobre el conocimiento y la comunicación del significado últi­mo de las cosas y su relación con la existencia humana.

LA VIOLENCIA DE LA INFORMACIÓN
¿En qué se convierte la comu­nicación?, resulta lícito preguntarse actualmente, cuando la experien­cia cada vez se toma menos en se­rio. En la mera y violenta contra­posición de opiniones. La opinión es lo contrarío a la experiencia, su origen no son los hechos y niega que se pueda encontrar una verdad en los mismos, en la historia, en la vida. Todo resulta opinable; en consecuencia, las opiniones tienen que defenderse, argumentarse, im­ponerse, utilizarse mediante el po­der.
En el mundo de la opinión el consenso se define como una pieza indispensable. Se ha sustituido la cultura basada sobre el encuentro y el diálogo por la cultura del con­senso y del acuerdo: opiniones transformadas y homogeneizadas tras una negociación adecuada. La verdad se sacrifica en favor de la unidad y no se intenta fundar ésta en aquella.
Resulta curioso observar cómo la misma cultura que ha creado los medios técnicos capaces de transmi­tir informaciones y comunicarse en un tiempo mínimo, paradójicamente, ha perdido la auténtica ca­pacidad de comunicación. Cada vez cuentan menos los hechos: las di­versas opiniones condicionan de forma más evidente su presenta­ción, anestesiando así la capacidad perceptiva y valorativa de los recep­tores. Los acontecimientos se con­vierten en noticia en la medida en que se corresponden con el punto de vista que rige un determinado medio informativo y no por sus ca­racterísticas objetivas. Incluso se lle­gan a silenciar hechos y realidades chocantes con los planteamientos del medio. Allí donde la fuerza de la experiencia tiende a existir y co­municarse se enfrenta inevitable­mente con el poder violento de la opinión.
Olegario González de Cardedal (1), al hablar sobre la razón ética de la información, señala: «no se da información objetiva de todo lo que pasa y no se quieren entender las razones que el prójimo tiene para pensar como piensa y actuar como actúa. Se habla desde tópicos o des­de ideologías cerradas de antema­no». La información se configura hoy como un problema político y más que nunca se ponen en juego la dignidad ética y madurez cultu­ral de los informadores.,
La cuestión no consiste en dis­cutir la utilidad y eficacia de los me­dios de comunicación, pero sí la mentira que los impregna. Desen­mascarar esta mentira significa po­sibilitar nuevamente la experiencia, plantear la pregunta humana sobre la verdad, desarrollar su exigencia de noticias y hechos nuevos.

(1) En su libro «La gloria del hombre».


El conjunto de encuentros y mesas redondas que se desarrollarán en el Meeting de este año sirven de hilo conductor de la temática de «Tambores, Bits, Mensajes».
La primera de las mesas redondas plantea la pregunta cla­ve del Meeting de este año:
«¿Hay noticia sin experiencia?».
El deseo de comunicar del hombre nace de encuentros sig­nificativos para su vida, de una experiencia que moviliza a la persona y que merece trasmitirse a los demás. En este senti­do, la segunda mesa redonda pretende ser expresión de la iden­tidad del Meeting: «La buena noticia es un hecho», a cargo del cardenal de Paris Jean Marie Lustiger. La palabra no vive de un modo autónomo: es, al contrario, el eco de una experien­cia. Este eco recorre la historia del hombre, el eco del hecho que Dios se ha hecho compañero del hombre. Un hecho que puede hacerse de nuevo actual.
A esta primera serie de mesas redondas sucede una segun­da en las que se investigan los hechos positivos que la comu­nicación genera:
«Espera de noticia, espera de lo sagrado», «Pa­labra, gesto humano», «Códices y tambores: huellas de civiliza­ción», «El lenguaje del hombre», «El mensaje del arte». Por último, una tercera serie de encuentros en los que se dialoga críticamente con las formas de la comunicación con­temporánea: «Maravilla de los hechos, escepticismo de la infor­mación», «La inteligencia artificial y el hombre», «Soft para el desarrollo».



A propósito del tema del Meeting de este año, «Medios de comunicación. Servir la causa del hombre» reproducimos un discurso del Papa a los representantes de los medios de comunicación.
Queridos amigos, represen­tantes de medios de comunica­ción social:
Recibid ante todo mi cordial saludo, lleno de estima hacia la importantísima función que de­sarrolláis en la sociedad moder­na.
Ahora quiero entretenerme con vosotros, que representáis los centros programadores, co­lectores y difusores de esa in­gente actividad del complejo mundo de la comunicación en sus varias formas. Un mundo de importancia capital en la vida de nuestro tiempo por la deli­cadeza y extensión del fenóme­no al que se refiere.
En efecto, a través de los organismos que dependen de vo­sotros podéis recoger y ponde­rar el latido vital de nuestras so­ciedades. Transmitiendo esa «historia diaria» -y haciéndola en parte- a tantos millones de personas.
Es un hecho que se nos hace habitual, pero no por eso resulta menos espectacular.
Hoy el mundo es con frecuencia una inmensa audiencia y un único público, unido en torno a los mismos acontecimientos culturales, deportivos, políticos y religiosos.
La información y cultura han creado la necesidad de po­tenciarlas, y vosotros os dedi­cáis a esa hermosa tarea. Un ser­vicio de incalculable trascenden­cia. Por las posibilidades enor­mes que encierra y la necesidad de no limitarse a informar, si­no de promover los bienes de la inteligencia, de la cultura y de la convivencia, creando a la vez una recta opinión pública, tal como solicita el Concilio Vati­cano II (cfr. Inter mirifica, 8).
He pronunciado una palabra bien pensada: servicio. Porque, en efecto, con vuestro trabajo servís y debéis servir la causa del hombre en su integridad: en su cuerpo, en su espíritu, en su ne­cesidad de honesto esparcimiento, de alimento cultural y reli­gioso, de correcto criterio mo­ral para su vida individual y so­cial.
Se trata de una noble misión que enaltece a quien la ejerce dignamente, porque presta una valiosísima contribución al bien de la sociedad, a su equilibrio y enriquecimiento. Por eso la Iglesia atribuye tanta importan­cia al sector de la comunicación social y de transmisión de la cul­tura. Por ello no duda en invi­tar a los cristianos a adquirir la necesaria competencia técnica y trabajar con buena conciencia en ese sensible campo, donde es­tán en juego tan altos valores.
Al hacer con vosotros estas reflexiones no puedo menos de pensar en que hay mucho de co­mún entre vuestra misión y la mía, en cuanto servidores que somos de la comunicación entre los hombres. Me correspon­de a mí, de manera singular, transmitir a la humanidad la buena noticia del Evangelio y con ella el mensaje de amor, de justicia y paz de Cristo. Valores que tanto podéis favorecer vo­sotros, en vuestro esfuerzo por hacer un mundo más unido, pacífico y humano, donde brille la verdad y la moralidad.
Un sector que tan de cerca toca la información y formación del hombre y de la opinión pública es lógico que tenga exi­gencias muy apremiantes de ca­rácter ético. Entre ellas están la de que quienes se dedican a la comunicación «conozcan y lle­ven a la práctica fielmente en es­te campo las normas de orden moral» (lnter mirifica, 4) y que «la información sea siempre verdadera», respetando «escru­pulosamente las leyes morales y los legítimos derechos y digni­dad del hombre» (ibid., 5).
Así, desde una dimensión antropológica no reductiva, se podrá ofrecer un servicio de comunicación que responda a la verdad profunda del hombre. Y en la que las normas de la ética profesional hallen su sentido de convergencia con la verdad que aporta el cristianismo.
La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre lleva consigo sus pro­pias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero el res­ponsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse la imposible objetividad. Si es difícil una objetivi­dad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia ética y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal, político, económico o de grupo.
Para las personas de vuestra profesión existen numerosos textos deontológicos, la mayo­ría elaborados con gran sensibi­lidad ética. Ellos os animan a respetar la verdad, a defender el legítimo secreto profesional, a huir del sensacionalismo, a te­ner muy en cuenta la formación moral de la infancia y de la ju­ventud, a promover la convi­vencia en el legítimo pluralismo de personas, grupos y pueblos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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