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Huellas N.06, Junio 2022

PRIMER PLANO

«Cristo es todo para nosotros»

Ennio Apeciti

Un recorrido por la primera carta pastoral del cardenal Montini, citada durante los Ejercicios espirituales de CL. Escrita en 1955, se dirige al anhelo más profundo del hombre de entonces y de siempre


«Monseñor Montini, futuro san Pablo VI, escribió al comienzo de su ministerio como arzobispo de Milán una carta pastoral de Cuaresma titulada con una frase de san Ambrosio, Omnia nobis est Christus – Cristo es todo para nosotros. Una carta que afirma con una claridad muy actual lo urgente que es, en la Iglesia y en el mundo, volver a tomar conciencia y experimentar que solo Cristo es necesario».
Estas palabras del padre Mauro-Giuseppe Lepori en los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de CL son una provocación. Era el 15 de febrero de 1955 cuando Montini publicó esta Carta pastoral de Cuaresma, como era habitual entonces.

Cuándo se escribió
Prácticamente acababa de llegar a la diócesis, donde tomó posesión el día de la Epifanía, bajo un cielo plomizo y a ratos lluvioso, que en cambio no le desanimó a la hora de usar un coche descubierto que permitiera que sus nuevos fieles lo vieran y que él mismo pudiera verlos.
Su salud se resintió enseguida, pero no quiso renunciar a los compromisos que tenía programados y que para él tenían un valor simbólico. Al día siguiente, 7 de enero, visitó el Policlínico de Milán para expresar la importancia privilegiada que otorgaba al sufrimiento. Algo que ya había demostrado cuando quiso celebrar la misa del Gallo –todavía en Roma– en el Centro Pro Juventud de don Carlo Gnocchi, donde dijo a aquellos pequeños, víctimas de la crueldad de la guerra, de todas las guerras: «Cristo vino al mundo para quitar la soledad al hombre. Vosotros, pequeños, que sufrís mutilaciones y enfermedades, sabed que Jesús siempre estará con vosotros».
Al tercer día de su entrada en la diócesis de Milán, quiso visitar la ciudad de Sesto San Giovanni, que entonces llamaban la “Stalingrado italiana” por su perfil político-social. No se arredró el futuro Pablo VI, al que empezaron a llamar –entonces en tono de burla y solo después de admiración– “el arzobispo de los obreros”.
Mantuvo sus compromisos mientras la fiebre ponía a prueba sus fuerzas, más acostumbradas aún al ritmo romano que al torbellino de sus jornadas milanesas. Entretanto, escribió su primera Carta pastoral, pues la Cuaresma era inminente: 27 de febrero. Había que elegir un lema e indicar un camino a una diócesis que él mismo aún estaba descubriendo.

Para quién la escribió
Las cifras que le pasaron daban miedo: 3.060.837 fieles, que aumentarían en casi un millón a lo largo de su episcopado (en 1963 serían 3.989.331) y todo iba creciendo: 896 parroquias, que llegarían a 990; 2.222 sacerdotes, que se mantendrían sustancialmente estables (2.214), ayudados por un ejército de religiosas y religiosos (¡había unas 13.000 monjas!) y casi mil seminaristas (949 para ser exactos).
Montini era plenamente consciente, como se percibe en el fascinante discurso de su toma de posesión, el 6 de enero. «Se está madurando un momento fatídico para nuestra generación. Cada generación debe ser responsable de la conservación e incremento del patrimonio histórico que recibe en herencia».
Y añadió: «Somos responsables del patrimonio cristiano que aún llega fecundo y vital a nuestra generación y que nuestra generación discute si debe hacer suyo o no. Hay quien lo descalifica como obsoleto o inadaptado para los tiempos nuevos […] Hay quien, más prudente, intenta seleccionar y razona sobre qué mantener del patrimonio cristiano y qué rechazar […] Hay quien, celoso e incauto, piensa que el cristianismo puede ser fermento benéfico para la civilización de los tiempos nuevos, sí, pero habrá que sufrir los principios y métodos de los tiempos nuevos».
Termina así: «No así nuestro catolicismo, que quiere ser íntegro y fiel, que tiene el genio de la tradición viva y coherente».
En esta obertura pastoral solemne podemos intuir que Montini comprendió que en la diócesis había tres minorías: los católicos militantes, las élites espirituales y los militantes en contra de la Iglesia, pero la mayoría estaba formada por los “alejados sin motivo”.
Había que dirigirse a ellos, ¿pero cómo? Con la “primera” Carta a su Iglesia. Toda primera carta de un obispo, como de un Papa, tiene un valor especial, es como su discurso programático, en ciertos aspectos más significativo que el de su entrada en la diócesis, que suele estar más cargado de emoción y de esperanza, mientras que el otro es como la primera piedra del edificio espiritual que se quiere construir, el primer paso en el camino que quería recorrer con la Iglesia ambrosiana que se le confiaba y que también sería su lugar de aprendizaje como Sumo Pontífice. Lo que Montini vivió y afirmó en Milán volverá a aparecer constantemente en su estilo de vida y palabra siendo Papa.

¿Qué es lo que dijo? ¿En qué se centró?
Resulta fascinante meditar la Carta pastoral, que no en vano también ha fascinado al padre Lepori. «¿Y qué diré, en esta primera carta pastoral? […] Diré algo que todos ya conocemos, pero que no meditamos lo suficiente con su importancia fundamental y su fecundidad inagotable; y es esto: necesitamos a Jesucristo. Sí, Jesucristo, nuestro Señor, es necesario».
No eran palabras circunstanciales. «¿Qué puedo decir de más importancia –añadió– sino reclamando al excelso, al incomparable, al insustituible misterio de Cristo? Y no puede ser de otra manera si pensamos que Jesucristo está en el centro del plan divino de nuestra salvación».
Luego continúa con un agudo análisis, de gran actualidad en nuestros días y por tanto profético entonces. «La tendencia a considerar el aspecto subjetivo de la religión […] y la progresiva negación de la trascendencia divina y, aún más, de la revelación divina, hacia la que se ha dirigido gran parte de la filosofía moderna han acabado oscureciendo en muchos casos la visión real del mundo religioso».
Ya aparece aquí, refiriéndose a la necesidad de una «visión real», el tema que dos años después centrará su Carta pastoral para la Cuaresma de 1957, Sobre el sentido religioso, que conquistó a Luigi Giussani, entre otros. Aquella Carta tuvo un eco tan provocador que se tradujo al francés, inglés y español.
Cristo, por tanto, es el centro, y así continuaba Montini su Carta de 1955: «Cristo es esencial, Cristo es necesario, Cristo es indispensable para nuestra relación con Dios». Para Montini, Cristo era el gran olvidado, poco conocido y, por tanto, poco amado. Es impresionante el paso que da entonces en su Carta: «No siempre está presente en los fieles la idea de que nosotros somos de Cristo; descendemos de Él como del nuevo Adán; por Él somos adoptados como hijos de Dios; a Él nos conformamos como primogénito de muchos hermanos; a Él estamos unidos e incorporados; de tal manera que con Él vivimos, con Él sufrimos, con Él somos crucificados, con Él somos sepultados; con Él resucitamos, con Él somos herederos, con Él destinados a la gloria eterna. Por Él formamos una sola familia, un solo cuerpo, que es la Iglesia».
En este punto de la reflexión llega el grito, la oración citada por el padre Lepori: «Todo lo tenemos en Cristo –exclama san Ambrosio (De Virginitate 16, 99)–, Cristo es todo para nosotros. Si deseas curar tus heridas, Él es el médico; si estás ardiendo, Él es la fuente; si estás oprimido por la iniquidad, Él es la justicia; si necesitas ayuda, Él es el vigor; si temes la muerte, Él es la vida; si deseas el cielo, Él es el camino; si huyes de las tinieblas, Él es la luz; si buscas comida, Él es el alimento».
Todo el programa pastoral de Giovanni Battista Montini estaba ahí, en su testimonio fiel de la gran tradición eclesial y en su valiente propuesta misionera, condensado en este anuncio: «Sí, Cristo es todo para nosotros –continúa–, omnia Christus est nobis; y deber de nuestra fe religiosa, necesidad de nuestra humana conciencia es reconocerlo, confesarlo y celebrarlo. A Él está ligado nuestro destino, a Él nuestra salvación».
En esta visión central de Cristo –hoy diríamos: en este cristocentrismo total– se enmarcaba la perspectiva del mundo y el sentido de la misión que Montini quería proponer, tal vez sacudiéndola un poco, a su Iglesia ambrosiana.
Merece la pena leer –y meditar– cómo desarrolla esa apasionada reflexión de san Ambrosio. «Hoy el ansia de Cristo alcanza también al mundo de los alejados, cuando en ellos vibra cierto movimiento espiritual auténtico. La historia contemporánea nos muestra los signos de un mesianismo profano. El mundo, después de haber olvidado o negado a Cristo, lo busca pero no lo quiere buscar tal como es ni allí donde está; lo busca entre los hombres mortales; rehúsa adorar al Dios hecho hombre y no teme postrase servilmente ante un hombre hecho Dios. El deseo de encontrar al hombre supremo, prototipo de la humanidad, héroe de completa virtud, maestro de suma sabiduría, profeta de nuevos destinos, liberador de toda esclavitud y de toda miseria, acecha a las generaciones inquietas de hoy que, fuertemente necesitadas de cualquier fragmento profano de verdad sacada del Evangelio, crean mitos efímeros, promueven políticas inhumanas y disponen así grandes catástrofes. De la inquietud de espíritus laicos y rebeldes, y de la aberración de dolorosas experiencias humanas, prorrumpe, fatal, una confesión al Cristo ausente: a Ti te necesitamos».
A la luz de Cristo, Montini supo captar el profundo anhelo del hombre de entonces… y de siempre… también el de hoy. «Una extraña sinfonía de nostálgicos que suspiran a Cristo perdido; penados que vislumbran cierta evanescencia de Cristo; generosos que aprenden de Él el verdadero heroísmo; sufrientes que sienten simpatía por el Hombre de dolores; defraudados que buscan una palabra firme, una paz segura; honestos que reconocen la verdadera sabiduría del Maestro; voluntariosos que esperan encontrarlo por los caminos que van hacia el bien; artistas que buscan relaciones expresivas superiores con la verdad íntima de las cosas; conversos que confiesan su aventura espiritual y manifiestan su felicidad por haberlo encontrado».
Era el anhelo de las «clases trabajadoras», que a muchos ya entonces les parecían lejanas, pero que según Montini «miran a Cristo como el divino obrero que ha compartido nuestras fatigas y las ha ennoblecido y santificado, como el Profeta de los pobres, de los que lloran, de los hambrientos de justicia, como el Maestro vengador de la dignidad humana, juez de toda hipocresía personal y social, pregonero de la solidaridad y de la caridad».
Ese anhelo por Cristo llegaba (y llega) hasta el mundo de la técnica. «El ansia de encontrar a Cristo –escribía el arzobispo– se insinúa también en un mundo embriagado por la técnica, el materialismo y la política, pero que no quiere ahogarse; y cuando, en ciertos momentos, respira hondo, nos escucha; a nosotros que estamos rezando, y casi nos sigue».
En este punto, como le solía pasar a Montini, la reflexión se vuelve oración, espléndida, sorprendente, impactante. «Oh Cristo, nuestro único Mediador, a Ti te necesitamos para llegar a la comunión con Dios Padre, para convertirnos contigo, que eres su único Hijo y nuestro Señor, en sus hijos adoptivos, para ser regenerados en el Espíritu Santo. A Ti te necesitamos, único verdadero Maestro de las verdades recónditas e indispensables de la vida, para conocer nuestro ser y nuestro destino, y el camino para alcanzarlo. A Ti te necesitamos, oh Redentor nuestro, para descubrir nuestra miseria moral y sanarla; para adquirir la noción del bien y del mal y la esperanza de la santidad; para deplorar nuestros pecados y obtener el perdón. A Ti te necesitamos, oh Hermano primogénito del género humano, para recuperar las verdaderas razones de la fraternidad entre los hombres, los fundamentos de la justicia, los tesoros de la caridad, el bien supremo de la paz. A Ti te necesitamos, oh gran Paciente de nuestros dolores, para conocer el sentido del sufrimiento y darle un valor de expiación y redención. A Ti te necesitamos, oh Vencedor de la muerte, para liberamos de la desesperación y de la negación, y alcanzar la certeza de quien jamás traiciona. A Ti te necesitamos, oh Cristo, oh Señor, oh Dios con nosotros, para aprender el amor verdadero y avanzar con alegría y con la fuerza de Tu caridad en nuestro fatigoso camino hasta el encuentro final contigo, el Amado, contigo, el Esperado, contigo, Bendito por los siglos».
Su mensaje concluye casi con un mandato a sus fieles ambrosianos, y a todos nosotros. «A vosotros confío, hijos dilectísimos, esta mi primera palabra pastoral; […] no existe bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que podamos alcanzar la salvación».
Creo que el santo arzobispo tenía razón. No en vano en su última Exhortación Apostólica como Papa, Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), remitía a esta primera Carta como arzobispo. «El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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