En las vacaciones del año pasado escuché una frase que, de alguna forma, ha determinado toda mi actitud durante este año. La novedad que aquella frase despertó en mí vuelve a surgir cada día que me la repito, y por eso es algo que no forma parte del pasado sino del presente.
Esta frase viene a decir que vivir la experiencia del movimiento no es un quehacer sino el arriesgar mi vida que ha sido «tocada» por un acontecimiento, por algo que he visto -aunque haya sido sólo un instante-, que me ha abierto un horizonte fascinante. Este horizonte fascinante en mí se concreta en vivir el ambiente donde normalmente me desenvuelvo (universidad, amigos, familia) con un mayor gusto, con una mayor libertad. Con esta nueva perspectiva el problema ya no es ser capaz o no de vivir el movimiento, sino de reconocer que de alguna manera yo ya he sido «tocado».
Esta novedad que intuía ligeramente se ha ido fortaleciendo en la medida en que esto lo he comenzado a vivir con otras personas, más concretamente con Fernando, que este año ha ido a estudiar en mi misma Escuela de Minas. De aquí ha ido surgiendo una amistad que ha sido, en primer lugar, provocación para cada uno de los dos: no una provocación hacia qué podríamos hacer en la universidad, sino a ser conscientes de que a pesar de ser dos solamente, en nuestra amistad estaba contenida toda la novedad que la experiencia del movimiento encerraba. Con el tiempo esto se ha ido manifestando, ya que hemos empezado a ser provocación para algunos compañeros de la escuela, con los cuales ha ido surgiendo una nueva relación.
Esta tensión que he manifestado hasta aquí, ha sido la que me ha permitido comenzar a afrontar la realidad de una forma totalmente distinta a como lo había hecho el año anterior, en que esa tensión no existía tan claramente.
Hemos comenzado a poner algunas Atlántidas, carteles que expresan un juicio sobre la realidad, y pronto han ido surgiendo conversaciones dentro de la facultad, cosa que nunca habíamos imaginado. Al principio de este año, me acuerdo de que un compañero se me dirigió a la salida de una clase acusándome de fascista por anteponer, -como peligro más grande para la humanidad- la falta de gusto por la vida al peligro de la guerra atómica. Ese momento fue clave en la relación entre nosotros, pues a partir de él, y gracias también a sucesivas Atlántidas, ha ido surgiendo entre nosotros una cercanía que antes no existía.
Con la siguiente Atlántida fue la primera vez que nos juntamos cinco personas para discutir y hablar sobre ella. De aquél momento no me acuerdo tanto de lo que hablamos como de la ocasión que supuso: comenzó a surgir, entre los que allí estábamos, una amistad que pudo hacer visible dentro de la facultad aquella novedad que ya estábamos viviendo. El simple hecho de estar hablando, alrededor de una mesa del patio, de algo que tiene que ver con nuestra verdadera naturaleza ya es revolucionario.
Después de esta Atlántida llegó la huelga convocada en protesta contra la Ley de Atribuciones. Dentro de nosotros surgió un deseo de luchar por algo que creíamos justo, pero pronto nos dimos cuenta de que lo que nos permitía afrontar aquella ocasión no estaba en la circunstancia misma ( el estar en contra de la Ley) ni en el sólo deseo de justicia (vivir la huelga), sino que nuestra consistencia residía en la estima por aquella compañía que nos daba un camino para dar respuesta a ese ansia de justicia y al mismo tiempo nos hacía libres del éxito o fracaso que pudiésemos obtener. Y esto nos permitía a la vez ver aquella circunstancia como una ocasión más en la que verificar y comunicar lo que estábamos viviendo.
Con la gente con la que habíamos comenzado una amistad a partir de los encuentros suscitados por las Atlántidas y que se había ido fortaleciendo con alguna cena y algún otro momento, comenzamos a vivir la huelga juntos. Juntos acudíamos a distintas asambleas y manifestaciones, juntos discutíamos la actitud de la gente frente a la huelga y juntos corríamos cuando la policía nos perseguía. Aquella unidad iba creciendo.
Luego surgió la necesidad de reunirnos los que de alguna forma estuvimos viviendo la problemática de la huelga, con ganas de que surgiera una Atlántida que enjuiciase la situación. Tras un par de reuniones la Atlántida estuvo lista. Fue la primera que surgía tras haber vivido un hecho concreto: creo que fue ésta la razón por la que las dimensiones físicas de esta Atlántida superaron a todas las anteriores, pues se salía del tablón de anuncios por arriba y por abajo.
Durante la semana de clase que tuvimos tras acabar la huelga y antes de Semana Santa, casi nadie en la Escuela hablaba ya del mes y medio que había durado la huelga. Todo el mundo andaba preocupado por lo que se avecinaba en este momento: los exámenes. Sin embargo el día que quedamos para discutir esa última Atlántida fuimos nueve personas. Entre ellas estaban aquéllas con las que había ido surgiendo una amistad a raíz de las Atlántidas anteriores y de la huelga, aquellas que tras conocernos desde hacía tiempo sentían curiosidad por ver en qué consistían esos encuentros: aquél que tras la primera Atlántida me llamó fascista ahora reconocía también la cercanía que estaba surgiendo entre nosotros. Tres de estas personas que han vivido con nosotros todos estos encuentros han venido a la convivencia de Pascua que hemos celebrado en Ávila.
Todo esto es algo que nunca antes hubiera creído posible, pero que ahora veo como algo ya real y que me ha hecho recordar que cualquier momento puede ser ocasión en el que encontrar gente con la que comenzar una amistad bella: una amistad que nos ayuda a vivir la universidad como una ocasión donde desarrollar toda nuestra humanidad y no un lugar donde nuestra humanidad quede empequeñecida. Por todo esto merece la pena arriesgar un camino juntos, sin pretensión alguna, pues es solamente siendo nosotros mismos de dónde nace en cada instante el gusto por la vida y se manifiesta la belleza de nuestra compañía.
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