Todo el pontificado de Juan Pablo II está marcando, sin duda alguna, una etapa de despliegue del Concilio Vaticano II: el reciente Sínodo extraordinario sobre la realización del mismo es una clara confirmación de este fundamental compromiso del Pontífice. El próximo Sínodo sobre la misión de los laicos, que se celebrará en 1987, y la reciente publicación del documento de la Conferencia Episcopal Española (Testigos del Dios vivo) sobre la actuación de los cristianos en la vida social y política, son dos hechos que nos interpelan y nos provocan a todos los cristianos de la Iglesia en España, y a los laicos de un modo particular.
¿Cuáles son las exigencias y los retos que este momento histórico -que es el nuestro- nos suscita?
LOS RETOS FUNDAMENTALES
El Dr. Guzmán Carriquiry (Jefe del Departamento del Consejo Pontificio para los Laicos), en un encuentro con varios movimientos
y asociaciones de laicos que tuvo lugar en abril del pasado año en Madrid, tuvo la indiscutible autoridad y claridad para recordarnos,
de forma concisa, cuáles son estas exigencias y los desafíos fundamentales.
1. En primer lugar, la toma de conciencia de la dignidad y responsabilidad de todos y cada uno de los Christifidelis (los bautizados): ellos son los fieles seguidores unidos a Cristo, que tienen la responsabilidad de recrear condiciones de unidad entre la fe y la vida, superando esa disociación que el Concilio considera uno de los más grandes errores de nuestro tiempo. Se trata de la superación del ritualismo y del moralismo, en los que la fe no interroga ni convierte la vida, para dejar paso a una personalización del Anuncio, de forma que la fe crezca como experiencia de vida y como respuesta integral a los problemas de la existencia.
2. En segundo lugar, estamos hoy llamados a vivir el Misterio originario, esto es, el estupor y la fascinación del acontecimiento de la presencia de Cristo que viene a nosotros, y así recentrarnos en lo que es fuente de lo más esencial, de lo más profundo, de lo más radical, de lo que más identifica nuestra experiencia cristiana.
3. La tercera exigencia es la responsabilidad frente a la Verdad. Hay, hoy en día, en la Iglesia y en el Pontificado, una grave y profunda responsabilidad frente a la Verdad, esa Verdad sobre Cristo, Verdad sobre la Iglesia, Verdad sobre el Hombre que traduzca los contenidos íntegros del Evangelio y de la tradición eclesial. Esta responsabilidad frente a la Verdad no puede ser una actitud temerosa, de repliegue o defensa frente a las dificultades y oposiciones de una cultura cada vez más laicista, sino una actitud sin complejos, creativa y comprometida. Para los cristianos, se trata siempre de acoger y proclamar una Verdad que nos viene de Otro, una Verdad que nos hace libres y lleva en sí el principio y la fuerza de la auténtica liberación del hombre.
4. La cuarta exigencia o reto es la comunión eclesial. Sólo una Iglesia que sepa acoger y profundizar el don de la Unidad y de la Comunión en torno a los pastores y a los pastores en comunión con el sucesor de Pedro, en una adhesión afectiva y efectiva, es una Iglesia fecunda en su testimonio y en su acción evangelizadora.
5. La necesidad de un profundo dinamismo misionero. Desde el comienzo de este pontificado no se cesa de proclamar y testimoniar una Iglesia deseosa de ir al encuentro del hombre, de seguir los caminos y toda la realidad del hombre y de hacer presente el Misterio de la Redención en medio de los Pueblos. Hay que ponerse en «estado de misión», donde nada de lo humano puede ser ajeno a la potencia de la Redención. «Más aún: -repite el Papa- el Evangelio debe acoger, expresar, potenciar todo lo auténticamente bueno, justo, verdadero y hermoso que se viva en la experiencia humana; debe ser significado y respuesta radical, global, de vida nueva ante los eternos y siempre nuevos interrogantes del corazón del hombre y de las culturas de los pueblos; debe ser propuesto como plenitud de Revelación y de vida para toda búsqueda de justicia, de solidaridad, de amor, de verdad, de dignidad y de comunión» (Discurso a las Asociaciones de Laicos de México).
6. Finalmente, la última exigencia, íntimamente unida a la anterior: la presencia cristiana en el corazón de la realidad, en el corazón de los ambientes, allí donde se juega o se gesta la realidad y la humanidad del mañana.
Estas son las exigencias que el pontificado de Juan Pablo II lanza como un desafío, en el tiempo en que vivimos, a todos los cristianos y particularmente a los laicos. En efecto, estas exigencias se traducen en el desafío fundamental de la realización de la vocación propia del laico, la de transformar del mundo según los designios de Dios.
EL LAICADO
Por laicado se entiende la realidad de pueblo -así indica la raíz etimológica griega del término laico- de la que la Iglesia está hecha. Ya hemos tratado brevemente de su naturaleza y de su tarea en el número anterior de esta revista (cfr. Nueva Tierra, n.1 de 1986, p. 10). Aquí sólo queremos recordar cómo el pontificado de J.P. II, desde los primeros instantes, ha sido una continua invitación e interpelación a la renovada presencia cristiana de esta realidad del pueblo de Dios. «Abrid las puertas a Cristo de par en par. Abrid las puertas de los corazones porque no hay humanidad nueva si no hay hombres nuevos del bautismo y convertidos al Evangelio. Abrid las puertas de los corazones, pero abrid las puertas de los sistemas políticos, de las vigencias culturales, de las cuestiones y programas de desarrollo, de las perspectivas civilizadoras, abridlas de par en par a la potestad, al señorío de Cristo» (Discurso de inauguración del pontificado, 1978). De este modo, el Papa plantea el mayor desafío al camino que los laicos deberán recorrer cada vez más, para responder a su vocación y tarea, tal como el Concilio ha indicado: si Cristo no ilumina la historia toda del hombre, si no implica una más radical inteligencia de nuestra historia contemporánea, si no es la clave de sentido y de plenitud para la vida y para la convivencia de los hombres, frágil es la fe. Y cuando se debilita el hecho cristiano como la más radical clave de interpretación de la historia, cuando no se vive como esa energía nueva que es la única fuente y certeza de liberación radical, cuando Cristo no es encontrado (cuando no es Acontecimiento) y cuando es débil la conciencia de pertenencia a la Iglesia entera, como comunidad histórica viva, concreta, en que la presencia del mismo Señor es fascinante porque libera, pues hace experimentar el crecimiento de la propia humanidad, cuando la fe no es esto, entonces corremos el riesgo de quedar a merced de los amoldamientos de las ideologías del mundo.
Dos, creemos, son los peligros graves que hay que evitar para seguir el camino señalado. Los indicamos solo brevemente:
a) El clericalismo. Es aquella actitud que olvida que el fin de la experiencia eclesial es la liberación de la persona y valora el laico solo en cuanto «agregado» a desarrollar determinadas funciones en la organización eclesiástica.
b) El laicismo. Es la actitud -y muchas veces se la encuentra junto a la anterior- que insiste en que la tarea de los laicos es, justamente, ocuparse de la cultura y de la política, pero como algo distinto y con otros fines respecto a la pertenencia y a la misión eclesial. Sobre esto, entonces, la Iglesia entera tendrá que reflexionar y trabajar a fondo, acogiendo sobre todo la novedad eclesiológica del actual pontificado. En el Convenio de la Iglesia italiana, en Loreto (abril de 1985), el Papa apuntó a la realidad de los movimientos como «un cauce privilegiado para la formación y la promoción de un laicado activo y consciente». Creemos que el valor de esta indicación no es sólo estratégico u organizativo, sino sustancial: es realmente una novedad eclesiológica porque indica un modo de concebir la Iglesia como lugar donde Cristo es reconocido «presente aquí y ahora», y por eso como «ambiente de la existencia redimida del hombre». Y será precisamente «el florecimiento de nuevos grupos, movimientos y asociaciones destinados a asegurar una presencia valiente y eficaz en las distintas estructuras de la sociedad y en los distintos ámbitos de elaboración de la cultura de hoy» uno de los temas básicos del próximo Sínodo, como señala el mismo Documento de Preparación (Lineamenta).
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