La comunicación de hechos nuevos, el acontecer de «noticias», sucesos que afectan y cambian la vida del hombre, ha sido un factor decisivo en el desarrollo de toda civilización. Hoy todo es noticia; más aún: o es noticia o no existe. Estamos capacitados para poseer gran cantidad de informaciones y datos; conocemos en un tiempo record los más dispares sucesos que acontecen en cualquier lugar del mundo, pero nada de esto nos afecta. Aparecemos sobrecargados de noticias sin que éstas nos cambien cualitativamente: -«Nosotros, ojeando el periódico, morimos solitarios en nuestro angosto y superfluo diván. Y en aquel momento ninguna información nos sirve. La información se vuelve para nosotros como un par de pantalones de tela extranjera. Un motivo para hacernos admirar y basta» (Mysli Vrasplokh. A. Sinyavski)-; por ello surge la pregunta: en la civilización de los medios de comunicación, ¿cómo conservar la admiración y el estupor frente a los hechos?
Estas consideraciones hacen destacar la importancia de la séptima edición del «Meeting por la amistad entre los pueblos» que tendrá lugar en la ciudad italiana de Rímini entre el 23 y el 30 de agosto. El título elegido en esta ocasión, «Tambores, Bits, Mensajes», no responde exclusivamente a la importancia que la comunicación tiene en la era de la informática, sino que, sobre todo, quiere poner en discusión la verdad, la posibilidad para todo hombre de ser verdadero.
COMUNICACIÓN Y EXPERIENCIA
Una profunda convicción subyace en el Meeting de este año: «No hay noticia sin experiencia». La experiencia es la condición de la auténtica noticia, al igual que sin vida no hay arte o sin relación no es posible la educación.
Todo lo que sucede en la vida se origina por hechos; la vida del hombre está continuamente relacionada con acontecimientos respecto a los cuales o se implica activamente haciendo experiencia o los soporta y evita como si no existieran. En cada momento, el hombre escoge qué posición asumir frente a las cosas que ocurren, y esta elección determina su crecimiento. La experiencia posibilita una novedad en todo lo que sucede de modo que cualquier acontecimiento puede significar una ocasión de crecimiento y cambio. ¿Qué significa entonces la experiencia? Significa asumir una posición moral hacía la realidad, es decir, no aprisionar todo cuanto ocurre en el rígido marco de mis opiniones o determinarlo por la variabilidad de mis sentimientos. Al contrario, supone estar abiertos a encontrar el sentido de todas las cosas que suceden, buscar la relación entre la razón de mi vida y el acontecer histórico. Se necesita, entonces, un corazón humano para percibir que algo es noticia. Es esto lo que permite a la comunicación convertirse en algo grande, fecundo e irrepetible de modo que ni el más sofisticado cerebro electrónico puede llegar a imitarla.
Antes tambores, ahora bits: instrumentos válidos únicamente en la medida en que existe un mensaje con contenido humano, es decir, si hay realmente un sujeto con experiencia para transmitir. Por esto, ahora cuando estamos llamados a convivir con avanzados instrumentos de comunicación, se plantea como el deseo más justo que noticias verdaderas puedan cambiar aún nuestras vidas.
Por este motivo, desde siempre en el Meeting ha tenido gran importancia la experiencia de los hombres que lo llevan a cabo, la de aquellos que han participado, intervenido con sus testimonios de arte, vida y cultura. De este modo, el Meeting se constituye como un lugar para el encuentro, gesto de experiencia, sujeto de comunicación,
«Tambores, Bits, Mensajes» es, por lo tanto, un Meeting sobre la verdad, sobre el conocimiento y la comunicación del significado último de las cosas y su relación con la existencia humana.
LA VIOLENCIA DE LA INFORMACIÓN
¿En qué se convierte la comunicación?, resulta lícito preguntarse actualmente, cuando la experiencia cada vez se toma menos en serio. En la mera y violenta contraposición de opiniones. La opinión es lo contrarío a la experiencia, su origen no son los hechos y niega que se pueda encontrar una verdad en los mismos, en la historia, en la vida. Todo resulta opinable; en consecuencia, las opiniones tienen que defenderse, argumentarse, imponerse, utilizarse mediante el poder.
En el mundo de la opinión el consenso se define como una pieza indispensable. Se ha sustituido la cultura basada sobre el encuentro y el diálogo por la cultura del consenso y del acuerdo: opiniones transformadas y homogeneizadas tras una negociación adecuada. La verdad se sacrifica en favor de la unidad y no se intenta fundar ésta en aquella.
Resulta curioso observar cómo la misma cultura que ha creado los medios técnicos capaces de transmitir informaciones y comunicarse en un tiempo mínimo, paradójicamente, ha perdido la auténtica capacidad de comunicación. Cada vez cuentan menos los hechos: las diversas opiniones condicionan de forma más evidente su presentación, anestesiando así la capacidad perceptiva y valorativa de los receptores. Los acontecimientos se convierten en noticia en la medida en que se corresponden con el punto de vista que rige un determinado medio informativo y no por sus características objetivas. Incluso se llegan a silenciar hechos y realidades chocantes con los planteamientos del medio. Allí donde la fuerza de la experiencia tiende a existir y comunicarse se enfrenta inevitablemente con el poder violento de la opinión.
Olegario González de Cardedal (1), al hablar sobre la razón ética de la información, señala: «no se da información objetiva de todo lo que pasa y no se quieren entender las razones que el prójimo tiene para pensar como piensa y actuar como actúa. Se habla desde tópicos o desde ideologías cerradas de antemano». La información se configura hoy como un problema político y más que nunca se ponen en juego la dignidad ética y madurez cultural de los informadores.,
La cuestión no consiste en discutir la utilidad y eficacia de los medios de comunicación, pero sí la mentira que los impregna. Desenmascarar esta mentira significa posibilitar nuevamente la experiencia, plantear la pregunta humana sobre la verdad, desarrollar su exigencia de noticias y hechos nuevos.
(1) En su libro «La gloria del hombre».
El conjunto de encuentros y mesas redondas que se desarrollarán en el Meeting de este año sirven de hilo conductor de la temática de «Tambores, Bits, Mensajes».
La primera de las mesas redondas plantea la pregunta clave del Meeting de este año: «¿Hay noticia sin experiencia?».
El deseo de comunicar del hombre nace de encuentros significativos para su vida, de una experiencia que moviliza a la persona y que merece trasmitirse a los demás. En este sentido, la segunda mesa redonda pretende ser expresión de la identidad del Meeting: «La buena noticia es un hecho», a cargo del cardenal de Paris Jean Marie Lustiger. La palabra no vive de un modo autónomo: es, al contrario, el eco de una experiencia. Este eco recorre la historia del hombre, el eco del hecho que Dios se ha hecho compañero del hombre. Un hecho que puede hacerse de nuevo actual.
A esta primera serie de mesas redondas sucede una segunda en las que se investigan los hechos positivos que la comunicación genera: «Espera de noticia, espera de lo sagrado», «Palabra, gesto humano», «Códices y tambores: huellas de civilización», «El lenguaje del hombre», «El mensaje del arte». Por último, una tercera serie de encuentros en los que se dialoga críticamente con las formas de la comunicación contemporánea: «Maravilla de los hechos, escepticismo de la información», «La inteligencia artificial y el hombre», «Soft para el desarrollo».
A propósito del tema del Meeting de este año, «Medios de comunicación. Servir la causa del hombre» reproducimos un discurso del Papa a los representantes de los medios de comunicación.
Queridos amigos, representantes de medios de comunicación social:
Recibid ante todo mi cordial saludo, lleno de estima hacia la importantísima función que desarrolláis en la sociedad moderna.
Ahora quiero entretenerme con vosotros, que representáis los centros programadores, colectores y difusores de esa ingente actividad del complejo mundo de la comunicación en sus varias formas. Un mundo de importancia capital en la vida de nuestro tiempo por la delicadeza y extensión del fenómeno al que se refiere.
En efecto, a través de los organismos que dependen de vosotros podéis recoger y ponderar el latido vital de nuestras sociedades. Transmitiendo esa «historia diaria» -y haciéndola en parte- a tantos millones de personas.
Es un hecho que se nos hace habitual, pero no por eso resulta menos espectacular.
Hoy el mundo es con frecuencia una inmensa audiencia y un único público, unido en torno a los mismos acontecimientos culturales, deportivos, políticos y religiosos.
La información y cultura han creado la necesidad de potenciarlas, y vosotros os dedicáis a esa hermosa tarea. Un servicio de incalculable trascendencia. Por las posibilidades enormes que encierra y la necesidad de no limitarse a informar, sino de promover los bienes de la inteligencia, de la cultura y de la convivencia, creando a la vez una recta opinión pública, tal como solicita el Concilio Vaticano II (cfr. Inter mirifica, 8).
He pronunciado una palabra bien pensada: servicio. Porque, en efecto, con vuestro trabajo servís y debéis servir la causa del hombre en su integridad: en su cuerpo, en su espíritu, en su necesidad de honesto esparcimiento, de alimento cultural y religioso, de correcto criterio moral para su vida individual y social.
Se trata de una noble misión que enaltece a quien la ejerce dignamente, porque presta una valiosísima contribución al bien de la sociedad, a su equilibrio y enriquecimiento. Por eso la Iglesia atribuye tanta importancia al sector de la comunicación social y de transmisión de la cultura. Por ello no duda en invitar a los cristianos a adquirir la necesaria competencia técnica y trabajar con buena conciencia en ese sensible campo, donde están en juego tan altos valores.
Al hacer con vosotros estas reflexiones no puedo menos de pensar en que hay mucho de común entre vuestra misión y la mía, en cuanto servidores que somos de la comunicación entre los hombres. Me corresponde a mí, de manera singular, transmitir a la humanidad la buena noticia del Evangelio y con ella el mensaje de amor, de justicia y paz de Cristo. Valores que tanto podéis favorecer vosotros, en vuestro esfuerzo por hacer un mundo más unido, pacífico y humano, donde brille la verdad y la moralidad.
Un sector que tan de cerca toca la información y formación del hombre y de la opinión pública es lógico que tenga exigencias muy apremiantes de carácter ético. Entre ellas están la de que quienes se dedican a la comunicación «conozcan y lleven a la práctica fielmente en este campo las normas de orden moral» (lnter mirifica, 4) y que «la información sea siempre verdadera», respetando «escrupulosamente las leyes morales y los legítimos derechos y dignidad del hombre» (ibid., 5).
Así, desde una dimensión antropológica no reductiva, se podrá ofrecer un servicio de comunicación que responda a la verdad profunda del hombre. Y en la que las normas de la ética profesional hallen su sentido de convergencia con la verdad que aporta el cristianismo.
La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero el responsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse la imposible objetividad. Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia ética y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal, político, económico o de grupo.
Para las personas de vuestra profesión existen numerosos textos deontológicos, la mayoría elaborados con gran sensibilidad ética. Ellos os animan a respetar la verdad, a defender el legítimo secreto profesional, a huir del sensacionalismo, a tener muy en cuenta la formación moral de la infancia y de la juventud, a promover la convivencia en el legítimo pluralismo de personas, grupos y pueblos.
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