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Huellas N.06, Junio 2022

RUTAS

«El amor sin amistad no tiene futuro»

Betta Pellegatta

Sexta edición del Punt Barcelona, con el lema «Vivir es empezar siempre, en cada instante». Más de un centenar de voluntarios y un sinfín de encuentros que muestran que «el bien que uno vive es más fuerte que la enfermedad»


«El gusto por la vida es proporcional al compromiso con el ideal». Esta frase del cirujano italiano Enzo Piccinini se acabó convirtiendo en el segundo lema del Punt Barcelona, que celebró su sexta edición el fin de semana del 20 al 22 de mayo y que dedicó su encuentro final a abordar la figura de este médico impetuoso, gran amigo de Luigi Giussani, cuya historia se acaba de publicar en el libro Todo lo he hecho para ser feliz. A él estuvo dedicado el encuentro de clausura, un diálogo con el sociólogo Pier Paolo Bellini. «Enzo trabajaba, y su trabajo tenía que ver con todo y con todos. Su vida y su trabajo estaban unidos y lo vivía así delante de todos. Para él, trabajo y misión eran lo mismo. Gaudí no hacía distinción entre lo visible y lo invisible. Enzo tampoco. No había diferencia entre lo que hacía para Dios y lo que hacía para el mundo».
Bellini usa la palabra «revolución» cuando recuerda a Enzo. Una revolución en la que «uno más uno es igual a infinito si estamos juntos con la perspectiva del destino. Porque sin ella, uno más uno puede ser igual a cero. En esa perspectiva es donde se introduce el sacrificio, que él consideraba una condición necesaria para el amor». Piccinini era muy provocador en este sentido, diciendo que se podía llegar a los 25 años de matrimonio y estar equivocado si se vivía solo del afecto, porque «el amor sin amistad no tiene futuro. Amistad en el sentido de mirar al Destino, pues Dios pide dejar morir las cosas pequeñas para que intervenga lo grande, rompiendo así todas nuestras medidas». Rompiendo incluso la medida definitiva de la muerte, pues Bellini asegura que aún hoy sigue aprendiendo de lo que Piccinini le mostró. «No hay que tener miedo a equivocarse cuando uno es amado. Esa es la dinámica que aprendí de Enzo y que sigo agradeciendo porque es una posibilidad que tengo siempre. Desde que murió, esta dinámica sigue siendo posible para mí todos los días. El gusto por la vida es proporcional a mi compromiso con este ideal. Si me sustraigo a este trabajo, sería un delito, pues le quitaría gloria a Cristo en el mundo y además yo perdería la alegría».

«La única alegría en el mundo es empezar. Es bonito vivir porque vivir es empezar siempre, en cada instante», decía Cesare Pavese en los versos que iban impresos en las camisetas del centenar largo de voluntarios que pululaban por el Punt con un trabajo callado e imponente a la vez, mostrando esa alegría discreta que permite construir siempre, siendo testigos de algo que nace. Una labor entregada que resonaba en uno de los encuentros más impactantes de esta edición del Punt. No por el renombre de los ponentes sino por el drama que mostraban, el drama de vivir cotidianamente delante del sufrimiento, el dolor y la muerte, en una mesa redonda titulada “Sufrimiento, ¿final o camino?”.
Una pregunta radical con la que se midieron dos médicos, Gloria Arnau, que vivió la pandemia en primera fila en su centro de salud, y Paula Garrido, que describió su trabajo en cuidados paliativos, pero también quiso mirar a la cara a esta pregunta, y públicamente, Josefina García, una madre de familia enferma de ELA. Su testimonio, que no censuró los momentos de dolor y desánimo, fue la ocasión de atestiguar que el progreso de una enfermedad degenerativa no coincide en ningún caso con la disolución de la experiencia humana, mostrando que «el bien que uno vive es más fuerte que la enfermedad».
Según la doctora Garrido, el trabajo en cuidados paliativos supone una importante cura de humildad y un baño de realismo. «Para la mentalidad médica, un problema que no tiene solución genera mucha impotencia, pero en este caso no se trata de solucionar un problema sino de acompañar», una tarea con mucha más eficacia que lo que parece. Lo puso en evidencia Josefina, que durante su enfermedad también vive algo parecido a la impotencia del médico que no puede curar: la humillación del enfermo que se ve obligado a pedir ayuda. «Cuando tratas de evitar el sufrimiento, lo que estás evitando en vivir –afirma Josefina–. Intentar no pasar por ahí te evita oportunidades que te pierdes. Cuando me veo obligada a pedir ayuda para hacer cualquier cosa estoy poniendo en juego mi confianza. Y lo que empieza siendo una humillación se desvela como un privilegio. Yo no habría podido descubrir la entrega, el sacrificio y el amor de todas las personas que me acompañan y que jamás habría imaginado que me querían tanto y que serían capaces de hacer todo lo que hacen por mí». Palabras que dejan en silencio. «Un dolor tan intenso que se puede ver su belleza», en palabras de Gloria Arnau, que describe el tiempo de pandemia como un calvario en el que instante tras instante te asomas al Misterio, de la misma manera que cada uno de los presentes ante el testimonio de Josefina.

No dejar de mirar. El otro gran tema que se abordó en el Punt Barcelona fue la educación de nuestros jóvenes y para ello contaron con el testimonio del escritor Daniele Mencarelli. «Hemos construido sistemas que nos han llevado a no mirar. Ya no miramos nada. En lugar de mirar la realidad, nos ponemos a jugar con el móvil o a perder el tiempo. Antes la mirada era la premisa para querer al otro, y sucedía siempre, hasta con los desconocidos». Curiosa corrección cuando nos pasamos la vida cruzándonos con gente a la que no miramos, sin levantar la mirada de la pantalla que nos atrapa y nos distrae de lo que, fuera, no deja de suceder.
Esta falta de hábito a la hora de mirar ha hecho que, sin darnos cuenta, hayamos empezado a mirar a los jóvenes «no por lo que hacen bien sino por lo que hacen peor. Es una cuestión práctica», apunta Mencarelli. En este sentido, él se encontró sumido en un universo patológico donde hasta las preguntas que inquietaban su corazón quedaban reducidas a síntomas de algo que había que corregir. «Para mí, el encuentro con la poesía fue esencial, le dio una vuelta a todo mi dolor, me permitió defenderme de las instituciones, que catalogaban estas preguntas como algo que simplemente tenía que ordenar según los canales establecidos. Pero yo he vivido intensamente el conflicto entre el todo y la nada porque he tenido una experiencia terrible de la nada. O somos un escupitajo en el universo o somos generados. Yo vivo en este duelo, y hay que vivirlo constantemente. Todo o nada. Es un duelo vertiginoso pero tremendamente humano, un duelo que te cambia la mirada porque te pone en busca de la salvación, que es algo que no nos damos nunca nosotros mismos».
Mencarelli terminó mostrando que esa salvación viene siempre de fuera, de las cosas y personas que nos encontramos. Eso es lo que ha querido contar siempre en todo lo que ha escrito. «Todo lo que he recibido de mis padres se ha hecho verdadero en los encuentros que he tenido, y ahora lo comprendo más que hace unos años. El otro es un apoyo ante una prueba en la que yo no sé cuál es mi bien. En mi literatura intento explicar esos encuentros que me han llevado hasta aquí, a ser quien soy: algo pasa a tu alrededor y te desvela con una luz diferente lo que eres y lo que deseas transmitir. Pueden ser encuentros mudos, de pocos segundos, pero te desvelan la aventura que más te interesa en la vida. Una aventura como la que narran los evangelios, la Aventura, en mayúsculas, porque no deja de suceder, pues no se puede vivir de un tiempo pasado. Se vive en gerundio: amando, descubriendo, viviendo…». En cada instante, un nuevo nacimiento, ahora.


En lo más pequeño… un puntet
El Puntet es un espacio dentro del Punt pensado para los más pequeños. Tiene un programa y una sala propia y eso permite a los padres participar en algún acto. Pero el Puntet no está pensado tan solo para “liberar” a los padres. Nació de un grupo de amigas, maestras de infantil y primaria, que tenían el deseo de que los niños que llegasen al Punt pudieran tener algo pensado para ellos. Este año montaron una “caza del oso” y participaron más de 40 niños por actividad. Laura, voluntaria en el Puntet, cuenta su descubrimiento: «Muchas veces me ofrezco para cuidar a los hijos de otros casi como si mi gesto caritativo permitiera a otros vivir lo que realmente vale la pena, los encuentros del Punt. En cambio, este año no ha sucedido así. Me he descubierto profundamente atraída por lo que ha sucedido en el Puntet, maravillándome de que hubiera un lugar que me haga salir de mí y en el que, siguiendo la propuesta de quienes lo han pensado, acontece lo impensable: ¡deseo estar aquí, no deseo estar en ningún otro sitio en el mundo! En este sentido me interpela y me hace intuir que mi contribución al Punt, a mi familia, a la sociedad o al mundo entero no consiste en estar en la organización u obtener un estatus donde poder mover los hilos. Tiene que ver con mi pequeño sí a lo que el Señor me pone delante dejándome provocar por lo que allí acontece».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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