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Huellas N.2, Mayo 1986

CARTAS DE COMUNIÓN

Hermanos y provocadores: todo a partir de una intuición

Ramón R. Pons

En las vacaciones del año pasado escuché una frase que, de alguna for­ma, ha determinado toda mi actitud durante este año. La novedad que aquella frase despertó en mí vuelve a surgir cada día que me la repito, y por eso es algo que no forma parte del pasado si­no del presente.
Esta frase viene a de­cir que vivir la experien­cia del movimiento no es un quehacer sino el arries­gar mi vida que ha sido «tocada» por un aconteci­miento, por algo que he visto -aunque haya sido sólo un instante-, que me ha abierto un hori­zonte fascinante. Este ho­rizonte fascinante en mí se concreta en vivir el am­biente donde normal­mente me desenvuelvo (universidad, amigos, fa­milia) con un mayor gus­to, con una mayor liber­tad. Con esta nueva pers­pectiva el problema ya no es ser capaz o no de vivir el movimiento, sino de reconocer que de alguna manera yo ya he sido «to­cado».
Esta novedad que in­tuía ligeramente se ha ido fortaleciendo en la medi­da en que esto lo he co­menzado a vivir con otras personas, más concreta­mente con Fernando, que este año ha ido a estudiar en mi misma Escuela de Minas. De aquí ha ido surgiendo una amistad que ha sido, en primer lugar, provocación para cada uno de los dos: no una provocación hacia qué podríamos hacer en la universidad, sino a ser conscientes de que a pe­sar de ser dos solamente, en nuestra amistad estaba contenida toda la nove­dad que la experiencia del movimiento encerraba. Con el tiempo esto se ha ido manifestando, ya que hemos empezado a ser provocación para algunos compañeros de la escuela, con los cuales ha ido sur­giendo una nueva rela­ción.
Esta tensión que he manifestado hasta aquí, ha sido la que me ha per­mitido comenzar a afron­tar la realidad de una for­ma totalmente distinta a como lo había hecho el año anterior, en que esa tensión no existía tan cla­ramente.
Hemos comenzado a poner algunas Atlántidas, carteles que expresan un juicio sobre la realidad, y pronto han ido surgiendo conversaciones dentro de la facultad, cosa que nun­ca habíamos imaginado. Al principio de este año, me acuerdo de que un compañero se me dirigió a la salida de una clase acusándome de fascista por anteponer, -como peligro más grande para la humanidad- la falta de gusto por la vida al pe­ligro de la guerra atómi­ca. Ese momento fue cla­ve en la relación entre nosotros, pues a partir de él, y gracias también a sucesivas Atlántidas, ha ido surgiendo entre nosotros una cercanía que antes no existía.
Con la siguiente Atlántida fue la primera vez que nos juntamos cin­co personas para discutir y hablar sobre ella. De aquél momento no me acuerdo tanto de lo que hablamos como de la oca­sión que supuso: comen­zó a surgir, entre los que allí estábamos, una amis­tad que pudo hacer visi­ble dentro de la facultad aquella novedad que ya estábamos viviendo. El simple hecho de estar ha­blando, alrededor de una mesa del patio, de algo que tiene que ver con nuestra verdadera natura­leza ya es revolucionario.
Después de esta Atlántida llegó la huelga convocada en protesta contra la Ley de Atribu­ciones. Dentro de nos­otros surgió un deseo de luchar por algo que creía­mos justo, pero pronto nos dimos cuenta de que lo que nos permitía afron­tar aquella ocasión no es­taba en la circunstancia misma ( el estar en contra de la Ley) ni en el sólo de­seo de justicia (vivir la huelga), sino que nuestra consistencia residía en la estima por aquella com­pañía que nos daba un camino para dar respues­ta a ese ansia de justicia y al mismo tiempo nos ha­cía libres del éxito o fra­caso que pudiésemos ob­tener. Y esto nos permi­tía a la vez ver aquella cir­cunstancia como una ocasión más en la que verificar y comunicar lo que es­tábamos viviendo.
Con la gente con la que habíamos comenza­do una amistad a partir de los encuentros suscita­dos por las Atlántidas y que se había ido fortale­ciendo con alguna cena y algún otro momento, co­menzamos a vivir la huel­ga juntos. Juntos acudía­mos a distintas asambleas y manifestaciones, juntos discutíamos la ac­titud de la gente frente a la huelga y juntos corría­mos cuando la policía nos perseguía. Aquella uni­dad iba creciendo.
Luego surgió la nece­sidad de reunirnos los que de alguna forma estuvi­mos viviendo la proble­mática de la huelga, con ganas de que surgiera una Atlántida que enjuiciase la situación. Tras un par de reuniones la Atlántida estuvo lista. Fue la prime­ra que surgía tras haber vivido un hecho concreto: creo que fue ésta la razón por la que las dimensio­nes físicas de esta Atlán­tida superaron a todas las anteriores, pues se salía del tablón de anuncios por arriba y por abajo.
Durante la semana de clase que tuvimos tras acabar la huelga y antes de Semana Santa, casi na­die en la Escuela hablaba ya del mes y medio que había durado la huelga. Todo el mundo andaba preocupado por lo que se avecinaba en este mo­mento: los exámenes. Sin embargo el día que que­damos para discutir esa última Atlántida fuimos nueve personas. Entre ellas estaban aquéllas con las que había ido surgien­do una amistad a raíz de las Atlántidas anteriores y de la huelga, aquellas que tras conocernos desde ha­cía tiempo sentían curio­sidad por ver en qué con­sistían esos encuentros: aquél que tras la primera Atlántida me llamó fas­cista ahora reconocía también la cercanía que esta­ba surgiendo entre noso­tros. Tres de estas perso­nas que han vivido con nosotros todos estos en­cuentros han venido a la convivencia de Pascua que hemos celebrado en Ávila.
Todo esto es algo que nunca antes hubiera creí­do posible, pero que aho­ra veo como algo ya real y que me ha hecho recor­dar que cualquier mo­mento puede ser ocasión en el que encontrar gen­te con la que comenzar una amistad bella: una amistad que nos ayuda a vivir la universidad como una ocasión donde desa­rrollar toda nuestra hu­manidad y no un lugar donde nuestra humani­dad quede empequeñeci­da. Por todo esto merece la pena arriesgar un cami­no juntos, sin pretensión alguna, pues es solamen­te siendo nosotros mismos de dónde nace en cada instante el gusto por la vi­da y se manifiesta la be­lleza de nuestra compa­ñía.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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