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Huellas N.06, Junio 2022

PRIMER PLANO

En casa de Marta y María

Giuseppe Frangi

Su obstinación y esa flor de azahar. Un reproche y un corazón liberado… que la lleva con ese ímpetu ardiente hacia su hermano Lázaro, en uno de los detalles más intensos de la historia del arte. La relación entre Jesús y las hermanas de Betania en escenas de grandes maestros

Anteacto. Marta y María discuten en casa, en torno a la mesa. Están solas, Lázaro podemos imaginar que está trabajando. Jesús es sin duda una persona conocida y familiar porque las dos hermanas están hablando de algo relacionado con él. Es un fotograma que el genio de Caravaggio nos devuelve con su rapaz habilidad para llegar al corazón de las cosas y de las historias humanas. Marta va algo despeinada, pues es una mujer atareada. El manto le cae por la espalda y lleva el pelo recogido pero no por capricho sino para mayor comodidad en sus quehaceres. Caravaggio la dibuja a contraluz, con el rostro en penumbra, como si fuera prisionera de su obstinación. Ella es la que habla, le está echando un “sermón” a su hermana, tan feliz sin hacer nada. Con los dedos le enumera las tareas y le invita a ponerse en marcha. Se esfuerza en vano. María la mira con lástima y afecto. Es hermosa, elegante, sensual y Caravaggio le asigna una postura majestuosa. Sostiene en sus manos una flor de azahar, signo de algo que le ha sucedido y le ha cambiado la vida. Esa flor indica un encuentro, su matrimonio místico con Jesús. Además, con el dedo índice de la otra mano, apoyada en el espejo, señala la luz que se refleja por la ventana, indicando esa luz que ha encontrado. Para Caravaggio, la figura de María de Betania coincide con la pecadora arrepentida de la que habla Lucas (Lc 7,36-50), que bañó los pies de Jesús con aromas perfumados en casa del fariseo. El mismo gesto que María volvió a hacer en su casa de Betania un tiempo después de la resurrección de Lázaro (Jn 12, 1-8). Esta coincidencia en la identidad explica por qué Caravaggio presenta a una María que todavía no ha terminado de arreglarse y coloca en la mesa algunos objetos que denotan cierta vanidad, como un peine de marfil o una polvera con la esponja preparada para maquillarse. Recientemente, la Iglesia quiso aclarar las cosas distinguiendo entre ambas figuras y proponiendo la festividad de los tres hermanos de Betania el mismo día, el 29 de julio. El Decreto de la Congregación para el Culto Divino del 26 de enero de 2021 dice así: «La tradicional incertidumbre de la Iglesia latina sobre la identidad de María –la Magdalena, a la que se le apareció Cristo tras su resurrección, la hermana de Marta, la pecadora a la que el Señor perdonó sus pecados–, que motivó la inscripción únicamente de Marta el 29 de julio en el Calendario Romano, se ha resuelto en estudios y tiempos recientes... Por ello, considerando el importante testimonio evangélico que dieron al hospedar al Señor Jesús en su casa, al escucharlo atentamente, al creer que él es la resurrección y la vida, el Sumo Pontífice Francisco, acogiendo la propuesta de este Dicasterio, ha dispuesto que el 29 de julio se inscriba en el Calendario Romano General la memoria de los santos Marta, María y Lázaro».

Primera escena. Misma casa, mismos protagonistas. Pero esta vez se añade un invitado, un amigo de la casa, Jesús de Nazaret. Lucas cuenta lo sucedido y otro gran artista, Johannes Vermeer, reconstruye visualmente la escena con gran verosimilitud. Estamos en torno al año 1656, más de cincuenta años después de Caravaggio, pero ambas imágenes parecen secuencias de la misma película. Marta, atareada, está de pie, preparando la comida. Lleva una cesta con un pan espléndido y ha puesto un mantel blanco impoluto encima de la preciosa tela que cubre la mesa. Ella es la ama de la casa, de hecho Lucas nos dice que Jesús se paró en «casa de Marta». María Mira. Marta, en cambio, ha dicho algo y tiene la expresión un tanto resentida. Jesús vuelve la cabeza dirigiéndose hacia ella, acaso con cierto tono de reproche, pero tan firme como dulce. Sabemos perfectamente lo que le está diciendo. Y Vermeer añade a esas palabras ya conocidas la profundidad afectiva de la mirada de Jesús, destinada a dejar huella en el corazón de Marta. Pero el centro del cuadro está en ese rincón silencioso donde está María agachada. Esta vez es ella la que está a contraluz, pero su perfil destaca sobre el blanco radiante del mantel. Apoyando la cara en su mano, contempla a Jesús, totalmente imantada por él, «la mejor parte, que no le será quitada». Jesús mismo se la indica a Marta con un gesto apenas esbozado con la mano, como señalando un horizonte que supera todos sus afanes. El triángulo que representa Vermeer es tan inmediatamente persuasivo y convincente, sobre todo para Marta, que no necesita palabras. Las miradas y los gestos lo dicen todo. Marta custodiaría ese momento para siempre, como testimonia un curioso cuadro del joven Velázquez donde se la ve en la cocina con una pobre ayudante agobiada por todo el trabajo que hay que hacer. Ella le señala más allá, hacia una ventana que también podría ser un cuadro con la escena de aquel día con Jesús.

Segunda escena. Nicolas Froment es un artista francés que en 1461 recibió un encargo por parte del obispo Francesco Coppini, legado papal en Flandes, para realizar un tríptico con la Resurrección de Lázaro. La escena madre ocupa la parte central, mientras que en el lateral de la izquierda el artista quiso representar lo que sucedió justo antes: Marta, al enterarse de la llegada de Jesús a Betania, sale corriendo a su encuentro para comunicarle la noticia de la muerte de su hermano. Es una mujer distinta, que se echa a los pies de Jesús con el rostro bañado en lágrimas. Los apóstoles la miran con el ceño fruncido, como si por culpa suya el Maestro se estuviera exponiendo a un riesgo, acercándose de esa manera a Jerusalén, la ciudad que distaba menos de dos millas y que domina el fondo, con su grandiosa arquitectura. En realidad, para Marta aquella presencia tan deseada era una sorpresa. Nada más saber de la llegada de Jesús, en vez de preocuparse por poner orden en casa, arrastrada por un ardor inédito, corrió hacia él, mientras María, como narra Juan, seguía paralizada por el dolor. En un intercambio de papeles respecto a unos meses antes, esta vez será Marta quien tome la iniciativa para llevar a su hermana en presencia de Jesús. En el fresco de Giotto en los Scrovegni vemos a las dos juntas postradas a los pies del Señor, esos mismos pies que María había lavado con aromas tiempo atrás, suscitando el escándalo hipócrita de Judas.

Tercera escena. Llegamos al momento cumbre. Jesús llega a Betania y se acerca conmovido al sepulcro de su amigo. Siguiendo a Caravaggio podemos imaginar la situación. Hay muchísima excitación delante de esa oscura cueva donde solo penetra un haz de luz que entra violentamente por la izquierda. La gente se acalora por la curiosidad pero también por el miedo ante lo que está sucediendo. Jesús tiende su brazo, repitiendo ese gesto que nos resulta tan familiar porque es el mismo con el que llamó a Mateo en la obra maestra que el artista pintó nueve años atrás en Roma. En cambio aquí estamos en Messina, Sicilia, en una situación muy distinta. Caravaggio es un genio en continua huida por un delito cometido en 1606. Como escribe un biógrafo del siglo XVIII, Francesco Susinno, «el temor le hace huir de un sitio a otro». La excitación de la escena es por tanto su propia excitación. Siguiendo la orden de Jesús, dos hombres levantan el pesado lastre de la tumba, otro ha tomado entre sus brazos a un Lázaro ya liberado de las vendas que estira sus brazos en el gesto de un despertar que es como un nuevo abrazo al mundo. ¿Y sus hermanas? Caravaggio parece ser plenamente consciente de lo que ha pasado, por las otras veces que Jesús ha estado en su casa. María, como de costumbre, con el pelo suelto, va un paso por detrás y sostiene uno de los brazos de su hermano. Marta, en cambio, en un impulso de afecto sobrecogedor e inolvidable, se inclina sobre el rostro de Lázaro con la boca semiabierta como si fuera a besarlo, en uno de los detalles más intensos de toda la historia del arte. Ella es el primer testigo de lo sucedido, ella es la primera que siente el aliento de su hermano devuelto a la vida. Es una Marta humanamente cambiada, que ya no pone las manos por delante, a la que descubrimos con un ímpetu ardiente. La liberación de su propio corazón al encontrarse con Jesús también ha sido para ella una “resurrección”.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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