Mataron a la hermana de Rose sin razón, por crueldad: porque en los tiempos de Obote, a los católicos les consideraban guerrilleros. La despedazaron con una azada. La reacción de la familia de Rose fue la del instinto: empezaron a organizar la venganza. Sin embargo, aquella frágil chavala de Uganda corre a casa de su madre y, después de haber «rezado con autoridad», dice a la madre: «¿Por qué no comenzamos a amar desde ahora? Dios existe, Dios nos ama. Debemos comenzar ahora, juntos, porque ninguno ama; rezar por los que odian y amar a cada uno de ellos. Dios es el que hace justicia. Tú debes perdonar y rezar. Todo lo que nos sucede es suyo». La madre se arrodilla y pide perdón a Dios por lo que había pensado antes. Y empieza también para ella una vida nueva.
Rose, y muchos otros igual a ella, están experimentando, en la Uganda de la violencia y de la guerra, una existencia nueva que ha surgido del encuentro con el movimiento Christ, Communion and Life (CCL: Cristo, comunión y vida).
Uganda ha dejado de ser, desde ya muchos años, aquella «Perla de África», como la habían llamado los primeros exploradores del siglo pasado. Desde la independencia del país (1962), estos últimos 24 años han sido una historia casi continua de luchas intestinas, de golpes militares y violencias de tribus desde siempre enemigas, que han cambiado profundamente el aspecto del país. Sin embargo, dentro de esta situación, a principio de los años ochenta empezó otra historia, la de un movimiento eclesial (CCL): es la historia del encuentro entre el espíritu misionero de un grupo de voluntarios italianos de Comunión y Liberación y la fuerte experiencia de padre Tiboni, un misionero comboniano ya presente en África desde varios años antes.
En 1969, Enrico Guffanti, cirujano, y su mujer se fueron desde Varese (Italia) a Uganda «para testimoniar la fe cristiana. En los años del bachillerato y de la universidad -recuerda el mismo Guffanti- habíamos encontrado una novedad capaz de dar sentido a la vida y de ofrecer una tarea grande para ella. Encontramos a Cristo en la vida de « Gioventú Studentesca» (hoy Comunión y Liberación: n. del t.) haciendo la experiencia de cómo este encuentro era determinante para nuestra vida personal y para la presencia en la realidad. Así, la experiencia vivida en el movimiento nos ha hecho comprender cada vez más que el sentido de nuestra vida está en el encuentro con Cristo y la tarea consiste en anunciar esto a cada hombre y a todo el mundo. Entonces comprendimos que la verdad encontrada no era sólo para nosotros, que no era sólo para los compañeros de la escuela ni sólo para los hombres de la ciudad donde vivíamos. La misión, el anuncio y la propuesta de la verdad encontrada son una dimensión esencial e inseparable de la experiencia cristiana. Esto luego se desarrolló en lo concreto de una profesión; para mí como médico, para otros como profesores, como sacerdotes; pero siempre, tanto en Uganda como en cualquier otra parte, la tarea es, a través de la concreción de la respuesta a la necesidad contingente, el anuncio de Cristo».
Después de la familia Guffanti; otros llegaron: así empiezan en Kitgum iniciativas sanitarias y educativas. Un licenciado en químicas entra en el seminario de allí y llega a ser ordenado sacerdote. Todo esto crece como un testimonio sin pretensiones, como un fuego que está debajo de la ceniza. Pero aquél pequeño fuego no es más que la mecha de una auténtica bomba, que estalla -como un don no programado- en 1980. Es cuando el padre Tiboni, con toda sencillez, propone a la Iglesia en Uganda, reunida en la «Semana Teológica de Katigondo», que se adhiera «a la novedad de relaciones concretamente experimentables». Inmediatamente hubo una respuesta. Centenares de ugandeses, hoy millares entre jóvenes estudiantes y trabajadores, soldados y encarcelados; también padres de familia, profesores y muchos otros, se adhieren a CCL.
Es el principio de esta historia. Hoy, después del último golpe militar (julio de 1985), entre los amigos ugandeses de CCL ha crecido aún más la conciencia de que Uganda necesita sobre todo una nueva cultura de paz y de solidaridad, sin la cual nigún cambio militar o político podrá asegurar una novedad auténtica para el país.
Es lo que testimonian las dos cartas que publicamos. Una es de Domenico, un joven médico casado, llegado desde hace poco tiempo a Kitgum, y que explica el porqué de su decisión, junto a los otros médicos del movimiento, de permanecer en el país, a pesar del peligro que esto supone, a causa de los enfrentamientos armados entre los soldados del nuevo líder Yoweri Museveni y los del anterior gobierno. La otra carta es de Rose, una joven estudiante de químicas, de la que hemos hablado antes. Son los testimonios de una auténtica conciencia de paz y de esperanza que cada vez se está abriendo caminos en Uganda.
Kitgum, 29 de Enero de 1986
Queridísimos papá y mamá:
Después de las noticias más o menos precisas que hayáis podido tener por la televisión, he pensado en tranquilizaros haciendoos un pequeño regalo: he «empaquetado» a Emmanuela, a María Lucía y a Chiara y os las he enviado para que podáis constatar que todo va bien y no hay peligros, por el momento. Espero que así estéis más tranquilos al ver que todos gozamos de buena salud.
Ahora bien, os preguntaréis el porqué los médicos nos hemos quedado en Kitgum. ¿Por qué? Ante todo quiero que sepáis una cosa: el embajador nos ha garantizado que, en caso de peligro, habrá un avión especial para que podamos salir de Uganda. Pero en este momento no existe este tipo de peligro, sólo una gran tensión aquí en el norte que nos permite quedarnos, sin angustias. El hecho de que las mujeres y los niños hayan vuelto sólo tiene un valor preventivo: no deben correr riesgos inútiles.
Vuelvo así al porqué nos hemos quedado en Kitgum; es difícil de explicar y de comprender a sin conocer la realidad en la que vivimos aquí, en el norte, entre los Acholi. Prácticamente todas las tribus más importantes y más numerosas de Uganda quieren destruir la tribu de los Acholi, motivo del gran mal y de tantos errores cometidos en estos años. Aquí, ellos han desaparecido de la ciudad; el hospital se ha paralizado y casi recibimos sólo soldados heridos en el frente de batalla. El trabajo no es mucho y, por tanto, no es el trabajo la razón principal de nuestra permanencia. Vuelvo (para que comprendáis) a lo que he dicho antes: la gente vive a sabiendas de que tiene que sufrir venganzas y represalias por parte de las otras tribus; sin embargo, una chispa de esperanza y de posibilidad de vida para los que desde siempre han odiado la violencia, todavía existe. Si nosotros también nos marcháramos, aquella pequeña esperanza y coraje, aquel débil pero vivo deseo de afirmar la vida, se apagaría en un instante.
Todos nos miran a nosotros para saber si pueden continuar teniendo esperanza. Bien, creo que nos estamos acercando al «meollo» de nuestra elección. Una antigua y hermosa canción del movimiento dice más o menos así: «No digas ¡ánimo! a quien sufre, sino dale ese ánimo», y más aún el Papa, después del terremoto de Irpinia (una región de Italia afectada por el grave terremoto, en 1980: n. del t.), en medio de los muertos y de los escombros, dijo: «Cuando un hombre sufre hace falta que a su lado haya otro hombre». Esta es nuestra experiencia: no una teoría filosófica, sino un modo de vivir la vida, una forma de ser.
Hoy precisamente, un amigo nos decía entre las lágrimas: « Gracias, gracias por lo que sois para nosotros, por vuestra compañía, por vuestros rostros que son el rostro de Cristo doblegado sobre nuestros sufrimientos». ¡Y deberíais haber oído qué dignidad en el tono de aquellas palabras!
Luego hay un segundo aspecto que es el de la responsabilidad. La vida siempre te pide algo; la realidad es un «interrogante» con sus problemas: un padre, por ejemplo, es interrogado por los problemas de su familia, es responsable de la mujer y de los hijos; cada hombre es responsable del mundo que le rodea y de sus problemas. No puede escabullirse. Cada persona tiene una tarea precisa, una responsabilidad precisa en el ambiente donde vive; uno puede tal vez renunciar a su tarea, pero la responsabilidad queda; no depende de nuestro sí o de nuestro no. Mientras estemos vivos tenemos una responsabilidad en el mundo. La responsabilidad es un dato objetivo; nuestra respuesta, sin embargo, es subjetiva, pues se puede libremente responder sí o no.
Yo digo si incluso aunque me duela renunciar a mis hijos; pero no es un esfuerzo de moralismo: es la conciencia de la solidaridad cristiana y de la responsabilidad humana lo que me empuja más allá de mis pequeños proyectos, pues reconozco su necesidad para mí, para los demás y para mi familia.
Os pido a vosotros que comprendáis y que estéis junto a mi familia, y que os ayudéis todos a vivir este gesto y esta decisión. Vosotros en Italia y nosotros en Uganda estamos viviendo la misma circunstancia, estamos compartiendo la misma elección de solidaridad y de responsabilidad hacia los amigos ugandeses. (... ) Estad tranquilos. Os abrazo a todos.
Vuestro hijo,
Domenico
Kampala, 14 de Enero de 1986
Querido padre Giussani:
He recibido tus saludos a través del Dr. Enrico Guffanti. Con mucha alegría yo también he decidido enviarte los míos, con esta carta, por primera vez.
Es algo grande lo que estoy haciendo. La grandeza del porqué te escribo está en que te escribo a ti, en nuestra comunión en Cristo, y en el hecho de que nuestra fraternidad ha dado a cada uno de nosotros las indicaciones para difundir una acción de paz a todos los ugandeses, y yo he elegido comunicar mi paz en Cristo a ti. Yo sé que cuando uno está en la paz entonces allí donde vive se hace una experiencia de paz, de aquella paz que nosotros deseamos.
Padre: para decirte cómo han ido las cosas, antes de que el ajuste de paz en Uganda fuera pactado por las partes, la gente deseaba mucho que este ajuste llegase a ser firmado; sin embargo, por lo que me atañe, yo nunca he creído de verdad en estos coloquios de paz por los que todos los ugandeses estaban a la espera. Yo he creído en Jesucristo que nos trae la paz a ti y a mí y que nos une en una comunión profunda. Aunque Museveni (el nuevo presidente) sea de mi misma tribu y Okello (el recién derrocado) sea mi «padre», ellos no pueden traer la paz a mi corazón.
De todas formas yo estoy orgullosa de decirte que aquello que tú dijiste a los bachilleres del Berchet (el instituto milanés donde empezó la experiencia del movimiento de C.L.: n. del t.) me ha «despertado» y me ha animado mucho para proponer el movimiento a los otros estudiantes.
Julius me ha hablado de ti, de cómo te comportas, igual a lo que hace Tiboni aquí: he comprendido que de verdad nosotros pertenecemos a una gran historia y que hemos sido llamados para un gran proyecto. Tú te comportas y hablas del mismo modo porque perteneces a la misma comunión. Nosotros pertenecemos a una gran historia; la comunión en Cristo se hace sal en nuestros cuerpos.
A través de lo que tú decías («¿Quién es Cristo para ti?»), yo he sido capaz de hacer lo mismo con mis amigos de la escuela, comunicando cuál es nuestro juicio sobre las divisiones presentes aquí en Uganda entre las diferentes iglesias y las diferentes tribus.
Nosotros somos un solo País, una única Iglesia, todos creyentes en Jesucristo que es viviente, pero a veces intentamos creer en el poder de las armas que no dura. Nosotros sabemos que el camino de la salvación no es la violencia. Encontrar la comunión: éste es el camino para la salvación.
El Padre Tiboni nos ha dicho también que nosotros estamos hechos para algo grande y que nuestra grandeza no se acabará. Yo he guardado tu mensaje y el suyo en mi corazón y he ido a ver a algunas familias que viven cerca, explicándoles lo que tú has dicho y proponiéndoles esta grandeza, Les dije: « Si otros pueden juntarse para robar y matar, ¿por qué nosotros no podemos juntarnos en el nombre de Cristo para hacer un trabajo grande, en lugar de destruir la vida y las propiedades de nuestros amigos? Yo quiero que Cristo sea un vínculo o una cadena que nos ate juntos, igual que los metales en química cuando se juntan se transfieren energía el uno al otro».
Aquellas personas se pusieron muy contentas y me preguntaron quién me había enseñado todo esto. Yo contesté con orgullo que eran el Padre Tiboni y don Giussani, pues yo sola no soy capaz de hacer nada, pero juntos nosotros encontramos paz y fidelidad.
Yo ahora vivo aquí, en Kampala, junto a una familia, pues me quedé aislada de mi propia familia a causa de los combates, desde enero del año pasado hasta hoy. Nosotros debemos aceptar todo tipo de sufrimiento.
Te envío la bendición de Dios y la Paz de Cristo, que es la fuente de nuestra amistad y de la salvación.
Rose
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