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Huellas N.06, Junio 2022

RUTAS

«El diálogo entre los cristianos ya no es una opción sino una necesidad»

Ignacio Santa María

Entrevista al padre Andrey Kordochkin, deán de la catedral de Santa María Magdalena, sede de la Iglesia Ortodoxa Rusa en España y Portugal

Las doradas cúpulas en forma de bulbo resplandecen bajo los rayos de sol en esta agradable mañana de primavera. Me encuentro frente a la catedral de Santa María Magdalena, un inverosímil rincón eslavo ubicado en pleno distrito de Hortaleza (Madrid). Me he citado con el deán de este templo que alberga la sede de la Iglesia ortodoxa rusa en España y Portugal, donde existen unas cincuenta comunidades permanentes repartidas por toda la península. Pese a su posición de referencia para los feligreses ortodoxos rusos y ucranianos, el padre Andrey Kordochkin no tiene reparos en ofrecer su visión de la guerra, muy crítica con el gobierno de Moscú, pero con matices muy interesantes.
«No somos una Iglesia nacional –ni de Rusia ni de Ucrania–, no debemos lealtad a ningún gobierno. Nuestra misión es servir a la comunidad de fieles en España y Portugal, sin preferencias de ninguna clase, porque esta es la naturaleza de la Iglesia», se apresura a manifestar el deán Kordochkin antes de comenzar a responderme. Es un hombre corpulento y de gran estatura. Viste una larga sotana marrón que hace aún más imponente su figura, que no guarda proporción con el pequeño y modesto despacho en el que me recibe.
A la misma hora que hablamos, se están rindiendo los últimos resistentes ucranianos de la acería Azovstal, en Mariúpol, un episodio llamado a quedar grabado en la larga historia de las hazañas bélicas. Sin duda, preocupado por la marcha del conflicto, el clérigo ortodoxo me mira con expresión grave en un rostro enmarcado por una espesa barba y un cabello híspido. Me cuenta que existen treinta comunidades ortodoxas permanentes en España y veinte en Portugal. Sus miembros son ucranianos, moldavos y rusos, en su mayor parte. La mayoría de los fieles de esta catedral de Santa María Magdalena proceden de Ucrania y dos de los cuatro sacerdotes son ucranianos.

Padre Kordochkin, ¿puede darnos detalles de la actividad caritativa y de acogida que se está desplegando con las víctimas de la guerra desde su comunidad?
Unos cinco millones de personas han huido de la guerra en Ucrania. España es uno de los países europeos más alejados geográficamente de Ucrania y no es una de las economías más fuertes. La mayor parte de los refugiados ucranianos que vienen a España llegan hasta aquí porque ya conocen a alguien que los puede ayudar: familiares o amigos que ya residían en este país antes de la guerra. Entre nuestros feligreses, hay muchos que han acogido a personas refugiadas, pero no son desconocidas, sino que son miembros de su familia o de su círculo de amigos. La parroquia y el centro educativo anexo, llamado “Casa Rusia”, han enviado conjuntamente un cargamento de ayuda humanitaria a Ucrania. Los alumnos españoles que estudian idiomas en el centro han hecho una gran labor. También han acogido a varios refugiados, entre ellos a los familiares de un sacerdote que se ha quedado en Jarkov ayudando a la población. Nuestra comunidad les ayuda en lo que puede, pero la inmensa mayoría son ucranianos que vinieron a España a trabajar, están compartiendo piso con otras personas y tienen una capacidad de acogida pequeña. En la medida de lo posible, los estamos ayudando económicamente, con alimentos o con ropa, pero lo más importante es el apoyo espiritual: que se sientan acompañados, no abandonados. Por último, me gustaría resaltar que España está haciendo una enorme labor de acogimiento a los refugiados ucranianos. Tengo que subrayar aquí el trabajo que está haciendo la Iglesia católica, pero también la acogida que están brindando personas con otras creencias o sin ellas.

¿Hasta qué punto es importante para los refugiados de guerra encontrar apoyo espiritual y no solo material?
Tan importante como para cualquier otra persona o incluso más. Una vez que ya están aquí, su vida ya no corre peligro y tienen las necesidades básicas cubiertas, porque el Estado español tiene la obligación de ofrecerles protección. Mientras huían y su vida corría peligro no tenían tiempo para nada que no fuera buscar un refugio, pero cuando perciben que ya están a salvo es cuando empiezan a pensar en cosas más profundas.

Es curioso que, muchas veces, quien acoge es más pobre de lo que era la persona acogida cuando vivía en Ucrania…
Hay casos de esta realidad. Los refugiados a menudo se encuentran con que quienes los acogen en España, que vinieron hace años para poder trabajar, viven de un modo más humilde que como ellos vivían en Ucrania antes de estallar la guerra. No es un país uniforme. Las personas que llegaron a España para trabajar hace años son, en su mayoría, de la parte occidental, de zonas rurales, con el ucraniano como primer idioma y un fuerte sentimiento nacional, pero el perfil de los refugiados es bastante distinto. Por lo que he podido ver, el refugiado es, en su mayor parte, de procedencia urbana, con un nivel educativo alto y de las zonas más orientales, por tanto, rusohablante. Una de las cosas más dramáticas de la guerra es que las personas que más están sufriendo son los rusohablantes como, por ejemplo, los habitantes de Jarkov que son étnicamente rusos.

¿En qué medida la guerra está generando divisiones entre la gente, la sociedad, las familias, las amistades, los compañeros de trabajo, etc?
Lo que está provocando la guerra es, por una parte, que el pueblo ucraniano, que antes estaba muy fragmentado, se está uniendo mucho y, por otro lado, está generando una división muy profunda en la sociedad rusa. Muchas familias se están rompiendo. Hay personas que me dicen: «Yo ya no puedo hablar con mis padres, o con mis hermanos o con mis hijos»; o también: «Me dicen que soy un traidor». Un día vino una madre que tiene a uno de sus hijos sirviendo como oficial en las fuerzas rusas y a otro en las ucranianas. Teóricamente, ambos hermanos podrían encontrarse en el combate y uno podría matar al otro. Hay una parte muy importante de los rusos que está siendo sometida a la propaganda bélica del Gobierno, pero también hay disidentes. Estos últimos están en una situación muy delicada porque cualquier toma de postura pacífica en contra de la guerra está castigada con penas de hasta quince años de cárcel, porque se considera un delito de desacato hacia las autoridades y las fuerzas armadas. En solo dos meses, han llevado a juicio a unas dos mil personas. Muchas de las víctimas de esta persecución son cristianos, incluso hay un caso de un sacerdote que ha sido sancionado por pronunciarse en contra de la guerra en una homilía y en un texto que publicó en una página web. Al mismo tiempo, trescientos sacerdotes de la Iglesia rusa ortodoxa firmaron una carta contra la guerra, dirigida al Gobierno, unos días después del comienzo de la invasión.

¿Qué sienten estos sacerdotes y cristianos ortodoxos rusos cuando ven a su patriarca Kirill defendiendo las acciones del Gobierno de Moscú mientras sostiene un crucifijo en la mano?
Cometeríamos un error si pensamos en el patriarca Kirill como una figura aislada en la historia. Si buscamos a lo largo de los siglos, desde el emperador Constantino hasta nuestros días, los momentos en que la Iglesia ha tenido su propia agenda, diferente a la de los gobiernos, en los momentos de guerra, encontraremos pocos ejemplos. Con esto no quiero justificar a Kirill. La figura del patriarca en la Iglesia ortodoxa no es equiparable a la del Papa en la Iglesia católica, porque no tenemos el dogma de la infalibilidad. Por supuesto, hay que escuchar al patriarca, pero la voz de los obispos, de los sacerdotes y los laicos en Ucrania también es la voz de la Iglesia, es la voz de la Iglesia sufriente y también debe ser escuchada.

¿Ha podido conocer historias de reconciliación a partir de la unidad que genera la fe?
Tenemos en la comunidad matrimonios en los que un cónyuge es ucraniano y el otro ruso. Estas familias son un ejemplo y una inspiración para la restauración de la amistad entre nuestros pueblos cuando la guerra termine. Nuestra propia existencia es un milagro: creo que nuestra catedral en Madrid es un lugar único donde rusos y ucranianos todavía pueden encontrarse. No somos un ejemplo perfecto porque, a consecuencia de la guerra, hemos tenido algunos abandonos de fieles de ambos lados, porque algunos ucranianos han querido dejar de pertenecer a la Iglesia del Patriarcado de Moscú o bien porque algunos fieles rusos no coinciden con mi visión de la guerra. Pero también se han adherido muchos refugiados. Para ellos, ha sido muy importante encontrar, dentro de la Iglesia ortodoxa rusa, una voz en contra de la guerra.

En este sentido, la devoción por los santos Boris y Gleb es significativa, porque también murieron por oponerse a la guerra…
El pasado domingo 15 de mayo celebramos la memoria de los santos Boris y Gleb, príncipes de Rus e hijos de san Vladimir, que prefirieron morir antes que oponerse por la fuerza a su hermano mayor Svatopolk, quien decidió matar a sus hermanos para acaparar el poder. Boris y Gleb renunciaron a defenderse con violencia y aceptaron su muerte desde la fe en Jesucristo y perdonando a sus asesinos. Esto sucedió en el año 1015 y fueron canonizados también por la Iglesia católica en 1724 por el papa Benedicto XIII. Murieron para no entrar en una guerra. Por cierto, curiosamente Putin, en cierta ocasión, hace unos años, se paró delante de una imagen de san Boris y san Gleb y dijo: «No pueden ser un ejemplo para nosotros porque esperaron a que les mataran sin oponer resistencia».

¿Cree que la labor de décadas de diálogo ecuménico entre la Iglesia católica y las distintas Iglesias ortodoxas se ha puesto en jaque tras la guerra?
Creo que no. Más bien al contrario, la guerra va a suponer un espaldarazo muy fuerte al diálogo de los cristianos de las distintas tradiciones en Ucrania. Tanto los fieles de la Iglesia ortodoxa ucraniana del Patriarcado de Moscú como los cristianos de otras tradiciones ortodoxas, así como los católicos, son igualmente víctimas de la guerra. Una situación de peligro siempre supone un impulso para los cristianos y el diálogo entre ellos es ahora muy necesario, diría que incluso inevitable. Ahora será un diálogo forzoso. Es una situación análoga a la que se podía dar en la antigua Unión Soviética cuando un sacerdote ortodoxo era encarcelado junto a un sacerdote católico: el diálogo entre ellos ya no era una opción sino una necesidad. Por ejemplo, hace un año participé en la iniciativa de escribir una carta firmada por obispos, sacerdotes y laicos católicos y ortodoxos de Rusia que fue remitida a los obispos, sacerdotes y laicos católicos y ortodoxos de Bielorrusia, ya que, bajo la dictadura de Lukashenko, toda voz que se levantaba por la libertad y la dignidad del pueblo era suprimida. Por eso, yo creo que se produce un impulso ecuménico cuando podemos dejar a un lado los temas doctrinales que nos separan, pero encontramos cercanía en determinadas circunstancias históricas.

¿Cómo ve usted la marcha del conflicto? ¿Puede ver algunos signos para la esperanza?
Hay signos de esperanza. Algunas familias han podido volver ya a sus casas en Jarkov. Obviamente, habrá refugiados que se queden aquí, pero otros volverán. Es pronto para saber el porcentaje de quiénes podrán retornar. Veo que el conflicto está más localizado. Creo que el ejército ruso ha tenido que renunciar a su intención inicial de una ocupación total del país y se han concentrado en mantener la presencia en algunas zonas. Cometieron un error de cálculo porque no contaron con la firmeza del pueblo ucraniano y con la elevada moral de sus tropas frente a la de los soldados rusos.

¿Qué lección debería aprender Occidente de todo esto?
Hay dos conclusiones muy claras. La primera es que la paz es algo muy frágil y se puede perder en pocos minutos. La segunda es que los gobiernos deben ser muy responsables a la hora de decidir cómo utilizan su fuerza militar. Porque también la OTAN nació como una alianza defensiva pero no siempre se ha comportado como tal. La sociedad tiene que ser muy crítica con el uso que hacen los gobiernos de sus fuerzas armadas. Por su parte, los cristianos deben ser capaces de aunar su fe con una visión de lo que sucede en el mundo. Lo que está pasando en Ucrania es un crimen y no podemos justificarlo. Pero también hay que entender a las personas que se preguntan por qué los Estados Unidos pueden intervenir en cualquier parte del mundo (Afganistán, Iraq…) sin enfrentarse a sanciones. No es una forma de justificar al Gobierno ruso, pero hay que tenerlo en cuenta.

¿Echa de menos una mayor implicación de Occidente sobre suelo ucraniano o cree que complicaría aún más las cosas?
Es un dilema difícil porque una intervención militar de las potencias occidentales conllevaría un aumento del número de víctimas –también entre los propios ucranianos– pero dejar sin apoyo militar a Ucrania puede traer peores consecuencias. Creo que la guerra es la consecuencia de un fracaso diplomático. Hay que explorar todas las vías de diálogo, pero el problema se produce cuando hay alguien que no quiere escuchar. Es preciso que tanto los soldados ucranianos como rusos puedan volver a casa. La paz se pierde en cuestión de minutos, pero tarda mucho en restablecerse. No sabría calcular cuánto tiempo será necesario para que los ucranianos vuelvan a considerar a los rusos como hermanos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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