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Huellas N.2, Mayo 1986

VIDA DE CL

Uganda: Aquella pequeña chispa de esperanza

Mataron a la hermana de Rose sin razón, por crueldad: porque en los tiempos de Obote, a los católicos les consideraban guerrilleros. La despe­dazaron con una azada. La reacción de la familia de Rose fue la del ins­tinto: empezaron a organizar la venganza. Sin embargo, aquella frágil chavala de Uganda corre a ca­sa de su madre y, después de ha­ber «rezado con autoridad», dice a la madre: «¿Por qué no comenza­mos a amar desde ahora? Dios exis­te, Dios nos ama. Debemos comen­zar ahora, juntos, porque ninguno ama; rezar por los que odian y amar a cada uno de ellos. Dios es el que hace justicia. Tú debes perdonar y rezar. Todo lo que nos sucede es su­yo». La madre se arrodilla y pide perdón a Dios por lo que había pensado antes. Y empieza también para ella una vida nueva.
Rose, y muchos otros igual a ella, están experimentando, en la Uganda de la violencia y de la gue­rra, una existencia nueva que ha surgido del encuentro con el movi­miento Christ, Communion and Life (CCL: Cristo, comunión y vi­da).
Uganda ha dejado de ser, des­de ya muchos años, aquella «Perla de África», como la habían llama­do los primeros exploradores del si­glo pasado. Desde la independen­cia del país (1962), estos últimos 24 años han sido una historia casi con­tinua de luchas intestinas, de gol­pes militares y violencias de tribus desde siempre enemigas, que han cambiado profundamente el aspec­to del país. Sin embargo, dentro de esta situación, a principio de los años ochenta empezó otra historia, la de un movimiento eclesial (CCL): es la historia del encuentro entre el espíritu misionero de un grupo de voluntarios italianos de Comunión y Liberación y la fuerte experiencia de padre Tiboni, un misionero comboniano ya presen­te en África desde varios años antes.
En 1969, Enrico Guffanti, ciru­jano, y su mujer se fueron desde Va­rese (Italia) a Uganda «para testi­moniar la fe cristiana. En los años del bachillerato y de la universidad -recuerda el mismo Guffanti- habíamos encontrado una novedad capaz de dar sentido a la vida y de ofrecer una tarea grande para ella. Encontramos a Cristo en la vida de « Gioventú Studentesca» (hoy Co­munión y Liberación: n. del t.) ha­ciendo la experiencia de cómo este encuentro era determinante para nuestra vida personal y para la pre­sencia en la realidad. Así, la expe­riencia vivida en el movimiento nos ha hecho comprender cada vez más que el sentido de nuestra vida está en el encuentro con Cristo y la ta­rea consiste en anunciar esto a ca­da hombre y a todo el mundo. En­tonces comprendimos que la ver­dad encontrada no era sólo para no­sotros, que no era sólo para los compañeros de la escuela ni sólo para los hombres de la ciudad donde vivíamos. La misión, el anuncio y la propuesta de la verdad encon­trada son una dimensión esencial e inseparable de la experiencia cris­tiana. Esto luego se desarrolló en lo concreto de una profesión; para mí como médico, para otros como pro­fesores, como sacerdotes; pero siempre, tanto en Uganda como en cualquier otra parte, la tarea es, a través de la concreción de la respuesta a la necesidad contingente, el anuncio de Cristo».
Después de la familia Guffan­ti; otros llegaron: así empiezan en Kitgum iniciativas sanitarias y edu­cativas. Un licenciado en químicas entra en el seminario de allí y llega a ser ordenado sacerdote. Todo es­to crece como un testimonio sin pretensiones, como un fuego que está debajo de la ceniza. Pero aquél pequeño fuego no es más que la mecha de una auténtica bomba, que estalla -como un don no programado- en 1980. Es cuando el padre Tiboni, con toda sencillez, propone a la Iglesia en Uganda, reunida en la «Semana Teológica de Katigondo», que se adhiera «a la novedad de relaciones concreta­mente experimentables». Inmedia­tamente hubo una respuesta. Cen­tenares de ugandeses, hoy millares entre jóvenes estudiantes y trabaja­dores, soldados y encarcelados; también padres de familia, profe­sores y muchos otros, se adhieren a CCL.
Es el principio de esta historia. Hoy, después del último golpe militar (julio de 1985), entre los ami­gos ugandeses de CCL ha crecido aún más la conciencia de que Ugan­da necesita sobre todo una nueva cultura de paz y de solidaridad, sin la cual nigún cambio militar o po­lítico podrá asegurar una novedad auténtica para el país.
Es lo que testimonian las dos cartas que publicamos. Una es de Domenico, un joven médico casa­do, llegado desde hace poco tiem­po a Kitgum, y que explica el por­qué de su decisión, junto a los otros médicos del movimiento, de per­manecer en el país, a pesar del pe­ligro que esto supone, a causa de los enfrentamientos armados entre los soldados del nuevo líder Yowe­ri Museveni y los del anterior go­bierno. La otra carta es de Rose, una joven estudiante de químicas, de la que hemos hablado antes. Son los testimonios de una auténtica con­ciencia de paz y de esperanza que cada vez se está abriendo caminos en Uganda.

Kitgum, 29 de Enero de 1986
Queridísimos papá y mamá:
Después de las noticias más o menos precisas que hayáis podido tener por la televisión, he pensado en tranquilizaros haciendoos un pequeño regalo: he «empaquetado» a Emmanue­la, a María Lucía y a Chiara y os las he enviado para que po­dáis constatar que todo va bien y no hay peligros, por el mo­mento. Espero que así estéis más tranquilos al ver que todos gozamos de buena salud.
Ahora bien, os preguntaréis el porqué los médicos nos he­mos quedado en Kitgum. ¿Por qué? Ante todo quiero que se­páis una cosa: el embajador nos ha garantizado que, en caso de peligro, habrá un avión especial para que podamos salir de Uganda. Pero en este momento no existe este tipo de peligro, sólo una gran tensión aquí en el norte que nos permite quedarnos, sin angustias. El hecho de que las mujeres y los niños hayan vuelto sólo tiene un va­lor preventivo: no deben correr riesgos inútiles.
Vuelvo así al porqué nos he­mos quedado en Kitgum; es di­fícil de explicar y de compren­der a sin conocer la realidad en la que vivimos aquí, en el nor­te, entre los Acholi. Práctica­mente todas las tribus más im­portantes y más numerosas de Uganda quieren destruir la tri­bu de los Acholi, motivo del gran mal y de tantos errores co­metidos en estos años. Aquí, ellos han desaparecido de la ciu­dad; el hospital se ha paralizado y casi recibimos sólo solda­dos heridos en el frente de ba­talla. El trabajo no es mucho y, por tanto, no es el trabajo la razón principal de nuestra perma­nencia. Vuelvo (para que com­prendáis) a lo que he dicho antes: la gente vive a sabiendas de que tiene que sufrir venganzas y represalias por parte de las otras tribus; sin embargo, una chispa de esperanza y de posibi­lidad de vida para los que desde siempre han odiado la violen­cia, todavía existe. Si nosotros también nos marcháramos, aquella pequeña esperanza y co­raje, aquel débil pero vivo de­seo de afirmar la vida, se apaga­ría en un instante.
Todos nos miran a nosotros para saber si pueden continuar teniendo esperanza. Bien, creo que nos estamos acercando al «meollo» de nuestra elección. Una antigua y hermosa canción del movimiento dice más o me­nos así: «No digas ¡ánimo! a quien sufre, sino dale ese áni­mo», y más aún el Papa, después del terremoto de Irpinia (una región de Italia afectada por el grave terremoto, en 1980: n. del t.), en medio de los muertos y de los escombros, dijo: «Cuando un hombre sufre ha­ce falta que a su lado haya otro hombre». Esta es nuestra experiencia: no una teoría filosófi­ca, sino un modo de vivir la vi­da, una forma de ser.
Hoy precisamente, un ami­go nos decía entre las lágrimas: « Gracias, gracias por lo que sois para nosotros, por vuestra compañía, por vuestros rostros que son el rostro de Cristo do­blegado sobre nuestros sufri­mientos». ¡Y deberíais haber oído qué dignidad en el tono de aquellas palabras!
Luego hay un segundo aspecto que es el de la responsabilidad. La vida siempre te pide algo; la realidad es un «interro­gante» con sus problemas: un padre, por ejemplo, es interrogado por los problemas de su familia, es responsable de la mujer y de los hijos; cada hombre es responsable del mundo que le rodea y de sus problemas. No puede escabullirse. Cada persona tiene una tarea precisa, una responsabilidad precisa en el ambiente donde vive; uno pue­de tal vez renunciar a su tarea, pero la responsabilidad queda; no depende de nuestro sí o de nuestro no. Mientras estemos vivos tenemos una responsabilidad en el mundo. La respon­sabilidad es un dato objetivo; nuestra respuesta, sin embargo, es subjetiva, pues se puede libre­mente responder sí o no.
Yo digo si incluso aunque me duela renunciar a mis hijos; pero no es un esfuerzo de mo­ralismo: es la conciencia de la solidaridad cristiana y de la res­ponsabilidad humana lo que me empuja más allá de mis peque­ños proyectos, pues reconozco su necesidad para mí, para los demás y para mi familia.
Os pido a vosotros que com­prendáis y que estéis junto a mi familia, y que os ayudéis todos a vivir este gesto y esta decisión. Vosotros en Italia y nosotros en Uganda estamos viviendo la misma circunstancia, estamos compartiendo la misma elección de solidaridad y de respon­sabilidad hacia los amigos ugan­deses. (... ) Estad tranquilos. Os abrazo a todos.
Vuestro hijo,
Domenico

Kampala, 14 de Enero de 1986
Querido padre Giussani:
He recibido tus saludos a través del Dr. Enrico Guffan­ti. Con mucha alegría yo tam­bién he decidido enviarte los míos, con esta carta, por prime­ra vez.
Es algo grande lo que estoy haciendo. La grandeza del por­qué te escribo está en que te es­cribo a ti, en nuestra comunión en Cristo, y en el hecho de que nuestra fraternidad ha dado a cada uno de nosotros las indicaciones para difundir una acción de paz a todos los ugande­ses, y yo he elegido comunicar mi paz en Cristo a ti. Yo sé que cuando uno está en la paz entonces allí donde vive se hace una experiencia de paz, de aquella paz que nosotros deseamos.
Padre: para decirte cómo han ido las cosas, antes de que el ajuste de paz en Uganda fue­ra pactado por las partes, la gente deseaba mucho que este ajuste llegase a ser firmado; sin embargo, por lo que me atañe, yo nunca he creído de verdad en estos coloquios de paz por los que todos los ugandeses es­taban a la espera. Yo he creído en Jesucristo que nos trae la paz a ti y a mí y que nos une en una comunión profunda. Aunque Museveni (el nuevo presidente) sea de mi misma tri­bu y Okello (el recién derrocado) sea mi «padre», ellos no pueden traer la paz a mi corazón.
De todas formas yo estoy orgullosa de decirte que aque­llo que tú dijiste a los bachille­res del Berchet (el instituto mi­lanés donde empezó la experien­cia del movimiento de C.L.: n. del t.) me ha «despertado» y me ha animado mucho para propo­ner el movimiento a los otros estudiantes.
Julius me ha hablado de ti, de cómo te comportas, igual a lo que hace Tiboni aquí: he comprendido que de verdad nosotros pertenecemos a una gran historia y que hemos sido llamados para un gran proyecto. Tú te comportas y hablas del mismo modo porque pertene­ces a la misma comunión. No­sotros pertenecemos a una gran historia; la comunión en Cris­to se hace sal en nuestros cuer­pos.
A través de lo que tú decías («¿Quién es Cristo para ti?»), yo he sido capaz de hacer lo mismo con mis amigos de la es­cuela, comunicando cuál es nuestro juicio sobre las divisio­nes presentes aquí en Uganda entre las diferentes iglesias y las diferentes tribus.
Nosotros somos un solo País, una única Iglesia, todos creyentes en Jesucristo que es viviente, pero a veces intenta­mos creer en el poder de las ar­mas que no dura. Nosotros sabemos que el camino de la sal­vación no es la violencia. En­contrar la comunión: éste es el camino para la salvación.
El Padre Tiboni nos ha di­cho también que nosotros estamos hechos para algo grande y que nuestra grandeza no se acabará. Yo he guardado tu men­saje y el suyo en mi corazón y he ido a ver a algunas familias que viven cerca, explicándoles lo que tú has dicho y propo­niéndoles esta grandeza, Les di­je: « Si otros pueden juntarse para robar y matar, ¿por qué nosotros no podemos juntarnos en el nombre de Cristo para ha­cer un trabajo grande, en lugar de destruir la vida y las propie­dades de nuestros amigos? Yo quiero que Cristo sea un víncu­lo o una cadena que nos ate juntos, igual que los metales en química cuando se juntan se transfieren energía el uno al otro».
Aquellas personas se pusie­ron muy contentas y me pre­guntaron quién me había ense­ñado todo esto. Yo contesté con orgullo que eran el Padre Tiboni y don Giussani, pues yo sola no soy capaz de hacer nada, pero juntos nosotros encontramos paz y fidelidad.
Yo ahora vivo aquí, en Kampala, junto a una familia, pues me quedé aislada de mi propia familia a causa de los combates, desde enero del año pasado hasta hoy. Nosotros de­bemos aceptar todo tipo de su­frimiento.
Te envío la bendición de Dios y la Paz de Cristo, que es la fuente de nuestra amistad y de la salvación.
Rose

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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