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Huellas N.2, Mayo 1986

VIDA DE LA IGLESIA

Sobre la misión de los laicos

Gloria Richi y Javier Agúndez

Todo el pontificado de Juan Pablo II está marcando, sin duda alguna, una etapa de despliegue del Concilio Vaticano II: el reciente Sínodo extraordinario sobre la realización del mismo es una clara confirmación de este fundamental compromiso del Pontífice. El próximo Sínodo sobre la misión de los laicos, que se celebrará en 1987, y la reciente publicación del documento de la Conferencia Episcopal Española (Testigos del Dios vivo) sobre la actuación de los cristianos en la vida social y política, son dos hechos que nos interpelan y nos provocan a todos los cristianos de la Iglesia en España, y a los laicos de un modo particular.
¿Cuáles son las exigencias y los retos que este momento histórico -que es el nuestro- nos suscita?


LOS RETOS FUNDAMENTALES
El Dr. Guzmán Carriquiry (Jefe del Departamento del Consejo Pontificio para los Laicos), en un encuentro con varios movimientos
y asociaciones de laicos que tuvo lugar en abril del pasado año en Madrid, tuvo la indiscutible autoridad y claridad para recordarnos,
de forma concisa, cuáles son estas exigencias y los desafíos fundamen­tales.
1. En primer lugar, la toma de conciencia de la dignidad y respon­sabilidad de todos y cada uno de los Christifidelis (los bautizados): ellos son los fieles seguidores unidos a Cristo, que tienen la responsabili­dad de recrear condiciones de uni­dad entre la fe y la vida, superan­do esa disociación que el Concilio considera uno de los más grandes errores de nuestro tiempo. Se trata de la superación del ritualismo y del moralismo, en los que la fe no in­terroga ni convierte la vida, para dejar paso a una personalización del Anuncio, de forma que la fe crez­ca como experiencia de vida y co­mo respuesta integral a los problemas de la existencia.
2. En segundo lugar, estamos hoy llamados a vivir el Misterio originario, esto es, el estupor y la fascinación del acontecimiento de la presencia de Cristo que viene a nosotros, y así recentrarnos en lo que es fuente de lo más esencial, de lo más profundo, de lo más ra­dical, de lo que más identifica nuestra experiencia cristiana.
3. La tercera exigencia es la res­ponsabilidad frente a la Verdad. Hay, hoy en día, en la Iglesia y en el Pontificado, una grave y profunda responsabilidad frente a la Ver­dad, esa Verdad sobre Cristo, Ver­dad sobre la Iglesia, Verdad sobre el Hombre que traduzca los conte­nidos íntegros del Evangelio y de la tradición eclesial. Esta responsabi­lidad frente a la Verdad no puede ser una actitud temerosa, de replie­gue o defensa frente a las dificul­tades y oposiciones de una cultura cada vez más laicista, sino una ac­titud sin complejos, creativa y com­prometida. Para los cristianos, se trata siempre de acoger y proclamar una Verdad que nos viene de Otro, una Verdad que nos hace libres y lleva en sí el principio y la fuerza de la auténtica liberación del hom­bre.
4. La cuarta exigencia o reto es la comunión eclesial. Sólo una Igle­sia que sepa acoger y profundizar el don de la Unidad y de la Comu­nión en torno a los pastores y a los pastores en comunión con el suce­sor de Pedro, en una adhesión afec­tiva y efectiva, es una Iglesia fecun­da en su testimonio y en su acción evangelizadora.
5. La necesidad de un profun­do dinamismo misionero. Desde el comienzo de este pontificado no se cesa de proclamar y testimoniar una Iglesia deseosa de ir al encuentro del hombre, de seguir los caminos y toda la realidad del hombre y de hacer presente el Misterio de la Re­dención en medio de los Pueblos. Hay que ponerse en «estado de mi­sión», donde nada de lo humano puede ser ajeno a la potencia de la Redención. «Más aún: -repite el Papa- el Evangelio debe acoger, expresar, potenciar todo lo auténticamente bueno, justo, verdadero y hermoso que se viva en la expe­riencia humana; debe ser significa­do y respuesta radical, global, de vi­da nueva ante los eternos y siem­pre nuevos interrogantes del cora­zón del hombre y de las culturas de los pueblos; debe ser propuesto co­mo plenitud de Revelación y de vi­da para toda búsqueda de justicia, de solidaridad, de amor, de verdad, de dignidad y de comunión» (Dis­curso a las Asociaciones de Laicos de México).
6. Finalmente, la última exi­gencia, íntimamente unida a la an­terior: la presencia cristiana en el corazón de la realidad, en el cora­zón de los ambientes, allí donde se juega o se gesta la realidad y la hu­manidad del mañana.
Estas son las exigencias que el pontificado de Juan Pablo II lanza como un desafío, en el tiempo en que vivimos, a todos los cristianos y particularmente a los laicos. En efecto, estas exigencias se traducen en el desafío fundamental de la realización de la vocación propia del laico, la de transformar del mundo según los designios de Dios.

EL LAICADO
Por laicado se entiende la reali­dad de pueblo -así indica la raíz etimológica griega del término laico- de la que la Iglesia está he­cha. Ya hemos tratado brevemen­te de su naturaleza y de su tarea en el número anterior de esta revista (cfr. Nueva Tierra, n.1 de 1986, p. 10). Aquí sólo queremos recor­dar cómo el pontificado de J.P. II, desde los primeros instantes, ha si­do una continua invitación e interpelación a la renovada presencia cristiana de esta realidad del pue­blo de Dios. «Abrid las puertas a Cristo de par en par. Abrid las puertas de los corazones porque no hay humanidad nueva si no hay hombres nuevos del bautismo y convertidos al Evangelio. Abrid las puertas de los corazones, pero abrid las puertas de los sistemas políticos, de las vigencias culturales, de las cuestiones y programas de desarro­llo, de las perspectivas civilizadoras, abridlas de par en par a la potes­tad, al señorío de Cristo» (Discurso de inauguración del pontificado, 1978). De este modo, el Papa plan­tea el mayor desafío al camino que los laicos deberán recorrer cada vez más, para responder a su vocación y tarea, tal como el Concilio ha in­dicado: si Cristo no ilumina la his­toria toda del hombre, si no impli­ca una más radical inteligencia de nuestra historia contemporánea, si no es la clave de sentido y de ple­nitud para la vida y para la convi­vencia de los hombres, frágil es la fe. Y cuando se debilita el hecho cristiano como la más radical clave de interpretación de la historia, cuando no se vive como esa ener­gía nueva que es la única fuente y certeza de liberación radical, cuando Cristo no es encontrado (cuan­do no es Acontecimiento) y cuan­do es débil la conciencia de perte­nencia a la Iglesia entera, como co­munidad histórica viva, concreta, en que la presencia del mismo Se­ñor es fascinante porque libera, pues hace experimentar el creci­miento de la propia humanidad, cuando la fe no es esto, entonces corremos el riesgo de quedar a mer­ced de los amoldamientos de las ideologías del mundo.
Dos, creemos, son los peligros graves que hay que evitar para se­guir el camino señalado. Los indi­camos solo brevemente:
a) El clericalismo. Es aquella actitud que olvida que el fin de la experiencia eclesial es la liberación de la persona y valora el laico solo en cuanto «agregado» a desarrollar determinadas funciones en la orga­nización eclesiástica.
b) El laicismo. Es la actitud -y muchas veces se la encuentra junto a la anterior- que insiste en que la tarea de los laicos es, justamen­te, ocuparse de la cultura y de la política, pero como algo distinto y con otros fines respecto a la perte­nencia y a la misión eclesial. Sobre esto, entonces, la Iglesia entera tendrá que reflexionar y tra­bajar a fondo, acogiendo sobre to­do la novedad eclesiológica del ac­tual pontificado. En el Convenio de la Iglesia italiana, en Loreto (abril de 1985), el Papa apuntó a la rea­lidad de los movimientos como «un cauce privilegiado para la forma­ción y la promoción de un laicado activo y consciente». Creemos que el valor de esta indicación no es só­lo estratégico u organizativo, sino sustancial: es realmente una nove­dad eclesiológica porque indica un modo de concebir la Iglesia como lugar donde Cristo es reconocido «presente aquí y ahora», y por eso como «ambiente de la existencia re­dimida del hombre». Y será preci­samente «el florecimiento de nue­vos grupos, movimientos y asocia­ciones destinados a asegurar una presencia valiente y eficaz en las distintas estructuras de la sociedad y en los distintos ámbitos de elabo­ración de la cultura de hoy» uno de los temas básicos del próximo Síno­do, como señala el mismo Docu­mento de Preparación (Lineamen­ta).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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