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Huellas N.06, Junio 2022

LA HISTORIA

El silencio que escucha

Maria Grazia se para delante de la puerta de su despacho y susurra: «Veni Sancte Spiritus. Veni per Mariam». Ya puede entrar y escuchar a esa madre, llena de dolor y rabia por el hijo que ha dado en acogida. Cada día, como responsable del equipo de acogida de Cometa, una experiencia de acogida de menores en Como, Maria Grazia Figini tiene que enfrentarse a situaciones como esta: el sufrimiento de los niños, la fragilidad de los adultos, a veces la injusticia. «Una herida imposible de cerrar, que yo no puedo resolver. En esos pocos segundos pido al Ser el ser. Eso es el silencio: no algo pasivo, sino una acción que está en la raíz del corazón delante de su Presencia, que me permite ponerme a la escucha del otro».

Dentro de la vorágine de sus jornadas, se abre espacio algo que dijo el padre Lepori en los Ejercicios de la Fraternidad: «Para crear en nosotros el silencio que pide, que mendiga, en el fondo basta un instante de conciencia de nuestra distracción, de nuestra superficialidad, aunque sea un instante de dolor, de confusión, de humillación, como cuando Marta sintió el reproche de Jesús porque en ella había demasiado ruido, demasiada agitación, demasiada pretensión, demasiado “saber ya lo que era necesario”».
Una noche, una educadora del centro diurno le dijo: «Lee el mensaje que ha mandado Miriam (nombre ficticio): “El viernes me mudo con los niños a Londres”. ¿Te das cuenta? ¡Dentro de cuatro días! Llevamos dos años acompañándola, se lo he dado todo y ahora me despacha con un mensaje. No sé cómo mirar a la cara a estos niños que no saben nada». Grazia la frena: «Nuestra tarea no es entrometernos en sus decisiones. Tú, en lo más hondo de tu corazón, ¿qué deseas para ellos?». «Que sean felices con su madre». «Perfecto, nuestra tarea esta semana es apoyarles en su decisión».
Las entrevistas, las reuniones organizativas, las decisiones, se suceden en la jornada de Maria Grazia hasta tarde. Un “hacer” continuo, indispensable. Cuando cruza el patio al que dan las casas, Maria Grazia se para a mirar a los niños que juegan al balón. No se pelean, ríen, son felices. «Y pienso: ¡qué grande es Dios! En esos momentos, como Marta, el Señor viene a buscarme. Todo lo que he hecho hasta ese momento está bien, pero yo necesito otra cosa. El silencio coincide con mirar. Es un movimiento del conocimiento y del afecto. Sobre todo, es una iniciativa Suya hacia mí que me mueve hacia otra cosa. Pude verlo en Giussani. Le interesaba todo lo que pasaba, cada persona que encontraba».

A veces, hay situaciones tan trágicas, sobre todo de injusticia, que Grazia está a punto de estallar. Todo se vuelve confuso, no ve ningún camino. Entonces agarra el coche, baja hasta Como y da un paseo por el lago. En soliloquio, se pregunta: «¿Cómo volver a empezar? ¿Por qué los intereses económicos se anteponen a todo lo demás, hasta al bienestar de los niños?». La rabia crece y le lleva a pensar: «¡Hagamos la revolución!». Pero luego: «Si soy como un mosquito, ¿quién se va a fijar?». Sigue caminando, esas preguntas sin respuesta van dejando paso a la jaculatoria al Espíritu Santo y a una oración que aprendió en su juventud. «Oh Señor, Tú que haces descender la paz en el corazón de los hombres, haz que la decisión que tome sea conforme a Tu voluntad». Cuando vuelve a subir al coche no tiene el problema solucionado, ni una nueva estrategia, «pero hago lo único verdaderamente importante: pedir su Presencia para que pueda ser yo misma».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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