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Huellas N.2, Mayo 1986

CARTAS DE COMUNIÓN

Una vecindad que se hace comunión

Susana, Isabel, Cristina y Ana

Yo vivo en Pozuelo y este hecho ha sido algo negativo para mí hasta hace pocos meses, porque mis amigos de la comuni­dad vivían en Madrid y se veían con frecuencia, mientras que yo no siem­pre podía.
En Pozuelo, desde hace poco más de un años, hay tres chicas del movimiento: Isabel, Cris­tina y Ana. Nos conocía­mos e incluso Isabel y yo éramos buenas amigas, pero siempre que tenía tiempo libre intentaba pasarlo con mis amigos de Madrid porque eran las personas cuya compañía me resultaba más atracti­va. El que ellos pudieran verse entre sí con más fa­cilidad y tener una coti­dianidad a la cual yo no podía acceder me condi­cionaba en mayor o me­nor medida; e ideas cómo «si viviera cerca de ellos..., si pudiera estar más tiempo en su compa­ñía... aprendería, crecería más en la experiencia del movimiento», eran habi­tuales en mí. Era como si la promesa de transformar mi vida, que fue lo que me llevó al movimiento, dependiera de unas deter­minadas circunstancias idóneas para su realiza­ción.
Desde hacía algún tiempo, y de forma apre­miante a principio de es­te año, me di cuenta que no podía seguir mintiéndome a mí misma; si el ideal que intentaba vivir era verdadero debía servir para mi vida en su totali­dad, no podía depender de las circunstancias y ya era hora de verificar esto personalmente.
Una tarde, en casa de Isabel y Cristina, decidi­mos que si éramos vecinas - y, por tanto, podíamos vernos con facilidad-, esto no se debía al simple azar y que entre nosotras debía surgir una amistad que nos ayudara a vivir la experiencia que el movi­miento propone. Intentamos vernos más a menu­do aunque no sabíamos en concreto qué hacer, pero sí que no importa­ban nuestra fragilidad, inconsecuencias o fallos, y que realmente lo impor­tante era que estábamos juntas por Cristo y recor­darnos esto como buena­mente pudiéramos.
Las cosas comenzaron a cambiar a partir de este momento. Cada vez nos sentíamos más amigas, más unidas, y no impor­taba que fuéramos dife­rentes en cuanto a edad, temperamento o ambien­te en que cada una se mo­vía. Nuestra amistad cre­cía, se hacía más verdade­ra, empezaba a caracteri­zarse por una libertad, una acogida y un respeto cada vez mayores: amis­tad que crece por el ideal del que ha surgido y a la vez nos provoca continua­mente a confrontar todo lo que nos ocurre, toda la realidad con ese ideal.
Nació en nosotras un deseo de aprender: ahora cada vez más comenta­mos juntas la Escuela de Comunidad, la revista, las Atlántidas. La Escue­la de Comunidad, por ejemplo, ya no es algo que preparamos sólo pa­ra cada una de nosotras, sino pensando en cómo esto puede ayudar a las demás: es una responsabi­lidad que tenemos las unas con las otras que nos hace ser más serias con nosotras mismas.
También queríamos comunicar nuestra expe­riencia: así, fuimos a la parroquia a hablar de lo que es C.L. e invitar a la Pascua a un grupo de gente.
Lo importante, a la hora de hacer estas cosas, no son los resultados, si­no el riesgo de comunicar a las personas que viven a nuestro alrededor que nos ayuda a una mayor con­ciencia de lo que vivimos y sobre todo que el hacer esto juntas nos une. Sentimos un mayor aprecio por nuestros otros amigos y queremos que nuestra relación con ellos este cada vez más deter­minada por esta conciencia.
Además, nos hemos dado cuenta y sorprendi­do de que Cristo constru­ye sobre nuestra fragili­dad, sobre lo poco que somos; sólo hace falta te­ner el deseo y pedir que cambie nuestras vidas.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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